Untitled - EZCRITOR.com

Transcripción

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Rafael Fernández
EL PEOR
AMIGO DEL
MUNDO
con ilustraciones de
Rocío Galindo
Mi Cabeza Editorial
Primera edición: Julio de 2014
© Texto: Rafael Fernández Ruiz
ezcritor.com
El contenido intelectual de esta obra está protegido por el chico
de la foto de abajo. A cambio de 5 euros al día, vigila los derechos
intelectuales de este libro. Le he puesto esas orejas receptoras para
que escuche bien si alguno de vosotros planea plagiar o reproducir
este librito sin mi permiso. Lo que pasa es que las orejas electrónicas
que le he puesto al pobre chico no funcionan muy bien y realmente
lo que logran es dificultar su audición. Así que si alguien fotocopia este libro, tiene mi permiso siempre y cuando no venda las
fotocopias. Si alguien lo copia digitalmente y lo pone a la venta le
denunciaré, pero si alguien lo hace porque le gustó mucho el libro
y quiere que todo el mundo lo lea gratis, prometo no denunciarle
aunque sea una putada para mí porque vivo de escribir.
Logotipo de la editorial: Alfonso Vargas Saitua
robotve.blogspot.com
Corrección: Mario Celdrán y Cora Bordes.
Dibujos del interior:
© Rocío Galindo
rociogalindo.com
Maquetación, diseño y fotografías del interior:
© Rafael Fernández Ruiz
Depósito Legal: AS-XXXXX
Impreso en papel en este libro.
“Estas novelas darán paso, con el tiempo, a diarios o
autobiografías: libros cautivadores siempre y cuando sus
autores sepan escoger entre lo que llaman sus experiencias y sepan reproducir la verdad de manera verdadera.”
Ralph Waldo Emerson
Dedico este libro a todos los psicópatas con
los que tuve que convivir siendo niño.
No habéis conseguido que mi vida sea una
mierda como la vuestra.
Desperté y escapé.
Lector, por favor, deja que te lo cuente todo: sé generoso conmigo: cuando escribo mi sufrimiento, plasmándolo
sobre un papel, publicándolo: el sufrimiento sale de mí:
se evapora y se archiva en la copia del libro que tienes
entre las manos. Y, en la vida real, quedo respirando
aliviado, por fin, sin dolor. De sobra sé que no soy el
que más ha sufrido. No me creo tan especial para creer
que no merezco sufrir, como todo el mundo. Seguro
que tú, lector, has pasado por cosas peores que yo.
Diario secreto del adiós.
CAPÍTULO I
“HOY PUEDE SER UN GRAN DÍA”
Mayte despierta nerviosa: no hizo falta que sonara
el despertador.
—Mejor, no quiero que se levante —piensa en su nueva pareja, que duerme a su lado—. Quiero estar a solas
con mi hijo. Es la despedida.
El hijo de Mayte, Sig de nueve años, duerme en el
sofá del salón: un salón sin puertas, situado en mitad
del apartamento de lujo en el que viven: en un buen
barrio de Madrid. Es el piso de soltero de Timoteo, la
nueva pareja de Mayte. Mayte y Timoteo decidieron
irse a vivir juntos, pero sin hacer grandes cambios en
su vida.
—Nos vamos a vivir juntos y, con el tiempo, ya se
verá —acordaron—. No queremos volver a casarnos y
que vuelva a ser un fracaso.
Sig no tiene habitación propia, pero a Sig le da igual:
aún no se masturba, aún no necesita intimidad ni un
pestillo tras ninguna puerta. A Sig le gusta estar en
una habitación sin puertas donde, en cualquier momento, puede aparecer cualquier miembro de su nueva familia. Sig los quiere a todos, menos a su hermana,
Cristina: ella siempre es ruda con él.
Mayte se ha levantado: mira con amor a su hijo, se
acerca al tocadiscos y posa la aguja sobre un vinilo de
Serrat: la canción exacta.
Sig, al escuchar los acordes, despierta. Abre un ojo, lo
cierra: no se levanta: finge que sigue dormido pero la
sonrisa que se dibuja en su cara, le delata. Hace tiempo
que le pidió a su madre que le despertara siempre con
la misma canción: “Hoy puede ser un gran día”. A su
madre le gusta mucho Serrat y en uno de sus discos,
Sig descubrió ese tema que está sonando.
