catálogo - Centro Unesco de Valencia

Transcripción

catálogo - Centro Unesco de Valencia
conferencia internacional
La Ruta Occidental de la Seda
The Silk is alive in Valencia
Multaqa
de las tres culturas
19-20 y 21 de Junio de 2015
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COMITÉ DE HONOR
EXCMO. SR. D. JOSÉ MANUEL GARCÍA-MARGALLO
Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación
EXCMO. SR. D. JOSÉ IGNACIO WERT
Ministro de Educación, Cultura y Deporte
EXCMO. SR. D. JOSÉ MANUEL SORIA
Ministro de Industria, Energía y Turismo
EXCMO. SR. D. TALEB RIFAI
Secretario General de la Organización Mundial del Turismo
(UNWTO)
EXCMO. SR. D. ALFREDO PÉREZ DE ARMIÑÁN
Subdirector General de Cultura UNESCO
EXCMO. SR. D. FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
Presidente de la Fundación Cultura de Paz
Director General de la UNESCO de 1987 a 1999
EXCMO. SR. D. LUIS RAMALLO MASSANET
Presidente de la Comisión Nacional Española de Cooperación
con la UNESCO
EXCMO. SR. D. JUAN MANUEL DE BARANDICA Y LUXÁN
Embajador de España ante la UNESCO
EXCMO. SR. D. DOUDOU DIÈNE
Project Manager of the “Integral Study of the Silk Road”
EXCMO. SR. D. PETER TEMPEL
Embajador de la República Federal de Alemania
EXCMO. SR. D. AVET ADONS
Embajador de la República de Armenia
EXCMO. SR. D. ALTAI VASIFOGLU EFENDIEV
Embajador de la República de Azerbaiyán
EXCMO. SR. D. PAULO CESAR DE OLIVEIRA CAMPOS
Embajador de la República Federativa de Brasil
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EXCMO. SR. D. KOSTADIN KODZHABASHEV
Embajador de la República de Bulgaria
EXCMO. SR. D. FRANCISCO MARAMBIO
Embajador de la República de Chile
EXCMO. SR. D. LYU FAN
Embajador de la República Popular de China
EXCMO. SR. D. PARK HEE-KWON
Embajador de la República de Corea del Sur
EXCMO. SR. D. NEVEN PELICARIC
Embajador de la República de Croacia
EXCMO. SR. D. CARLOS C. SALINAS
Embajador de la República de Filipinas
EXCMO. SR. D. JERÔME BONNAFONT
Embajador de la República de Francia
EXCMO. SR. D. FRANCISCO VERROS
Embajador de la República de Grecia
EXCMO. SR. D. PIETRO SEBASTIANI
Embajador de la República de Italia
EXCMO. SR. D. KAZUHIKO KOSHIKAWA
Embajador de Japón
EXCMO. SR. D. BAKYT DYUSSENBAYEV
Embajador de la República de Kazajstán
EXCMO. SR. D. MARK ANTHONY MICALLEF
Embajador de la República de Malta
EXMO. SR. D. JOSÉ TADEU DA COSATA SOUSA SOARES
Embajador de la República de Portugal
COMITÉ DE HONOR
EXCMO. SR. D. YURI P. KORCHAGIN
Embajador de la Federación de Rusia
EXCMO. SR. D. ÖMER ÖNHON
Embajador de la República de Turquía
EXCMA. SRA. DÑA. SUSANA DÍAZ PACHECO
Presidenta de Andalucía
EXCMA. SRA. DÑA. LUISA FERNANDA RUDÍ ÚBEDA
Presidenta de Aragón
EXCMO. SR. D. JUAN IGNACIO DIEGO PALACIOS
Presidente de Cantabria
EXCMA. SRA. DÑA. MARÍA DOLORES DE COSPEDAL GARCÍA
Presidenta de Castilla-La Mancha
MOLT HONORABLE SR. D. ARTUR MÁS I GAVARRÓ
President de Catalunya
MOLT HONORABLE SR. D. ALBERTO FABRA PART
President de la Comunitat Valenciana
EXCMO. SR. D. JOSÉ RAMÓN BAUZA DÍAZ
Presidente de las Islas Baleares
EXCMA. SRA. DÑA. YOLANDA BARCINA ANGULO
Presidenta de la Comunidad Foral de Navarra
EXCMO. SR. D. ALBERTO GARRE LÓPEZ
Presidente de la Región de Murcia
MGNFCA. SRA. DÑA. ROSA MARÍA VISIEDO CLAVEROL
Rectora de la Universidad Cardenal Herrera-CEU
MAGNFCO. SR. D. JOSÉ ALFREDO PERIS CANCIO
Rector de la Universidad Católica de Valencia San Vicente Mártir
MAGNFCO. SR. D. FRANCISCO J. MORA MÁS
Rector de la Universitat Politécnica de València
MAGNFCO. SR. D. MANUEL PALOMAR SANZ
Rector de la Universitat d’Alacant
MAGNFCO. SR. D. ESTEBAN MORCILLO SÁNCHEZ
Rector de la Universitat de València
MAGNFCO. SR. D. VICENT CLIMENT JORDÀ
Rector de la Universitat Jaume I de Castelló
MAGNFCO. SR. D. JESÚS TADEO PASTOR CLURANA
Rector de la Universitat Miguel Hernández d’ Elx
MAGNFCO. SR. D. DÍDAC RAMÍREZ I SARRIÓ
Rector de la Universidad de Barcelona
MAGNFCO. SR. D. JOSÉ CARLOS GÓMEZ VILLAMANDOS
Rector de la Universidad de Córdoba
MAGNFCO. SR. D. FRANCISCO GONZÁLEZ LODEIRO
Rector de la Universidad de Granada
MAGNFCO. SR. D. JOSÉ ORIHUELA CALATAYUD
Rector de la Universidad de Murcia
MAGNFCO. SR. D. MANUEL JOSÉ LÓPEZ PÉREZ
Rector de la Universidad de Zaragoza
MAGNFCO.SR. D. ANTONIO RAMÍREZ DE ARELLANO LÓPEZ
Rector de la Universidad de Sevilla
MAGNFCO. SR. D. JOSÉ CARRILLO MENÉNDEZ
Rector de la Universidad Complutense de Madrid
MAGNFCO. SR. D. DANIEL HERNÁNDEZ RUIPÉREZ
Rector de la Universidad de Salamanca
MAGNFCO. SR. D. JUAN VIAÑO REY
Rector de la Universidad de Santiago de Compostela
MAGNFCO. SR.D.SALVATO TRIGO
Rector de la Universidad Fernando Pessoa de Oporto
NOTA: Las adhesiones al Comité de Honor fueron recibidas con anterioridad al 24 de mayo del 2015.
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COMITÉ INSTITUCIONAL
ILMO. SR. D. CARLOS ESPINOSA DE LOS MONTEROS
Y BERNALDO DE QUIRÓS
Alto Comisionado del Gobierno para la Marca España
ILMO. SR. D. FEDERICO PALOMERA GÜEZ
Secretario General de la Comisión Española
de Cooperación con la UNESCO
ILMO. SR. D. ALI MOUSSA-IYÉ
Jefe de la Sección de Historia y Memoria
para el Diálogo del Sector de Cultura de UNESCO
ILMA. SRA. DÑA. TANIA FERNÁNDEZ DE TOLEDO
Coordinadora de Arte y Eventos de UNESCO-Fontenoy
HBLE. SR. D. MÁXIMO BUCH TORRALVA
Conseller de Economía, Industria y Comercio
de la Generalitat Valenciana
HBLE. SRA. DÑA. MARÍA JOSÉ CATALÁ VERDET
Consellera de Educación, Cultura y Deporte de la Generalitat Valenciana
ILMA. SRA. DÑA. ISABEL BORREGO
Secretaria de Estado de Turismo
ILMA. SRA. DÑA. ALLA PERESOLOVA
Programme Manager UNWTO Silk Road
ILMA. SRA. DÑA. ITZIAR TABOADA
Directora de Relaciones Culturales y Científicas de AECID
ILMO. SR. D. JOAN LERMA BLASCO
Senador y M.H. President de la Comunitat Valenciana de 1983 a 1995
ILMO. SR. D. JOSÉ MARÍA CHIQUILLO BARBER
Senador y Coordinador de España en UNESCO Ruta de la Seda
ILMA. SRA. DÑA. ANNICK THÉBIA MELSAN
Consultora Internacional para el Diálogo de Civilizaciones
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ILMA. SRA. DÑA. ISABEL GARAÑA
Directora Regional para Europa de la
Organización Mundial del Turismo
ILMA. SRA. DÑA. PILAR BARRACA DE RAMOS
Jefe de la Unidad de Análisis de Itinerarios
Culturales Europeos. SEC
ILMA. SRA. DÑA. EMMA NARDI
Presidenta de Ceca/ ICOM/ UNESCO
ILMO. SR. D. CARLOS VOGELER
Secretario Ejecutivo de Relaciones
con los Miembros de la OMT
ILMO. SR. D. FERNANDO JIMÉNEZ ALBERTOS
Proyectos Fundación Hortensia Herrero
ILMA. SRA. DÑA. TERESA UDAONDO GASCÓN
Consejera Técnica de Cooperación Internacional MECD
ILMO. SR. D. MIQUEL DOMÉNECH PASTOR
Presidente de FUNDACODE
ILMO. SR. D. JOSEP RICOU BARCELO
Presidente de APIP ACAM
ILMO. SR. D. ABDELAZIZ HAMMAOUI
Presidente del Centro Islámico de Valencia
ILMO. SR. D.ISAAC SANANES
Presidente de la Comunidad Israelita de Valencia
ILMO. SR. D.VICENTE ROS PÉREZ
Director de música y liturgia en La Compañía, IHS
RVDO. D. ANTONIO ANDRÉS FERRANDIS
Canónigo-Organista de la Santa Iglesia Catedral de Valencia
ILMA. SRA.DÑA. RAFAELA SORIANO
Técnico Responsable de la Lonja de Valencia
COMITÉ CIENTÍFICO
ILMO. SR. D. JOSÉ MANUEL GIRONÉS
Presidente del Centro UNESCO Valencia/Mediterráneo
ILMO. SR. D. DANIEL MARCO
Secretario Autonómico de Turismo y Comercio
de la Comunitat Valenciana
ILMO SR. D. RAMÓN Mª MORENO
Director General de Casa Asia
ILMO. SR. ALEJANDRO NOGUERA
Presidente de la Fundación Libertas 7
ILMA. SRA. DÑA. CLARA MARTÍNEZ
Vicerrectora de la Universitat de València
ILMA. SRA. DÑA. PAZ OLMOS
Directora del Museo de Bellas Artes de Valencia
ILMO. SR. D. GERMÁN NAVARRO ESPINACH
Profesor Titular de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza
ILMA. SRA. DÑA. EULALIA DEL MORRAL
Directora del Museu Textil de Tarrassa
ILMA. SRA. DÑA. ISABEL ALONSO PIÑAR
Subdirectora General de Cooperación y Competitividad Turística
ILMO. SR. D. ROMÁN DE LA CALLE
Catedrático de Estética y de la Teoría de las Artes
de la Universitat de València
ILMO. SR. D. RICARD HUERTA
Director del Institut de Creativitat i
Innovacions Educatives de la Universitat de València
ILMO. SR. D. FELIPE GARÍN
Gerente del Consorci de Museus
de la Comunitat Valenciana
ILMO. SR. D. RICARD FRANCH
Catedrático de Historia Moderna
de la Univerisitat de València
ILMO. SR. D. VICENTE GENOVÉS DEL OLMO
Presidente del Colegio del Arte Mayor
de la Seda de Valencia
ILMO. SR. D. ANTONIO OLIVER MARTÍ
Socio Director de Corporate Diplomacy Network
ILMO. SR. D. JESÚS DE SALVADOR
Director del Instituto de Estudios
Estratégicas Internacionales U.C.V.
ILMO. SR. D.GUILLERMO VANSTEENBERGHE
Coordinador del G. V. Club de Roma
y Profesor de la Universitat d’Alacant
ILMO. SR. D. FERNANDO MOLINA PONS
Director de Proyectos de Inteligencia Turística
ILMA. SRA. DÑA. AURORA DE PEDRO
Vicepresidenta Comité Miembros Afiliados UNWTO.
Universitat de València
ILMA. SRA. DÑA. Mª ÁNGELES MARTÍNEZ MINGUEZA
Jefa Área Relaciones Internacionales de la
Secretaria de Estado de Turismo
ILMO. SR. D. JOSEPH PHARES
Vicepresidente de ICOMOS del Líbano y Consultor
Internacional sobre la Cultura y el Patrimonio
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a Multaqa de las Tres Culturas de nuevo nos invita a compartir
una reflexión abierta en torno a la realidad actual de los pueblos mediterráneos, a su pasado y a su futuro, y lo hace una
vez más en un espacio emblemático de nuestra tierra, en un enclave
en el que la historia parece unida al presente más que en ningún
otro lugar, en el Real Monasterio de Santa María de la Valldigna o
la Lonja de Valencia.
L
Estatuto de Autonomía
de la Comunitat
Valenciana
5/1982 de 1 de Julio
Reform. 1/2006 de 10 de abril
Ley del Patrimonio
Cultural Valenciano
4/1998 de 11 de Junio
Ley de Reconocimiento,
Protección y Promoción
de las Señas de Identidad
del Pueblo Valenciano
6/2015 de 2 de abril
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Tuvimos la oportunidad en años anteriores de conocer a través de la Multaqa
aspectos de un enorme interés relativos
a algunas de las múltiples dimensiones
que convergen en el Mediterráneo. En
esta edición el mundo de la seda tendrá
un especial protagonismo, y con ese
hilo conductor podremos acercarnos en
profundidad a cuestiones tan interesantes como los intercambios comerciales y culturales que propició el
comercio con oriente durante la edad
media o las implicaciones económicas,
sociales, artísticas y tecnológicas de una
actividad como la sedera, de tanto
arraigo en nuestra tierra.
a Multaqa de les Tres Cultures de nou ens invita a compartir
una reflexió oberta al voltant de la realitat actual dels pobles
mediterranis, del seu passat i del seu futur, i ho fa una vegada més en un espai emblemàtic de la nostra terra, en un enclavament on la història pareix unida al present més que en cap altre
lloc, en el Real Monestir de Santa Maria de la Valldigna o la Llotja
de València.
L
Vam tindre l'oportunitat en anys anteriors de conéixer a través de la Multaqa
aspectes d'un enorme interés relatius a
algunes de les múltiples dimensions
que convergixen en el Mediterrani. En
esta edició el món de la seda tindrà un
especial protagonisme, i amb eixe fil
conductor podrem acostar-nos en profunditat a qüestions tan interessants
com els intercanvis comercials i culturals que va propiciar el comerç amb
orient durant l'edat mitjana o les implicacions econòmiques, socials, artístiques i tecnològiques d'una activitat
com la sedera, de tant arrelament en la
nostra terra.
Alberto Fabra Part
De nuevo los debates, las experiencias
De nou els debats, les experiències i els
President de la Generalitat Valenciana
y los conocimientos serán objeto de inconeixements seran objecte d'intertercambio en este gran foro, y una vez
canvi en este gran fòrum, i una vegada
(2011-2015)
más todos nos enriqueceremos al parmés tots ens enriquirem al participar en
ticipar en él. Espero que esta nueva Multaqa de 2015 supere todas
ell. Espere que esta nova Multaqa de 2015 supere totes les expectalas expectativas y contribuya a ese gran objetivo común que nos
tives i contribuïsca a eixe gran objectiu comú que ens unix, el de
une, el de luchar por la paz y el diálogo con las armas del conocilluitar per la pau i el diàleg amb les armes del coneixement i de la
miento y de la cultura, de la mano de aquellas personas que han
cultura, de la mà d'aquelles persones que han dedicat la seua vida
dedicado su vida al estudio, a la reflexión y a la transmisión de las
a l'estudi, a la reflexió i a la transmissió de les idees.
ideas.
Des d'esta tribuna, i junt amb els meus millors desitjos per a tots
Desde esta tribuna, y junto con mis mejores deseos para todos los
els participants en esta edició de la Multaqa de les Tres Cultures de
participantes en esta edición de la Multaqa de las Tres Culturas de
2015, envie la meua més afectuosa salutació a tots els que amb el
2015, envío mi más afectuoso saludo a todos los que con su esfuerzo
seu esforç i dedicació fan possible que esta esplèndida iniciativa sey dedicación hacen posible que esta espléndida iniciativa siga adeguisca avant i cresca cada any en interés i prestigi.
lante y crezca cada año en interés y prestigio.
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Yumuaa del islam
Shabbat hebreo
Dominica cristiana
M
u
l
t
a
q
a
La Multaqa (que en árabe significa encuentro amistoso) es una experiencia iniciada por la UNESCO (1998, en Agrigento, Sicilia)
para el fomento de la diversidad cultural. En ella celebran las tres grandes religiones monoteístas (las llamadas “religiones del
Libro”, porque se fundan en el Antiguo Testamento) tras una respetuosa referencia mutua al día sagrado de su fe común: la
Yumuaa o viernes del Islam, el Shabbat o sábado de los judíos y la Dominica o domingo de los cristianos, el encuentro amistoso
y abierto de sus diferencias y peculiaridades culturales y tradiciones. Sorprende la pertinaz resistencia e incomprensión de los
dogmatismos rezumando por siglos sobre las espaldas de los humildes, los débiles y los desamparados, por no mencionar los terroríficos ramalazos de sectarismo intransigente que inundaron de sangre y sufrimiento trozos del mapa de Europa en el pasado,
como de África y del Oriente Medio hasta el día de hoy. ¿Cómo interpretar la complejidad articulada de las similitudes y las diferencias? Proponemos para ello acudir de nuevo a la belleza sugerente de las matemáticas de los sólidos platónicos con superficies irisadas con tonalidades propias de las membranas de seda.
Para alcanzar el núcleo de la complejidad de lo humano, nada como como retornar a las enseñanzas sabias de Edgar Morín maestro directo en Santa María de la Valldigna y en Valencia- también contenidas en el libro esencial “El paradigma perdido”.
Porque la condición humana -de hombre a mujer, de negro a blanco, de lejano a vecino- precisa una inversión no solo de paradigmas, sino del suelo mismo que pisamos como espacio natural de nuestras circunstancias (el Da Sein, que diría Ortega) y que
en términos topológicos formuló August Ferdinand Möbius (Moebius) a mediados del siglo XIX con la hoy popularísima cinta de
Moebius.
Si extendiéramos por encima del mundo una cinta cerrada jamás se encontrarían quienes caminaran por cada una de esas dos
caras. Pero bastaría un corte y una inversión mínima para que las dos superficies (cara A y cara B) se conviertan en una sola cara.
Imposible no encontrarse a partir de ese momento a cada vuelta con quienes vengan en dirección contraria, porque la cinta se
ha vuelto ¡¡ una sola cara!!. Esa inversión implica filosóficamente el descubrimiento y práctica de la ALTERIDAD. ¿Quiénes son los otros? Fue el gran suceso desde el momento en que Cristóbal Colón presentó
a los Reyes Católicos a los indios que trajo de América
¿Quiénes eran esos seres? ¿Les correspondía tener
alma y ser proclamados hijos de Dios? Al menos
sí era segura su condición súbditos de la Reina de
Castilla, y por lo tanto nadie podría hacerlos esclavos. Condición que, sin embargo, otros soberanos no reconocieron a los negros de África
cuya raza fue extendida a hierro y sangre sobre
el extenso Brasil, todo el Caribe y la confederación
de estados esclavistas en los Estados Unidos de Norteamérica.
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Multaqa
Pocas veces, quizás ninguna, se ha producido un encuentro entre la naturaleza y el hombre tan feliz como el descubrimiento del apareamiento de las mariposas creadoras del
gusano de seda (bombyx mori) y de las propiedades de trasformación del capullo en el
tejido más sutil y hermoso de cuantos existen.
Ni está el mañana, ni el ayer escrito -afirmó el poeta- y bien pudo referirse al fenómeno
de la seda que los chinos dicen se remonta por unos cinco o seis mil años, pero que, si
no como actividad industrial o artesanal reglada, al menos como observación natural y
tentativa, bien podría remontarse (arqueológica o etnográficamente) por varios milenios
a tenor de las pruebas pictóricas que demuestran en Oriente (los tasai manubos en Filipinas) y en Occidente (las cuevas de “La Araña” en Bicorp, Valencia y declaradas en 1998
Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO) la recolección manual de la miel de las abejas en vertiginosos acantilados a los que se descendía mediante cuerdas. Este “milagro”
del aprovechamiento de la naturaleza por el hombre nos remonta al epipaleolítico entre
los 30.000 y 40.000 años de antigüedad.
Hagamos una abstracción, imaginemos la Seda representada como una superficie de Boy,
que como una tridimensional cinta de Moebius o una botella de Klein, aparezca en el firmamento más allá de nuestra atmósfera. Si aparte de los peces del mar y de los 19 marineros
que trajo de vuelta Juan Sebastián El Cano (de los 234 que había enviado Carlos V “Plvs
Vltra”, para que dieran la vuelta al mundo) ningún otro “objeto” puede disputarle a la Seda
la seguridad de haber viajado por todos los continentes y países, cabe preguntarse: ¿Ha viajado ya la Seda hacia el espacio exterior?. ¿Alguno de los numerosos cosmonautas que se
han ido relevando en la ISS (Estación Espacial Internacional o International Space Station)
llevó un pañuelo o ropa interior de seda?. No está el mañana, ni el ayer escrito. Pero es hacia
delante, y no hacia el retrovisor, como nos toca escribir la historia del presente.
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Objetivos
4 Estimular la conciencia social y la participación ciudadana.
4 Garantizar el desarrollo armónico de todas las actividades relacionadas
con la Ruta de la Seda, así como la difusión social de su conocimiento.
4 Difundir en la sociedad todos los bienes patrimoniales, documentación,
bibliografía e investigaciones relacionadas con la Ruta de la Seda.
4 Promover una actividad de interés social y económico de importancia
para un desarrollo estable y continuado en el tiempo.
4 Poner en valor instituciones sederas tan emblemáticas en Valencia
como son el Colegio del Arte Mayor de la Seda y la Lonja de los Mercaderes de la Seda.
4 Conseguir gestionar la inciativa de la sociedad civil que tras solicitar al
Gobierno de España el trámite de adhesión formal de nuestro país al
proyecto UNESCO/UNWTO Corredores del Patrimonio de la Ruta de la
Seda y que Valencia sea el vértice de referencia tanto en la Ruta Terrestre en la Península como en la Rutas Marítimas del Mediterráneo, y habiéndose alcanzado ambos objetivos, poner rumbo ahora hacia la
debida visibilidad internacional de España en las Rutas de la Seda.
4 Internacionalizar Valencia como lugar del mundo que con mayor visibilidad agrupa a la sociedad actual, con miles de representantes de la
fiesta de las Fallas, con su singular desfile de ofrenda ante la Virgen. Con
miles de mujeres que han inspirando sus trajes desde los espolines bordados con oro hasta las más humildes telas de seda, todas ellas reflejo
y continuidad del tesoro inmaterial del patrimonio del arte de la seda
en el que perdurán en el tiempo.
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Yumuaa
Conferencia Internacional Mediterránea
International Mediterranean Conference
Viernes 19 de Junio – Museo de Bellas Artes de Valencia
09:00 h ENTREGA DE CREDENCIALES/DELIVERY OF CREDENTIALS.
09:30 h SESIÓN DE APERTURA POR PARTE DE LAS AUTORIDADES.
Sra. Paz Olmos, Directora del Museo de Bellas Artes de Valencia
Sr. D. Manuel Muñoz, Presidente de la Real Academia de San Carlos
Sr. D. José Manuel Gironés, Presidente Centro UNESCO Valencia/Mediterráneo
Sr. D. Federico Palomera, Sec General Comisión Nacional de Cooperación con la UNESCO
Sr. D. Luis Ramallo, Presidente Comisión Nacional de Cooperación con la UNESCO
Representante de la Presidencia de la Generalitat Valenciana
SALUDOS EMBAJADORES Y REPRESENTANTES DE LOS PAÍSES PARTICIPANTES EN LA RUTA DE LA SEDA
GRETTINGS TO THE AMBASSADORS AND REPRESENTATIVES OF THE COUNTRIES PARTICIPATING IN THE SILK ROAD
Albania, Arábia Saudí, Argelia, Armenia, Azerbaiyán, Bangladesh, Bulgaria, China, Croacia, RDP Corea, Rep. Corea, Egipto,
Francia, Georgia, Grecia, Indonesia, Irán, Irak, Israel, Italia, Japón, Kazajstán, Kirguistán, Marruecos, Mongolia, Pakistán,
Portugal, Rusia, San Marino, Siria, Tayikistán, Túnez, Turquía, Turkmenistán, Ucrania, Uzbekistán, España, Líbano, Francia y
Portugal.
