Entre Cipreses - Vivir en flow

Transcripción

Entre Cipreses - Vivir en flow
Entre Cipreses
Entre Cipreses
Vivir en Flow es un proyecto en positivo donde el valor y los retos de las personas se fusionan en el objetivo de buscar el flow en
nuestras vidas… A alcanzar la felicidad desde nosotros mismos con una actitud positiva. Es un foro de reflexión en que las
aportaciones de cada uno de los que participa, de una forma u otra, contribuyen al crecimiento personal y profesional colectivo, y
también a afrontar los problemas y retos que se nos presentan.
Web: www.vivirenflow.com
Mail: [email protected]
23 de junio de 2014. Reservados todos los derechos. Quedan prohibidas sin la autorización del autor la
reproducción total o parcial de este escrito.
E
staba en mi último año de mis estudios de Ingeniería Técnica Agrícola y tuve la infinita suerte de
entrar a trabajar en un vivero de planta ornamental. Parecía un lugar perfecto para ejercer mi “casi”
título de Ingeniero Técnico. Seguro que podría aplicar todo lo aprendido en la Facultad.
- ¿Ves aquel montón de compost?- me dijo el primer día el jefe de la empresa.
- Si -contesté.
- Pues hay que mezclarlo con el abono y ponerlo en esas bolsas, etiquetarlas y almacenarlas en el
cobertizo aquel de allí.
Me quedé perplejo. Me estaba dando indicaciones de coger una pala y voltear un montón de tierra…Eso
no era ni mucho menos lo que yo hubiera esperado.
- ¡Josep! -me alzó la voz delante de mi silencio- ¿Lo has entendido?
- Si, si -contesté en voz baja.
Después de un silencio me armé de valor, el jefe imponía, y comenté:
- Yo esperaba una tarea mejor…
- Pues esto es lo que hay. Ya veremos si lo sabes hacer.
Ese comentario me ofendió. Pero cuando estuve delante de aquella tarea, ¡no sabía cómo mezclarlo
para que quedara homogéneo! Suerte que desde la distancia el jefe me observaba de forma fraternal y me
enseñó, sin comentario alguno pero con una gran sonrisa en su rostro, cómo mezclar dos montones.
Me acordaré toda la vida. Tenía mucho que aprender y mi “casi” título no servía para nada delante de la
experiencia de las personas que llevaban trabajando en el vivero toda una vida. Desde ese momento acepté
todas las diferentes tareas con ganas de aprender y sin rechistar: sacar las malas hierbas de los campos,
limpiar metros y metros de vivero con la escoba, mover de sitio las macetas, ayudar a cargar y descargar los
camiones, embalar plantas, etc. Sorprendentemente estaba contento, ya que por fin estaba en acción,
aunque aquello distara mucho de lo que me había imaginado que era el trabajo de un ingeniero técnico
agrícola.
Llevaba ya unas dos semanas de duro trabajo de peón. Cuando una mañana se acercó el jefe y me dijo:
- Josep, estoy muy contento como trabajas -me comentó.
- ¿Sí? -me sorprendía que pudiera apreciar cosas buenas de unas tareas tan simples- Muchas gracias.
- Hoy vas a hacer algo diferente. ¡Sígueme!
Montamos en el coche y condujo a través de varios campos. Mis ojos chispeantes transmitían la ilusión
de un chiquillo. “Por fin voy a hacer alguna cosa de agrónomo”, me dije.
Después de 15 minutos se paró y dijo:
- ¡Aquí es! ¿Que ves?
“Aquí hay miles de cipreses, que digo miles, ¡millones de cipreses! Y hay de todas las medidas y
tamaños”, me dije.
Pues veo, un campo de cipreses. Concretamente, Cupressus sempervivens. -me sabía bien la lección
y, por si acaso, me anticipé a dar una contestación técnica.
- Sí, sí, claro… Cupresus sempervivens- exclamó el jefe entre carcajadas.
Le tomó un tiempo recuperarse del ataque de risa. Del suyo y del mío. Me había dado cuenta que había
sonado ridículo citar el nombre científico de unos comunes cipreses. Otra lección: los nombres en latín no
sirven demasiado para las plantas comunes.
- Te va a tocar repicarlos- Me informó.
“¿Que será repicar? ¿Cómo es que no nos han enseñado a repicar en la carrera?”, me pregunté a mí
mismo.
Supongo que aquel desconcierto se vio reflejado en mi expresión, ya que el jefe en un arranque de
humanidad se sacó del cinturón unas tijeras de podar, arrancó un ciprés y le cortó las raíces que sobresalían
de la base de la maceta.
- Josep, el repicado es muy importante, ya que hay que evitar que los cipreses hagan la raíz potente y
hagan más cabellera de raíz y así la planta es de más calidad y va mejor para el trasplante.