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—Es hora de reflexionar —piensa Sig.
“Todo” está en aquella canción. Sig la escucha,
mantiene los ojos cerrados. Esa canción es su religión.
Canta Serrat:
“Saca de paseo tus instintos”,“si la rutina te aplasta,
dile que ya basta de mediocridad”,“date una oportunidad”, “pelea por lo que quieres y no desesperes si algo
no anda bien”,“el día de hoy va a ser imposible de
recuperar”,“todo lo que te rodea lo han puesto para ti,
no lo mires desde la ventana y siéntate al festín”.
...
Sig vivió cinco años sin padre. Y su madre escucha
siempre esos discos de Serrat. Así que un día Sig decidió que lo que Serrat cantaba en sus discos, eran los
consejos del padre que le faltaba. Si su madre los escuchaba, sería porque lo que Serrat canta, es lo correcto.
Además, algo en el interior de Sig le decía que todo
el sentido de la vida se hallaba en esa canción. No
debía olvidarla. Desde que comenzó a seguir las enseñanzas de la canción, dejó de estudiar. En clase se
dedicó a mirar a sus compañeras: a conquistar con su
mirada a todas: todas le interesaban: hasta a la más
fea le veía algo bello. Ellas le hacían llegar notas. Notas
en las que habían escrito confesiones como “te amo
desoladamente”. Sig, al leer esas notas, no les decía
nada. Miraba a la chica con la sonrisa del que sabía
que había ganado la partida y guardaba la nota en su
bolsillo. Ninguna chica consiguió que él las besara. Al
llegar a casa, entregaba esas notas a su madre. Mayte
se divertía mucho con esas notas, las guardaba haciendo colección:
—¿Pero cómo una niña de nueve años usa la palabra
“desoladamente”? —ríe Mayte.
Sig estaba seguro de que tenía un maravilloso futuro
en el fútbol. En los recreos, nadie podía rivalizar con
él. Sus compañeros de clase, mientras lo veían jugar,
gritaban:
—¡Así, así, así se llega al Madrid!
De mayor, sería delantero centro del Real Madrid: y
cuando tuviera la edad, se casaría con su madre. Nadie
puede quitarte lo que sientes. Para el loco, sus delirios
son la realidad.
10
...
—Buenos días —dice Mayte a la vez que lo besa en
la frente.
Hoy, Mayte ha posado los labios sobre la frente de
Sig, algo más de tiempo de lo habitual. Sig lo percibe,
no entiende por qué su madre le besa así. No sabrá,
hasta años después: cuando recuerde esa mañana, que
su madre le estaba diciendo adiós para siempre.
—¿Sabes que te quiero mucho, verdad? —pregunta
su madre.
Sig asiente. Está incómodo. Sig está enamorado de
su madre. Cuando sea mayor le pedirá matrimonio.
Ahora son novios declarados. Sig se lo pidió formalmente hace dos o tres años y su madre dijo que sí.
Ahora ella duerme con su segundo marido pero, cuando Sig crezca, su madre se divorciará de ese señor y
convertirá a Sig en su tercer marido. Mayte mintió a
Sig, le dijo que estaba casada con ese señor. Le mintió
para que en el colegio nadie le insultara. En la España
de los años 80, está mal visto irse a vivir con alguien
sin haber contraido matrimonio previamente.
Sig está molesto porque su madre haya sacado el
tema del amor. Hace años que no hablan del acuerdo.
Una vez, Mayte dejó que Sig le besara en los labios.
Ella estaba en la cama y Sig se puso sobre ella. La besó
varias veces en los labios. A Sig le pareció la mejor
sensación del mundo. Sig sólo quería besarla una y
otra vez en los labios, pero su madre le detuvo. Lo que
nunca permitió a Sig fue que le viera las tetas. Cuando
vivían en la isla, en la misma habitación, ella siempre
se cambiaba de sujetador delante de él. Siempre de espaldas. Sig admiraba la espalda desnuda y morena de
su madre. Quería verle las tetas. Cuando lo intentaba,
Mayte le castigaba. Por mucho que Sig rogó y lloró,
Mayte nunca se las enseñó. Sig tenía mucha curiosidad, sobre todo desde que uno de los profesores de la
escuela salesiana a la que iba en la isla, antes de que se
mudaran a Madrid, le preguntó, cuando nadie podía
escucharles:
—¿Tu madre tiene los pezones morenos?