10:15 h LECTIO UNESCO: LA RUTA DE LA SEDA ENTRE ASIA, EUROPA Y AMÉRICA/ THE SILK ROAD AMONG ASIA,
EUROPE, AND AMERICA impartida por D. Germán Navarro Espinach, Profesor Titular de Historia Medieval de
la Universidad de Zaragoza.
10:45 h PAUSA DE LA YUMUAA DEL ISLAM, ANUNCIO DEL SHABBAT HEBRERO, Y ANUNCIO DE LA DOMINICA
CRISTIANA EN LA CÚPULA DEL MUSEO DE BBAA.
- YUMUAA DEL ISLAM- Abdelaziz Hammaoui, Presidente Centro Islámico de Valencia.
- SHABBAT HEBREO-Isaac Sananes, Presidente de la Comunidad Israelita de Valencia.
- DOMINICA CRISTIANA-Rvdo. D. Antonio Andrés Ferrandis, Canónigo-Organista de la Santa Iglesia Catedral
de Valencia.
11:15 h Coffee-Break
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Conferencia Internacional Mediterránea
Conferencia Internacional Mediterránea
International Mediterranean Conference
International Mediterranean Conference
11:45 h 1ª Sesión: Mesa redonda
15:30 h 2ª Sesión: Mesa redonda
“LA RUTA DE LA SEDA COMO PATRIMONIO MIGRANTE” / “THE SILK ROAD AS HERITAGE MIGRANT”
Modera: Román de la Calle, Catedrático de Estética y de la Teoría de las Artes de la U.V. Ponentes:
Ricard Huerta - Director del Institut de Creativitat i Innovacions Educatives de la Universitat de València:
La puesta en valor del concepto de patrimonio migrante.
Felipe Garín - Gerente del Consorci de Museus de la Comunitat Valenciana:
Los museos textiles de la Comunitat Valenciana.
Ricardo Franch - Catedrático de Historia Moderna de la Universitat de València:
El patrimonio documental histórico de la sedería valenciana: El Archivo del Colegio del Arte Mayor de la Seda.
Vicente Genovés - Presidente del Colegio del Arte Mayor de la Seda de Valencia:
El proyecto en ejecución del Museo de la Seda de Valencia.
14:00 h Cierre sesión mañana.
“EL TURISMO PASARELA DE LA PAZ: DESAFÍO MUNDIAL DE LAS NUEVAS RUTAS DE LA SEDA”
”TOURISM AS A GATEWAY TO PEACE: THE NEW CHALLENGES OF THE SILK ROUTES”
Modera: José María Chiquillo – Senador y Coordinador de España en UNESCO Ruta de la Seda.
Ponentes:
Ali Moussa-Iyé – Jefe de la Sección de Historia y Memoria para el Diálogo del Sector de Cultura de UNESCO.
Isabel Garaña – Directora Regional para Europa de la Organización Mundial del Turismo.
Representante de la Subdirección General de Cooperación y Competitividad Turística.
Ramón Mª Moreno – Director General Casa Asia.
Altai Vasifoglu Efendieud -Embajador de Azerbaiyán.
Bakyt Dyussenbayev- Embajador de Kazajstán.
Ömer Önhon - Embajador de Turquía.
17:00 h 3ª Sesión: Mesa redonda
“LAS CIUDADES DE LA SEDA EN ESPAÑA Y EUROPA:
EXPERIENCIAS DE GESTIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL”
”CITIES OF SILK IN SPAIN AND EUROPE:
SOME INSPIRING EXPERIENCES IN CULTURAL HERITAGE MANAGEMENT ”
Modera: Annick Thébia Melsan - Consultora Internacional para el Diálogo de Civilizaciones.
Ponentes:
Alejandro Noguera Borel- Presidente de la Fundación Libertas 7.
Joseph Phares – Vicepresidente de ICOMOS del Líbano y Consultor Internacional sobre la Cultura y el Patrimonio.
Pilar Barraca de Ramos – Jefa de la U.A. de Itinerarios Culturales Europeos. SEC.
Antonio Oliver Martí - Socio Director de Corporate Diplomacy Network.
Guillermo Vansteenberghe – Coordinador del G.V. Club Roma y Profesor de la Universitat d´Alacant.
Celia Romero – Investigadora Adscrita Instituto Ingenio, CSIC-UPV.
Jesús de Salvador – Director Instituto Estudios Estratégicos Internacionales. Universidad Católica de Valencia.
19:00 h Finalización de la Jornada.
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JORNADA UNESCO DE LA CIENCIA JOVEN
UNESCO SEMINARI OF YOUNG SCIENCE
Sábado 20 de Junio – Lonja de Mercaderes /
Barri de Velluters /Colegio Arte Mayor de la Seda:
Con la colaboración de la Fundación Hortensia Herrero
10:00 h LECTIO UNESCO:
didáctica sobre “VALENCIA EN LAS RUTAS DE LA SEDA”
”VALENCIA ON THE SILK ROUTES”
Con la participación de los alumnos/as de diferentes colegios de la Comunitat Valenciana y de los niños/as del Programa
Caixa-Pro Infancia de la Obra Social La Caixa, desarrollado por Fundación APIP-ACAM.
Los participantes podrán aprender:
1. El proceso de elaboración de la seda
2. Las rutas de la seda
3. La importancia económica de la época
4. La llegada de la seda a Valencia
5. La construcción de la Lonja de la Seda en Valencia
Shabbat
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6. Museo de la Seda en Valencia
10:30 h Itinerario de las Rutas de la Seda de los Omeyas
a Marco Polo: desde la Lonja de Mercaderes por el
Barri de Velluters hasta el Colegio del Arte Mayor
de la Seda.
Los niños podrán conocer la obra maestra del gótico civil valenciano y luego visitar el museo de la seda donde verán
cómo se sigue tejiendo en directo.
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JORNADA UNESCO DE LA CIENCIA JOVEN
UNESCO SEMINARI OF YOUNG SCIENCE
11:30 h. TALLERES / WORKSHOPS dirigidos por animadores y educadores de Passatemps Projectes Educatius.
3 CONFECCIÓN DE PULSERAS DE SEDA / MAKING SILK BRACELETS
Los niños podrán apreciar el tacto de la seda, y diferenciarlo de otras telas. Podrán apreciar su calidad pasando un rato divertido y didáctico a la par.
Aprenderán porque es la seda un tejido tan especial y valorado pudiendo llevarse un recuerdo en sus muñecas de esta experiencia.
3 REALIZACIÓN DE UN MURAL / PAINTING A MURAL
Aprender jugando. Los niños plasmaran en un gran mural lo que han aprendido de la Ruta de la Seda. Gusanos de seda,
camellos, telares, hilos, capullos, todos estos elementos formaran parte del Mural. Posteriormente se llevaran de recuerdo
una gran foto de familia, recordatorio de su actividad.
3 VISITA AL COLEGIO DEL ARTE MAYOR DE LA SEDA / VISIT TO THE MAJOR COLLEGE OF SILK ART
El maestro artesano Vicente Enguídanos llevará a cabo una demostración de como se teje de forma artesanal tal como se
hacia en el S. II a.C. en China. Los niños podrán comprobar la dificultad y la pericia que hay que tener para llevar a cabo
este arduo trabajo. Buscamos transmitir que la seda además de ser un bello producto esconde importante valores como
la constancia, la paciencia y el amor por el trabajo.
12:30 h
Degustación de orxata i fartons. Con la colaboración de los alumnos de la Fundación APIP-ACAM del Proyecto
“IF”: Itinerarios con Futuro “Hostelería y Turismo” de la Fundación Obra Social La Caixa.
13:00 h
Danzas tradicionales del folclore valenciano. Con la colaboración del Grup de Danses de L’Antiga de Campanar
y la Colla tabals i dolçaines de la S.C. El Micalet. Participación del Grup de Percussió “Els Cucs de Velluters”.
14:00 h Finalización de la jornada.
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Dominica
ENTREGA DE PREMIOS UNESCO-VALENCIA 2015
UNESCO -VALENCIA 2015 AWARDS, SOLEMN DELIVERY
Domingo 21 de Junio – Lonja de Mercaderes
11:30 h SESIÓN DE CLAUSURA DE LA XI MULTAQA DE LAS TRES CULTURAS.
Saludo de las autoridades presentes
Lectura de las conclusiones de la Conferencia Internacional
“SERICUM OCCIDENTALI VIAM”: La Ruta Occidental de la Seda.
12:00 h
SOLEMNE ENTREGA DE LOS PREMIOS UNESCO-VALENCIA 2015
– D. Vicente Enguídanos Grancha
Mestre velluter del Colegio del Arte Mayor de la Seda
– D. Federico Mayor Zaragoza
Director General de la UNESCO 1987-1999
El acto estará amenizado por:
Fistulatores et tubicinatores valentini
Director: Ramón Ramírez Beneyto
– Tocatas para ministriles (inéditas)
Anónimo (Catedral de Valencia)
– Batalla Imperial
Juan Bta. Cabanilles (1644-1712)
13:00 h
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Finalización del acto.
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PREMIOS UNESCO-VALENCIA 2015
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El logo de la UNESCO tuvo como referencia simbólica fundacional un templo dórico griego, en concreto, éste llamado
Templo de la Concordia, situado en Agrigento, Sicilia.
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Se cumplen 25 años de la creación del programa de la UNESCO de las Rutas
de la Seda. Grandioso proyecto que consiste en recorrer y estudiar esas vías
terrestres y marítimas que durante milenios jugaron el papel de arterias de
unión entre Oriente y Occidente. Nacido a orillas del Mediterráneo, este
grandísimo poeta, biólogo, pensador, ciudadano del mundo, resistió impasible las presiones que azotaron el llamado Informe MacBride de la UNESCO
y fue el gran continuador del proyecto de Julian Huxley de reescribir entre
todos (incluidos los adversarios) una nueva historia del mundo, con realizaciones tan significativas para la Humanidad como la salvación de los templos de Abu Simbel o la reconstrucción de la Biblioteca de Alejandría.
El contrato global “Un Monde Nouveau” (con Jérôme
Bindé) al término de su mandato, sentó las bases para
definir los llamados Objetivos del Milenio, a la vez que
la Asamblea General de la ONU aprobaba las asíntotas del Plan de Acción sobre una Cultura de Paz, la
Alianza de Civilizaciones y el Diálogo Intercultural.
FEDERICO MAYOR ZARAGOZA
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Nace en Valencia el 30 de noviembre de 1931. A la temprana edad de 12 años empieza a sentir
la inquietud por el traqueteo de los telares manuales que su padre tenía en su taller artesanal.
Pasa su juventud entre libros de estudios e hilos de seda. El deseo de sus padres fue que hubiese
estudiado una carrera, pero su vocación era muy distinta, la seda ya corría por sus venas en esa
temprana edad.
Sus abuelos fueron trabajadores de la seda, su padre fundó en 1925 la empresa con los telares
que D. Vicente años más tarde heredó, y con los que consiguió hacer realidad su sueño en la
vida. Ser Maestro Artesano Sedero. Trabajó con gran maestría el “vellut” artesanalmente, siendo
a su jubilación el último velluter vivo con esa ancestral técnica de tejer el vellut a mano. Con sus
tellerolas y demás artilugios, mantuvo vivo el espíritu de velluter llegando a crear verdaderas
obras de arte y que hoy podemos ver en una pequeña muestra de su dilatada vida profesional
en el Colegio del Arte Mayor de la Seda.
Los Espolines, Damascos, Brocados, Tissús y terciopelos no han
tenido secretos para él. Con su gran maestría y sus privilegiadas
manos artesanas consiguió hacer de una profesión un arte, como
los antiguos velluters. Todo un gran Maestro de la Seda.
VICENTE ENGUIDANOS GRANCHA
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Federico Mayor Zaragoza
Valencia Silk road 2016
UNESCO General Director (1987-1999)
Great Multaqa (Agrigento 1998)
10th editions: Multaqa of three cultures
2005
La alegría colectiva,
nota común de la
fiesta mediterránea
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2006
Familia y
Solidaridad
mediterráneas
2007
La Valldigna y el mar:
la deuda olvidada de
Occidente
2008
Los Derechos
Humanos en las
Tres Culturas
2009
La Dieta Mediterránea
Patrimonio de la
Humanidad
2010
El Mar
y los caminos
de la Paz
2011
Ciencia, Deporte,
Juventud
y Paz
2012
Mujer,
Mediterráneo
y Paz
11th edition 19th 20th 21th June 2015:
“Valencia in the Silk Roads”
2013
UNESCO
Voz del
Mundo
2014
Conferencia
Internacional
FACTUM MARIS
The silk is alive in Valencia
El milagro del gusano de
seda y la morera
La vida del Bombyx mori empieza tras el apareamiento de dos mariposas a principios de verano. La hembra pone
unos 500 huevos pequeños, redondos aunque ligeramente achatados, de color amarillo pálido y del grosor de la
cabeza de un alfiler, denominados labores. Exhausta tras la puesta, la hembra, cuyo aparato digestivo está atrofiado,
es incapaz de alimentarse y suele morir una semana después del apareamiento.
Los capullos se colocan sobre ramas de brezo para la eclosión del gusano.
La vida del gusano de seda es muy corta apenas 6 semanas durante las cuales se alimenta de tres a cinco veces
diarias de hojas de morera sueltas.
Hispania
Argantonio (670 a. C. - 550 a. C.) fue el último rey tartésico,
único del que se tienen referencias históricas. Aparece en
fuentes griegas por su relación militar y comercial con otros.
Argantonio es el primer monarca histórico peninsular citado
por las fuentes de la Antigüedad.
Su reinado supone el apogeo de la cultura tartésica. El nombre
de Argantonio (Hombre de plata), que revela su origen indoeuropeo, aparece en las fuentes griegas ligado a la riqueza minera
de su reino (bronce y plata), con la cual prestó ayuda a los focenses para financiar la fortificación de Focea (ciudad griega
de Asia Menor) contra la amenaza persa.
Alejandro Magno y Argantonio, mitos
de la antigüedad entre Oriente y Occidente
Argantonio como precedente de la Cultura Ibérica, los tesoros
de Huelva y Villena, los rituales con música y danzas femeninas, y los enterramientos de la Dama de Baza o la Dama de
Elche permiten suponer que Hispania debió conocer la seda
por los intercambios del comercio marítimo tanto de los fenicios, como de los griego-focenses tan directamente afectados
por el imperio persa.
Séneca da testimonio temprano del uso de la seda, (e incluso
de sus excesos entre la gente adinerada) y los gobernadores
como Cornelio Nigrino Nepote, oriundo de Edeta (hoy Líria) y
sus coetáneos Trajano y Adriano como más tarde Marco Aurelio que envía embajadores a China para fijar una relación
comercial estable, tenían conocimiento cabal de este magnífico y sorprendente producto, comprado en Oriente con el entonces abundantísimo oro de las minas de Hispania. San
Isidoro lo ratifica en su monumental obra de Las Etimologías,
y Homero casi mil años antes la describe inequívocamente
cuando dice en la Odisea que “vestía una camisa fina y brillante
como la piel de una cebolla seca”.
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Al-Ándalus, los
Omeyas y Córdoba
Uno de los hechos más sorprendentes de la historia universal es la
rápida formación del imperio árabe. Las conquistas que hicieron a velocidad vertiginosa y la extensión de éstas es asombrosa. En 80 años se
extendió el imperio desde las bocas del Tajo en el Atlántico hasta las
del Indo en Asia. En una sola batalla –Guadalete (711)- desmontaron un
reino visigótico de tres siglos de historia. Tarik, en el primer impulso, conquista Ecija, Córdoba y Toledo. Luego llega Muza (712) proclama soberano de Hispania al califa de Damasco y Abderramán el Gafeki invade la
Galia, hasta que los árabes son frenados en Poitiers (732) casi ya a las
puertas de París.
Cuando los Omeyas (Umayyas) después de reinar un siglo en Damasco
son abatidos por el fanatismo de los abasidas o abasíes en Damasco uno
de los pocos supervivientes Abderramán Benmoavia, con sólo 20 años
consigue desembarcar en Almuñecar acogido por partidarios de su familia y entra triunfante en Córdoba (755) declarándose emir independiente, iniciando la gran mezquita y sentando las bases para que -tras
un turbulento período- su descendiente Abderramán III (912-961) establece el Califato Independiente gobernando por medio siglo la corte
más ilustre y suntuosa de oriente y de occidente. La vida de palacio, la
gran mezquita y los jardínes de la Ruzafa (como antes Kairouán o Damasco y como después Murcia, Xàtiva o Valencia) conocerán las ciencias,
la sabiduría, la medicina (Averroes, Maimonides, Avicena) el refinamiento
y sobre todo la poesía.
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2
La ruta occidental de la
Seda llegó con los
Omeyas de Siria al
Magreb: El Cairo(1),
Kairouán(2) y
Córdoba(3y4), después
a Xarq Al-Ándalus
(Balansiya =Valencia), y
desde la Corona de
Aragón a la Europa
cristiana, subiendo por
Marsella y el Ródano,
hasta Lyon y París.
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No es que la seda prospera en este emporio, sino que su producción
arraiga en la población de los reinos y los paseos de las moreras de esos
jardínes-ruzafas guardarán hasta el día de hoy la inolvidable herencia del
arte de la seda.
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Xarq-Al-Ándalus
Reinosde Taifas
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Abolido el califato (1031) el Estado musulmán se fracciona en numerosos llamados “reinos de taifas”, de pequeños territorios, de tribus o banderías. En número llegan a ser 23. Estos reinos ofrecen contrastes notables, políticamente son
débiles, pero su adelanto intelectual y material es maravilloso. Viven en constante rivalidad por el deseo de predominio
y sus guerras constantes fueron aprovechadas por los cristianos que hicieron avanzar grandemente la reconquista.
Destacaron Sevilla, Zaragoza, Toledo, Valencia, Tortosa, Dénia, Baleares, Albarracín, Badajoz, Málaga y Almería. Córdoba
se organizó en república y Granada consolidó el reino de los Nazaríes que resistieron a los cristianos hasta el año 1492.
El arte alcanzó gran refinamiento en todas sus facetas. La agricultura estableció regímenes muy estables de justicia para
los regadíos –como el Tribunal de las Aguas de la Vega de Valencia o el de los Hombres Justos de la Vega de Murcia,
ambos declarados patrimonio inmaterial UNESCO de la Humanidad (2009) - y el cultivo de la morera para la producción
de la Seda desbordó su origen palaciego para abrirse
camino a la exportación marítima desde los puertos de
Almería, Dénia y Valencia. En las ciudades, con modelo
de gran homogeneidad con un recinto amurallado que
encierra la medina cuyo centro vital es la mezquita
mayor a la que solía unirse el palacio del califa y en
torno a él los zocos o mercados especializados por
gremios en los que también prosperarán los bazares
judíos –como la Alcaná de Toledo y el Coch de Valencia.
Los baños y las hosterías –llamadas fonduks o alfandechs como en Valldigna- junto con las puertas de las
murallas y las que a veces separan barrios especializados, determinará la vida de la ciudad fuera de cuyo
recinto quedan los arrabales que eran abandonados
en caso de guerra. Entre los bazares se especializaron
las sederías que se llamaban alcaicerías y fueron célebres los de Sevilla, Granada y Valencia.
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Reinos cristianos
Fernando I el Grande ( o el Mayor, 1035-1065) en León y Jaime I el Conquistador en Aragón (1213-1276) consolidan la hegemonía cristiana en el proceso de la reconquista y a la vez complican con la partición hereditaria de sus reinos la continuidad
sucesoria. La relación ultrapirenáica de las dos coronas y las respectivas salidas al mar marcarán los ejes de su expansión . Los
scriptoriums y las grandes crónicas alimentan el minucioso relato de casi ocho siglos de Reconquista que fueron, más que un
proceso lineal, un tejer y destejer al modo de Penélope, de un tapiz de la historia (781 años desde el 711 hasta el 1492) en el
que el período más significativo es el descrito en la Gran Crónica de Ramón Muntaner (siglos XIII y XIV) en el que la apertura a
Oriente viene a coincidir con escenarios y acontecimientos de la historia de Marco Polo. Muntaner nacido en Perelada (Ampurdan) se declara ciudadano valenciano por propia voluntad (había llegado con su padre cuando todavía era un niño) y muere
como Batlle (hoy alcalde) de Ibiza; habla y lee el griego (la lengua
oficial de Constantinopla) y es “trujimán” reconocido ( es decir intérprete de las distintas modalidades de la lengua árabe). En la
compleja partida que los Paleólogos (o emperadores de Bizancio)
están jugando contra los turcos y a la vez contra las repúblicas
“marinaras” italianas (Génova, Venecia, Amalfi y Pisa) y sobre el
mismo convulso Mediterráneo, Marco Polo y Ramón Muntaner
son hechos prisioneros, el primero por una nave genovesa y el segundo por una nave veneciana. La historia mundialmente famosa
de los viajes de Marco Polo será escrita por su compañero de cárcel, el llamado “Rusticello de Pisa” y la historia panorámica y autobiográfica de Ramón Muntaner será escrita mucho después de
su liberación, cuando cumple ya 60 años en su alquería de Chirivella (Xilvel.la) en la huerta de Valencia. La Crónica de Ramón
Muntaner y el llamado Mapamundi de Cresques y Jefuda Abraham (pintado en Palma de Mallorca en 1375) y custodiado en la
Biblioteca Nacional de Francia, constituyen sin duda, los dos esenciales documentos históricos que permiten encajar en significado
de La Ruta de la Seda en el contexto histórico de su tiempo, más
allá de las divertidas y delirantes descripciones que hace Rusticello
de Pisa en “El libro de las maravillas del mundo” (también llamado
“Il Milione”) “de las cosas que el Señor Marco Polo no vió pero las Miniatura de triunfal entrada de un caballero portando regalos,
supo por haberlas oído a hombres dignos de ser creídos”.
como pudo Muntaner traer seda de Gerba a Catania.
Muntaner
y Marco Polo
42
La Ruta de la Seda fue, por siglos, la pasarela entre dos
mundos. Los mercaderes de la
familia Polo, apodados Emilione, abrieron el camino en
1260 y entre 1279 y 1295 el
joven Marco Polo, en un segundo viaje, recorrió las tierras
de Asia y la China profunda,
bajo la protección del Gran
Khan. El relato de su vida, escrito por su compañero de prisión, Rusticello de Pisa, titulado
“El libro de las maravillas del
mundo” (Il Milione) fue un suceso en Europa, como reflejan
las miniaturas (der) de riquezas
y animales nunca vistos.
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La Ruta de Oriente en el
Atlas Cresques
Cresques Abraham (Mallorca, siglo XIV - 1387) fue un geógrafo
y cartógrafo judío mallorquín del siglo XIV. Padre del también
cartógrafo Jehuda Cresques, ambos figuras señeras de la Escuela
Cartográfica Mallorquina.
Cresques Abraham, protegido por los reyes Pedro IV de Aragón,
Juan I de Aragón y Martín I de Aragón, dejó una nutrida documentación sobre cartas náuticas realizadas por él y su hijo, actualmente perdidas, aunque se le atribuyen algunos mapas
anónimos, como el Atlas catalán (de 1375), siendo esta obra,
guardada en la Bibliothèque National de París, considerada
como la pieza que alcanzó el punto más alto del conocimiento
cartográfico medieval.
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45
Fernando el Católico y
el Gremio de Velluters
El liderazgo de Valencia como centro principal de las sederías españolas es indiscutible.
Su potencial productor y el alto nivel de organización industrial no tuvieron parangón en
otras ciudades. Más bien Valencia sirvió de modelo a Toledo, Murcia o Barcelona, y en
todo caso superó con creces en el mercado internacional a la tradicional industria musulmana de Granada forzosamente reconvertida tras la conquista de los Reyes Católicos.
Los antecedentes de El Colegio del Arte Mayor de la Seda se gestan el día 28 de octubre
de 1477 cuando 56 Maestros reunidos en la casa de Lázaro Negro, en la calle de las Barcas
de Valencia, ante el notario D.Bernat de San Feliú firmaban el Acta de Fundación de la
“Lloable Cofraria o Almoina de L’Ofici de Velluters, sota la protecció de Sant Jerònim”.