- La verdad es que te tengo que dar las gracias ¡Desde que estoy en el vivero estoy aprendiendo
muchas cosas! Y la primera ha sido que tengo mucho que aprender.
- Pero lo haces rápido Josep - me animó- Empieza por aquellos más grandes, continua por los
medianos, después aquellos “leilandi”, y después acabas con los pequeños. ¿Entendido?
- Si -dije con la boca abierta. Eran todos, absolutamente todos los cipreses que tenía que repicar. Mi
vista se perdía en una verde inmensidad inacabable- ¿Todos?
- Sí, todos. Lo hacemos cada seis meses. Es una tarea muy importante, ya que tenemos mucho dinero
en este negocio de los cipreses. Nos conocen por la alta calidad de planta que tenemos y piensa que
los venderemos todos antes de un año. No hace falta que pases por el vivero. Ven directamente al
campo. Yo me iré pasando por si necesitas alguna cosa. Tráete comida y mucha agua. ¿De acuerdo?
- Sí.
El jefe se entretuvo durante unos 20 minutos en enseñarme como se repicaba. Era generoso con su
tiempo y se aseguraba bien de que lo hiciera con calidad. En el fondo, aunque a mí me parecía que era una
rutinaria tarea, me estaba confiando una parte importante de su negocio: la calidad de sus cipreses.
-
Me pasé toda la noche pensando en la nueva tarea. Había mucho que hacer pero estaba contento. Era una
cosa diferente. Una labor más cercana a mi agronomía que las tareas de peón que había estado haciendo en
las últimas dos semanas.
Amaneció con buen tiempo y sin pensármelo, antes de la hora, ya estaba con las tijeras en la mano
repicando los cipreses grandes. Siguiendo a rajatabla las indicaciones del jefe.
Después de tres horas de repicar. Tres horas de fijarme en las raíces, en la colocación de las macetas, en
las hojas de las tijeras, mis manos doloridas mostraron las primeras llagas ¡Mis delicadas manos iban por mal
camino! “Acabo de empezar y ya tengo llagas”, me maldije a mí mismo. “¿Cómo voy a hacer todos estos
cipreses si apenas he empezado y ya estoy lesionado?”, me dije.
Sentí pánico. Un pánico que después de muchos años recuerdo perfectamente. Sentí que iba a fallar en la
primera pequeña tarea que el jefe me había confiado. Sentí que iba a fracasar en el intento de ser un
agrónomo. Añoré la comodidad de estudiar en la Facultad sin trabajar. Añoré las tareas que hasta la fecha
me había asignado. Por mi culpa iba a hacer mal el trabajo de repicada y el dinero que el vivero tenía en la
parcela de cipreses se iba a echar a perder. Me angustié mucho, pero mucho.
Tiré al suelo las tijeras. El dolor de las llagas era insoportable.
“Tendré que abandonar. No puedo aguantar este dolor. Y encima no me encuentro feliz con tantas raíces,
con tanta alineación de plantas, con tanto detalle, con tanta precisión. Y no me veo acabando todos estos
millones de cipreses. Tengo que dejarlo. Está claro”, me dije.
Lo había decidido. Era mejor que otro lo hiciera. Aunque ello me llevaría, seguramente, a ser despedido
del trabajo. Lo entendía.
Me senté un momento. Cogí el bocadillo del desayuno que no había probado aún y empecé a comer.
“¡Realmente esta tarea es aún peor que las anteriores! No me veo en mi vida haciendo nada como esto”, me
dije.
Posteriormente en mi vida me he dado cuenta que en ese momento estaba viviendo un momento anti-flow.
Estaba usando mis debilidades. Como estaba haciendo el trabajo, no era desde mi lado positivo, sino desde
el lado negativo. La gestión detallada y la precisión son áreas completamente dentro de mi torpeza absoluta.
Hacer el repicado desde esas habilidades me estaba llevando a una gran ansiedad.
A pesar de que había tomado una decisión (cuando acabara el bocadillo volvería al vivero y se lo diría al
jefe), una vocecita dentro de mí me decía que tenía que continuar, que tenía que superar aquel momento de
stress.
“No me puedo dar por vencido”, me sorprendí diciendo en voz alta.
Por unas llagas en la mano no podía decir que no podía hacerlo. Recordé en ese momento las veces que
había continuado jugando a fútbol con las rodillas y los muslos llenos de heridas por las caídas en aquellos
campos duros de tierra. Y eso también dolía, pero no lo notaba. Incluso dolía más que aquellas llagas. Pero
no lo sentía porque me gustaba mucho jugar a fútbol. Disfrutaba jugando a fútbol.
“Tengo que encontrar algo que me haga disfrutar aquí. Si disfrutara repicando seguro que no me dolerían
las llagas. ¿Pero… cómo?”, reflexioné.