—No lo sé.
—Los pezones morenos tienen más valor que los rosa11
dos —le comunicó el profesor.
—Nunca me deja verle los pechos —dijo Sig.
—Levántate la camisa —ordenó el profesor.
Sig hizo caso y se la levantó.
—Tú tienes los pezones morenos, así que ella también
los tendrá... No le digas a nadie que te he preguntado
esto. Si se lo cuentas a alguien te castigaré todo el año,
¿entiendes?
—Sí.
—Te castigaré terriblemente.
A Sig no le gustaba nada cómo los profesores miraban a su madre, cuando ella lo dejaba en el colegio.
...
—¿Cómo te quieres vestir hoy? —pregunta Mayte.
—¿Puedo elegir yo?
—Hoy sí.
Sig elige unos pantalones vaqueros, una camiseta
de manga corta y un pulóver rojo y gris. También sus
botas negras. Son sus primeras botas, de cuero. Le encantan. Le hacen sentir un tipo duro. Voltea un poco el
bajo de sus vaqueros: así es cómo lo llevan los rockers.
...
—Tiene que elegir una tribu —le dijo un día su hermana, poco tiempo después de llegar a Madrid.
—¿Y yo tengo que ser de alguna?
—Sí, claro. Si no, eres nada.
Sig se lo había pensado mucho. Investigó: descubrió
que la música era la clave para elegir. Serrat estaba
fuera. Una vez que eligieras qué ser, sólo podías escuchar el mismo tipo de música. Y tenías que decir
siempre, con desprecio, que el resto de la música era
una mierda. Le daba igual: nunca dejaría de escuchar
a Serrat —el soñador de pelo largo1— mientras su madre lo escuchara. Se tenía que elegir entre ser heavy,
punky, rocker o pijo. Los pijos le parecían ridículos, los
punkis, demasiado trabajo en el cabello: así que eligió
ser “heavy”.
—Si eres heavy, no te puedes bañar —aclaró su hermana, muy seria.
—Mamá no va a dejar que no me bañe.
Así que eligió ser rocker.
1.- Así es cómo Serrat se refiere a sí mismo en la canción: “Señora”.
12
...
Sig termina de vestirse, sale del baño. Siempre se
viste en el baño con la puerta cerrada con llave: tiene
pánico a que alguien le vea el pajarito.
—Tu pajarito es de oro, no se lo enseñes a nadie:
si alguien te lo ve, te lo puede arrancar —le dijo su
madre una vez: para prevenirle sobre los pedófilos.
Sig llega a la cocina: su madre le ha preparado su
desayuno preferido: un gran vaso de leche con doble
de Cola Cao y un “cropán”. Sig se sienta: abre el cropán: busca, esperanzado, la pegatina. ¡Sí, ha tenido
suerte! ¡Le ha tocado una fabulosa pegatina de Conan
el Bárbaro!
—¡Hoy va a ser un gran día! —grita Sig, a la vez que
le enseña a Mayte su primer triunfo del día.
Comienza a desayunar. Mayte, en lugar de irse, se
sienta en frente de él. Con los ojos rebosantes de amor,
observa cómo su hijo desayuna.
—¿Por qué no dejas de mirarme? —pregunta Sig,
extrañado.
—Porque te quiero mucho, Sig. Quiero recordar como
desayunas cuando esté en el hospital.
—¿En el hospital?
—¿No recuerdas que te dije que dentro de un tiempo
iba a pasar una temporada en el hospital?
—¿Ya es hoy?
—Sí, en un rato me voy. Pero ya sabes que no es nada
grave. Regresaré.
—Pues si vas a regresar, ¿por qué tanto rollo? —pre-
gunta Sig, molesto.