La honradez de su función resplandece y el Colegio siempre mereció confianza de reyes, nobles y ministros convirtiéndose en un
órgano consultivo y en un velador a ultranza de la calidad de las sedas valencianas que bajo su tutela y dirección destacaron entre
todas las de la península, tanto por la calidad de su materia prima como por el primor de sus manufacturas y tuvieron reconocimiento europeo y gran proyección internacional, lo que se tradujo en una gran actividad comercial con Europa y posteriormente
con América. Viajeros ilustrados que vienen a Valencia a lo largo de varias centurias cuentan en los escritos de sus viajes la impresión
que les produce el colorido y abundancia de las sedas, así como su gran calidad; les sorprende también la gran cantidad de personas
que se dedican a esta industria. Tal es el caso del viajero alemán Jeronimo Münzer, del cardenal de Retz en 1654, de la condesa
D`Aulnoy en 1679, del danés Hans Christian Andersen en 1862 y de Gustavo Doré entre otros muchos.
El Colegio guarda una rica colección de tejidos de sedas trabajadas artesanalmente que son muestra de una gran calidad de
fábrica y de diseños de gran riqueza y dificultad de ejecución.
Terciopelos, damascos, brocados, brocateles y sobre todo sedas brochadas o espolinadas, consideradas actualmente como reinas
de los tejidos sederos, conforman dicha colección.
Este gremio, nacido de la especialización técnica se instalará en la Casa-Colegio, con una
necesidad clara de racionalizar y dirigir una enseñanza y oficio. Según datos obrantes en
su propio archivo, la escritura otorgada ante el notario D. Luís Gaset un 24 de septiembre
de 1494, esta casa fue adquirida por la cantidad de 9.600 Sueldos y 80 Libras de Moneda
Real de Valencia y está ubicada en la calle del Hospital donde siempre fue un referente
para toda la ciudad. En la actualidad, tras décadas de incomprensible estolidez o incuria
municipal, es objeto de un amplio proyecto de restauración a cargo de la iniciativa privada
por parte de la Fundación Hortensia Herrero.
Numerosos estudios científicos y divulgativos desde diferentes disciplinas han analizado
el pasado y presente de la sedería valenciana, destacando siempre la contribución del
antiguo gremio después colegio, a lo largo de su existencia a velar por las sedas valencianas. Es admirable la fuerza, persistencia y constante categoría con que ha actuado
siempre haciendo frente con toda eficacia a las sucesivas dificultades que se han presentado. Se cimentó en su honradez profesional y maestría técnica.
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Fernando II de Aragón (talla en la Catedral de Granada)
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La Ruta Terrestre
Desde Asia hasta Europa tras la huella
de aventureros y comerciantes
La Ruta
de Oriente
La Ruta de la Seda fue una red de rutas comerciales organizadas a partir del negocio de la seda china desde el siglo I a.C., que se
extendió por todo el continente asiático, conectando a China, con Mongolia, el subcontinente indio, Persia, Arabia, Siria, Turquía,
Europa y África. Sus diversas rutas, comenzaban en la ciudad de Chang'an (actualmente Xi'an) en China, pasando entre otras
por Karakorum (Mongolia), el Paso de Khunjerab (China/Pakistán), Susa(Persia), el Valle de Fergana(Tayikistán), Samarcanda(Uzbekistán), Taxila (Pakistán), hasta los puertos de Antioquía (Siria), Alejandría (Egipto), Kazán (Rusia), Constantinopla y Esmirna
(Turquía) a las puertas de Europa, llegando hasta los reinos hispánicos en el siglo XV, en los confines de Europa y a Somalia y
Etiopía en África oriental. El término "Ruta de la Seda" fue creado por el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen,
quien lo introdujo en su obra “Viejas y nuevas aproximaciones a la Ruta de la Seda”, en 1877.
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Las Rutas
del Mar
Llibre del Consolat
Sala y derechos de
navegación
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El Consulado del Mar era una institución jurídico-mercantil medieval formada por un Prior y varios Cónsules cuya jurisdicción era similar a los actuales tribunales mercantiles. El origen de la institución es mediterráneo, siendo el primero
el de Trani (Italia), de 1063, extendiéndose la institución rápidamente a Pisa, Mesina, Chipre, Constantinopla, Venecia,
Montpellier, Valencia (1283), Mallorca (1326), Barcelona (1347), Burgos (1447), Perpiñán y Malta (siglo XVII). Actualmente existe un Consulado del Mar de Barcelona que es parte de la Cámara de Comercio, cuya misión es arbitrar en
conflictos de carácter mercantil:
Aunque las rutas eran varias, las cinco principales eran:
3 La ruta del norte de África (Túnez, Argel, Trípoli), con el transporte de oro y esclavos.
3 La ruta de las islas (Mallorca, Sicilia, Cerdeña...), con el transporte de sal y trigo.
3 La ruta de Bizancio (hasta Constantinopla), con el transporte del algodón, especias y esclavos.
3 La ruta de Ultramar (Chipre, Tiro, Damasco, Alejandría), era la gran ruta de las especias.
3 La ruta de Occidente (hasta Brujas), desde donde se distribuían los productos orientales a toda Europa.
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La Lonja
La Lonja de la Seda de Valencia o Lonja de los Mercaderes (en valenciano Llotja de la Seda o Llotja de
Mercaders) es una obra maestra del gótico civil valenciano situada en el centro histórico de la ciudad de
Valencia (España). Declarada, en 1996, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, fue construida entre
1482 y 1548. Su primer constructor fue Pere Compte, entre los años 1483 y 1497 continuó el modelo de
la Lonja de Palma de Mallorca, constituyéndose en un edificio emblemático de la riqueza del siglo de oro
valenciano (siglo XV) y muestra de la revolución comercial durante la Baja Edad Media, del desarrollo
social y del prestigio conseguido por la burguesía valenciana.
El nombre que recibe el edificio de Lonja de la Seda deriva del hecho que el tejido de seda era desde el
siglo XIV al siglo XVIII la industria más potente de la ciudad. En el siglo XIV ya había sederos locales, mayoritariamente judíos, y más tarde conversos, agrupados en 1465 en la «cofradía de la Virgen de la Misericordia», bajo cuya advocación hay una capilla en la Lonja construida entre 1484 y 1486.
Cuando se estaba edificando la Lonja de la Seda, la industria sedera de Valencia tuvo un gran auge, traducido en los 293 maestros sederos censados en la ciudad en 1487. Al final del siglo XVII, tan importante era la seda en las transacciones comerciales que la Lonja de Mercaderes pasó a ser conocida
como de la Seda. Durante la segunda mitad del XVIII fue el momento de máximo esplendor: veinte
cinco mil personas se dedicaban a la industria de la seda en la ciudad, que contaba con más de tres
mil telares. Así mismo, a partir de 1790 empezó el ocaso de la industria sedera en Valencia, que
nunca más volvió a remontar. No obstante, la lonja ha mantenido su nombre tradicional hasta nuestro
días, en homenaje a la que fue pionera industria valenciana durante tantos siglos.
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Gárgolas procaces de la Lonja. (Fotos de Ricard Pla, cortesia de Triangle-Postals, Jaime Millás)
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Los ángeles de
la catedral
El esplendor de Valencia alcanza en el
siglo XV a convertir la ciudad en un referente principal para todo el Mediterráneo.
La visita del cardenal Rodrigo de Borja, futuro papa Alejandro VI, acompañado por
los pintores Francesco Pagano y Paolo de
San Leocadio, dejará en la Catedral de Valencia el testimonio del primer gran renacimiento pictórico fuera de Italia, con
unos ángeles cuya apoteósis musical, será
a la vez el más rico testimonio de las vestimentas de seda para los ángeles de
aquel histórico momento. Ocultos durante más de tres siglos por el recubrimiento de la catedral al gusto neoclásico,
el fortuito "redescubrimiento" y la feliz
restauración a partir del año 2003, brindan a la creciente marea de turistas entre ellos cada vez mayor número de
asiáticos- en un mismo monumento el
"unicum" mundial del Santo Grial (o
Santo Cáliz de la Cena de Jesucristo con
los Apóstoles) y el "focal point" de la
Seda, que como la Cerámica y la Música
de Valencia, eran ya célebres en todas
las cortes europeas hace más de quinientos años.
54
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España y
Portugal
en Asia
El ascenso de la Monarquía Hispánica y
la revolucionaria trasformación que el
Descubrimiento de América supuso
para las aventuras marítimas, dieron el
relevo, en la Ruta de la Seda al tiempo
que había sido denominado de “los
mercaderes terrestres y las caravanas”
a dos nuevas fases, ambas surgidas en
la Península Ibérica, donde Portugal y
España forman un único país desde
1580 hasta 1640.
Primera la llamada fase “de los misioneros” en la que, la cristianización del
mundo seguía siendo –como en América- el objetivo y coartada para la penetración del continente asiático.
La segunda, que pasó a denominarse
“de los navegantes” se originó con los
galeones de Portobello (Atlántico) y Manila (Pacífico) y las llamadas “Compañías de Indias”.
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Los Misioneros
Los Jesuitas serían el gran emblema de esta etapa tanto en su
penetración hacia América del Sur como hacia el Asia continental y Japón, donde la huella de San Francisco Javier todavía hoy
resulta perceptible en Nagasaki o Kumamoto. (La hoy mundialmente famosa “tempura” o fritura rápida de marisco o verdura,
tiene su origen en la litúrgica “tempora ad quadragesimae” o
tiempo hacia la cuaresma, que los jesuitas enseñaban a practicar a sus seguidores). El mejor relato del período de los misioneros (por cierto tan lúcido como desconocido) es el del
“Nuevo Descubrimiento del Gran Cathayo, por el padre Antonio
de Andrade, de la Compañía de IESVS en el año 1624” que se
conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Sus tres partes o CARTAS corroboran las partes ciertas del relato
atribuido a Marco Polo y rectifican los desaciertos y en el Mapa
o Tábula Geodoborica (o sea, con longitud y latitud calculadas)
se identifican el camino mayor de los Persas, la ruta de la conquista de Alejandro Magno, el itinerario de Santo Tomás Apóstol hasta el golfo de Bengala, los de Marco Polo, el de Benedicti
Goes, el de Henrici Roth, las propias de Antonio de Andrade y
las rutas marítimas de los portugueses a Goa Macao y Diu.
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Austrias y Borbones
Felipe V de Borbón
Alcanzada la Corona de España y sus dominios en 1700,
la Casa de Borbón trae en
mente la idea de españolizarse para lo cuál ordena a la
Real Fábrica de Tapices de
Santa Bárbara, como primer
encargo, una amplia serie con
las más célebres escenas de
Don Quijote. Aquí le vemos
en el episodio del encuentro
de las damas del Vizcaíno.
Carlos II de Ausburgo
El día 3 de octubre de 1686, la
“Lloable Cofraria de L’Ofici de
Velluters” recibía del Rey Carlos
II, el título del Colegio del Arte
Mayor de la Seda, cuyos precedentes remontan a las Ordenanzas del Rey Fernando el
Católico en 1479. Pero que
ahora pasa a los productores y
tejedores de seda o velluters de
la condición de Oficio a la de
Arte Mayor, lo que significa elevar sus exigencias a un riguroso
examen de calidad y cinco años
de práctica de aprendiz a oficial y de aquí a Maestro.
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Carlos III
Establece la Cátedra de Pintura de flores para la seda en la Real Academia
de Bellas Artes de San Carlos. Ejemplo “Floreal” de J. Pinazo 1915 (página
derecha).
59
LA SEDERÍA
VALENCIANA
EN EL S. XVIII
LA “ESCUELA DE FLORES Y
ORNATOS” Y EL ARTE DE
LA SEDA EN VALENCIANA
El siglo XVIII constituyó el período de
mayor esplendor de la sedería valenciana. La intensa decadencia que experimentaron entonces los tradicionales
centros sederos castellanos y andaluces
y la existencia en sus inmediaciones de
una abundante producción de materia
prima, fueron los factores fundamentales
que determinaron que Valencia se convirtiese en el núcleo manufacturero más
importante de la sedería española dieciochesca. La expansión se vio favorecida,
además, por las medidas proteccionistas
adoptadas por la monarquía a principios
de la centuria.
La “Escuela de Flores y Ornatos” fue el organismo
oficial, dentro de la Real Academia de Bellas Artes
de San Carlos de Valencia que, desde su fundación
en el siglo XVIII, hasta su lenta y agónica desaparición ya bien entrado el siglo XIX, encauzó las dispersas voluntades de un nutrido grupo de artistas
que, en su actividad, lograron creaciones dignas de
mérito. La “Escuela de Flores y Ornatos aplicados a
los dibujos” no fue nunca un círculo cerrado a las
posibles innovaciones estéticas, pues si bien se fundamentó en el espíritu artístico vigente, el compás
de los tiempos fue recibiendo influencias nuevas
que, a su debida hora, hacen apuntar en aquella un
ligero prerromanticismo que se hace franco y decidido romanticismo en el siglo XIX.
La misma conclusión se obtiene si se examina la evolución de los telares anchos
existentes en la ciudad. Sin embargo, habiendo alcanzado hacia mediados del siglo
XVIII unas dimensiones muy considerables,
la sedería valenciana no logra posteriormente superar las deficiencias que impedían su definitiva modernización.
Ricardo Franch Benavent
60
LA PINTURA VALENCIANA DE FLORES
Estrechamente ligado a la actividad de las manufacturas sederas está un
sector personalísimo de la pintura europea: la especialidad de flores, exquisita y refinada actividad, surgida muchas veces de modo subsidiario
para proporcionar modelos que pudiesen ser aprovechados luego en la
decoración de las suntuosas telas de las manufacturas. Aunque para ser
utilizados en los talleres de tejido, los modelos habían de ser sometidos a
una obligada simplificación y a un tratamiento rítmico y repetitivo para el
cual era necesario el uso de la raqueta, los pintores y modelistas partían
siempre del estudio del natural y su repertorio de modelos florales era
enormemente rico, así como su conocimiento de las distintas especies,
observados en la minuciosidad y el rigor que -por otro lado, y al servicios
de otros intereses bien distintos-, mostraban los estudiosos de la historia
natural, que por los mismos años nos dejaron soberbias ilustraciones de
los tratados botánicos, en que tan pródigo fue el siglo XVIII.
Salvador Aldana Fernández
Alfredo E. Pérez Sánchez
61
Mosaico de
la Fama
EUROPA ÁFRICA
ASIA AMÉRICA
El Colegio del Arte Mayor de la Seda de Valencia conserva como suelo de la sala noble
el 'Gran pavimento de la Fama´ una de las
piezas más significativas de España en el
arte cerámico rococó que representa el
prestigio del trabajo bien hecho, alcanzando
aquí la fama de la Seda de Valencia, a todos
los continentes del mundo.
La Fama, diosa griega hija de Afrodita, se
encargaba de extender los rumores y los hechos de los hombres, y también los cotilleos, sin importarle si éstos eran ciertos o
no o si eran justos o negativos. Habitaba esquivamente entre las nubes provocando
desórdenes y malentendidos entre los mortales que solo consideraban, como mensajera de Zeus a la Buena Fama.
62
63
Joaquín Manuel Fos
Joaquín Manuel Fos fue hijo de un comerciante en sedas. Nació en Valencia en 1730, siguiendo la estela familiar sus
primeros años los vivió intensamente inbuído en el mundo de las telas de seda y su comercio, circunstancia que inexorablemente marcaría el rumbo de su vida.
Su carácter inquieto y aventurado, su ambición por igualar las producciones extranjeras y librar a España del gravamen
que tenía su importación, hizo que en marzo de 1752 urdiera toda una pantomima para así viajar de incógnito hacia
los lugares dónde, bajo secreto de fabricación, se estaba tejiendo el moaré. A caballo se dirigió desde la ciudad a Montolivete llegando a internarse en la Dehesa y allí, entre pinos, fingió su propia muerte. Se despojó de su ropa, la manchó
con sangre de gallo, no dudó en herir a su propio caballo y dirigiéndose a la playa se embarcó en una lancha que le
condujo a un laúd con destino Barcelona. En todo momento utilizó un nombre falso: José del Castillo. En Valencia ya
había llegado noticia de su muerte ante el rumor de que había sido provocada por una banda de roders que querían
robarle y hay quien dijo que su cuerpo se hallaba enterrado en El Saler.
Así comenzó la inquietante y apasionante aventura de este valenciano ilustrado, en pos de conseguir los secretos de
fabricación del moaré. Fábricas de Francia, Italia e Inglaterra fueron destino en los que Fos llegó a trabajar, sobornando,
espiando y tomando apuntes sobre la producción de la seda de moda. Lyon, Génova, Florencia, Nápoles, Roma, Londres,
e, incluso, ciudades orientales como Constantinopla, Damasco, Alepo o Candía, completarían su currículum viajero.
Fernando VI emitió, en junio de 1756, dos Órdenes Reales, una concediéndole diversas franquicias para la fabricación,
y la otra, reconociéndole su labor y ofreciéndole los honores de la Real Junta de Comercio y Moneda, nombrándole
prensador de la Real Casa y, posteriormente, marqués de San Joaquín, lo que le proporcionó distinción, notabilidad y
respeto.
Rafael Solaz Albert, Bibliófilo
65
Batallas
de Amor
La familia de Jean Le Viste –al igual que la seda- llegó
desde Lyon a París tras la guerra de los Cien Años y
Jean Le Viste, para dar prestigio a su valimiento ante
el rey Carlos VIII por el esplendor de su palacio –junto
a Cluny- encargó una serie de tapices de batallas con
su escudo de armas sobre las distintas escenas. Pero
su esposa Genevière (“Mon seul desir”) y su hija
Claude (Le Viste) se conjuraron para cambiar las escenas de sangre y muerte por la de las batallas de
amor que no usa otras armas que las de nuestros
cinco sentidos. Así, enamorando al joven pintor y con
riesgo de su vida, crearon la serie que mantenía la enseña heráldica de la familia para que la seducción del
amor sustituyera la dureza de la sangre.
La sorpresa del comitente (por un carísimo esfuerzo
cuya producción en Brujas llevó más de diez años de
trabajo) la resolvió el Rey que le hizo ministro, y en el
siglo XIX fue la tenaz George Sand célebre compañera
de Chopin- quien salvó los tapices y los hizo mundialmente célebres al lograr la creación del Museo de
Cluny o de la Moyen Age de la France.
66
67
Lyon : del motin al mural
Valencia: del motín al mural
velluters, 21 de enero de 1856
9 de abril de 1834
C’est nous les canuts
Nous sommes tout nus
«Vivre libre en travaillant,
ou mourir en combattant»
68
69
Patrimonio en peligro
El vacío de “la uniformidad” que rechaza Irina Bokova:
No hay testimonio más sangrante para la historia de la
cultura de la humanidad que ver vacía la hornacina que un día lucia la imagen de Buda con los
pliegues de la seda de su vestido batidos al
viento del valle de Bamiyan.
70
El problema en Palmira es que alberga las ruinas monumentales de una gran ciudad que fue uno de los centros culturales más importantes de la Antigüedad y que por ejemplo “su gran columnata, que es un ejemplo característico de
un tipo de estructura que representa
un logro artístico mayor” no pueden
ser trasladadas.
La importancia de Palmira para el
desarrollo de la guerra en Siria es crucial, ya que une el gran desierto del
este del país con Damasco. Pero más
aún es su importancia para la humanidad ya que según Irina Bokova “el
esplendor de las ruinas de Palmira da
testimonio de la realización estética
única de un oasis próspero de caravanas que entre los siglos I y III de nuestra era fue en ocasiones
independiente y en otras parte del
imperio romano”.
71
Años
Europa
Cronología de la seda
h. 1100 a.C. Fundación Cádiz
(Hispania)
h. 600 a.C. Argantonio,
Rey de Tártesos
h. 270 a.C. Roma domina Italia
h. 219 a.C. Saguntum:
II guerra púnica
h. 50 a.C. Aparición de la seda
en Roma
h. 9 a. C Augusto: Pax Romana
16 Primer decreto del Senado
contra el uso de la seda
140 Geografía de Ptolomeo
162-180 Reinado de Marco Aurelio
313 El cristianismo se convierte
en la religión oficial
395 Invasión de los hunos, que
atraviesan el Volga y el Don
434 Advenimiento de Atila
476 Fin del Imperio romano de
Occidente
622 Etimologías de S. Isidoro
72
Años
Oriente, Egipto, Persia
330 a.C. Alejandro Magno en India
150-224 a.C. Dinastía parta arsácida
124 a.C.-91 Mitrídates II aumenta el
Imperio parto hasta el
Éufrates y Armenia
64 a.C. Conquista de Siria por los
romanos
4-1 a C Nacimiento de Cristo
33 Crucifixion
70 Tito destruye Jerusalen
97 Viaje de Gan Ying, enviado
chino hasta el golfo Pérsico
115-117 Guerra entre los romanos
y los partos
224 Fin del Imperio parto
242 Principio de la predicación
de Mani
270 Zenobia, reina de Palmira
325 El Concilio de Nicea
condena a los partidarios
de Arriano
330 Constantinopla,
capital del Imperio
Años
Asia Central, India y Suereste
174 a.C. Los Yuezhi o indoescitas
abandonan China por Asia
Central
165 a.C. Los Yuezhi se instalan en
Bactriane
48 los Yuezhi invaden
Uzbekistán
100 Embajada india hacia Roma
157 Monedas romanas en
Madrás
163 El Imperio parto controla
las vías comerciales del
Occidente hacia las Indias y
el Extremo Oriente
381 Los reinos de Asia Central
continúan enviando un
tributo a China
550 El secreto de la seda es
difundido en el reino de
Khotan
563 Se excavan la grutas de
Bamiyan
567 Viaje de Sogdian Maniak a
la corte de Justino II
606-660 Regresión del budismo en
la India
Años
Años
China, Corea, Japón
221-210 a.C. Quin Shi Huangdi, primer
emperador de China
206-8 a.C. Dinastía de los Han
occidentales
100 a.C. Los reinos del Asia Central
presentan tributos a la
corte de China
65 Primera mención de una
comunidad budista
58-75 El emperador Ming envía
una embajada china a la
India
87 Embajada parta en China
166 Mercaderes “romanos”
en China
516-519 Introducción del
mazdeísmo en China
552 Introducción del budismo
en Japón
618-907 Dinastía de los Tang en
China
635 El Evangelio, introducido en
China por los nestorianos
710-794 Época de Nara en Japón
Europa
697 Elección del primer
dux de Venecia
711 Invasión árabe de España
752 Ruptura religiosa entre
Roma y Bizancio
800 Coronación de Carlomagno
858 Fundación de Vazelay
921 Viaje de Ibn Fadlaw de
Bagdad a la bocas del Volga
1031 Fin de los Omeya en España
1096-1099 Primera cruzada
1102 Oficina veneciana
en Tiro y Sidón
1165 Carta apócrifadel padre Juan
1226
1260-1269
Reinado de san Luis
Primer viaje de los Polo
Octava cruzada.
1270 Muerte de san Luis
1271-1272
Novena cruzada
Segundo viaje de los Polo
1271-1295 (con Marc
1285 Rabban Sauma visita
Italia y Francia
Años
Oriente, Egipto, Persia
350 Creación de industria textil
en el Imperio sasánida
431 El Concilio de Éfeso,
condena el nestorianismo
484 Difusión del nestorianismo
en Asia
537-565 Reinado de Justiniano
622 Mahoma huye a Medina
(hégira)
632 Muerte de Mahoma
634-642 Los árabes conquistan Siria
del Norte, la India y Egipto
661-750 Los Omeyas en Oriente
717 Sitio de Constantinopla por
los árabes
750-1258 Califato de los Abásidas
descendientes de Abbas,
tío de Mahoma
762 Fundación de Bagadad por
Al-Mansur
910 Abou de Siraf continúa la
Relación de China y la India
950 Redacción de Las mil y una
noche
1009 Destrucción del Santo
Sepulcro por Al-Hakim
Años
Asia Central, India y Suereste
629-645 Viaje de Xuanzang a Asia
Central y a la India
652 Conquista árabe de Bactriana
730-1273 Los musulmanes penetran
en la India
751 Victoria de los árabes sobre
los chinos en Talas, en el sur
del lago Balkhash
Años
China, Corea, Japón
758 Saqueo de Cantón por los
árabes
785-805 Compilación del geógrafo
Jia Dan sobre los itinerarios
entre Cantón y el golfo
Pérsico
794 Período Heian (Kyoto)
en Japón
763-821 Guerra chino-tibetana
845 Medidas tomadas contra el
budismo en China
802-850 Jayavaman II crea el
imperio Khmer
879 Saqueo de Cantón por
Huang Chao
851 Los tibetanos expulsados
por los chinos, vuelven a
ser dueños de Gansu
868 Sutra budista, primer libro
xilografiado conocido
descubierto en Dunhuang
916 Dificultad para emprender
las rutas de Asia Central,
ocupadas por los tibetanos
y los árabes
960 Los turcos karakanidas se
convierten al Islam
966-976 Última gran peregrinación
de los chinos a la India
1021 El sultan turco de Ghazni
invade Cachemira
907-960 Período de las cinco
dinastías en China
916-1125 Dinastía de los Liao en
Pekín
960-1127 Dinastía de los Songo del
norte en China
1004 Paz entre los Song y los Kitai
en China. Los Song deben
pagar un tributo anual en
sederías y en dinero
1090 Uso de la brújula marina
1127 Los Song se refugian en el
sur de Yangzi
1132 Hangzhou se convierte en
capital de los Song del sur
de China
73
Años
Europa
1298 El libro de las maravillas
1337-1433 Guerra de los Cien Años
1371 Redacción de los
Viajes de Jean Mandeville
1427 Los portugueses en
las Azores
1487-1488 Dias atraviesa el cabo de
Buena Esperanza
Años
Oriente, Egipto, Persia
1099 Toma de Antioquía y de
Jerusalén por los cruzados
1100 Creación del reino latino de
Oriente de Jerusalén
1110-1166 Al Idrsi, geógrafo árabe
1144 Conquista de Egipto por
Saladino, sultán ayubita
1187 Saladino reconquista
Jerusalén
1490 Jean La Viste encarga los
tapices de Dama y
Unicornio
1192 Tratado entre Saladino
y los cruzados
1492 Partida de Cristobal Colón
hacia el Nuevo Mundo
1204 Saqueo de Constantinopla
por los cruzados
1498 Vasco de Gama en Calcuta
1291 Cae el reino latino de
Oriente. Fin de las cruzadas
1540 Creación de la orden de los
Jesuitas
1537-1557 Peregrinación de Ferâo
Mendes Pinto
1700 Los Borbones en España
1721 Peste en Marsella
1790 Fos publica su Instruccion
Metódica de la Seda
1843 Creación del Musee de
Cluny
1834 Motines de la seda en Lyon
74
1314-1377 Ibn Batuta, viajero del Islam
1453 Los turcos toman
Constantinopla
1461 Los turcos toman
Trebizonda. Fin de Bizancio
1517 Los turcos toman
el Cairo por los turcos.