Lo primero que tenía que hacer era coger de nuevo las tijeras y continuar cortando raíces. Así lo hice.
Dolía mucho la mano, pero la persistencia de mi convicción pudo más. Empecé a no pensar en el dolor de la
mano. Para no pensar tenía que evadirme.
Me imaginé donde irían esos cipreses, como serían aquellos jardines en los que serían plantados, como
serían los setos… Poco a poco mis pensamientos imaginaban todo aquello. Nuevas ideas de jardines con
cipreses aparecían en mi mente.
Levanté la mirada y acababa de hacer más de 20 metros de cipreses. Mis llagas continuaban al rojo vivo
pero no dolían. Bueno… si dolían pero sorprendente ¡no las notaba! Y había estado trabajando en el
repicado más de dos horas seguidas sin parar. Y lo más sorprendente de todo es que me lo había pasado
bien.
Me fui al coche directo a buscar alguna cosa para apuntar. Se me habían ocurrido un montón de ideas de
tipos y formas de jardines, de setos de cipreses. No quería que se me fueran de la cabeza. Cuando estaba
apuntando, apareció el jefe. Se me acercó y me dijo:
-
Hola Josep. ¿Cómo va todo?
Bien, muy bien. Me ha costado coger el truco al principio pero ahora me gusta -me sorprendí
contestando rápidamente -¿Había dicho que me gustaba mucho? Sí ¡y sinceramente!
- Perfecto. Por ser el primer día no está mal el trozo que llevas. Vamos a ver el repicado.
El jefe fue a ver los cipreses. Después de inspeccionarlos, me sorprendió diciendo:
- Estos primeros están regular. Pueden pasar. Pero a partir de aquí están perfectos.
Estaba indicando exactamente a partir de mi reanudación de la tarea. A partir del cambio de mi
motivación y de mi forma diferente de enfocar mi tarea.
- ¿Y esto? -preguntó el jefe señalando las anotaciones de mis ideas.
- Son ideas que tengo de cosas de jardines.
Estuvo mirándolas por unos instantes. Girando las hojas varias veces, revisando con curiosidad mis
garabatos.
- ¿Sabes que están muy bien? La semana que viene tengo un cliente que quiere arreglar una parte de
su jardín. Ya te preguntaré -me miró, sonrió y me lanzó unas vendas-. Te traía esto. Para que te cures
y cubras las llagas. A todos nos salen cuando nos toca hacer el repicado de toda la parcela.
Las vendas me reconfortaron, pero lo que más sacó el dolor fue la posibilidad de cumplir mi sueño:
podría participar en el diseño de un jardín. Bueno, de un trocito de un jardín. Ese era mi sueño, esa era una
supermotivación para mí. Me quería dedicar profesionalmente al diseño de jardines y tenía la primera
oportunidad casi a tocar. Me fascinaba poder llegar a crear espacios llenos de vida, de belleza, de alegría, de
color.
-
Aquella imagen me acompañó por varios días y puede sobrellevar la rutinario y tedioso trabajo que
resultaba repicar y repicar, un ciprés tras otro. Me sentía feliz, alegre, dinámico y lleno de vigor.
Pero a medida que los días pasaron sin ninguna noticia de la soñada la reunión, el dolor fue poco a poco
apareciendo de nuevo. Las ideas de posibles formas de jardines fueron desapareciendo de mis pensamientos
y el detalle de las raíces, de los cortes, de las tijeras y de las llagas (a estas alturas eran llagas sobre llagas)
fueron de nuevo cobrando vida. El detalle volvía a coger protagonismo y con el aumentaba mi ansiedad…
otra vez.
¿Dónde estaba aquella satisfacción y disfrute del trabajo? Se había ido difuminando a la vez que el sueño
del jardín. Mi alegría se tornaba en tristeza. Mi motivación en desmotivación. Y mi satisfacción en hastío. Me
encontraba otra vez cerca del sentimiento negativo que había tenido el primer día de repicado… y eso era
hacía más de una semana antes
“No puedo caer en esta actitud otra vez. He sido capaz de sobrellevar el trabajo con alegría durante horas
y días. Tengo que encontrar la forma”, me dije.
Me senté para descansar. Hacía días que no me tomaba un descanso entre turnos. Había trabajado sin
parar, jaleado por el sueño del jardín. Acumulaba hojas y hojas llenas de diseños, de nombres de plantas, de
formas de setos, rocallas, tipos de césped…Todo aquello, ahora, no motivaba. No tenía sentido porque era
para un fin que no venía.
Miré la parcela entera. Nunca la había mirado en su visión global. Siempre iba directo a la última fila de
cipreses que había dejado anteriormente. Hacía como el jefe me había dicho, desde ese lugar indicado en
adelante… hasta el ansiado e inacabable final.
