LIBROS - A vuelapluma

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LIBROS - A vuelapluma
CYAN MAGENTA AMARILLO NEGRO
(COLOR) - Pub: SUPLEMENTOS Doc: 12395N Red: 100% Ed: Primera EDICION Cb: 00 Enviado por: Bernardo Puentes
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SUPLEM E N T O C U LT U RA L D E D IA RIO CÓR D OB A
DI RECTOR: FR ANCI S CO L UI S CÓR D OB A B E R J I L L OS
COORDIN A D O R D E L SU P LE M E N T O : FR ANCI S CO ANT ONI O CAR R AS CO
AÑO X XIV . N Ú M E RO 1068.
SÁ BA D O 12 D E J UNI O D E L 2010
PREMIO NACIONAL DE FOMENTO DE LA LECTURA
CUANDO CAMBIÓ EL CINE
Se cumplen cincuenta años del estreno de ’Al final de la escapada’, símbolo de la Nouvelle Vague
LIBROS
N A RRA T I V A : ‘E L F A N TÁ S TIC O HOMBRE BA L A ’, DE A N TON IO L UIS GI NÉS. ‘ TROPO
V E R O ’, D E A N D R É S TRA PIEL L O. ‘N UES TRA A MIG A C O MÚN ’, DE L UIS B ARGA.
‘E L E C T R Ó N I CA PA R A C L A RA ’, DE G UIL L ERMO A G UIRRE. POES ÍA: ‘RÍ O HACI A LA
N A D A ’ , D E CL A R A JA N ÉS .
JOAQUÍN BENITO DE LUCAS
El poeta toledano acaba de reunir su obra en la editorial
Calambur bajo el título de ‘La experiencia de la memoria’. En
una entrevista de Roberto Ruiz de Huydobro, asegura que “hay
que olvidarse de que la poesía te aleja de la vida”.
CYAN MAGENTA AMARILLO NEGRO
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Cuadernos del Sur DIARIO CÓRDOBA
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Sábado, 12 de junio del 2010
Agenda
☛ LA TRASTIENDA DE PAPEL
☛ FUEGOS
Cosas del
canon
☛ CERTÁMENES
Fútbol es fútbol
Juana Castro
La cara intelectual del deporte rey
Manuel
Luis García
Murguía
C
Premio Caja Granada ■ La Obra
Social Caja Granada y la editorial Random House Mondadori convocan el III Premio CajaGranada de Novela Histórica.
Al certamen podrán concurrir
escritores de cualquier nacionalidad, si bien sus obras deberán estar escritas en castellano y no haber sido premiadas.
Las novelas deben tener una
extensión que no sea inferior
a las doscientas cincuenta
páginas y tienen que presentarse antes del 1 de octubre
del 2010. El jurado estará compuesto por personalidades del
mundo editorial, un representante de la Obra Social Caja
Granada y otro de Random
House Mondadori. El premio
tiene una dotación de 100.000
euros y su ganador será proclamado en la última semana
del mes de enero de 2011. La
novela ganadora será publicada en la editorial Grijalbo en
2011, y su primera tirada tendrá un mínimo de 10.000
ejemplares y un máximo de
500.000.
sado todas las fronteras.
omienza el Mundial de
Fútbol 2010 de Sudáfrica.
El país se encuentra adormecido y con el Mundial afloran
los libros con el fútbol como excusa literaria. Uno de los últimos
es Salvajes y sentimentales (Alfaguara), de Javier Marías, reeditado y
ampliado. Conocidos son, al menos por algunos, sus artículos
futboleros (y su devoción por el
Real Madrid. ¡Qué tiempos aquellos en que cruzaba sus crónicas
con las del culé Montalbán!). Por
eso no me he podido resistir a
adquirir esta nueva edición, a
pesar de tener la original. Por
eso y porque siempre es de agradecer que alguien se tome en serio un espectáculo excesivamente vilipendiado en el que los periodistas acostumbran a abusar
del sofisma. Bienvenidas sean estas crónicas de cabecera de Javier Marías, por higiene ante todo. Que el fútbol mueve pasiones lo saben muy bien los jugadores y aficionados, dirigentes y
todos aquellos que aún no mostrando especial interés por el deporte debemos sufrirlo semana
tras semana tanto en la programación televisiva como en nuestros trabajos. Baste recordar que
un club como el Real Madrid
mueve tanto presupuesto como
una ciudad de doscientos mil habitantes. Pero también lo saben
los periodistas, deportivos o no,
como es el caso de Enric
González. Autor de Historias de
Nueva York e Historias de Londres,
fruto de su estancia como corresponsal del diario El País en dichas ciudades, nos entrega ahora Historias del calcio (RBA) o su
particular visión de la Italia de
☛ RELATO
☛ POESÍA
☛ NOVELA
☛ RELATO
☛ NOVELA
‘Exhumación’. Autores: Luna Miguel
y Antonio J. Rodríguez. Edita: Alpha
Mini. Barcelona, 2010.
‘La música que llevaba’. Autor: José
Moreno Villa. Edita: Cátedra. Madrid, 2009.
‘Locura...’. Autor: Mário de Sá-Carneiro. Edita: Menoscuarto. Palencia,
2010.
‘Vampiros’. Autor: VV.AA. Edita: Atalanta. Barcelona, 2010.
‘El secreto de los cuatro ángeles’.
Autor: Marcello Simoni. Edita: Bóveda. Sevilla, 2010.
Dos amantes adolescentes al
límite de sus
fuerzas huyen de la tutela de un
mundo que
les aburre y
que no toleran para guarecerse en un misterioso club nocturno. Luna
Miguel y Antonio J. Rodríguez
escriben a cuatro manos este
relato brillante y gamberro.