1820-1850 Persia bajo influencia
ruso-británica
1869 Apertura del Canal de Suez
Años
Asia Central, India y Suereste
1040-1090 Conquista de Anatolia por
los turcos seljecidas, desde
Turquestán hasta
el mar Egeo
1112-1152 Construcción
de Anghor-Vat principal
lugar de Asia patrimonio de
la Humanidad
1128-1133 Reino de los Karakitan en el
sur del Balkhash, el Kashgar
y Samarkanda.
1206 Temujin, dueño de
Mongolia, se hace
proclamar Gengis Khan
1221 Gengis Khan se apropia de
Khorezm, del Turquestán,
de Persia y saquea
Samarkanda
1227 Muere Gengis Khan.
Reparto de su Imperio
1245 Embajada de Jean Plan
Carpin a los mongoles
1251-1265 Hulagu, nieto de
Gengis Khan
1253-1255 Embajada de Guillermo de
Rubrouck a los mongoles
Años
China, Corea, Japón
1192 Instauracion del Shogunato
en Japón (aislamiento)
1215 Toma de Pekín
por Gengis Khan
1225 Descripción de los pueblos
bárbaros por Zhao Rugua
1260 Kublai Khan
en el trono mogol
1271-1368 Dinastía de los Yuan en
China
1276 Kublai, Khan
emperador de China
1342 Llega a China de Jean de
Montecorvino
Años
Europa
1852 La “pebrina” arrasa la seda
en Francia Y España
1856 Motines de la seda Valencia
1865 Pasteur descubre la causa
de la “pebrina”
1884 Chardonet patenta en Lyon
la seda artificial.
1914-1945 I y II Guerras mundiales
1945 Creación de Naciones
Unidas y de la UNESCO
1949 Nace la Union Europea
1969 El hombre en La Luna
1368-1398 Hongwn funda la disnastía
los Ming
1972 UNESCO crea la lista
“Patrimonio de la
Humanidad”
1517-1524 Embajada trágica de Tome
Pires en China
1987 UNESCO crea el programa
“Rutas de la Seda”
1549 Francisco Javier en Japón
1553 Los portugueses en Macao
1601-1610 Matteo Ricci en Pekín
1602-1607 Viaje jesuita Bento de Goes
1369 La Transaxiana,
conquistada por Tamerlán.
1644-1912 Los Quing última dinastía
en China
1370 Samarkanda capital
1839-1860 Guerras del opio en China
1989 Cae el muro de Berlin
(y se desintegra la URSS)
1996 La Lonja de Valencia
“patrimonio de la
Humanidad”
2007 La UNESCO crea la lista de
“patrimonio en peligro”
2015 Atentados por Mahoma
en Paris y Dinamarca
Años
Oriente, Egipto, Persia
1917 Declaracion Balfour sobre
Palestina
1914 -1920 Reparticion francobritanica de Oriente Medio
1925
Iran, Reza Pahlevi
1936 Faruk I: independencia
de Egipto
1948 Partición y primera guerra
arabe-israelí
1952 Nasser une Egipto y Siria
1953 Iran: Expulsión de
Mosaddeq
1979 Expulsión al Sha, Jomeini
dueño de Irán
1956-1967- Guerras de Israel
1973-1982 Guerras de Israel
1988 Guerra Irán-Irak
1990 Kuwait: I guerra del Golfo
2003 II guerra del Golfo muere
Sadam Husein
2011 Carrera nuclear iraní
Primavera árabe
2015 SIS implanta el Califato
entre Siria e Irak
Años
Asia Central, India y Suereste
1398 Tamerlan invade Pundjab
1498 Vasco de Gama en Calcuta
1501 Ismail, jefe de los chiítas
safávidas, toma el título de
Sha de Persia
1510 Los portugueses en Goa
1511 Alburquerque se apodera
de Malaca
1521 Magallanes en Filipinas
1550 Los portugueses describen
en templo de Brijadiswarar
1845 La totalidad de la India bajo
control de la Compañia
Británica de la Indias
Orientales
1857 El “motín cipayo” primera
guerra de independencia
india. India cae bajo control
directo Británico
1920-1940 Mahadma Gandhi moviliza
millores de personas con la
desobediencia civil
1947 Independencia de la India y
partición de Pakistán
2001 Afganistán: destrucción de
los Budas de Bamiyan
2004 Gran sunami en Indonesia
y Tailandia
Años
China, Corea, Japón
1854 El Comodoro Perry entra en
Japón
1866 Japón autoriza la
exportacion de gusanos
1868 Japon comienza la era Meijí
(apertura)
1905 Guerra ruso-japonesa
1941 Ataque a Pearl Harbour
1945 Bombas atómicas sobre
Hiroshima y Nagasaki
1949 Larga marcha de Mao
conquista China
1950-53 Guerra de las dos Coreas
1966 Revolucion Cultural en
China
1976 Muerte de Mao Zedong
1996 China primer productor de
seda del mundo
1999 Devolución a China de
Macao y Honh Kong
2008 Juegos Olimpicos de Pekin
2015 El presidente chino Xi
Jinping anuncia su proyecto
mundial para las RUTAS DE
LA SEDA como caminos de
paz y prosperidad
75
Azerbaiyán, ubicado entre Europa y Asia, se encuentra en la cruce de civilizaciones, culturas y religiones. Estamos entre Europa y Asia.
Por supuesto esta posición geográfica jugó un papel importante en la diversidad cultural de Azerbaiyán. Los representantes de diferentes
culturas, religiones y grupos étnicos durante siglos vivían en Azerbaiyán en paz y dignas condiciones como una familia. Estamos orgullosos
de que en los años de independencia estas tendencias positivas se hayan fortalecido. Basta con fijarse en los monumentos históricos
para ver claramente la diversidad cultural de Azerbaiyán.
Estamos orgullosos de nuestro legado cultural e histórico. Una de las mezquitas más antiguas del mundo, construida en el año 743,
está ubicada en la antigua ciudad azerbaiyana de Shemaja. Una de las más antiguas iglesias, la iglesia de los habitantes de Albania Caucásica, se encuentra cerca de otra ciudad antigua azerbaiyana - Shekí. Las iglesias ortodoxas y católicas, las sinagogas, el templo de los
adoradores del fuego - nuestro legado cultural- forman parte de nuestro legado cultural y estamos orgullosos de ello.
Hoy en Azerbaiyán viven los representantes de todas las religiones y grupos étnicos que hacen su aportación en los avances de nuestro
país. Creo que es uno de nuestros mayores legados. Estamos orgullosos de este hecho y celebramos diversos eventos culturales para
promover los valores de diversidad cultural, paz, cooperación y entendimiento mutuo. Pienso que para el fortalecimiento de las tendencias positivas en el mundo hay necesidad en la celebración de estos eventos, discusiones abiertas e intercambio de opiniones.
Lamentablemente los acontecimientos que tienen lugar en las diferentes partes del mundo son preocupantes. Somos testigos de unas
tendencias negativas. Por esta razón nosotros debemos abiertamente y sinceramente definir las medidas para el acercamiento de los
países, civilizaciones y religiones. Aliviar la tensión y la hostilidad es una de las cuestiones más importantes del orden del día internacional.
En nuestro país las tradiciones de multiculturalismo siempre han sido muy fuertes y, desde este punto de vista, la creación del Centro
Internacional del Multiculturalismo es un paso más de nuestro gobierno, encaminado para la promoción de estos valores.
No hay alternativas al multiculturalismo. Opino que la responsabilidad de los políticos, personas públicas, instituciones internacionales,
ONG y mas media en esta cuestión crece de día en día.
Por esta razón debemos promover unánimemente los valores del multiculturalismo. Sé que existen varios puntos de vista sobre este
asunto, a veces, incluso pesimistas. Pero el multiculturalismo da también muy buenos ejemplos, uno de los cuales es Azerbaiyán. Opino
que presentar el multiculturalismo como un concepto sin futuro es peligroso. Al contrario, si nosotros dejamos de unir nuestros esfuerzos, la situación se empeorará en el mundo. Por esta razón el ejemplo de los países como Azerbaiyán que es conocido mundialmente
como uno de los centros del multiculturalismo es un buen indicador de que el multiculturalismo está vivo y nosotros debemos estimular
las tendencias positivas. ¿Cuál es la alternativa? Las tendencias tan peligrosas como marginación, discriminación, xenofobia, islamofobia,
antisemitismo ya han llevado a las civilizaciones y pueblos hacia la catástrofe.
Siendo un país donde el multiculturalismo ya ha puesto sus raíces, intentamos jugar un papel adecuado en el escenario mundial para
promover los valores positivos. Azerbaiyán es un país que pertenece al mundo musulmán y tiene relaciones duraderas con Europa. La
primera república democrática en el Oriente musulmán fue establecida en el año 1918 en Azerbaiyán, a las mujeres inmediatamente
se les concedió el derecho a voto. Incluso mucho antes que en alguno países europeos. De esta manera la particularidad étnica y cultural,
así como la influencia europea han creado en común una atmósfera particular. Durante los siglos hemos conseguido preservar nuestros
valores.
76
Hoy Azerbaiyán es un digno miembro de la comunidad internacional, juega un papel positivo
en la región. Nuestras iniciativas están encaminadas al fortalecimiento de la colaboración regional. Se presta una atención especial a las cuestiones políticas y económicas relacionadas
con la seguridad energética. Nuestras iniciativas y proyectos ya han salido del marco regional, unen los países y continentes. Analizando las cuestiones de la seguridad energética, se
observa que Azerbaiyán ya está jugando un papel importante en la seguridad energética de
Europa. En lo que concierne a la infraestructura de transporte hoy nosotros reestablecimos
la histórica Ruta de Seda. Creamos un nuevo ferrocarril entre Asia y Europa. Nosotros invertimos no solo en el desarrollo económico y la infraestructura de transporte perfeccionada
sino también en los contactos internacionales. La Ruta de la Seda históricamente pasaba por
Azerbaiyán. Hoy estamos restableciendo esta ruta con la aplicación de las tecnologías modernas y ayuda de los estados vecinos. Todos nuestros proyectos relacionados con el desarrollo económico y social fortalecen la cooperación regional, el entendimiento mutuo entre los
pueblos y los países.
Junto a todo eso el papel que juega Azerbaiyán en el escenario internacional es altamente
valorado por la comunidad internacional. Estamos orgullosos de que un corto periodo de
tiempo, tras el restablecimiento de la independencia, Azerbaiyán con apoyo de 155 países
fue elegido miembro no permanente de la estructura más influyente internacional - el Consejo de la Seguridad de la ONU. Eso significa que nos ha apoyado la gran mayoría de la comunidad internacional. Voy a ser sincero: nosotros no tenemos relaciones activas con cada uno
de estos 155 países. Pero pienso que en un corto periodo de tiempo, tras el restablecimiento
de la independencia, nuestra actitud como un buen socio, valores comunes y postura independiente, basada en los intereses nacionales han formado una opinión positiva sobre nuestro país.
Anualmente, en Bakú, organizamos el Foro Humanitario Internacional, la Cumbre Internacional de los Líderes Religiosos. El Foro actual se organiza ya la tercera vez. Tras tres semanas
Azerbaiyán será anfitrión de los primeros Juegos Europeos. La decisión tomada a finales del
2012 fue muy sabia. La organización de los Juegos Europeos a la escala de los Juegos Olímpicos de verano ha sido un gran desafío. La decisión del Comité Europeo sobre la celebración
de los primeros Juegos Europeos con población musulmana es una de las decisiones más sabias tomadas en los últimos años. Nosotros acogeremos 6000 deportistas europeos. Ya estamos ultimando los preparativos. No se trata solo de un evento deportivo, sino un evento de
amistad y colaboración.
Para nosotros será una buena oportunidad de dar a conocer nuestro país y nuestra hospitalidad. Tras pasar dos años, vamos a acoger los Juegos de la Solidaridad Islámica. Durante dos
años en el mismo país, en la misma ciudad, se van a celebrar los Juegos Europeos y los Juegos
de la Solidaridad Islámica. La celebración de estos dos eventos durante dos años consecutivos,
en el mismo país, será un evento único en la historia deportiva europea.
H.E. ILHAM ALIYEV
Presidente de la República de Azerbaiyán
En 2008, por nuestra iniciativa se puso en
marcha “el proceso de Bakú”: reunir a los ministros de cultura del Consejo de Europa y a
los ministros de la Organización para la Cooperación Islámica. Azerbaiyán es uno de los
pocos países-miembros de las dos organizaciones. Más tarde, en 2009, en la reunión de los
ministros de cultura de la Organización para la
Cooperación Islámica fueron invitados los ministros de cultura del Consejo de Europa.
Todas nuestras iniciativas ya han sido denominadas “proceso de Bakú”. Hoy el “proceso de
Bakú” incluye las cuestiones de diálogo intercultural, el diálogo entre civilizaciones y el
multiculturalismo. Nosotros vamos a seguir
uniendo nuestros esfuerzos. Nos inspira el optimismo que los representantes de más de
100 países hayan venido a Bakú para discutir
las cuestiones muy importantes. Intentaremos
contribuir en la solución de las cuestiones de
paz, amistad y la diversidad cultural.
77
En la región esteparia de Asia Central en los primeros siglos del I milenio de nuestra era prosperaba la civilización nómada de escritos y
el pueblo saka, los monumentos de cultura que se han conservado hasta la actualidad. Especialmente impresionan los objetos de uso
corriente y los adornos, realizados de bronce y oro en “estilo animal”, extraídos desde montículos de diferentes regiones de Kazajstán.
La tumba de un guerrero sako de Oro sajoneses la más famosa por su integridad, belleza y elegancia, fue encontrada en ruinas de la ciudad de Issyk situada cerca de Almaty.
En los siglos posteriores en la estepa de Kazajstán moderno se formó fuerte el estado de los hunos que ha tenido una gran influencia
sobre el mapa geopolítico de este período. Estando bajo la amenaza de ataque de los soldados de los hunos de Atilla cae el Gran Imperio
Romano. Junto con las conquistas, los hunos han llevado a Europa los logros culturales, los que han ejercido papel importante en la formación de la persona culta en el aspecto moderno.
Las tribus túrquicas en los años posteriores han sido los sucesores de los hunos. Estas han creado varias grandes formaciones estatales
– kaganates – extendidas desde el mar Amarillo en Oriente, hasta el mar Negro en Occidente. Estos estados se diferenciaban por su
avanzada cultura para aquellos tiempos y se fundaban no solamente con el tipo de administración nómada sino también han creado
una original cultura de ciudad con su gran tradición comercial y artesana. En los oasis de Asia Central (territorio del sur de Kazajstán) se
han formado las ciudades y caravaneras por donde pasaba la famosa ruta de comercio, conocido como el Gran camino de Seda y que
era el punto de unión entre Bizancio y China.
La ruta de las caravanas a lo largo de río Syr-Daria, que llegaba hasta la Región del Mar de Aral y al Sur de Ural, también tenía la gran importancia. Asimismo, “la ruta de la martacebellina” pasando por el Centro de Kazajstán y Altai hasta las zonas del sur y del oeste de
Siberia. Gracias a esta ruta todo el Oriente Próximo y Europa recibía estas pieles de alto precio. En estas rutas se creaban grandes
ciudades y centros comerciales, entre ellos los más famosos son Otrar (Farab), Taraz, Kulan, Yassy (Turkestan), Sauran y Balasagun.
78
La Gran ruta de la Seda no sólo estimulaba el desarrollo del comercio
sino también ha servido como transformador de las ideas progresivas
en el ámbito de la ciencia y la cultura. La actividad de filosofo Al-Farabi
(870-959), nacido en el distrito de Farab, también pertenece a este período. En el Oriente lo llaman el Segundo Profesor, después de Aristóteles, por sus profundas investigaciones en el campo de la filosofía, la
astronomía, la teoría de música y la matemática. En el siglo XI vivía aquí
el famoso filólogo de lengua túrquica, Majmud Kashgari, autor del “Diccionario de los adverbios turcos” en tres volúmenes, en el que esta presentada la síntesis de toda la experiencia literaria y folklórica de los
pueblos túrquicos. Aquí mismo ha nacido “Kutadgu Bilig” del famoso
poeta y filósofo Yusup Balasaguni, que estaba en los orígenes de las
ideas sociales, políticas y éticas modernas. Al siglo XII pertenece la actividad de un poeta-sufia Jodja Ahmad Yasavi, famoso en todo el mundo
musulmán. Él es el autor de ideas poéticas “Divan-i-Jikmet” (“El libro de
la sabiduría”). Especialmente hay que señalar el hecho de las búsquedas
religiosas intensivas y multifacéticas en la región. Cabe señalar la existencia pacífica de un gran número de confesiones religiosas a lo largo
de los siglos. Entre ellos se encuentran los monasterios budistas, las comunidades zoroástricas y la corriente cristiana de orientación nestoriana, las mezquitas musulmanas y las órdenes de sufís. De una forma
fuera de lo común, todos ellos combinaban sus predicamentos con las
ideas tradicionales de los pueblos túrquicos – el Tengrianstvo (culto del
Cielo y otros elementos naturales). Posteriormente esta amalgama de
ideas ha ejercido una gran influencia sobre el aspecto de la concepción
de mundo de los kazajos.
BAKYT DYUSSENBAYEV
Embajador de Kazajstán
La arquitectura de ciudad ha sido el patrimonio más relevante en aquellos tiempos. Los monumentos de la arquitectura – el mausoleo de Aristan Bab, de gran sufia Jodja
Ahmad Yasaví (Turkestán) y Aisha Bibí (Taraz) se han conservado hasta la actualidad. Junto a ello los más antiguos
nómadas de la región han sido los inventores de la yurta
(tienda de campaña en forma de cúpula, ligera y transportable, construida de rejas de madera y fieltro). Este tipo de
vivienda ha sido perfecto para su modo de vida cotidiana
y para su percepción del mundo.
79
Turquía es uno de los países más importantes por los que pasa la Ruta de la Seda, que es el camino más largo y antiguo de la Historia, y
fue utilizado de manera activa desde el siglo II hasta el XVIII. El hecho de que cerca de 20.000 kilómetros del camino pasaran por una
geografía donde vivía gente de origen turco es otro factor por el que los turcos conceden gran importancia a la ruta.
Un ejemplo de esto es la expresión: “En el universo hay dos grandes vías: una es la vía Láctea en el cielo, la otra es la Ruta de la Seda en
la tierra”.
A lo largo de la Historia, la Ruta de la Seda sirvió para comunicar este y oeste, norte y sur. Asimismo, unió las geografías donde vivían
diferentes civilizaciones, culturas y pueblos de diversas razas, lenguas y religiones, y sirvió de puente para acercarlos y reunirlos alrededor
de actividades principalmente políticas, comerciales, económicas, sociales y culturales.
Turquía apoya las iniciativas que se toman para reactivar la histórica Ruta, y está convencido de que los proyectos como “la Cinta Económica de la Ruta de la Seda” y “la Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI” la convertirán en una vía comercial moderna y un espacio de
cooperación económica, que realizará una considerable aportación económica a todos los países que atraviesa, y que producirá un acercamiento aún más estrecho entre economías, países y pueblos.
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Ömer ÖNHON
Embajador de Turquía en Madrid
Por otro lado, otros factores que también contribuirán a ello son la inauguración en 2013 de Marmaray, que une el continente de Asia con Europa por
debajo del estrecho de Bósforo; la puesta en marcha en breve de la línea ferroviaria Baku-Tbilisi-Kars, cuya construcción está a punto de acabar; y la
construcción de 14.000 kilómetros de vías férreas, 10.000 de los cuales serán
de alta velocidad, que la República de Turquía planea llevar a cabo hasta el
año 2023, cuando se conmemorará el centenario de la fundación del país.
Aprovecho la ocasión para expresar mi deseo de que la actividad titulada
“Multaqa 2015”, llevada a cabo por la Oficina de Valencia de UNESCO con el
tema de la Ruta de la Seda, contribuya a una mayor difusión del significado
que tiene dicha Ruta para los pueblos de Asia y Europa. También me gustaría
agradecer a todos los que han hecho un gran esfuerzo para realizar dicha actividad, en especial, al Sr. D. José Manuel Gironés, Presidente de UNESCO Valencia, y al Sr. D. José María Chiquillo, Senador y Coordinador de España de
la Ruta de la Seda de UNESCO.
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Fistulatores et
Tubicinatores Valentini
Primer Meeting of the UNESCO
Silk Road Online
Platform Focal Points en Xi’an
(China) - 22-25 mayo 2015
Francisco L. Barrios,
Sesión de inauguración
Foto de familia con IRINA BOKOVA, Directora General de UNESCO
John Wang, Ali Moussa y José Mª Chiquillo
Piccolo
Marina Comes,
Flauta
Ana Mª. Madolell,
Flauta
Laura Almonacid,
Oboe
Regina Llobell,
Corno Inglés
Aitor Aleixandre,
Fagot
Rosa García,
Fagot
Omar Escobar,
Trompeta
Càndid Sancho,
Trompeta
Salvador Juan,
Trompa
Manuel Gómez,
Trombón
Director: Ramón Ramírez
Programa
Tocatas para ministriles (inéditas)
Anónimo (Catedral de Valencia)
Batalla Imperial
Juan Bta. Cabanilles (1644-1712)
El Presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev
en la sesión de apertura
1ª fila Presidencia 2ª fila Koichiro Matsuura
3ª fila Delegación de Valencia
José Mª Chiquillo,
Annick Thébia y Doudou Diène
Ramón Ramírez Beneyto
Es Doctor en Musicología y Master en Estética y Creatividad Musical por la Universitat
de València. Realizó sus estudios en los Conservatorios Superiores de Música de Valencia y Alicante y bajo la tutela de los
maestros Eduardo Cifre, José Ferríz y Manuel Galduf obtuvo los títulos Superiores de
Profesor de Solfeo Teoría y Transposición,
Percusión, Canto Lírico, Clarinete y Dirección de Coros. Es Diplomado en Pedagogía
Musical Kodály por la Universidad Dunakanyar de Eztergom (Hungría). Estudió Canto
gregoriano en la Abadía benedictina de
Santo Domingo de Silos e interpretación de
música antigua con Esperion XX en la Seu d’Urgell.
Como director ha estado al frente de diversos coros y orquestas vocacionales
de la Comunidad Valenciana y fue Director Titular del grupo profesional de
solistas Pro Musica instrumentali ensemble con el que dirigió más de noventa
conciertos por toda España- de la Sociedad Musical “La Primitiva Setabense”
de Xàtiva y de la Banda y Orquesta del Ateneo Musical y de Enseñanza “Banda
Primitiva de Llíria”.
Tiene grabados diversos Cds con las compañías World Wind Music, Gadinet
y Dial Discos entre otros. Ha grabado también para RNE, RTVE, C9 Radio,
Radio Netherland, RAI, Radio Televisión francesa, etc.