Mayte sonríe. Ha mentido. Sig no detecta nunca
cuando Mayte miente. Todo lo que le dice a Sig, Sig
se lo cree. El médico le ha dicho que probablemente
muera: se le detectó el cáncer de ovarios demasiado
tarde: a ella le sangraba el coño, pero en su ignorancia,
pensaba que era un desajuste del periodo menstrual o
nada importante porque, antes de encontrar a su nueva pareja, no mantenía relaciones sexuales con nadie:
descartó una enfermedad sexual. Ni se le pasó por la
cabeza el cáncer.
Sig termina de desayunar, marcha a la escuela. Antes
de que se vaya, Mayte vuelve a besarle y a darle un
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largo abrazo que ella trata de sentir más que nunca.
La gente, cuando abraza de verdad, lo que tratan de
hacer, es tratar de guardarse algo para siempre dentro
del corazón. Nunca se consigue: cada momento es
fugaz, nada se retiene. Todo deja de existir desde que
existe. Por eso Sig, cuando sea adulto y un enfermo
mental, grabará a las mujeres que se folla utilizando
una cámara oculta. Es la única forma de que los momentos dejen de ser fugaces. Mayte marchará dentro
de unas horas al hospital: un par de meses después
morirá de su enfermedad en los ovarios: morirá, entre
dolores, que le harán gritar e insultar a todo el mundo.
Rogará por drogas a todas horas para que cese el terrible dolor. Nadie merece morir así. No las personas
buenas.
Mientras Sig cruza la carretera, mira a la fachada
del edificio: a la ventana del apartamento. Sí. Allí
está su madre: mirándole con lágrimas en los ojos:
—¡Esta tía es idiota! —piensa Sig—. ¡Mi segundo pa-
dre se va a dar cuenta de que es a mí a quien quiere y
no a él y nos va a echar de casa! ¡Y me voy a quedar
sin padre otra vez!
Lo mejor de la niñez es que no hay nada que olvidar.
Todavía no deseas, con todas tus fuerzas, deshacerte
de ningún pasado, nigún error. Todavía no ha habido
tiempo para que empiece lo malo.
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Foto.- Mi madre quería ser escritora de mayor. Pero su padre
le dijo que se buscara un trabajo “de verdad”. Así que se hizo
“esteticista”. Foto de abajo: El cantante, Serrat. De mayor me
dejaría crecer el cabello largo para ser yo también un “soñador
de pelo largo”. Esa es mi “tribu” de la que no renegaré jamás.
Dibujo.- Es tan difícil conseguir un trabajo estable
como que consigas vivir de lo que te gusta hacer.
Tú eliges cómo pasar tu tiempo en la vida.
CAPÍTULO II
“PAPÁ BANG, BANG”
Timoteo lee un cómic de “Conan el Bárbaro” en el
salón de su casa. Es verano, está sin camisa (como el
musculoso Conan en la portada del cómic). Sin embargo, Timoteo es un gordo sin complejos, pelirrojo, con
ojos azules y barba. Timoteo tiene un buen trabajo,
vive en un apartamento de lujo, con una mujer maravillosa y sus hijos: a los que ha aprendido a querer.
—Todo sería perfecto si no fuera porque Mayte va a
morir.
...
Mayte es una mujer bella, con cabeza, que se prometió no volver a equivocarse en la vida. Salió de un
divorcio por maltrato. No quiso nada del mucho dinero que tenía su marido. Sólo pidió no volverle a ver.
Mayte pasó de vivir en un chalet, con un monedero
siempre rebosante de billetes, a vivir con sus hijos en
casa de sus padres: en una pequeña habitación donde
sólo había espacio para dos camas y un armario empotrado.
Al poco tiempo, la hija de Mayte, Cristina de once
años, le confesó que uno de sus tíos, Federico, la
obligaba a masturbarle. Mayte se derrumbó pero se
enfrentó, con un hilo de voz, con la voz más triste del
mundo, a su hermano Federico: llorando, temblando
de pena y dolor. Era el mayor golpe que recibía en
su vida: demasiado espantoso para una madre: Mayte
sentía que había fallado a su hija.
Federico, también temblando —pero por haber sido
descubierto— con una horripilante sonrisa falsa pintada en la cara, rojo de la vergüenza de que se supiera
qué clase de mierda era, aseguró que aquello de lo que
le acusaba la niña Cristina era mentira.