Empecé a mirar la parcela diferente. No me había fijado que un poco más a la izquierda había un campo
de lechuga y a lo lejos se veía una persona trabajando. Tampoco me había fijado en cuántos cipreses
pequeños, medianos o grandes había. Solamente había estado en el área de los grandes. Tampoco me había
fijado en la magnífica sombra del nogal que se encontraba en la parte derecha de la parcela. Parecía un buen
lugar para dejar el coche y descansar en vez del soleado lugar que había escogido desde el inicio de mi labor.
Desde hacía muchos días, en ese precioso y mismo instante, estaba mirando diferente. Esto me gustaba.
Había levantado la cabeza para ver dónde estaba y en qué lugar estaba. Estaba mirando más allá de las
raíces y las macetas.
Continué mirando todo el escenario, toda la parcela, y de repente una enorme sonrisa iluminó mi rostro.
Había descubierto cómo hacer mi trabajo de forma positiva. En aquel momento solamente era una
inspiración, pero algo me decía que ese era el camino.
“El problema no es sustituir la rutina del repicado con el sueño del jardín. Aunque ha funcionado durante
un momento, no dura la motivación porque la he centrado en una ilusión sin base real. De un comentario
general me había montado una película.”, me dije.
La adrenalina empezó a correr por mis venas, y poco a poco me iba entusiasmando.
“He de gestionar la rutina. Me cansa mucho ir raíz a raíz. Tengo que verlo de forma más general. El
trabajo no es ir cortando raíces sino que el vivero continúe con su buen prestigio. ¡Que continúe el negocio
del vivero vendiendo los mejores cipreses del mercado! Sí, eso es”, proseguí pensando.
Ahora lo veía claro. Tenía mucha responsabilidad en mis manos y tenía que verlo como eso y no como un
“cortado de raíces”. Pero lo que más castigaba era el dolor de la mano. Cada día costaban más de cortar las
raíces de los cipreses. Parecía que las raíces crecían.
“¿Y por qué tengo que hacer primero los más grandes, que son los que cuestan más, y no ir haciendo
también los pequeños que tienen las radies más tiernas? Y los grandes los dejo para cuando la mano la tenga
menos cansada… ¡por la mañana!”, me dije.
Así lo hice. Aquel día acabé la jornada con cipreses pequeños. Las tiernas raíces se cortaban con apenas
una pequeña presión, ¡sin tijeras! Me motivó mucho la decisión y decidí de seguirla sin descanso.
Durante los cuatro siguientes días fui intercalando los tamaños, calculando los porcentajes de cada tipo
que había ya repicado. Incluso conocí al agricultor de las lechugas. Parábamos a la misma hora para comer
juntos y compartíamos de forma amigable el agua y una deliciosa conversación.
Increíblemente el dolor de la mano volvió a desaparecer y la motivación creció y creció. Y esta vez estaba
totalmente abocado a la tarea. No estaba evitando la tarea con un sueño irreal, estaba totalmente metido
en la grandeza de estar trabajando para la imagen del vivero.
Hacía casi dos semanas que estaba repicando. Busque el ciprés que había dejado desde hacía algunos días.
Era el más alto de todos. Lo arranque del suelo y cuatro enormes raíces salían de los orificios de la base de la
maceta. Cogí las tijeras entre mis dedos, sin rastro de llagas, que se habían convertido en rudos callos,
aunque ello no quitaba el dolor de las articulaciones de la mano. Inspiré hondo. Con todos mis pulmones
llenos de aire y con mucha fuerza, di cuatro tijeretazos y… ¡una lágrima salió de mis ojos! Era el último ciprés
a repicar.
En ese momento una gran contradicción flotaba por mi interior. Había alcanzado la meta inalcanzable de
repicar millones de cipreses y en lugar de sentir alegría, sentía tristeza. “Qué raro que soy”, pensé. Y allí se
quedó el campo totalmente repicado.
Esta experiencia me ha marcado de por vida. Por un lado, por entender que en la vida a nadie se le caen los
anillos por hacer labores de fondo. Por el otro lado, en que hacer el trabajo no es toda la parte de éste.
Hacer el “que” toca hacer, es lo que toca hacer. Pero lo que te puede llevar desde la ansiedad al flow es
“como” lo hagas.
Sin saberlo, en ese momento hice que mi vida viviera en flow. Busqué mi flow en aquel trabajo que en
principio, sin estudiarlo, iba a favor de mis debilidades y contra mis fortalezas. Busqué en mis puntos
fuertes, mis fortalezas: la perseverancia y la capacidad de visión global el “cómo” hacer ese trabajo tan
preciso de tanto de detalle.
Somos positivos & Nos gustan los problemas
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