Desde 1984 es Profesor de Orquesta y Coro del Conservatorio Superior de Música de Valencia donde ha estado al frente musicalmente durante diez años del
“Taller de Ópera. Ha sido profesor de Orquesta y Coro en el Conservatorio Superior de Castelló y de Dirección Coral e Instrumental en el Conservatori Superior
de Música de les Illes Balears. Desde 2005 es profesor de Didáctica de la Expresión musical en la Facultad de Psicología, Magisterio y CC. de la Educación de la
Universidad Católica de Valencia “San Vicente Mártir”.
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Seda
Palabras como de seda:
Estas páginas son un homenaje al gran
escritor Alessandro Baricco.
Nos deja, como afirma, no una novela
sino mucho más y por ello creemos que
merece perdurar y llegar a todos los
corazones y mentes que quieren emprender
el viaje por sus páginas.
Con agradecimiento así mismo a Ediciones
Anagrama por su difusión.
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1
Aunque su padre había imaginado para él un brillante porvenir en el ejército,
Hervé Joncour había acabado ganándose la vida con una insólita ocupación,
tan amable que, por singular ironía, traslucía un vago aire femenino. Para vivir,
Hervé Joncour compraba y vendía gusanos de seda.
Era 1861. Flaubert estaba escribiendo Salammbô, la luz eléctrica era todavía
una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo
en una guerra cuyo final no vería.
Hervé Joncour tenía treinta y dos años.
Compraba y vendía.
Gusanos de seda.
2
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Para ser más precisos, Hervé Joncour compraba y vendía los gusanos de seda
cuando ser gusanos de seda consistía en ser minúsculos huevos, de color amarillo o gris, inmóviles y aparentemente muertos.
Sólo en la palma de la mano se podían sostener millares.
“Es lo que se dice tener una fortuna al alcance de la mano.”
A principios de mayo los huevos se abrían, liberando una larva que, tras treinta
días de enloquecida alimentación a base de hojas de morera, procedía a recluirse nuevamente en un capullo, para evadirse luego del mismo definitivamente dos semanas más tarde, dejando tras de sí un patrimonio que, en seda,
se podía calcular en mil metros de hilo en crudo y, en dinero, en una buena
cantidad de francos franceses; siempre y cuando todo ello acaeciera según las
reglas y, como en el caso de Hervé Joncour, en alguna región de la Francia meridional.
Lavilledieu era el nombre del pueblo en que Hervé Joncour vivía.
Hélène, el de su mujer.
No tenían hijos.
3
4
Para evitar los daños de las epidemias que cada vez más a menudo sufrían los
viveros europeos, Hervé Joncour se lanzaba a comprar los huevos de gusano de
seda más allá del Mediterráneo, en Siria y en Egipto. En esto consistía la parte
más exquisitamente aventurada de su trabajo. Cada año, a principios de enero,
partía. Atravesaba mil seiscientas millas de mar y ochocientos kilómetros de tierra.
Seleccionaba los huevos, discutía el precio, los compraba. Después, retornaba,
atravesaba ochocientos kilómetros de tierra y mil seiscientas millas de mar y volvía
a Lavilledieu, generalmente el primer domingo de abril, generalmente a tiempo
para la misa mayor.
Trabajaba todavía dos semanas más para preparar los huevos y venderlos.
Durante el resto del año, descansaba.
-¿Cómo es África?- le preguntaban.
-Cansa.
Tenía una gran casa en las afueras del pueblo y un pequeño taller en el centro,
justo frente a la casa abandonada de Jean Berbeck.
Jean Berbeck había decidido un día que no hablaría nunca más. Mantuvo su
promesa. Su mujer y sus dos hijas lo abandonaron. Él murió. Nadie quiso su
casa, así que ahora era una casa abandonada.
Comprando y vendiendo gusanos de seda, las ganancias de Hervé Joncour ascendían cada año lo suficiente como para procurarse a sí mismo y a su mujer
esas comodidades que en provincias se tiende a considerar lujos. Gozaba discretamente de sus posesiones y la perspectiva, verosímil, de acabar siendo realmente
rico le dejaba completamente indiferente. Era, por lo demás, uno de esos hombres
que prefieren asistir a su propia vida y consideran improcedente cualquier aspiración a vivirla.
Habrán observado que son personas que contemplan su destino de la misma
forma en que la mayoría acostumbra contemplar un día de lluvia.
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Si se lo hubieran preguntado, Hervé Joncour habría respondido que su vida continuaría de ese modo para siempre. A inicios de los años sesenta, sin embargo, la
epidemia de pebrina que había destruido los huevos de los cultivos europeos se
extendió a través del mar, alcanzando a África y, según algunos, incluso a la India.
Hervé Joncour volvió de su habitual viaje, en 1861, con un cargamento de huevos
que se reveló, dos meses después, casi completamente infectado. Para Lavilledieu,
como para muchas otras ciudades que basaban su riqueza en la producción de
seda, aquel año parecía representar el principio del fin. La ciencia se mostraba incapaz de comprender las causas de la epidemia. Y todo el mundo, hasta en las regiones más alejadas, parecía prisionero de aquel sortilegio sin explicación.
-Casi todo el mundo –dijo en voz baja Baldabiou–. Casi –vertiendo dos dedos de
agua en su Pernod.
Baldabiou era el hombre que veinte años atrás había llegado al pueblo, se había encaminado directamente al despacho del alcalde,
había entrado allí sin hacerse anunciar, había depositado sobre su
mesa una bufanda de seda de color dorado y le había preguntado
-¿Sabéis qué es esto?
-Cosas de mujeres.
-Error. Cosas de hombres: dinero.
El alcalde hizo que lo echaran a la calle. Él construyó una hilandería
junto al río, una cabaña para la cría de los gusanos de seda al abrigo
del bosque y una pequeña iglesia consagrada a Santa Inés en el cruce
con la carretera de Vivier. Contrató a una treintena de trabajadores,
hizo llegar desde Italia una misteriosa máquina de madera, llena de
ruedas y engranajes, y no dijo nada más durante siete meses. Después volvió a ver al alcalde, depositando sobre su mesa, bien ordenados, treinta mil francos en billetes grandes.
-¿Sabéis qué es esto?
-Dinero.
-Error. Es la prueba de que sois un idiota.
Después los recogió, se los metió en la bolsa y se dispuso a marcharse.
El alcalde lo detuvo.
-¿Qué demonios tengo que hacer?
-Nada y seréis el alcalde de un pueblo rico.
Cinco años después Lavilledieu tenía siete hilanderías y se había convertido en uno de los principales centro europeos de cría de gusanos
y de producción de seda.
No todo era propiedad de Baldabiou. Otros notables y terratenientes
de la zona le habían seguido en aquella curiosa aventura empresarial.
A cada uno de ellos, Baldabiou le había revelado, sin más problemas,
los secretos del oficio. Eso lo divertía mucho más que ganar dinero a
espuertas. Enseñar. Y tener secretos que
contar. Así era aquel hombre.
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Baldabiou era, también, el hombre que ocho años antes había cambiado la vida de Hervé Joncour. Eran los tiempos en que las primeras
epidemias habían empezado a afectar a la producción europea de
huevos de gusanos de seda. Sin alterarse, Baldabiou había estudiado
la situación y había llegado a la conclusión de que el problema no
podía ser resuelto, sino que debía ser evitado. Tenía una idea, sólo
le faltaba el hombre adecuado. Se dio cuenta de que lo había encontrado cuando vio a Hervé Joncour pasar por delante del café de
Verdun, tan elegante con su uniforme de alférez de infantería y orgulloso de su porte de militar de permiso. Tenía veinticuatro años
en aquel entonces.
Baldabiou lo invitó a su casa, abrió delante de él un atlas repleto de
nombres exóticos y le dijo
-Felicidades. Por fin has encontrado un trabajo serio, muchacho.
Hervé Joncour estuvo escuchando toda una historia que hablaba de gusanos de seda, de huevos, de pirámides y de viajes en barco. Luego dijo
-No puedo.
-¿Por qué?
-Dentro de dos días se me acaba el permiso, tengo que volver a París.
-¿Carrera militar?
-Sí. Así lo ha decidido mi padre.
-Eso no es ningún problema.
Cogió a Hervé Joncour y lo llevó hasta su padre.
-¿Sabéis quién es éste? –le preguntó tras haber entrado en su despacho sin hacerse anunciar.
-Mi hijo.
-Fijaos bien.
El alcalde se recostó contra el respaldo de sillón de piel, mientras
empezaba a sudar.
-Mi hijo Hervé, que dentro de dos días volverá a París, donde le espera una brillante carrera en nuestro ejército, si Dios y Santa Inés
lo quieren.
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-Exacto. Sólo que Dios está ocupado en otra parte y Santa Inés detesta a los militares.
Un mes después, Hervé Joncour partió hacia Egipto.
Viajó en un barco que se llamaba Adel. Hasta los camarotes llegaba
el olor de la cocina, había un inglés que decía que había combatido
en Waterloo, la noche del tercer día vieron delfines que brillaban
en el horizonte como olas embriagadas, en la ruleta salía siempre
el número dieciséis.
Volvió dos meses después –el primer domingo de abril, a tiempo para
la misa mayor- con millares de huevos conservados entre algodones en
dos grandes cajas de madera. Tenía un montón de cosas que contar.
Pero lo que le dijo Baldabiou, cuando quedaron solos, fue
-Háblame de los delfines.
-¿De los delfines?
Así era Baldabiou.
Nadie sabía cuántos años tenía.
-Casi todo el mundo –dijo en voz baja Baldabiou-. Casi –vertiendo dos dedos de agua en su Pernod.
Noche de agosto, después de medianoche. A aquella hora, normalmente, Verdun ya habría cerrado desde hacía rato. Las sillas
estaban colocadas boca abajo, en orden, sobre las mesas. Había limpiado la barra y todo lo demás. No faltaba más que apagar la
luz y cerrar. Pero Verdun esperaba: Baldabiou estaba hablando.
Sentado frente a él, Hervé Joncour, con un cigarrillo apagado entre los labios, escuchaba, inmóvil. Como ocho años antes, dejaba
que aquel hombre reescribiera ordenadamente su destino. La voz le llegaba débil y nítida, escandida por periódicos sorbos de
Pernod. No se detuvo durante minutos y minutos. La última cosa que le dijo fue -No hay elección. Si queremos sobrevivir, tenemos
que llegar hasta allí.
Silencio.
Verdun, apoyado en la barra, levantó la mirada hacia los dos.
Baldabiou se empeñó en encontrar todavía un sorbo más de Pernod en el fondo del vaso.
Hervé Joncour dejó el cigarrillo en el borde de la mesa antes de decir
-¿Y dónde quedaría, exactamente, ese Japón?
Baldabiou levantó el extremo de su bastón, apuntando con él más allá de los tejados de Saint-August.
-Siempre recto.
Dijo.
-Hasta el fin del mundo.
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En aquellos tiempos, Japón estaba, en efecto, en la otra punta del mundo. Era
una isla compuesta por islas, y durante doscientos años había vivido completamente separada del resto de la humanidad, rechazando cualquier contacto con
el continente y prohibiendo el acceso a todo extranjero. La costa china distaba
de casi doscientas millas, pero un decreto imperial se había encargado de mantenerla todavía más alejada, prohibiendo en toda la isla la construcción de barcos
con más de un mástil. Según una lógica, a su manera, ilustrada, la ley no prohibía,
sin embargo, la expatriación, pero condenaba a muerte a los que intentaban regresar. Los mercaderes chinos, holandeses e ingleses habían intentado repetidas
veces romper con aquel absurdo aislamiento, pero sólo habían logrado crear una
frágil y peligrosa red de contrabando. Habían ganado poco dinero, muchos problemas y algunas leyendas, buenas para contar en los
puertos por las noches. Donde ellos habían fracasado, tuvieron éxito, gracias a la fuerza de las
armas, los americanos. En julio de 1853 el almirante Matthew C. Perry entró en la bahía de
Yokohama con una moderna flota de buques
de vapor y entregó a los japoneses un ultimátum en el que se “auspiciaba” la apertura de la
isla a los extranjeros.
Nunca antes habían visto los japoneses una embarcación capaz de surcar el mar con el viento en contra.
Cuando, siete meses después, Perry volvió para recibir la
respuesta a su ultimátum, el gobierno militar de la isla se avino a
firmar un acuerdo que sancionaba la apertura a los extranjeros de dos puertos
en el norte del país y el establecimiento de las primeras, mesuradas, relaciones
comerciales. El mar que rodea esta isla -declaró el almirante con cierta solemnidad- es desde hoy mucho menos profundo.
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Baldabiou conocía todas esas historias. Sobre todo conocía una leyenda que se oía repetidas veces entre quienes habían estado tan lejos.
Decía que en aquella isla se producía la seda más bella del mundo. Lo hacían desde hacía más de mil años, según ritos y secretos que habían
alcanzado una mística exactitud. Lo que Baldabiou pensaba es que no se trataba de una leyenda, sino de la pura y simple verdad. Una vez
había tenido entre sus dedos un velo tejido con hilo de seda japonés. Era como tener la nada entre los dedos. Así, cuando parecía que todo
se iba al diablo por aquella historia de la pebrina y de los huevos enfermos, lo que pensó fue: “Esa isla está llena de gusanos de seda. Y una
isla a la que en doscientos años no han conseguido llegar ni un comerciante chino ni un asegurador inglés es una isla a la que no llegará
nunca ninguna enfermedad”.
No se limitó a pensarlo: se lo dijo a todos los productores de seda de Lavilledieu, después de haberlos convocado en el café de Verdun.
Ninguno de ellos había oído jamás hablar del Japón.
-¿Tendremos que atravesar el mundo para ir a comprar unos huevos como Dios manda a un lugar donde si ven a un extranjero lo ahorcan?
-Lo ahorcaban –puntualizó Baldabiou.
No sabían qué pensar. A alguno se le ocurrió una objeción.
-Habrá algún motivo por el cual a nadie en el mundo se le ha ocurrido ir hasta allí a comprar los huevos.
Baldabiou podía haberse pavoneado recordando que en el resto del mundo no había ningún otro Baldabiou. Pero prefirió presentar las
cosas tal como eran.
-Los japoneses se han resignado a vender su seda. Pero los huevos, ésa es otra historia. Los huevos no los sueltan. Y si intentas sacarlos de la
isla estás cometiendo un crimen.
Los productores de seda de Lavilledieu eran, quien más quien menos, gente de bien, y nunca habrían pensado en infringir ninguna de las
leyes de su país. La hipótesis de hacerlo en la otra punta del mundo, sin embargo, les pareció razonablemente sensata.
Era 1861. Flaubert estaba acabando Salammbô, la luz
eléctrica era todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en
una guerra cuyo final no vería. Los criadores de gusanos de seda de Lavilledieu se unieron en consorcio
y recogieron la cantidad, considerable, necesaria para
la expedición. A todos les pareció lógico confiarla a
Hervé Joncour. Cuando Baldabiou le pidió que aceptara, él respondió con una pregunta. -¿Y dónde quedaría, exactamente, ese Japón?
Siempre recto. Hasta el fin del mundo.
Partió el seis de octubre. Solo.
A las puertas de Lavilledieu abrazó a su mujer Hélène
y le dijo simplemente
-No debes tener miedo de nada.
Era una mujer alta, se movía con lentitud, tenía un
largo cabello negro que nunca recogía en la cabeza.
Tenía una voz bellísima.
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Hervé Joncour partió con ochenta mil francos de oro y los
nombres de tres hombres que le proporcionó Baldabiou:
un chino, un holandés y un japonés. Cruzó la frontera
cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera, entró en
Austria, llegó en tren a Viena y Budapest, para proseguir
después hasta Kiev. Recorrió a caballo dos mil kilómetros
de estepa rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó
durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, al que la
gente del lugar llamaba mar.
Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera
china hasta el océano, y cuando llegó al océano se detuvo
en el puerto de Sabirk durante once días, hasta que un
barco de contrabandistas holandeses le llevó a Cabo Teraya,
en la costa oeste del Japón. A pie, viajando por caminos,
atravesó las provincias de Ishikawa, Toyama, Niigata, entró
en la de Fukushima y llegó a la ciudad de Shirakawa, la
rodeó por el lado este, esperó durante dos días a un hombre vestido de negro que le vendó los ojos y lo llevó hasta
una aldea en las colinas, donde permaneció una noche, y
a la mañana siguiente negoció la compra de los huevos con
un hombre que no hablaba y que llevaba la cara cubierta
con un velo de seda. Negra. Al anochecer escondió los huevos entre sus maletas, dio la espalda al Japón y se dispuso
a emprender el camino de vuelta.
Apenas había dejado atrás las últimas casas del pueblo
cuando un hombre lo alcanzó, corriendo, y lo detuvo. Le
dijo algo en tono excitado y perentorio, después lo acompañó de vuelta, con cortés firmeza.
Hervé Joncour no hablaba japonés, ni era capaz de entenderlo. Pero comprendió que Hara Kei quería verlo.
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Se descorrió un panel de papel de arroz y Hervé Joncour
entró. Hara Kei estaba sentado con las piernas cruzadas
en el suelo, en la esquina más alejada de la habitación.
Vestía una túnica oscura, no llevaba joyas. El único
signo visible de su poder era una mujer tendida junto
a él, inmóvil, con la cabeza apoyada en su regazo, los
ojos cerrados, los brazos escondidos bajo el amplio vestido rojo que se extendía a su alrededor, como una
llama, sobre la estera color ceniza. Él le pasaba lentamente una mano por los cabellos: parecía acariciar el
pelaje de un animal precioso y adormecido.
Hervé Joncour atravesó la habitación, esperó una señal
del anfitrión, y se sentó frente a él.
Permanecieron en silencio, mirándose a los ojos. Entró
un sirviente, imperceptible, y dejó frente a ellos dos
tazas de té. Después desapareció en la nada. Entonces
Hara Kei empezó a hablar, en su lengua, con una voz
cantarina que se diluía en una especie de falsete fastidiosamente artificioso. Hervé Joncour escuchaba. Mantenía sus ojos fijos en los de Hara Kei y sólo por un
instante, casi sin darse cuenta, los bajó hasta el rostro
de la mujer.
Era el rostro de una muchacha joven.
Volvió a levantarlos.
Hara Kei se detuvo, levanto una de las tazas de té, la
llevó a los labios, dejó pasar unos instantes y dijo
-Intentad explicarme quién sois.
Lo dijo en francés, arrastrando un poco las vocales, con
una voz ronca, veraz.
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Al hombre más inexpugnable del Japón, al amo de todo lo que el mundo conseguía arrancar de aquella isla, Hervé Joncour intentó explicarle
quién era. Lo hizo en su lengua, hablando lentamente, sin saber con precisión si Hara Kei era capaz de entenderlo. Instintivamente renunció
a cualquier clase de prudencia, refiriendo simplemente, sin invenciones y sin omisiones, todo aquello que era cierto. Exponía uno tras otro
pequeños detalles y cruciales acontecimientos con la misma voz y con gestos apenas esbozados, imitando el hipnótico discurrir, melancólico
y neutral, de un catálogo de objetos salvados de un incendio. Hara Kei escuchaba, sin que la sombra de un gesto descompusiera los rasgos
de su rostro. Mantenía los ojos fijos en los labios de Hervé Joncour como si fueran las últimas líneas de una carta de despedida. En la
habitación todo estaba tan silencioso e inmóvil que pareció un hecho desmesurado lo que acaeció inesperadamente, y que sin embargo no
fue nada.
De pronto,
sin moverse lo más mínimo,
aquella muchacha
abrió los ojos.
Hervé Joncour no dejó de hablar, pero bajó la mirada instintivamente hacia ella y lo que vio, sin dejar de hablar, fue que aquellos ojos no
tenían sesgo oriental, y que se hallaban dirigidos, con una intensidad desconcertante, hacia él: como si desde el inicio no hubieran hecho
otra cosa, por debajo de los párpados. Hervé Joncour dirigió la mirada a otra parte con toda la naturalidad de que fue capaz, intentando
continuar su relato sin que nada en su voz pareciera diferente. Se interrumpió sólo cuando sus ojos repararon en la taza de té posada en el
suelo frente a él. La cogió de una mano, la llevó hasta los labios y bebió lentamente. Reemprendió su relato, mientras la posaba de nuevo
frente a sí.
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Francia, sus viajes por mar, el perfume de las moreras en Lavilledieu, los trenes de vapor, la voz de
Hélène Joncour continuó contando su vida como
nunca en su vida lo había hecho. Aquella muchacha continuaba mirándolo con una violencia que
imponía a cada una de sus palabras la obligación
de sonar memorables. La habitación parecía ahora
haber caído en una inmovilidad sin retorno
cuando de improviso, y de forma absolutamente
silenciosa, la joven se sacó una mano de debajo del
vestido, deslizándola sobre la estera ante ella. Hervé
Joncour vio aparecer aquella mancha pálida en los
límites de su campo visual, la vio rozar la taza de
té de Hara Kei y después, absurdamente, continuar
deslizándose hasta asir sin titubeos la otra taza,
que era inexorablemente la taza en que él había
bebido, alzarla ligeramente y llevarla hacia ella.
Hara Kei no había dejado ni un instante de mirar
inexpresivamente los labios de Hervé Joncour.
La muchacha levantó ligeramente la cabeza.
Por primera vez apartó los ojos de Hervé Joncour y
los posó sobre la taza.
Lentamente, le dio la vuelta hasta tener sobre los
labios el punto exacto en el que él había bebido.
Entrecerrado los ojos, bebió un sorbo de té.
Alejó la taza de los labios.
La deslizó hasta el lugar donde la había cogido.
Hizo desaparecer la mano bajo el vestido.
Volvió a apoyar la cabeza en el regazo de Hara Kei.
Los ojos abiertos, fijos en los de Hervé Joncour.
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Hervé Joncour todavía habló largo rato. Se detuvo sólo cuando Hara Kei dejó de posar sus ojos sobre él y esbozó una inclinación con la cabeza.
Silencio.
En francés, arrastrando un poco las vocales, con voz ronca y veraz, Hara Kei dijo
-Si así lo deseáis, me gustaría veros de nuevo.
Sonrió por vez primera.
-Los huevos que os lleváis son huevos de pescado, no valen casi nada.
Hervé Joncour bajó la mirada. Su taza de té estaba allí, frente a él. La cogió y empezó a darle la vuelta y a observarla, como si estuviera
buscando algo en la arista coloreada del borde.
Cuando encontró lo que buscaba, apoyó los labios y bebió hasta el fondo. Después dejó la taza frente a sí y dijo
-Lo sé.
Hara Kei rió divertido.
-¿Por eso habéis pagado con oro falso?
-He pagado lo que he comprado.
Hara Kei se puso serio.
-Cuando salgáis de aquí, tendréis lo
que deseáis.
-Cuando salga de esta isla vivo, recibiréis el oro que os pertenece. Tenéis mi palabra.
Hervé Joncour ni siquiera esperó la
respuesta. Se levantó, dio unos pasos
hacia atrás, después se inclinó.
La última cosa que vio, antes de
salir, fueron los ojos de ella, fijos en
los suyos, completamente mudos.
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Seis días después Hervé Joncour se embarcó, en Takaoka, en un barco de contrabandistas holandeses que lo llevó hasta Sabirk. Desde
allí ascendió por la frontera china hasta el lago Baikal, atravesó cuatro mil kilómetros de tierra siberiana, superó los Urales, llegó hasta
Kiev y recorrió en tren toda Europa, de este a oeste, hasta entrar, después de tres meses de viaje, en Francia. El primer domingo de abril
–justo a tiempo para la misa mayor- llegó a las puertas de Lavilledieu. Se detuvo, dio gracias al Señor, y entró en el pueblo a pie, contando
sus pasos, para que cada uno tuviera un nombre, y para no olvidarlos nunca más.
-¿Cómo es el fin del mundo? –le preguntó Baldabiou.
-Invisible.
A su mujer, Hélène, le trajo de regalo una túnica de seda que ella, por pudor, nunca se
puso. Si se sostenía entre los dedos, era como coger la nada.
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Los huevos que Hervé Joncour había traído del Japón –
pegados a centenares sobre pequeñas láminas de corteza
de morera- se revelaron completamente sanos. La producción de seda, en la zona de Lavilledieu, fue aquel año
extraordinaria, tanto en cantidad como en calidad.
Se decidió la apertura de dos nuevas hilanderías, y Baldabiou hizo construir un claustro junto a la pequeña iglesia de Santa Inés. No está claro por qué, pero se lo había
imaginado redondo, por lo que confió el proyecto a un
arquitecto español que se llamaba Juan Benítez y que gozaba de cierta reputación en el ramo de las plazas de
toros.