—Yo nunca haría algo así, Mayte —repitió una y
otra vez el pedófilo.
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—Si te vuelves a acercar a mi hija, me da igual que
seas mi hermano, te llevaré a la policía.
—¿Qué ocurre, mamá? ¿Por qué lloras? —interrumpió Sig—. ¡Si tú lloras, yo lloro!
Mayte decidió no contarle nada a Sig: que por lo
menos él siguiera siendo inocente. En ese momento
irrumpió la madre de los hermanos. No dudó ni un
segundo en ponerse del lado de Federico. Para Sig su
abuela era una bruja: siempre era mala.
—Se lo está inventando todo tu hija, que es una mentirosa —dijo la bruja—. Tendrías que castigarla.
Mayte no puede creer que su propia madre sea tan
malvada. Quiere pensar que dice eso para que su hijo
Federico no vaya a la cárcel, para que su familia no se
rompa, para ahorrarse un escándalo y ser la vergüenza
del edificio. Total, no se la ha follado, sólo le ha obligado a hacerle pajas: hacer una paja es como reventar un
grano con pus: tocas piel, sale el semen, , no es para
tanto. Las niñas siempre pierden la inocencia pronto,
al menos no la ha perdido con violencia. Su hijo se
merece una segunda oportunidad. No ha dejado embarazada a la niña. Mayte supone que con estos razonamientos —no se le ocurren más— justifica la bruja
su comportamiento. Mayte no sabe que las personas
malvadas no necesitan justificarse ante nadie. Tampoco se disculpan nunca. Jamás. Las personas malas se
reconocen, se sonríen entre sí y se cuidan entre ellas
porque “hoy por ti, mañana por mí”.
Lo que no entiende Mayte es que, una persona tan
malvada, vaya a misa de 8 cada mañana. A lo mejor
es allí donde el diablo se le metió dentro del cuerpo.
Se puso envidioso de ver a una vieja tan creyente y la
poseyó mientras rezaba el rosario. O, quizás, la bruja
vaya a misa de 8 cada mañana como coartada, para
disimular de cara a la galería.
—Voy a estudiar, ahorrar e irme con los niños para
siempre de aquí —dijo Mayte aún llorando y temblando, media muerta de tristeza.
—¡Vete cuando quieras! ¡Ni que yo te obligara a quedarte aquí —contestó la bruja.
La bruja tampoco había apoyado a Mayte cuando
decidió divorciarse:
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—Os casasteis por la Iglesia y eso es algo que es para
siempre ¿O no te enseñé yo eso? —le dijo entonces—.
¿Para qué te hacía ir a misa cada domingo si no? El
divorcio es pecado. Tu marido no era tan malo. Y tenía
dinero, nos daba dinero y mimos a todos. Mira ahora
cómo nos ha dejado tu divorcio. ¿Con qué dinero vas a
sacar a tus hijos adelante? ¡Una madre no puede ser
tan egoísta como para pensar sólo en sí misma! ¡Ese
hombre nunca te pegó demasiado fuerte, nunca te dejó
marcas en la cara! ¡Tendrías que haber pensado en tu
familia!
A Mayte le costó dos largos años cumplir su promesa
de abandonar la casa. Durante todo ese tiempo Federico no se atrevió a acercarse a su hija: Mayte vigilaba
sin parar y, cuando ella no podía estar presente, por
razones de estudio o trabajo, dejaba a su hijita en la
casa de una amiga de confianza. De todas maneras,
ahora que había sido descubierto, Federico no se atrevía a acercarse a la hija de Mayte. No era tan valiente.
Había conseguido escapar sin castigo de la primera
acusación; seguramente no sería tan fácil escapar de
una segunda. Federico, para tratar de hacer dudar a
Mayte de lo que había hecho, comenzó a cuidar de
Sig: de la noche a la mañana se convirtió en el mejor
tío del mundo. Siempre hacía reír a Sig: jugaba con
él y le ayudaba, con buen humor, a hacer los deberes:
además de enseñarle un montón de cosas apasionantes
para Sig: como a jugar al ajedrez o a utilizar la máquina de escribir.
—¿Tío Federico te hace algo malo? —le preguntaba
Mayte a Sig todos los días.