-Naturalmente, nada de arena en el centro, sino un jardín. Y si es posible cabezas de delfín, en vez de las de toro,
en la entrada.
-¿Delfín, señor?
-¿Sabéis lo que es el pescado, Benítez?
Hervé Joncour se puso a echar cuentas y se descubrió rico.
Adquirió treinta acres de tierra, al sur de sus propiedades,
y ocupó los meses del verano en diseñar un parque donde
sería leve, y silencioso, pasear. Lo imaginaba invisible
como el fin del mundo. Cada mañana se dejaba caer por
el café de Verdun, donde escuchaba las historias del pueblo y hojeaba las revistas llegadas de París. Por la tarde
permanecía largo rato, bajo el pórtico de su casa, sentado
junto a su esposa Hélène. Ella leía un libro en voz alta y
eso le hacía feliz porque pensaba que no había otra voz
tan bella como aquélla en el mundo.
Cumplió treinta y tres años el cuatro de septiembre de
1862. Llovía su vida, frente a sus ojos, espectáculo quieto.
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-No debes tener miedo de nada. Ya que Baldabiou así lo había
decidido, Hervé Joncour volvió a partir hacia Japón el primer
día de octubre. Curzó la frontera cerca de Metz, atravesó
Württemberg y Baviera, entró en Austria, llegó en tren a Viena
y Budapest, para proseguir después hasta Kiev. Recorrió a caballo dos mil kilómetros de estepa rusa, superó los Urales,
entró en Siberia, viajó durante cuarenta días hasta llegar al
lago Baikal, al que la gente del lugar llamaba el demonio. Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera china
hasta el océano, y cuando llegó al océano se detuvo en el
puerto de Sabirk durante once días, hasta que un barco de
contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya, en la costa
oeste de Japón. A pie, viajando por caminos, atravesó las provincias de Ishikawa, Toyama, Niigata, entró en la de Fukushima y llegó a la ciudad de Shirakawa, la rodeó por el lado
este, esperó durante dos días a un hombre vestido de negro que le vendó los ojos y lo llevó hasta la aldea de Hara Kei.
Cuando pudo volver a abrir los ojos se encontró frente a dos sirvientes que cogieron sus maletas y lo condujeron hasta los límites de
un bosque donde le mostraron un sendero y lo dejaron solo. Hervé Joncour se puso a caminar entre las sombras que los árboles, a su
alrededor y por encima de él, recortaban a la luz del día. Se detuvo solamente cuando, de improviso, la vegetación se abrió por un
instante, como una ventana, al borde del sendero. Se veía un lago una treintena de metros más abajo. Y en la orilla del lago, tendidos
en el suelo, de espaldas, Hara Kei y una mujer con un vestido de color naranja, el pelo suelto sobre los hombros. En el instante en que
Hervé Joncour la vio, ella se dio la vuelta lentamente y por un momento, justo el tiempo de entrecruzar sus miradas.
Sus ojos no tenían sesgo oriental, y su cara era la cara de una muchacha joven.
Hervé Joncour reemprendió el camino en la espesura del bosque, y cuando salió del mismo se encontró al borde del lago. A pocos
pasos delante de él, Hara Kei, solo, de espaldas, permanecía sentado inmóvil, vestido de negro. A su lado había un vestido de color
naranja, abandonado en el suelo, y dos sandalias de paja. Hervé Joncour se acercó.
Minúsculas olas circulares depositaban el agua del lago en la orilla, como enviadas allí desde lejos.
-Mi amigo francés –murmuró Hara Kei, sin darse la vuelta. Pasaron horas, sentados uno junto a otro, hablando y callando. Después
Hara Kei se levantó y Hervé Joncour lo imitó. Con un gesto imperceptible, antes de enfilar el sendero, dejó caer uno de sus guantes
junto al vestido de color naranja, abandonado en la orilla. Llegaron al pueblo cuando ya anochecía.
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Hervé Joncour fue huésped de Hara Kei durante cuatro días. Era como habitar en la corte de un rey. Todo el pueblo vivía para aquel hombre
y casi no había gesto, en aquella colinas, que no fuera hecho en su defensa y para su placer. La vida discurría en voz baja, se movía con una
lentitud astuta, como un animal acorralado en su madriguera. El mundo parecía estar a siglos de distancia.
Hervé Joncour tenía una casa para él solo, y cinco sirvientes que lo seguían a todas partes. Comía en soledad, a la sombra de un árbol con
flores de colores que nunca había visto. Dos veces al día le servían con cierta solemnidad el té. Por la noche, lo acompañaban a la sala más
grande de la casa, en la que el suelo era de piedra, y donde se consumaba el ritual del baño. Tres mujeres, ancianas, con la cara embadurnada
con una especie de cera blanca, vertían agua sobre su cuerpo y lo secaban con paños de seda tibios. Tenían las manos leñosas pero ligerísimas.
La mañana del segundo día, Hervé Joncour vio llegar al pueblo a un blanco, acompañado por dos carros llenos de grandes cajas de madera.
Era un inglés. No estaba allí para comprar. Estaba allí para vender.
-Armas, monsieur. ¿Y vos?
-Yo compro. Gusanos de seda.
Cenaron juntos. El inglés tenía muchas historias que contar: hacía ocho años que iba de un lado a otro, desde Europa hasta Japón. Hervé
Joncour lo estuvo escuchando y sólo al final le preguntó
-¿Conocéis a una mujer joven, creo que europea, blanca, que vive aquí?
El inglés continuó comiendo, impasible.
-No existen mujeres blancas en Japón. No hay ni una sola mujer blanca en Japón.
Partió al día siguiente cargado de oro.
Hervé Joncour volvió a ver a Hara Kei solo la mañana del tercer día.
Se dio cuenta de que sus cinco sirvientes habían desaparecido de repente, como por arte de magia, y después de algunos instantes lo vio
llegar. Aquel hombre para el que todos en aquel pueblo vivían, se
movía siempre en una burbuja de vacío. Como si un precepto tácito
ordenara al mundo que lo dejaran vivir solo.
Subieron juntos la falda de la colina, hasta llegar a un claro donde el
cielo era surcado por el vuelo de decenas de pájaros con grandes alas
azules.
-La gente de aquí mira cómo vuelan y en su vuelo lee el futuro.
Dijo Hara Kei.
-Cuando era niño, mi padre me llevó a un lugar como éste, me puso
en la mano su arco y me ordenó tirarle a uno. Lo hice y un gran pájaro
de alas azules se precipitó al suelo, como una piedra muerta. Lee el
vuelo de tu flecha si quieres saber tu futuro, me dijo mi padre.
Volaban lentamente, subiendo y bajando en el cielo, como si quisiera
borrarlo, meticulosamente, con sus alas.
Regresaron al pueblo caminando bajo la luz extraña de una tarde que
parecía una noche.
Llegados a la casa de Hervé Joncour, se despidieron. Hara Kei se volvió
y se puso a caminar lentamente, bajando por el sendero que bordeaba
el río. Hervé Joncour permaneció de pie, en el umbral, contemplándolo; esperó a que estuviera a una veintena de pasos, después dijo
-¿Cuándo me diréis quién es aquella muchacha?
Hara Kei siguió caminando, con un paso lento, ajeno a cualquier
forma de cansancio. A su alrededor reinaba el más absoluto silencio,
y el vacío. Como cumpliendo un extraño precepto, a dondequiera que
fuese, aquel hombre andaba en una soledad sin condiciones, y absoluta.
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La mañana del último día, Hervé Joncour salió de su
casa y comenzó a vagar por la aldea. Se cruzaba con
hombres que se inclinaban a su paso y mujeres que, bajando la mirada, le sonreían. Comprendió que se hallaba
en las inmediaciones de la residencia de Hara Kei
cuando vio una gigantesca jaula que guardaba un increíble número de pájaros de todo tipo: un espectáculo.
Hara Kei le había contado que se los había hecho traer
de todas las partes del mundo. Había algunos que valían
más que toda la seda de Lavilledieu podía producir en
un año. Hervé Joncour se paró a contemplar aquella
magnífica locura. Se acordó de haber leído en un libro
que los hombres orientales, para honrar la fidelidad de
sus amantes, no solían regalarles joyas, sino pájaros refinados y bellísimos.
La residencia de Hara Kei parecía sumergida en un lago
de silencio. Hervé Joncour se acercó y se detuvo a pocos
metros de la entrada. No había puertas, y sobre las paredes de papel aparecían y desaparecían sombras que
no emitían ruido alguno. No parecía vida: si había un
nombre para todo aquello, era teatro. Sin saber qué
hacer, Hervé Joncour permaneció esperando: inmóvil,
de pie, a pocos metros de la casa. Durante todo el tiempo
que le concedió al destino, únicamente sombras y silencio fue lo que se filtró de aquel singular escenario. De
modo que, al final, Hervé Joncour se dio la vuelta y reemprendió su camino, veloz, hacia su casa. Con la cabeza inclinada, miraba sus propios pasos ya que eso lo
ayudaba a no pensar.
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Por la noche Hervé Joncour preparó las maletas. Después se dejó
llevar a la habitación pavimentada de piedra, para el ritual del baño.
Se recostó, cerró los ojos, y pensó en la gran pajarera, loca prenda
de amor. Le pusieron sobre los ojos un paño húmedo. No lo habían
hecho nunca antes. Instintivamente intentó quitárselo pero una
mano cogió la suya y la detuvo. No era la mano vieja de una vieja.
Hervé Joncour sintió resbalar el agua por su cuerpo, primero sobre
las piernas, y después a lo largo de los brazos, y sobre el pecho. Agua
como aceite. Y un silencio extraño a su alrededor. Sintió la ligereza
de un velo de seda que descendía sobre él. Y la mano de una mujer
–de una mujer- que lo secaba acariciando su piel por todas partes:
aquellas manos y aquel paño tejido de nada. Él no se movió en ningún momento, ni siquiera cuando sintió que las manos subían por
los hombros hasta el cuello y los dedos –la seda y los dedos-, subían
hasta sus labios, y los rozaban, una vez, lentamente, y desaparecían.
Hervé Joncour sintió todavía que el velo de seda se levantaba y se
separaba de él. La última cosa fue una mano que abría la suya y
que dejaba algo en la palma.
Esperó largamente, en el silencio, si moverse. Después, con lentitud,
se quitó el paño mojado de los ojos. No había ya luz apenas en la
habitación. No había nadie a su lado. Se levantó, cogió la túnica
que yacía doblada en el suelo, se la echó por los hombros, salió de
la habitación, atravesó la casa, llegó ante su estera y se acostó. Se
puso a observar la luz que temblaba, borrosa, en la lámpara. Y, con
cuidado, detuvo el Tiempo durante todo el tiempo que lo deseó.
No fue nada, después, abrir la mano y ver aquella hoja de papel.
Pequeña. Unos pocos ideogramas dibujados uno debajo del otro.
Tinta negra.
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Al día siguiente, temprano por la mañana Hervé Joncour
partió. Escondidos entre su equipaje, llevaba consigo millares de huevos de gusanos de seda, es decir, el futuro
de Lavilledieu, y el trabajo para centenares de personas
y la riqueza para una decena de ellas. Donde el camino
giraba a la izquierda, escondiendo para siempre, tras el
perfil de la colina, la vista de la aldea, se detuvo, sin tener
en cuenta a los dos hombres que lo acompañaban. Bajó
del caballo y permaneció un rato al borde del camino
con la mirada fija en aquellas casas encaramadas sobre
la ladera de la colina.
Seis días después Hervé Joncour se embarcó, en Takaoka,
en un barco de contrabandistas holandeses que lo llevó
hasta Sabirk. Desde allí ascendió por la frontera china
hasta el lago Baikal, atravesó cuatro mil kilómetros de
tierra siberiana, superó los Urales, llegó hasta Kiev y recorrió en tren toda Europa, de este a oeste, hasta entrar,
después de tres meses de viaje, en Francia. El primer domingo de abril –justo a tiempo para la misa mayorllegó a las puertas de Lavilledieu. Vio a su mujer que corría a su encuentro, y notó el perfume de su piel cuando
la abrazó, y el terciopelo de su voz cuando le dijo
-Has vuelto.
Dulcemente.
-Has vuelto.
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En Lavilledieu la vida transcurría apaciblemente, regida por una metódica normalidad. Hervé Joncour dejó que le resbalara por encima durante cuarenta y un días. El cuadragésimo segundo se rindió, abrió un
cajón de su baúl de viaje, sacó un mapa de Japón, lo abrió y cogió la
hojita de papel que había escondido dentro meses antes. Unos pocos
ideogramas dibujados uno debajo del otro. Tinta negra. Se sentó ante
su escritorio y permaneció observándolo largo tiempo.
Encontró a Baldabiou en el café de Verdun, en el billar. Siempre jugaba
solo, contra sí mismo. Extrañas partidas. El sano contra el manco, las
llamaba. Tiraba un golpe normalmente y el siguiente con una sola
mano. El día que gane el manco -decía-, me marcharé de esta ciudad.
Desde hacía años, el manco perdía.
decía-Baldabiou, tengo que encontrar a alguien aquí que sepa leer japonés.
El manco lanzó un tiro a dos bandas con efecto de retroceso.
-Pregúntale a Hervé Joncour, él lo sabe todo.
-Yo no entiendo nada.
-Aquí, tú eres el japonés.
-Pero de todas formas no entiendo nada.
El sano se inclinó sobre el taco y tiró un golpe perpendicular de seis
puntos.
-Entonces sólo queda Madame Blanche. Tiene una tienda de tejidos en
Nîmes. Encima de la tienda hay un burdel. También es cosa suya. Es
rica. Y es japonesa.
-¿ Japonesa? ¿Y cómo llegó hasta aquí?
-No se lo preguntes si quieres sacarle algo.
Mierda.
El manco acababa de fallar un tiro de tres bandas de catorce puntos.
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A su mujer Hélène, Hervé Joncour le dijo que
tenía que ir a Nîmes por asuntos de trabajo. Y
que volvería el mismo día.
Subió al primer piso, sobre la tienda de tejidos,
en el número doce de la rue Moscat, y preguntó
por Madame Blanche. Le hicieron esperar largo
rato. El salón estaba decorado como una fiesta
que se hubiera iniciado años atrás y que nunca
hubiera acabado. Las chicas eran todas jóvenes
y francesas. Había un pianista que tocaba, en
sordina, motivos que tenían un aire ruso. Al final
de cada pieza se pasaba la mano derecha entre
los cabellos y murmuraba en voz baja
-Voilà.
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Hervé Joncour esperó durante un par de horas. Después lo acompañaron por un
largo pasillo hasta la última puerta. La abrió y entró.
Madame Blanche estaba sentada en una gran butaca, junto a la ventana.
Vestía un kimono de tela ligera completamente blanco. En los dedos, como si
fueran anillos, llevaba unas pequeñas flores de color azul intenso. El cabello negro,
reluciente; el rostro oriental, perfecto.
-¿Qué os hace pensar que sois lo suficientemente rico como para acostaros conmigo?
Hervé Joncour permaneció de pie, frente a ella, con el sombrero en la mano.
-Necesito que me hagáis un favor. No me importa el precio.
Después sacó del bolsillo interior de la chaqueta una pequeña hoja de papel, doblada en cuatro, y se lo tendió.
-Tengo que saber qué es lo que hay escrito. Mándame Blanche no se movió ni un
milímetro. Tenía los labios entrecerrados, parecían la prehistoria de una sonrisa.
-Os lo ruego, madame.
No había ningún motivo en el mundo para que lo hiciera. Sin embargo, cogió la
hoja de papel, la abrió, la miró. Levantó los ojos hacia Hervé Joncour, volvió a bajarlos. Dobló de nuevo la hoja, lentamente. Cuando se adelantó para devolvérselo,
el kimono se le entreabrió apenas, a la altura del pecho. Hervé Joncour vio que no
llevaba nada debajo, y que su piel era joven y de un blanco inmaculado.
-Regresad o moriré.
Lo dijo con voz fría, mirando a Hervé Joncour a los ojos y sin dejar escapar el
menos gesto.
Regresad o moriré.
Hervé Joncour volvió a meter el papel en el bolsillo interior de la chaqueta.
-Gracias.
Esbozó una pequeña reverencia, después se dio la vuelta, se dirigió hacia la puerta y quiso dejar algunos billetes en la mesa.
-Dejadlo estar.
Hervé Joncour dudó un instante.
-No hablo del dinero. Hablo de esa mujer. Dejadlo estar. No morirá y vos lo sabéis.
Sin volverse, Hervé Joncour depositó los billetes en la mesa, abrió la puerta y se marchó.
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Decía Baldabiu que a veces venían desde París para hacer el amor con Madame Blanche. Al regresar a la capital, lucían en la solapa de sus
trajes de etiqueta pequeñas flores azules, las que ella llevaba siempre entre los dedos, como si fueran anillos.
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Por primera vez en su vida, Hervé Joncour llevó a su mujer aquel verano a la Riviera. Se instalaron durante dos semanas en un hotel de Niza,
frecuentado sobre todo por los ingleses y famoso por las veladas musicales que ofrecía a sus clientes. Hélène se había convencido de que en
un lugar como aquél lograrían concebir el hijo que, en vano, habían esperado durante años. Juntos decidieron que sería un niño. Y que se
llamaría Philippe. Participaban con discreción en la vida mundana del balneario, para divertirse después, encerrados en su habitación, burlándose de los tipos extraños que habían conocido. Una noche, durante un concierto, conocieron a un comerciante de pieles polaco: decía
que había estado en Japón.
La noche antes de partir, Hervé Joncour se despertó cuando todavía era de noche, y se levantó y se acercó a la cama de Hélène. Cuando ella
abrió los ojos, él oyó su propia voz que decía suavemente:
-Te amaré siempre.
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A principios de septiembre, los criadores de gusanos de seda de Lavilledieu se reunieron para decidir qué hacer. El gobierno había
enviado a Nîmes a un joven biólogo encargado de estudiar la enfermedad que estaba destruyendo los huevos producidos en Francia. Se
llamaba Louis Pasteur: trabajaba con microscopios capaces de ver lo invisible, se decía que había obtenido ya resultados extraordinarios. Desde Japón llegaban noticias sobre una inminente guerra civil, fomentada por las fuerzas que se oponían a la
entrada de extranjeros en el país. El consulado francés, instalado en Yokohama desde hacía poco tiempo, enviaba despachos que desaconsejaban por el momento emprender relaciones comerciales con la isla, invitando a esperar tiempos mejores. Inclinados a la prudencia
y sensibles a los enormes costos que comportaba cada expedición clandestina al Japón, muchos de los notables de Lavilledieu aventuraron
la posibilidad de suspender los viajes de Hervé Joncour y confiar por aquel año en las partidas de huevos, escasamente fiables, que llegaba
de los grandes importadores de Oriente Medio. Baldabiou estuvo escuchándolos a todos sin decir ni una palabra. Cuando por fin le tocó
hablar a él, lo que hizo fue dejar su bastón de caña sobre la mesa y dirigir su mirada hacia el hombre que se sentaba frente a él. Y esperar.
Hervé Joncour sabía de las investigaciones de Pasteur y había leído noticias que llegaban del Japón, pero siempre se había negado comentarlas. Prefería emplear su tiempo en retocar el proyecto de parque que quería construir en torno a su casa. En un rincón escondido
de su despacho conservaba una hoja de papel doblada en cuatro, con unos poco ideogramas dibujados uno debajo del otro, tinta negra.
Tenía una considerable cuenta en el banco, llevaba una vida tranquila y albergaba la razonable ilusión de convertirse pronto en padre.
Cuando Baldabiou levantó la mirada hacia él, lo que dijo fue
-Decide tú, Baldabiou.
Hervé Joncour partió hacia el Japón a primeros de octubre. Cruzó la frontera francesa cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera,
entró en Austria, llegó en tren a Viena y Budapest, para proseguir después hasta Kiev. Recorrió a caballo dos mil kilómetros de estepa
rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, al que la gente del lugar llamaba
el último. Descendió por el curso del río Amur, bordeando la frontera china hasta el océano, y cuando llegó al océano se detuvo
en el puerto de Sabirk durante diez días, hasta que un barco de contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya, en la costa oeste del
Japón. Lo que halló fue un país en desordenada espera de una guerra que no acababa de estallar. Viajó durante días sin tener que recurrir
a la prudencia acostumbrada, ya que a su alrededor el mapa de los poderes y la red de los controles parecían haberse disuelto ante la inminencia de una explosión que los rediseñaría. En Shirakawa se encontró con el hombre que tenía que llevarlo ante Hara Kei. En dos días,
a caballo, llegaron a la vista de la aldea. Hervé Joncour entró a pie para que la noticia de su llegada pudiera llegar antes que él.
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Lo llevaron hasta una de las últimas casas del pueblo, en lo alto,
al abrigo del bosque. Cinco sirvientes los estaban esperando.
Les confió su equipaje y salió a la
galería. En el extremo opuesto del
pueblo se distinguía en parte el
palacio de Hara Kei, un poco más
grande que el resto de las casas,
pero rodeado por enormes cedros
que defendían su soledad. Hervé
Joncour permaneció observándolo, como si no hubiera nada
más desde allí hasta el horizonte.
Así pudo ver,
al final,
de repente, el cielo sobre el palacio tiznarse por el vuelo de cientos de pájaros, como si fuera un
estallido de la tierra, pájaros de
todo tipo, desorientados, huyendo hacia cualquier parte, enloquecidos, cantando y gritando,
pirotécnica explosión de alas y
nube de colores disparada en la
luz y de sonidos asustados, música en fuga, volando en el cielo.
Hervé Joncour sonrió.
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El pueblo empezó a bullir como un hormiguero enloquecido: todos corrían y gritaban, miraban arriba y perseguían a aquellos pájaros
en fuga, durante años orgullo de su señor, y ahora burla alada por el cielo. Hervé Joncour salió de su casa y descendió por la aldea, caminando lentamente y mirando hacia adelante con una calma infinita. Nadie parecía verlo y nada parecía ver él. Era un hilo de oro que
corría recto en la trama de una alfombra tejida por un loco. Traspasó el puente sobre el río, bajó hasta los grandes cedros, penetró en su
sombra y salió de ella. Frente a sí vio la inmensa pajarera, con las puertas abiertas de par en par, completamente vacía. Y delante de la
misma, a una mujer. Hervé Joncour no miró a su alrededor, simplemente continuó caminando, con lentitud, y sólo se paró cuando estuvo
frente a ella.
Sus ojos no tenían sesgo oriental, y su rostro era el rostro de una muchacha joven.
Hervé Joncour dio un paso hacia ella, extendió el brazo y abrió la mano. En la palma había una pequeña hoja de papel, doblada en
cuatro. Ella la vió y cada esquina de su rostro sonrió. Apoyó su mano en la de Hervé Joncour, la apretó con dulzura, dudó un instante,
después la retiró apretando entre los dedos aquella hoja que había dado la vuelta al mundo. Acababa de esconderla en un pliegue del
vestido cuando se escuchó la voz de Hara Kei.
-Sed bienvenido, mi amigo francés.
Estaba a pocos pasos de allí. El kimono oscuro, el pelo, negro, perfectamente recogido en la nunca. Se acercó. Se puso a observar la
pajarera, mirando una a una las puertas abiertas.
-Volverán. Es siempre difícil resistir la tentación de volver, ¿no es cierto?
Hervé Joncour no respondió. Hara Kei lo miró a los ojos y apaciblemente le dijo
-Venid conmigo.
Hervé Joncour lo siguió. Dio unos pasos y después se volvió hacia la muchacha y esbozó una inclinación.
-Espero volver a veros pronto.
Hara Kei siguió caminando.
-No conoce vuestra lengua.
Dijo.
-Venid conmigo.
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Aquella noche Hara Kei invitó a Hervé Joncour a su casa. Había algunos hombres de la aldea y mujeres vestidas con gran elegancia, con
el rostro pintado de blanco y de colores chillones. Se bebía sake, se fumaba en largas pipas de madera un tabaco de aroma áspero y aturdidor. Aparecieron unos saltimbanquis y un hombre que arrancaba carcajadas imitando a hombres y animales. Tres ancianas mujeres
tocaban instrumentos de cuerda, sin dejar nunca de sonreír. Hara Kei estaba sentado en el lugar de honor, vestido de oscuro, con los
pies descalzos. Envuelta en un vestido de seda espléndido, la mujer con el rostro de muchacha estaba sentada a su lado. Hervé Joncour
se hallaba en el extremo opuesto de la habitación: estaba asediado por el perfume dulzón de las mujeres que tenía alrededor y sonreía
con embarazo a los hombres que se divertían contándole historias que él no entendía. Mil veces buscó los ojos de ella y mil veces ella encontró los suyos. Era una especie de triste danza, secreta e impotente. Hervé Joncour la bailó hasta bien entrada la noche, después se
levantó, dijo algo en francés para disculparse, se zafó como pudo de una mujer que había decidido acompañarle y, abriéndose paso
entre nubes de humo y hombres que le vociferaban en aquella lengua suya incomprensible, se marchó. Antes de salir de la habitación,
miró una última vez hacia ella. Le estaba mirando, con ojos completamente mudos, a una distancia de siglos.
Hervé Joncour vagabundeó por la aldea respirando el aire fresco de la noche y perdiéndose entre los callejones que recorrían la ladera
de la colina. Cuando llegó a su casa vio que un farol encendido oscilaba tras las paredes de papel. Entró y encontró a dos mujeres de pie
ante él. Una muchacha oriental, muy joven, vestida con un sencillo kimono blanco. Y ella. Tenía en los ojos una especie de febril alegría.
No le dejó tiempo para hacer nada. Se acercó, le cogió una mano, se la llevó a la cara, la rozó con los labios y después, apretándola fuerte,
la puso sobre las manos de la muchacha que estaba a su lado, y la mantuvo allí, durante unos instantes, para que no pudiera escapar.
Por fin, retiró su mano, dio dos pasos hacia atrás, cogió su farol, miró por un instante a los ojos a Hervé Joncour y salió corriendo. Era
un farol anaranjado. Desapareció en la noche, como una pequeña luz que huye.
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Hervé Joncour no había visto nunca a aquella muchacha ni, en
realidad, llegó a verla durante aquella noche. En la habitación
sin luces sintió la belleza de su cuerpo, y conoció sus manos y
su boca. La amó durante varias horas, con movimientos que
nunca había hecho, dejándose enseñar una lentitud que desconocía. En la oscuridad, no importaba amar a aquella joven y no
a ella.
Poco antes del alba la muchacha se levantó, se puso su kimono
blanco y se marchó.
Delante de su casa, esperándole, Hervé Joncour encontró a la
mañana siguiente a un hombre de Hara Kei. Tenía consigo
quince hojas de corteza de morera completamente cubiertas de
huevos: minúsculos, de color marfil. Hervé Joncour examinó
cada hoja con atención, después discutió el precio y pagó con limaduras de oro. Antes de que el hombre se marchara, le dio a
entender que quería ver a Hara Kei. El hombre sacudió la cabeza.
Hervé Joncour comprendió por sus gestos que Hara Kei se había
marchado aquella mañana temprano con su séquito y que nadie
sabía cuándo volvería.
Hervé Joncour atravesó la aldea corriendo hasta la residencia de
Hara Kei. No encontró más que a unos criados que a todas sus
preguntas respondían sacudiendo la cabeza. La casa parecía
desierta. Y por mucho que miró a su alrededor, y en las cosas
más insignificantes, no vio nada que pareciera un mensaje para
él. Abandonó la casa y, mientras volvía hacia la aldea, pasó por
delante de la enorme pajarera. Sus puertas estaban cerradas de
nuevo. Dentro, centenares de pájaros volaban, resguardados del
cielo.
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Hervé Joncour esperó durante dos días más algún tipo de señal. Después partió.
Le aconteció que, a poco más de media hora de la aldea, tuvo que pasar junto a un bosque del que llegaba un singular y plateado estrépito.
Escondidas entre las hojas se distinguían miles de manchas oscuras de una bandada de pájaros que se había detenido a descansar. Sin
dar explicaciones a los dos hombres que le acompañaban, Hervé Joncour detuvo su caballo, sacó el revólver del cinturón y disparó seis
veces al aire. La bandada, aterrorizada, se elevó hacia el cielo como una nube de humo liberada por un incendio. Era tan grande que se
podía llegar a ver a días y días de camino de allí. Oscura en el cielo, sin otra meta que su propio extravío.
Seis días después Hervé Joncour se embarcó, en Takaoka, en un barco de contrabandistas holandeses que lo llevó hasta Sabirk. Desde
allí ascendió por la frontera china hasta el lago Baikal, atravesó cuatro mil kilómetros de tierra siberiana, superó los Urales, llego hasta
Kiev y recorrió en tren todo Europa de este a oeste, hasta entrar, después de tres meses de viaje, en Francia. El primer domingo de abril
–justo a tiempo para la misa mayor- llegó a las puertas de Lavilledieu. Hizo detener la carroza y permaneció sentado durante unos
minutos, inmóvil, detrás de las cortinas echadas. Después descendió y continuó a pie, paso a paso, con un cansancio infinito.
Baldabiou le preguntó si había visto la guerra.
-No la que yo esperaba –respondió.
Por la noche entró en el lecho de Hélène y la amó con tanta impaciencia que ella se asustó y no consiguió retener las lágrimas. Cuando
él se dio cuenta, ella se esforzó por sonreírle.
-Es que soy muy feliz –le dijo en voz baja.
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Hervé Joncour entregó los huevos a los criadores de gusanos de Lavilledieu. Después, durante días, no volvió a
aparecer por el pueblo, descuidando incluso la habitual y cotidiana visita al café de Verdun. A primeros de mayo,
suscitando el estupor general, compró la casa abandonada de Jean Berbeck, aquel que dejó un día de hablar
y no volvió a hablar hasta su muerte. Todos creyeron que pensaba instalar allí su nuevo taller. Él ni siquiera
empezó a vaciarla. Iba allí de vez en cuando y permanecía solo en aquellas habitaciones, haciendo nadie
sabía qué.
Un día se llevó consigo a Baldabiou.
-¿Tú sabes por qué Jean Berbeck dejó de hablar? –le preguntó.
-Es una de las muchas cosas que no dijo nunca.
Habían pasado años, pero todavía estaban los cuadros colgados de las paredes y las ollas en el escurreplatos, el lado del fregadero. No era un espectáculo alegre, y Baldabiou, de haber sido por él, se
habría marchado de buena gana. Pero Hervé Joncour seguía mirando fascinado aquellas paredes
enmohecidas y muertas. Era evidente: buscaba algo allí dentro.
-Tal vez sea que la vida a veces da tales vueltas que no queda ya absolutamente nada que decir.
Dijo.
-Nada de nada, para siempre.
Baldabiou no estaba hecho para las conversaciones serias. Miraba fijamente la cama
de Jean Berbeck.
-Quizá cualquiera habría enmudecido con una casa tan horrenda.
Hervé Joncour siguió llevando durante días una vida retirada, dejándose ver poco
en el pueblo y empleando su tiempo en trabajar en el proyecto del parque que
antes o después construiría. Llenaba hojas y hojas de dibujos extraños, parecían
máquinas. Una noche Hélène le preguntó
-¿Qué son?
-Es una pajarera.
-¿Una pajarera?
-Sí.
-¿Y para qué sirve?
Hervé Joncour mantenía los ojos fijos en aquellos dibujos.
-Se llenan de pájaros, todos los que se pueda, y después, un día en el que suceda algo feliz, se abren sus puertas de par
en par y se mira cómo vuelan libres.
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A finales de julio Hervé Joncour partió con
su mujer hacia Niza. Se establecieron en una pequeña villa a orillas del mar. Así lo había querido Hélène,
convencida de que la serenidad de un refugio apartado conseguiría apaciguar el humor melancólico que parecía haberse apoderado
de su marido. Tuvo la sagacidad, por otra parte, de hacerlo pasar por un
capricho personal suyo, reglando al hombre que la amaba el placer
de perdonárselo.
Pasaron juntos tres semanas de pequeña, intachable felicidad. Los días
en que el calor aflojaba, alquilaban una carroza y se divertían descubriendo pueblos escondidos en las colinas, desde donde el fondo del
mar parecía de papel de colores. De vez en cuando se dejaban caer
por la ciudad para un concierto o un encuentro mundano. Una
noche aceptaron la invitación de un barón italiano que celebraba
su sexagésimo cumpleaños con una solemne cena en el Hôtel Suisse. Estaban en los postres cuando Hervé Joncour levantó la vista hacia Héléne. Estaba
sentada al otro lado de la mesa, junto a un atractivo caballero inglés que, curiosamente,
lucía en la solapa del chaqué una coronita de pequeñas flores azules. Hervé Joncour le vio inclinarse hacia Hélène y susurrarle algo al oído. Hélène se echó a reír, de un modo bellísimo, y, mientras se reía, se desplazó ligeramente hacia el
caballero inglés, llegando a rozarle con sus cabellos el hombro, en un gesto que no tenía nada de embarazoso pero que era de una
exactitud desconcertante. Hervé Joncour inclinó la vista sobre su plato. No pudo dejar de notar que su mano, que sostenía una cucharilla
de plata, estaba indudablemente temblando.
Más tarde, en el fumoir, Hervé Joncour se acercó, tambaleándose debido al excesivo alcohol ingerido, a un hombre que, sentado solo
ante una mesa, miraba al frente con una vaga expresión de estupidez en el rostro. Se inclinó hacia él y le dijo lentamente
-Debo comunicaros una cosa muy importante, monsieur. Damos todos asco.
Somos todos maravillosos, y damos todos asco.
El hombre procedía de Dresde. Era tratante de ganado y no entendía bien el francés. Estalló en fragorosas carcajadas haciendo gestos
afirmativos con la cabeza, repetidamente, como si no pudiera contenerse.
Hervé Joncour y su mujer permanecieron en la Riviera hasta principios de septiembre. Abandonaron la pequeña villa con añoranza,
puesto que habían llegado a sentir, entre aquellos muros, la suerte de amarse.
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Baldabiou llegó a casa de Hervé Joncour a primera hora de la mañana. Se sentaron bajo el porche.
-Como parque no es nada del otro mundo.
-Todavía no he empezado a construirlo, Baldabiou.
-Ah, por eso.
Baldabiou no fumaba nunca por la mañana. Sacó la pipa, la llenó
y la encendió.
-He conocido al tal Pasteur. Es un hombre muy preparado. Me ha
enseñado cómo se hace. Es capaz de distinguir los huevos enfermos
de los sanos. No sabe curarlos, claro. Pero puede aislar los sanos. Y
dice que probablemente un treinta por ciento de los que producimos lo están.
Pausa.
-Dicen que en Japón ha estallado la guerra, esta vez de verdad. Los
ingleses dan armas al gobierno; los holandeses, a los rebeldes. Parece ser que están de acuerdo. Dejan que se desfoguen entre ellos
y después se apoderan de todo y se lo reparten. El consulado francés se limita a mirar, ésos no hacen otra cosa que mirar. Sirven sólo
para mandar despachos acerca de masacres y extranjeros degollados como corderos.
Pausa.
-¿Hay más café?
Hervé Joncour le sirvió café.
Pausa.
-Esos dos italianos, Ferreri y el otro, esos que fueron a China el año
pasado…, volvieron con quince mil onzas de huevos, buena mercancía, le han comprado también los de Bollet, dicen que era de
primera calidad. Dentro de un mes vuelven a marcharse…, nos han
propuesto un buen negocio, sus precios son decentes, once francos
la onza, todo cubierto por el seguro. Es gente seria, cuentan con
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una organización a sus espaldas, venden huevos a media Europa.
Gente seria, te repito.
Pausa.
-No lo sé. Pero quizá lo consigamos. Con nuestros huevos, con el
trabajo de Pasteur, y además lo que podamos comprar a los dos
italianos… lo podríamos conseguir. En el pueblo los demás dicen
que es una locura mandarte otra vez hasta allí… con todo lo que
cuesta…, dicen que es demasiado arriesgado, y en este caso tienen
razón, las otras veces era distinto, pero ahora…, ahora es difícil volver vivo de allí.
Pausa..
-La verdad es que ellos no quieren perder los huevos. Y yo no quiero
perderte a ti.
Hervé Joncour permaneció unos instantes con la mirada fija en el
parque que no existía. Después hizo algo que no había hecho
nunca.
-Yo voy a ir al Japón, Baldabiou.
Dijo.
-Voy a comprar esos huevos, y si es necesario, lo haré con mi dinero.
Tú debes decidir únicamente si os los venderé a vosotros o a cualquier otro.
Baldabiou no se lo esperaba. Era como ver ganar al manco, en la
última tacada, a cuatro bandas, una figura imposible
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Baldabiou comunicó a los criadores de la Lavilledieu que Pasteur no era digno de confianza, que los dos italianos habían estafado
ya a media Europa, que en el Japón la guerra
acabaría antes del invierno y que Santa Inés,
en sueños, le había preguntado si no eran
todos un rebaño de acojonados. A la única a
quien no pudo mentirle fue a Hélène.
-¿De verdad es imprescindible que parta, Baldabiou?
-No.
-Y, entonces, ¿por qué?
-Yo no puedo detenerlo. Y si él quiere ir allí, sólo
me queda darle una razón más para que
vuelva.
Todos los criadores de Lavilledieu pagaron, aun
de mala gana, su cuota para financiar la expedición. Hervé Joncour inició los preparativos y
a primeros de octubre estaba listo para partir.
Hélène, como todos los años, le ayudó, sin preguntar nada, y ocultándole todas sus inquietudes. Sólo la última noche, tras haber apagado
la lámpara, halló fuerza para decirle
-Prométeme que volverás.
Con voz firme, sin dulzura.
-Prométeme que volverás.
En la oscuridad, Hervé Joncour respondió
-Te lo prometo.
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El 10 de octubre de 1864, Hervé Joncour partió para su cuarto
viaje al Japón. Cruzó la frontera cerca de Metz, atravesó Württemberg y Baviera, entró en Austria, llegó en tren a Viena y Budapest,
para proseguir después hasta Kiev. Recorrió a caballo dos mil kilómetros de estepa rusa, superó los Urales, entró en Siberia, viajó
durante cuarenta días hasta llegar al lago Baikal, al que la gente
del lugar llamaba el santo. Descendió por el curso del río Amur,
bordeando la frontera china hasta el océano, y cuando llegó al
oceáno se detuvo en el puerto de Sabirk durante ocho días, hasta
que un barco de contrabandistas holandeses lo llevó a Cabo Teraya, en la costa oeste del Japón. A caballo, viajando por caminos,
atravesó las provincias de Ishikawa, Toyama, Niigata, y entró en
la de Fukushima. Cuando llegó a Shirakawa halló la ciudad semidestruida y una guarnición de soldados gubernamentales
acampados entre las ruinas. Rodeó la ciudad por el lado este y
aguardó en vano al emisario de Hara Kei. Al amanecer del sexto
día partió hacia las colinas, en dirección norte. Contaba con un
par de mapas aproximativos y lo que quedaba de sus recuerdos.
Vagó durante días, hasta reconocer un río, y después un bosque,
y después un camino. Al final del camino encontró la aldea de
Hara Kei: completamente quemada, casa, árboles, todo.
No quedaba nada.
No quedaba un alma.
Hervé Joncour permaneció inmóvil, mirando aquel enorme brasero apagado. Tenía tras de sí un camino de ocho mil kilómetros.
Y delante de sí la nada. De repente vio algo que creía invisible.
El fin del mundo.
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Hervé Joncour permaneció durante horas entre las ruinas de la
aldea. No era capaz de marcharse aunque supiera que cada hora
perdida allí podía significar el desastre para él, y para toda Lavilledieu: no tenía huevos de gusano, y aunque los hubiera encontrado, no le
quedaban más que un par de meses para cruzar el mundo antes de que se
abrieran, transformándose en un cúmulo de inútiles larvas. Un solo día de
retraso podía significar el fin. Lo sabía, y sin embargo no era capaz de marcharse. De modo que permaneció allí hasta que aconteció una cosa sorprendente e irracional: de la nada, de repente, apareció un chico. Vestido con
harapos, caminaba con lentitud, mirando fijamente al extranjero con el miedo
en los ojos. Hervé Joncour no se movió. El chico dio algunos pasos más hacia
adelante y se detuvo. Permanecieron así, contemplándose, a pocos metros uno
del otro. Después, el chico sacó algo de debajo de sus harapos y, temblando
de miedo, se acercó a Hervé Joncour y se lo dio. Un guante. Hervé Joncour recordó la orilla de un lago, y un vestido anaranjado abandonado en el suelo, y
las pequeñas olas que depositaban el agua en la orilla, como enviadas allí,
desde lejos. Cogió el guante y sonrió al chico.
-Soy yo, el francés…, el hombre de la seda, el francés, ¿me entiendes?…, soy yo.
El chico dejó de temblar.
-Francés…
Tenía los ojos brillantes, pero sonreía. Comenzó a hablar, velozmente, casi gritando, y a correr, haciendo gestos a Hervé Joncour para que le siguiera. Despareció por un sendero que penetraba en el bosque, en dirección a las
montañas.
Hervé Joncour no se movió. Daba vueltas entre las manos a aquel guante como
si fuera la única cosa que le hubiera quedado de un mundo desaparecido.
Sabía que era ya demasiado tarde. Y que no le quedaba elección.
Se levantó. Lentamente se acercó al caballo. Montó en la silla. Después hizo
una cosa extraña. Apretó los talones contra el vientre del animal. Y partió.
Hacia el bosque, detrás del chico, más allá del fin del mundo.
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Viajaron durante días, hacia el norte, por las montañas. Hervé Joncour no sabía adónde se dirigían, pero
dejó que el chico le guiara, sin intentar preguntarle
nada. Encontraron dos aldeas. La gente se escondía
en las casas. Las mujeres escapaban corriendo. El
chico se divertía como un loco gritándoles cosas incomprensibles. No tenía más de catorce años. Tocaba
constantemente un pequeño instrumento de bambú,
con el que reproducía el canto de todos los pájaros
del mundo. Tenía el aspecto de estar haciendo la cosa
más hermosa de su vida.
El quinto día llegaron a la cima de una colina. El
chico señaló un punto delante de ellos, en el camino que descendía hasta el valle. Hervé Joncour cogió el catalejo y lo que vio fue una especie
de desfile: hombres armados, mujeres y niños, carros, animales. Una aldea entera en marcha. A caballo, vestido de negro, Hervé Joncour vio
a Hara Kei.
Detrás de él se balanceaba un palanquín cubierto en sus cuatro lados por telas de colores llamativos.
El chico descendió del caballo, dijo algo y se marchó corriendo. Antes de desaparecer entre los árboles se dio la vuelta y por un momento
permaneció allí, buscando un ademán para decir que había sido un viaje bellísimo.
-Ha sido un viaje bellísimo –le gritó Hervé Joncour.
Durante todo el día Hervé Joncour siguió, de lejos, a la caravana. Cuando la vio detenerse para pasar la noche, continuó por el camino hasta
que le salieron al encuentro dos hombres armados que le cogieron el caballo y el equipaje y le condujeron a una tienda. Esperó largo rato,
después llegó Hara Kei. No hizo ningún gesto de saludo. Ni siquiera se sentó.
-¿Cómo habéis llegado hasta aquí, francés?
Hervé Joncour no contestó.
-Os he preguntado quién os ha traído hasta aquí.
Silencio.
-Aquí no hay nada para vos. Sólo hay guerra. Y no es vuestra guerra. Marchaos.
Hervé Joncour sacó una pequeña bolsa de piel, la abrió y la vació en el suelo. Limaduras de oro.
-La guerra es un juego caro. Vos tenéis necesidad de mí. Y yo tengo necesidad de vos.
Hara Kei no miró siquiera el oro disperso por el suelo. Se dio la vuelta y se marchó.
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Hervé Joncour pasó la noche en un extremo del campamento. Nadie le habló, nadie parecía verlo. Todos dormían en el suelo, junto a las hogueras. Sólo había dos tiendas. Junto a una de ellas, Hervé Joncour vio el palanquín, vacío; suspendidas de las cuatros esquinas había unas
pequeñas jaulas: pájaros. De los barrotes de las jaulas colgaban minúsculas campanitas de oro. Sonaban, ligeras, en la brisa de la noche.
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Cuando despertó vio que en torno a él la aldea estaba a punto de ponerse en marcha. Las tiendas ya no estaban. El
palanquín permanecía todavía allí, abierto. La gente subía a los carros, silenciosa. Se levantó y miró a su alrededor
largo rato, pero los únicos ojos que se cruzaban con los suyos eran de sesgo oriental, y se inclinaban enseguida. Vio
hombres armados y niños que no lloraban. Vio los rostros mudos que tiene la gente cuando es gente que huye. Y vio
un árbol al borde del camino. Y colgado de una rama, ahorcado, el chico que le había conducido hasta allí.
Hervé Joncour se acercó y durante unos instantes permaneció mirándole, como hipnotizado. Después desató la cuerda
atada al árbol, recogió el cuerpo del chico, lo depositó en el suelo y se arrodilló a su lado. No conseguía apartar los ojos
de aquel rostro. De este modo, no vio que la aldea se ponía en marcha, sino que alcanzó a oír solamente, como lejano,
el bullicio de aquella procesión que desfilaba rozándole por el camino. Ni siquiera levantó la vista cuando oyó la voz
de Hara Kei, a un paso de él, que decía
-El Japón es un país antiguo, ¿sabéis? Sus leyes son antiguas: dicen que hay doce crímenes por los que es lícito condenar
a muerte a un hombre. Y uno de ellos es llevar un mensaje de amor de la propia ama.
Hervé Joncour no apartó los ojos de aquel chico asesinado.
-No llevaba mensajes de amor consigo.
-Él era un mensaje de amor.
Hervé Joncour notó cómo algo le presionaba la cabeza y le obligaba a inclinarla hacia el suelo.
-Es un fusil, francés. No levantéis la vista, os lo ruego.
Hervé Joncour tardó en comprender. Después oyó, entre el murmullo de aquella procesión que huía, el sonido dorado
de miles de minúsculas campanillas que se acercaba, poco a poco, avanzaba por el camino hacia él, paso a paso, y
aunque en sus ojos no hubiera más que aquella tierra oscura, podía imaginar el palanquín, balanceándose como un
péndulo, y casi verlo recorrer el camino metro tras metro, acercándose, lenta pero implacablemente, llevado por aquel
sonido, que se hacía cada vez más fuerte, intolerablemente fuerte, cada vez más cerca, tan cerca que podía rozarlo, un
dorado estruendo, justo delante de él ahora si, exactamente delante de él – en aquel momento- aquella mujer –delante
de él.
Hervé Joncour levantó la cabeza.
Telas maravillosas, seda, todas alrededor del palanquín, miles de colores, naranja, blanco, ocre, plateado, ni una ranura
en aquel nido maravilloso, sólo el susurro de aquellos colores ondeando en el aire, impenetrables, más ligeros que la
nada.
Hervé Joncour no sintió que ninguna explosión deshiciera su vida. Sintió cómo aquel sonido se alejaba, que el cañón
del fusil se separaba de él y la voz de Hara Kei que decía despacio -Marchaos, francés. Y no volváis nunca más.
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Solamente silencio a lo largo del camino. El
cuerpo de un chico en el suelo. Un hombre
arrodillado. Hasta las últimas luces del día.
Hervé Joncour tardó once días en llegar
hasta Yokohama. Sobornó a un funcionario
japonés y se procuró dieciséis cartones de
huevos de gusanos, provenientes del sur de
la isla. Los envolvió en paños de seda y los
selló en cuatro cajas de madera redondas.
Encontró un pasaje para el continente y a
primeros de marzo llegó a la costa rusa. Escogió la ruta más septentrional, intentando que el frío protegiera la vida de los huevos y alargara el tiempo que quedaba antes de que se abriesen.
Atravesó a marchas forzadas cuatro mil kilómetros de Siberia, cruzó los Urales y llegó a San Petersburgo. Compró a peso de oro quintales de
hielo y los embarcó junto a los huevos en la bodega de un barco mercante que se dirigía a Hamburgo. Tardó seis días en llegar.
Descargó las cuatro cajas de madera redondas y subió a un tren que se dirigía al sur. Tras once horas de viaje, justo a la salida de un
pueblo que se llamaba Eberfeld, el tren se detuvo para repostar agua. Hervé Joncour miró a su alrededor. El sol estival caía a plomo sobre
los campos de trigo y sobre el mundo entero. Sentando frente a él había un comerciante ruso: se había quitado los zapatos y se abanicaba
con la última página de un periódico escrito en alemán. Hervé Joncour lo miró fijamente. Vio las manchas de sudor en su camisa y las
gotas que le perlaban la frente y el cuello. El ruso dijo algo, riendo.
Hervé Joncour le sonrió, se levantó, cogió su equipaje y bajó del tren. Lo recorrió hasta el último vagón, un furgón de mercancías que
transportaba, conservados en hielo, pescado y carne. De él caía agua como de un cubo acribillado por miles de proyectiles. Abrió la portezuela, subió al vagón y recogió, una tras otra, sus cajas de madera redondas, las sacó fuera y las depositó en el suelo, al lado del andén.