—¿Federico? —contestaba Sigmundo—. ¡Tío Federi-
co es el mejor del mundo!
Si Mayte le hubiera hecho las preguntas correctas a
su hijo, si le hubiera explicado a Sig de lo que Cristina
acusaba a tío Federico, Sig podría haber demostrado a
todos —gracias a su inocencia— que su hermanita no
mentía. Hubiera entendido unos hechos: recordado,
como una vez, pilló a su tío Federico siendo masturbado por Cristina. A pesar de que Sig entró en la habitación, Federico no se detuvo: estaba en ese momento
de placer en el que uno olvida hasta su nombre. Miró
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a Sig y dijo:
—¡Me la termino yo!
Federico hizo que Cristina soltara su polla; se llevó al
clímax él mismo. Sig reía, no sabía que estaba pasando: a qué jugaba tío Federico: todo ocurría bajo una
manta con la que Federico tapaba su polla y las manos
de la niña.
—¡No te acerques! —gritó a Sig.
Sig sólo veía a Federico temblando y dando saltitos: sentado en la cama: como si estuviera conduciendo un coche sin amortiguadores por una
carretera llena de baches. Era divertido. Así que Sig
comenzó a imitarlo, dando saltitos por la habitación.
Cuando Federico eyaculó, se guardó la polla dentro
de su pantalón y volteó la manta, Sig vio un resto de
semen sobre la cama. Parecía un escupitajo. Sig, con
cuatro años, no sabía qué era el semen.
—¿Qué es eso? —preguntó Sig tocándolo con el dedo
y probándolo.
—¡NO LO PRUEBES! —gritó Federico.
—¡Sí, pruébalo! —gritó su hermana.
Sig lo probó.
—¡OH, DIOS! —gritó Federico echándose las manos
a la cabeza.
Probarlo tampoco hizo que Sig descubriera qué era
eso. Jamás había degustado algo así. Su hermana no
paraba de reír.
—¿Sabes qué es? —preguntó Cristina.
—No...
—¡Ja, ja, ja!
Cristina odiaba a su hermano. Si Sig hubiera nacido
chica y Cristina chico, habría sido Sig quien recibiera
los abusos y las manipulaciones de Federico. No consideraba justo que fuera ella sola quien tuviera que
sufrir los abusos, en silencio. Odiaba ver cada día a Sig
el afortunado, feliz e inocente del terror. Los días de
Sig eran un paraíso, los de Cristina, un infierno.
Federico temblaba, ante el espectáculo de ver su
semen en la boca de Sig. Si esto se sabía, sería su fin.
—¡Como le cuentes algo de esto a tu madre te daré la
paliza de tu vida! —amenazó al niño—. ¡Te golpearé
tan fuerte en la cara que nadie podrá reconocerte!
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Sig nunca lo contó: no quería que Federico le pegara:
además no sabía qué diablos había visto: qué contar:
¿que había visto a su tío Federico sudando y dando
saltitos sobre la cama? ¿Que había visto un escupitajo
sobre el colchón de la cama? ¡Menuda tontería2!
...
En los siguientes dos años Mayte estudió: se convirtió en peluquera y “esteticién”. Trabajó en peluquerías
hasta ahorrar el suficiente dinero para independizarse
y crear su propio centro de belleza. Le costó dar el
paso, arriesgar sus ahorros: no tendría que haberse
preocupado tanto: acertó de lleno en la diana. Mayte
se había hecho con una gran clientela que no dudó
en seguirla hasta su nuevo local. En poco tiempo, su
monedero volvía a estar rebosante de billetes: dejó de
ser una pobre mujer y se convirtió en una empresaria
independiente.
Mayte se mudó con sus hijos a un bonito apartamento. Al año conoció a Timoteo: un ejecutivo de una
empresa de automóviles. Se enamoraron. Mayte le dio
una oportunidad al amor: contrató a varias empleadas
y dejó funcionando el centro de belleza en la isla. Marchó con sus hijos a Madrid, se fueron a vivir con Tim.
Lejos de Federico y de la bruja.
Mayte nunca contó a Tim por lo que su hijita había
pasado: prefirió dejar eso en la isla, en el olvido: jamás
regresarían a aquella isla.
Ahora iban a ser libres y felices.
Por fin.
Entonces llegó el cáncer.
...
Sig, está sentado al lado de Timoteo. También lee
un cómic de “Conan”. Hace un rato, habían ido juntos hasta el quiosco y Tim, generoso, con ganas de
complacer a Sig, había comprado todos los cómics de
“Conan” que habían visto. A aquel chaval le gustaba
mucho leer las aventuras de Conan. Y la verdad es que
a Timoteo también le agradaba leer esos cómics.
—Quizá, un día, le deje leer mi colección de cómics de
“El guerrero del antifaz” —pensó.
2.-En futuras aventuras de Sig, narradas en “20 Polvos -Edición
especial”, página 42, este hecho reaparece en su vida.
21
...
Antes del cáncer, Timoteo había propuesto a Mayte
convertirse en el padre legal de sus hijos: darle sus
apellidos.
—Bueno, habrá que preguntárselo a ellos —dijo Mayte, feliz.
Al primero que se lo preguntaron fue a Sig.
—¿Te gustaría, Sig, que yo me convirtiera en tu padre? —le había preguntado Tim.
—¡Sí!
—Me gustaría mucho que fueras mi hijo —dijo Tim—.
A partir de ahora, si quieres, puedes llamarme “papá”.
La nariz de Sig comenzó a picarle mucho hasta que
descubrió qué sucedía: era el paso previo para llorar
de la emoción. Era la primera vez que lloraba de emoción. ¡Por fin tenía padre, como todo sus compañeros
de escuela!
—¡Papá! ¡Papá! ¡Eres mi papá! —gritó emocionado
Sig.
Poco tiempo después, Sig entró en la cocina, pilló a
Timoteo besando en la boca a Mayte. No un beso casto
en los labios, como ella había dejado que Sig le besara,
años atrás. Era un beso con lengua. Sig sintió dolor,
repugnancia y vergüenza. ¿Aquello podía gustarle a
su madre? Parecía que sí, no gritaba ni se quejaba. Sig
se dio la vuelta y se fue de allí, sin que ellos hubieran
reparado en él. Escondido, Sig les escuchó hablar. Mayte había vendido el salón de belleza de la isla por seis
millones de pesetas. En los años 80, seis millones de
pesetas era muchísimo dinero.
Por la noche, la familia feliz fue a cenar a un italiano.
Mientras comían pizza, Timoteo y Mayte anunciaron
a sus hijos que habían decidido casarse.
—¿Pero no estabais casados ya? —preguntó Sig.
—Nos habíamos casado en Suiza —improvisó Mayte—. Ahora nos vamos a casar en España.
...
Timoteo se aficionó a los cómics de “Marvel”. Le
gustaba leerlos al lado de Sig, mientras su futuro hijo
leía otro.
—¿Por qué te gustan tanto estos cómics? —pregunta
22
Tim.
—Porque cuando los leo, imagino que yo soy el protagonista. Me gustaría ser un superhombre —contesta
Sig.
—¿Qué superhéroe? ¿Conan? —pregunta Tim.
—No. Me gustaría más ser uno con super poderes
porque así ayudar a la gente resultaría más fácil. Spiderman... ¡No!, mejor Superman. A ese le rebotan las
balas y “sabe” volar.
...
Tras la pizza, Timoteo y su nueva familia ven una
película en el salón. Timoteo ha alquilado un VHS en
el videoclub. Una película de kárate que sólo le gusta
a él. Son las 10:30 de la noche, Sig tiene que irse a la
cama. Mañana hay escuela.
—Es hora de que se acueste Sig —avisa Mayte—.
Tenemos que dejar la peli para mañana.
—¡Pero sólo le quedan cuarenta minutos! —se queja
Timoteo
—Sig tiene que irse a dormir. Te dije que no la pusieras, que ya era tarde.
Repleto de mal humor, Timoteo se levanta del sofá,
camina por el pasillo, se va al dormitorio, cierra la
puerta dando un portazo: que se note que está enfadado.
Mayte se va a la cocina: prepara algo en la cocina;
Cristina se encierra en su habitación, escucha música
en su walkman. Sig comienza a transformar su sofá en
una cama: levanta los cojines, los cubre con la sábana.