Después cerró la portezuela y esperó.
Cuando el tren estuvo listo para partir le gritaron que se diera prisa y subiera. Él respondió sacudiendo la cabeza y esbozando un gesto
de despedida. Vio cómo se alejaba el tren y a continuación desaparecía. Esperó hasta que no se oyó el más mínimo rumor. Después se
inclinó sobre una de las cajas de madera, quitó lo sellos y la abrió. Hizo lo mismo con las otras tres. Lentamente, con cuidado.
Millones de larvas. Muertas.
Era el 6 de mayo de 1865.
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Hervé Joncour entró en Lavilledieu nueve días más tarde. Su mujer, Hélène, vio desde lejos la carroza que subía por el paseo arbolado de la
villa. Se dijo que no debía llorar y que no debía huir.
Bajó hasta la puerta de entrada, la abrió y se detuvo en el umbral.
Cuando Hervé Joncour llegó hasta ella, sonrió. Él, abrazándola, le dijo en voz baja
-Quédate conmigo, te lo ruego.
Durante la noche permanecieron despiertos hasta tarde, sentados en el césped de delante de su casa, uno junto a otro. Hélène le habló de
Lavilledieu y de todos aquellos meses pasados esperándole, y de los últimos días, horribles.
-Tú estabas muerto.
Dijo.
-Y no quedaba ya nada hermoso en el mundo.
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En las granjas, en Lavilledieu, la gente miraba las moreras, cargadas de flores, y veía su propia ruina. Baldabiou había encontrado algunas partidas de huevos, pero las larvas morían apenas
salían a la luz. La tosca seda que se consiguió extraer de las pocas
supervivientes apenas llegaba para dar trabajo a dos de las siete
hilanderías del pueblo.
-¿Tienes alguna idea? –preguntó Baldabiou.
-Una –respondió Hervé Joncour.
Al día siguiente comunicó que haría construir, durante aquellos
meses de verano, el parque de su villa. Contrató a hombres y mujeres del pueblo a decenas. Desboscaron la colina y redondearon
su perfil, haciendo más suave la pendiente que conducía al valle.
Con árboles y setos diseñaron en la tierra laberintos leves y transparentes. Con flores de todas clases construyeron jardines que se
abrían como claros, por sorpresa, en el corazón de pequeños bosques de abedules. Trajeron el agua desde el río y la hicieron descender, de fuente en fuente, hasta el extremo occidental del
parque, donde se recogía en un pequeño lago, rodeado de prados.
Al sur, en medio de los limoneros y los olivos, construyeron una
gran pajarera de madera y hierro: parecía un bordado suspendido
en el aire. Trabajaron durante cuatro meses. A finales de septiembre el parque estaba listo. Nadie en Lavilledieu había visto nunca
nada semejante. Se decía que Hervé Joncour se había gastado todo
su capital. Se decía también que había vuelto distinto, enfermo
quizá, del Japón. Se decía que había vendido los huevos a los italianos y ahora poseía un patrimonio de oro que le estaba aguardando en los bancos de París. Se decía que si no hubiera sido por
el parque habrían muerto de hambre aquel año. Se decía que era
un estafador. Se decía que era un santo. Había quien decía: Tiene
algo dentro, una suerte de infelicidad.
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Lo único que Hervé Joncour dijo de su viaje fue que los huevos se habían abierto en un pueblo cercano a Colonia, y que ese pueblo se llamaba
Eberfeld.
Cuatro meses y trece días después de su regreso, Baldabiou se sentó frente a él, a orillas del lago, en el extremo occidental del parque, y le
dijo
-Total, a alguien tendrás que contarle, antes o después, la verdad.
Lo dijo despacio, con fatiga, porque nunca había creído que la verdad sirviera para nada.
Hervé Joncour levantó la vista hacia el parque.
A su alrededor campeaba el otoño y una luz falsa.
-La primera vez que vi a Hara Kei llevaba una túnica oscura, estaba sentado con las piernas cruzadas, inmóvil, a un lado de la habitación.
Reclinada junto a él, con la cabeza apoyada en su regazo, había una mujer. Sus ojos no tenían sesgo oriental, y su rostro era el rostro de una
muchacha.
Baldabiou siguió escuchando,
en silencio, hasta el final, hasta
el tren de Eberfeld.
No pensaba en nada.
Escuchaba.
Le hizo daño oír, al final, cómo
Hervé Joncour decía en voz baja
-Ni siquiera llegué a oír nunca
su voz. Y a cabo de un momento:
-Es un dolor extraño.
En voz baja.
-Morir de nostalgia por algo que
no vivirás nunca.
Recorrieron el parque caminando uno junto al otro. Lo
único que Baldabiou dijo, fue
-Pero ¿por qué diablos hace este
maldito frío?
Dijo, una vez.
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A principios del nuevo año -1866- el Japón
declaró oficialmente lícita la exportación de
huevos de gusanos de seda.
En el decenio siguiente Francia solo llegaría
a importar huevos japoneses por valor de
diez millones de francos.
A partir de 1869, por lo demás, con la apertura del Canal de Suez, llegar al Japón no
comportaría más de veinte días de viaje. Y
volver, poco menos de veinte.
La seda artificial sería patentada, en 1884,
por un francés que se llamaba Chardonnet.
Seis meses después de su regreso a Lavilledieu, Hervé Joncour recibió por correo un
sobre color mostaza. Cuando lo abrió halló
siete hojas de papel cubiertas por una densa
y geométrica escritura: tinta negra, ideogramas japoneses. Aparte del nombre y la dirección, en el sobre no había una sola palabra
escrita en caracteres occidentales. Por los sellos, la carta parecía provenir de Ostende.
Hervé Joncour la hojeó y la observó largo rato.
Parecía un catálogo de huellas de pequeños
pájaros, compilado con meticulosa locura.
Era sorprendente pensar que, por el contrario, eran signos, es decir, cenizas de una voz
quemada.
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Durante días y días, Hervé Joncour llevó la carta consigo, doblada por la mitad, metida en el bolsillo. Si se cambiaba de
traje, la traspasaba al nuevo. No la abría nunca para mirarla.
De vez en cuando la sostenía en la mano, mientras hablaba
con un aparcero o esperaba que llegara la hora de cenar sentado en la galería. Una noche empezó a observarla a contraluz
en la lámpara de su despacho. En transparencia, las huellas
de los minúsculos pájaros hablaban con voz desenfocada. Decían algo absolutamente insignificante o algo capaz de desquiciar
una vida: no era posible saberlo, y
eso le gustaba a Hervé Joncour. Oyó
que Hélène venía. Dejó la carta
sobre la mesa. Ella se acercó y,
como todas las noches, antes de retirarse a su habitación hizo ademán de besarlo. Cuando se inclinó
hacia él, el camisón se le entreabrió
apenas, a la altura del pecho. Hervé
Joncour vio que no llevaba nada
debajo, y que sus senos eran pequeños y blancos como los de una muchacha.
Durante cuatro días siguió con su
vida habitual, sin alterar en nada
los prudentes ritos de sus jornadas.
La mañana del quinto día se puso
un elegante traje gris y partió hacia
Nîmes. Dijo que volvería antes del
anochecer.
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En la rue Moscat, en el 12, todo estaba igual que tres años
antes. La fiesta no había acabado todavía. Las chicas eran
todas jóvenes y francesas. El pianista tocaba, en sordina, motivos que tenían un aire ruso. Tal vez fuera la vejez, tal vez
algún cobarde dolor: al final de cada pieza no se pasaba ya la
mano derecha por los cabellos ni murmuraba, en voz baja,
-Voilá.
Permanecía mudo, mirándose desconcertado las manos.
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Madame Blanche le recibió sin decir una palabra. El cabello
negro, reluciente, el rostro oriental, perfecto. Pequeñas flores
azules en los dedos, como si fueran anillos. Un vestido largo,
blanco, casi transparente. Los pies desnudos.
Hervé Joncour se sentó frente a ella. Sacó de un bolsillo la
carta.
-¿Os acordáis de mí? Madame Blanche asintió con un milimétrico gesto de la cabeza.
-Os necesito otra vez. Le tendió la carta. Ella no tenía ninguna
razón para hacerlo, pero la cogió y la abrió. Miró las siete hojas,
una a una, después levantó la vista hacia Hervé Joncour.
-Yo no amo esta lengua, monsieur. Quiero olvidarla, y quiero
olvidar aquella tierra, y mi vida allí, y todo.
Hervé Joncour permaneció inmóvil, con las manos aferradas
a los brazos del sillón.
-Voy a leer por vos esta carta. Lo haré. Y no quiero dinero. Pero
quiero una promesa: no volváis jamás a pedirme esto.
-Os lo prometo, madame.
Ella le miró fijamente a los ojos. Después bajó la vista hacia la
primera página de la carta, papel de arroz, tinta negra.
-Amado señor mío
Dijo
-no tengas miedo, no te muevas, permanece en silencio, nadie
nos verá.
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Sigue así, quiero mirarte, yo te he mirado mucho, pero no eras para mí, ahora eres para mí, no te acerques, te lo ruego, quédate
donde estás, tenemos una noche para nosotros, y yo quiero mirarte, nunca te he visto así, tu cuerpo para mí, tu piel, cierra los ojos,
y acaríciate, te lo ruego, dijo Madame Blanche, Hervé Joncour escuchaba,
no abras los ojos si te es posible, y acaríciate, son tan hermosas tus manos, he soñado con ellas tantas veces, ahora las quiero ver,
me gusta verlas sobre tu piel, así, te lo ruego, continúa, no abras los ojos, yo estoy aquí, nadie nos puede ver y yo estoy cerca de ti,
acaríciate, amado señor mío, acaricia tu sexo, te lo ruego, despacio,
ella se detuvo, Continuad, os los ruego, dijo él.
es hermosa tu mano en tu sexo, no te detengas, a mí me gusta mirarla y mirarte, amado señor mío, no abras los ojos, todavía no,
no debes tener miedo, estoy cerca de ti, ¿me sientes?, estoy aquí, te puedo rozar, esto es la seda, ¿la sientes? es la seda de mi vestido,
no abras los ojos y tendrás mi piel,
dijo ella, leía despacio, con una voz de mujer niña,
tendrás mis labios, cuando te toque por primera vez será con mis labios, tú no sabrás dónde, de repente sentirás el calor de mis
labios sobre ti, no puedes saber dónde si no abres los ojos, no los abras, sentirás mi boca donde no sabes, de repente,
él escuchaba inmóvil, del bolsillo de su traje gris sobresalía un pañuelo blanco, cándido,
tal vez sea tus ojos, apoyaré mi boca sobre los párpados y las pestañas, sentirás entrar el calor en tu cabeza, y mis labios en tus
ojos, dentro, o tal vez sea en tu sexo, apoyaré mis labios, allá abajo, y los abriré bajando poco a poco,
dijo ella, tenía la cabeza reclinada sobre las hojas, y con una mano se rozaba el cuello, lentamente,
dejaré que tu sexo entreabra mi boca, entrando entre mis labios, y empujando mi lengua, mi saliva descenderá por tu piel hasta
tu mano, mi beso y tu mano, uno dentro de la otra, sobre tu sexo,
él escuchaba, mantenía la vista fija en un marco de plata, vacío, colgado de la pared,
hasta que al final te bese en el corazón, porque te deseo, morderé la piel que late sobre tu corazón, porque te deseo, y con el corazón entre
mis labios tú serás mío de verdad, con mi boca en el corazón tú serás mío para siempre, si no me crees abre los ojos, amado señor mío,
y mírame, soy yo, quién podrá borrar este instante que sucede, y este cuerpo mío ya sin seda, tus manos que lo tocan, tus ojos que lo
miran, dijo ella, se había inclinado hacia la lámpara, la luz reflejaba en las hojas y pasaba a través de su vestido transparente, tus dedos en mi
sexo, tu lengua sobre mis labios, tú que te deslizas debajo de mí, aferras mis caderas, me levantas, dejas que me deslice sobre tu sexo,
despacio, quién podrá borrar esto, tú dentro de mí moviéndote lentamente, tus manos en mi rostro, tus dedos en mi boca, el placer en tus
ojos, tu voz, te mueves lentamente pero hasta hacerme daño, mi placer, mi voz, él escuchaba, de pronto se volvió a mirarla, la vio, quiso bajar
los ojos pero no lo consiguió, mi cuerpo sobre el tuyo, tu espalda que me alza, tus brazos que no dejan que me marche, los golpes dentro
de mí, es violencia dulce, veo tus ojos que buscan en los míos, quieren saber hasta dónde hacerme daño, hasta donde quieras, amado
señor mío, no hay final, no acabará, ¿lo ves?, nadie podrá borrar este instante que sucede, para siempre echarás la cabeza hacia atrás,
gritando, para siempre cerraré los ojos separando las lágrimas de mis pestañas, mi voz dentro de la tuya, tu violencia que me tiene
aferrada, no queda ya tiempo para huir ni fuerza para resistirse, tenía que ser este instante, y este instante es, créeme, amado señor mío,
este instante existirá, de ahora en adelante, existirá, hasta el final, dijo ella, con un hilo de voz, después se detuvo.
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No había más signos en la hoja que tenía en la mano: la última. Pero
cuando le dio la vuelta para dejarla vio en el envés unas líneas más,
ordenadas, tinta negra en el centro de la página blanca. Alzó la vista
hacia Hervé Joncour. Sus ojos la miraban fijamente y ella percibió
que eran unos ojos bellísimos. Volvió a bajar la vista hacia la hoja.
-No nos veremos más, señor.
Dijo. -Lo que era para nosotros, lo hemos hecho, y vos lo sabéis. Creedme: lo hemos hecho para siempre. Preservad vuestra vida resguardada de mí. Y no dudéis un instante, si fuese útil para vuestra
felicidad, en olvidar a esta mujer que ahora os dice, sin añoranza,
adiós.
Permaneció unos instantes mirando la hoja, después la colocó sobre
las demás, a su lado, sobre una mesita de madera clara. Hervé Joncour no se movió. Sólo giró la cabeza y bajó la mirada. Se encontró
mirando fijamente la raya de los pantalones, apenas esbozada pero
perfecta, en la pierna derecha, desde la ingle a la rodilla, imperturbable.
Madame Blanche se levantó, se inclinó sobre la lámpara y la apagó.
En la habitación quedó la escasa luz que desde el salón, a través de
la ventana, llegaba hasta allí. Se acercó a Hervé Joncour, se quitó del
dedo un anillo de diminutas flores azules y lo dejó junto a él. Después
cruzó la habitación, abrió una pequeña puerta pintada, camuflada
en la pared, y desapareció, dejándola entreabierta tras de sí.
Hervé Joncour permaneció largo rato en aquella extraña luz, dando
vueltas entre los dedos a un anillo de minúsculas flores azules. Del
salón llegaban las notas de un piano cansado: disolvían el tiempo,
que ya casi no se reconocía. Al final se levantó, se acercó a la mesita
de madera clara, recogió las siete hojas de papel de arroz. Cruzó la
habitación, pasó sin darse la vuelta ante la pequeña puerta entreabierta, y se marchó.
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Hervé Joncour pasó los años que siguieron escogiendo
para sí la vida límpida de un hombre ya sin necesidades. Sus días transcurrían bajo la tutela de una mesurada emoción. En Lavilledieu la gente volvió a
admirarle, porque en él les parecía advertir un modo
exacto de estar en el mundo. Decían que era así también de joven, antes del Japón.
Con su mujer, Hélène, tomó la costumbre de realizar,
cada año, un pequeño viaje. Vieron Nápoles, Roma,
Madrid, Munich, Londres. Un año llegaron hasta
Praga, donde todo parecía teatro. Viajaban sin fechas
y sin programas. Todo les sorprendía; en secreto, incluso su propia felicidad. Cuando sentían nostalgia
del silencio, volvían a Lavilledieu.
Si se lo hubieran preguntado, Hervé Joncour habría
respondido que vivirán así para siempre. Tenía consigo
la indestructible calma de los hombres que se sienten
en su lugar. De vez en cuando, en los días de viento,
bajaba a través del parque hasta el lago, y permanecía
allí durante horas, en la orilla, mirando cómo la superficie del agua se agitaba, formando figuras imprevisibles que brillaban sin orden en todas direcciones.
El viento era uno solo, pero sobre aquel espejo de agua
parecían miles los que soplaban. De todas partes. Un
espectáculo. Leve e inexplicable.
De vez en cuando, en los días de viento, Hervé Joncour
bajaba hasta el lago y pasaba horas mirándolo, puesto
que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable
espectáculo, leve, que había sido su vida.
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El 16 de junio de 1871, en la trastienda del café de Verdun, poco antes del mediodía, el manco acertó un golpe a cuatro bandas imposible, con efecto de retorno. Baldabiou permaneció inclinado sobre la mesa, con una mano detrás de
la espalda, la otra aferrada al taco, incrédulo.
-Pero bueno.
Se levantó, dejó el taco y salió sin despedirse. Tres días más tarde, partió. Regaló
sus dos hilanderías a Hervé Joncour.
-No quiero saber nada más de la seda, Baldabiou.
-Véndelas, idiota.
Nadie consiguió sacarle adónde diablos tenía previsto ir. Y a hacer qué, tampoco.
Se limitó a decir algo sobre Santa Inés que nadie entendió bien.
La mañana en la que partió, Hervé Joncour le acompañó, junto con Hélène,
hasta la estación de tren de Avignon. Llevaba consigo una sola maleta, y esto
también era relativamente inexplicable. Cuando vio el tren, parado en el andén,
depositó la maleta en el suelo. --Una vez conocí a uno que se había hecho construir una vía de ferrocarril sólo para él.
Dijo.
-Y lo mejor es que se la había hecho construir toda recta, centenares de kilómetros sin una curva. Había incluso un porqué, pero no lo recuerdo. Nunca se recuerdan los porqués. En fin, adiós.
No estaba hecho para las conversaciones serias. Y un adiós es una conversación
seria.
Le vieron alejarse, a él y su maleta, para siempre. Entonces Hélène hizo algo extraño. Se separó de Hervé Joncour y corrió tras él hasta alcanzarle, y le abrazó
fuerte, y mientras le abrazaba, rompió a llorar.
No lloraba nunca, Hélène.
Hervé Joncour vendió a un precio ridículo las dos hilanderías a Michel Lariot,
un buen hombre que durante veinte años había jugado al dominó, cada sábado
por la noche, con Baldabiou, perdiendo siempre, con granítica coherencia. Tenía
tres hijas. Las dos primeras se llamaban Florence y Sylvie. Pero la tercera, Inés.
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Tres años después, en el invierno de 1874, Hélène enfermó de unas
fiebre cerebrales que ningún médico consiguió explicar ni curar.
Murió a principios de marzo, un día en que llovia.
A acompañarla, en silencio, por la alameda del cementerio, acudió toda Lavilledieu: porque era una mujer apacible, que no había
sembrado dolor.
Hervé Joncour hizo esculpir sobre su tumba una sola palabra.
Hélas.
Dio gracias a todos, dijo mil veces que no necesitaba nada y volvió
a su casa. Jamás ésta le había parecido tan grande; y jamás tan
ilógico su destino.
Puesto que la desesperación era un exceso que no le pertenecía,
se volvió hacia lo que había quedado de su vida y empezó de
nuevo a ocuparse de ello, con la inquebrantable tenacidad de un
jardinero en su trabajo la mañana siguiente a una tempestad.
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Dos meses y once días después de la muerte de Hélène le aconteció a Hervé Joncour que, al acudir al
cementerio, halló, junto a las rosas que cada semana depositaba sobre la tumba de su mujer, una
coronita de minúsculas flores azules. Se inclinó
para observarlas y permaneció largo rato en aquella
postura, que desde lejos no habría dejado de resultar, a los ojos de eventuales testigos, notablemente
singular, e incluso ridícula. Al volver a casa, en vez
de salir a trabajar al parque, como era su costumbre, permaneció en su despacho, pensando. No hizo
otra cosa durante días. Pensar.
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En la rue Moscat, en el 12, se encontró con el taller de un sastre. Le dijeron que Madame Blanche no vivía allí desde hacía
años. Consiguió averiguar que se había mudado a París, donde se había convertido en mantenida de un hombre muy importante, un político, quizá.
Hervé Joncour se fue a París.
Tardó seis días en descubrir dónde vivía. Le envió una nota, rogándole que le recibiera. Ella le respondió que le esperaba a
las cuatro del día siguiente. Con puntualidad, él subió al segundo piso de un elegante edificio en el boulevard des Capucines.
Le abrió la puerta una camarera. Lo condujo al salón y le rogó que se acomodara. Madame Blanche apareció vestida con un
traje muy elegante y muy francés. Llevaba el pelo suelto sobre los hombros, como exigía la moda parisina. No llevaba anillos
de flores en los dedos. Se sentó enfrente de Hervé Joncour sin decir una palabra. Y se quedó esperando.
Él la miró a los ojos. Pero como habría podido hacerlo un niño.
-Aquella carta la escribisteis vos, ¿verdad?
Dijo.
-Hélène os pidió que la escribierais y vos lo hicisteis.
Madame Blanche permaneció inmóvil, sin bajar la vista, sin revelar el más mínimo estupor.
Después, lo que dijo fue
-No fui yo quien la escribió.
Silencio.
-Aquella carta la escribió Hélène.
Silencio.
-La traía ya escrita cuando vino a verme. Me pidió que la copiara en japonés. Y yo lo hice. Ésa es la verdad.
Hervé Joncour comprendió en aquel instante que continuaría oyendo aquellas palabras durante el resto de su vida. Se levantó,
pero permaneció quieto, en pie, como si hubiera olvidado, de repente, adónde iba. Le llegó, como de lejos, la voz de Madame
Blanche.
-Quiso incluso leérmela, aquella carta. Tenía una voz muy hermosa. Y leía aquellas palabras con una emoción que no he conseguido olvidar. Era como si fueran de verdad suyas.
Hervé Joncour estaba cruzando la habitación con pasos lentísimos.
-¿Sabéis, monsieur?, yo creo que ella hubiera deseado, más que cualquier otra cosa, ser aquella mujer. Vos no podéis comprenderlo. Pero la oí leer aquella carta. Yo sé que es así.
Hervé Joncour había llegado a la puerta. Apoyó la mano en el picaporte. Sin darse la vuelta, dijo suavemente
-Adiós, madame.
No volvieron a verse nunca más.
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Hervé Joncour vivió todavía veintitrés años más, la mayor parte de ellos con serenidad y buena salud. No volvió a alejarse de Lavilledieu
ni abandonó jamás su casa. Administraba sabiamente sus haberes, y ello le mantuvo para siempre al abrigo de cualquier ocupación
que no fuera el cuidado de su parque. Con el tiempo, empezó a concederse un placer que antes se había negado siempre: a quienes
venían a visitarle les relataba sus viajes. Escuchándole, la gente de Lavilledieu aprendía el mundo y los niños descubrían lo que era
la maravilla. El narraba despacio, mirando en el aire cosas que los demás no veían.
El domingo se dejaba caer por el pueblo, para la misa mayor. Una vez al año recorría las hilanderías, para tocar la seda que acababa
de nacer. Cuando la soledad le oprimía el corazón, subía hasta el cementerio para hablar con Hélène. El resto de su tiempo lo consumía
en una liturgia de costumbres que conseguía preservarle de la infelicidad. De vez en cuando, en los días de viento, bajaba hasta el
lago, y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su
vida.
Organiza: Centro UNESCO Valencia/Mediterráneo
Textos: Isabel Giner y José Manuel Gironés
Concepción y diseño: David Chaqués, José Manuel Gironés y Carmen Mira
Fotografías: Francisco Teodoro
Oficina Técnica: Saúl Alberola, David Chaqués, José María Chiquillo, Isabel Giner, José Manuel Gironés,
Carmen Mira y Ruth Pérez
Imprime: Gràfiques Maral- Canals, S.L.U.
CENTRO UNESCO VALENCIA/MEDITERRÁNEO agradece la colaboración de la Casa de Su Majestad El Rey, de la Comisión
Nacional Española de Cooperación con la UNESCO, de la Organización Mundial de Turismo, del Ministerio de Asuntos
Exteriores y de Cooperación, del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio, del Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte, de la Generalitat Valenciana, de la Fundación Hortensia Herrero, de la Embajada de Azerbaiyán, de la Embajada
de Kazajstán, de la Embajada de Turquía, de la Obra Social “la Caixa”, del Centro Islámico de Valencia, de la Comunidad
Israelita de Valencia, del Cabildo de la Catedral metropolitana de Valencia, de Fundacode y de la Fundación Apip Acam.
PALAU TAMARIT C/ Roger de Flor, 13. 46001 Valencia – [email protected] / www.unescovalencia.org

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