Reaparece Timoteo. Tiene una pistola en la mano.
—Lo siento, Sig —dice Tim—. Te tengo que matar.
Sig sabe que aquella pistola, con la que su futuro
padre ahora le está apuntando, no es una pistola de juguete. Tim se la había enseñado: suele ir a una galería
de tiro a disparar. Un día, Tim le va a llevar, se lo ha
prometido.
Sig grita aterrorizado:
—¡NO, POR FAVOR, PAPI! ¡NO!
Aprieta el gatillo. Timoteo dispara ocho veces a la
cabeza de Sig.
¡BANG!
¡BANG!
23
¡BANG!
¡BANG!
¡BANG!
¡BANG!
¡BANG!
¡BANG!
Sig llora mirando al cañón de la pistola. No entiende. Ninguna bala le ha tocado.
—¡ERES UN SUPERHÉROE! —grita Tim—. ¡LAS
BALAS TE HAN REBOTADO!
Timoteo ha disparado con la pistola descargada. Sig
comienza a llorar preso de los nervios. Tim, ríe.
—¡Es una broma, tonto! —dice Tim—. ¿Por qué llo-
ras?
Mayte llega corriendo: pregunta qué ha pasado. Sig
llora y tiembla. Tim cuenta la divertida broma que le
ha gastado. Mayte grita a Tim, se enfada mucho con
él: le grita que nunca más vuelva hacer eso, que si la
está escuchando bien: que si lo vuelve a hacer llamará
a la policía. Tim parece no entender a cuento de qué
vienen esos reproches:
—¡Sólo era una broma! —se disculpa con voz dulce
a Mayte a la vez que va agachando la cabeza, asustado
y arrepentido: teme que Mayte decida abandonarle o
que llame a la policía y se vea envuelto en un jaleo de
cojones.
—Pídele perdón a Sig —dice Mayte.
Tim le pide perdón. Sig contesta: deja de llorar y
abraza a su futuro padre. Sig sólo tiene nueve años, es
bajito: lo que consigue abrazar es la barriga de Tim.
—¡Te quiero mucho, papá!
Sig no quiere riñas ni gritos. Sólo quiere tener papá
y mamá. Que se quieran mucho. Y que no le disparen. Mayte mira a Sig. Está asustada por si el niño
ha quedado traumatizado con la broma. Pero Sig está
sonriente.
—¿Ves cómo no ha pasado nada? —dice Tim a Mayte— ¡No era nada más que una broma!
Quizás Sig se hubiera traumatizado si nadie hubiera
aparecido para recriminar a Timoteo su mala acción.
Pero Mayte apareció, dijo que eso estaba mal, Tim retrocedió, pidió perdón y todo quedó bien en la cabeza
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de Sig. Son las injusticias que quedan sin castigo las
que traumatizan a los niños.
...
Timoteo termina de leer la última página del cómic
de Conan. Lo cierra y se lo entrega a Sig, que se encuentra a su lado: leyendo el número anterior al cómic
que su padre acaba de terminar de leer.
—¿Hemos comprado el número que va después de
este?
—Sí —contesta Sig.
—¿Me lo pasas?
Sig deja su cómic en el suelo, se levanta de buena
gana y abre la gaveta donde los guarda: busca el que
sigue, se lo entrega a su futuro padre.
Tim le mira a los ojos.
Sig, le sonríe.
Tim esquiva la sonrisa de Sig, hace como que no la
ha visto. Prefiere mirar fijamente a la portada del cómic de Conan, a la vez que piensa:
—“Cuando Mayte muera tendré que inventar algo,
de cara a los niños, para explicarles porqué les mando
de vuelta a la isla: a casa de los padres de Mayte. Allí
estarán bien. Hubiéramos sido felices todos juntos, pero
sin Mayte a mi lado, sería estúpido que cargara con
estos niños”.
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Dibujo.- ¿Se realizó como persona Mayte en esos
años de duro trabajo o trabajó como una esclava
para nada? Debería de haberse quedado con lo que
le correspondía del divorcio y mudado con sus hijos.
Debería haber cuidado su salud y convertirse en lo
que soñaba ser: escritora. ¿Por qué sufrir cuando la
vida te está ofreciendo un camino que va a la playa?

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