Un thriller soñado por un sutil
y perverso Casanova.
El malagueño José
Moreno Villa
fue un artista que se entregó a la
creación con
pasión. Tras
la experiencia de la
Guerra Civil se ve forzado al
exilio en México. Este volumen
es una antología que ya reunió
en 1949, aunque sigue un orden diferente para presentar libros y poemas, siguiendo un
criterio cronológico.
Escrita con
solo veinte
años, esta
novela es
una de esas
raras obras
seminales de
toda una trayectoria literaria, la del
lisboeta Mário de Sá-Carneiro,
a quien su amigo Pessoa definió como “genio del arte”. La
genialidad atormentada y la
pasión creativa son dos ingredientes de esta narración del
suicidio de un escultor célebre.
■ Esta antología reúne
en un solo
volumen los
mejores textos cortos de
vampiros
que se han
escrito desde
principios
del siglo XIX hasta finales del
siglo XX. Incluye textos de Polidori, Rymer, Aickman, Baudelaire, Le Fanu, Derleth, Stoker
y Poe, entre otros. Cuenta con
una introducción a cargo de Jacobo Siruela.
El mercader de reliquias Ignacio
de Toledo se
embarca junto a los jóvenes Willalme
y Uberto en
un viaje para
encontrar el
Uter Ventorum, el último códice
que puede desvelar los misterios universales. Primera novela publicada por el italiano
Marcello Simoni, que le ha valido el reconocimiento de la
crítica y el público.
fue, a mediados del
siglo XIX, el
escritor de
éxito. Novelas, poemas, relatos, colaboraciones en periódicos, relaciones en Madrid... Hasta el punto de que un libro suyo, La primera luz, fue recomendado por
el Ministerio de Fomento para
la enseñanza en las escuelas
de Galicia. El nombre de Murguía estaba por todas partes y
sus libros eran aclamados como los de los más grandes de
la literatura. Rosalía de Castro,
en cambio, apenas salió de Galicia. Frente a los más de treinta títulos de Murguía, Rosalía
escribió cinco libros de poesía
y algunas obras en prosa. Como toda la gente de su época,
miraba y admiraba al famoso
escritor, que sabía moverse
por todos los círculos. Tal vez
en algún momento quiso ser
Murguía. Hoy, la obra de Rosalía está en la literatura universal, y su nombre ha traspa-
■
■
los años ochenta, cuando estuvo
destinado en la ciudad eterna,
en el país de la bota. Enric es seguidor del Inter de Milán, y serlo
de este equipo en detrimento del
Milán es como serlo del Atlético
de Madrid en lugar del Real Madrid. Es decir, es ser un sufridor
nato. Posiblemente de esa capacidad de sufrimiento hayan nacido artículos como Los vencidos o
El baño, como El sueño de un niño
de Livorno o El hombre impasible. Y
es que el fútbol ya no es el opio
del pueblo, o sí lo es, pero sus
crónicas en manos de escritores
como Enric González, incluso a
mí, que no me gusta el fútbol,
me resultan atractivas. Y cerrando este círculo balompédico, se
ha atrevido con el deporte rey
también la editorial Bassarai,
que desde Vitoria gestiona el
poeta Kepa Murua, y lo más curioso, juntando en un mismo vo-
■
lumen, Cultura (s) del fútbol, a gente tan aparentemente dispar como el escritor Juan Villoro, mexicano, Premio Herralde 2004 y
autor de Dios es redondo (Anagrama), otro libro sobre el balompié, con por ejemplo Andoni Zubizarreta, Miguel Pardeza (ex futbolistas internacionales) o Santiago Segurola, posiblemente
uno de los mejores periodistas
deportivos de este país. Y la pregunta es inevitable: ¿qué tiene
en común un escritor de prestigio con periodistas de renombre,
ex jugadores de élite o entrenadores como Xabier Azkargorta o
Juanma Lillo? (Que también colaboran en Cultura (s) del fútbol).
Sin duda, la pasión por uno de
los fenómenos deportivos de mayor calado de nuestra sociedad.
Tres libros diferentes para una
misma pasion que da comienzo
en Sudáfrica: el fútbol.
Caminos de Hierro ■ La Fundación de los Ferrocarriles Españoles convoca el 25° concurso fotográfico Caminos de Hierro, que pretende fomentar la
creatividad en el ámbito del ferrocarril. Cada concursante
puede presentar un máximo
de tres fotografías individuales o una serie fotográfica. Las
imágenes no deberán ir montadas ni reforzadas sobre cartulina, ni con paspartú ni enrolladas. Las obras podrán ser
presentadas hasta el 12 de noviembre del 2010. Se establecen un primer premio de
6.000 euros, un segundo de
3.000 euros, un tercero de
1.800 euros y diez accésits de
400. El resto de obras seleccionadas recibirán 40 euros cada
una. Además, se establece un
Premio Autor Joven para concursantes menores de 25 años.
■
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DIARIO CÓRDOBA Cuadernos del Sur
3
Sábado, 12 de junio del 2010
Entrevista
☛ POESÍA
Joaquín Benito de Lucas
“Hay que olvidarse de que la poesía te aleja de la vida”
Roberto Ruiz de Huydobro
nombres todos los que quiera, porque
cada uno de ellos me habrá enseñado
alguna cosa.
–Uno de los poemas inéditos incluidos
en el segundo volumen se inicia así:
“La poesía es un viento que te empuja /
hacia la vida”. ¿La poesía ayuda a vivir?
–Naturalmente. Hay que olvidarse de
que la poesía te aleja de la vida. La
poesía es vida, aunque sea literaria, pero vida al fin y al cabo y, a veces, más
verdadera que la real. No importa el
contenido triste o alegre de los temas
que trate. La poesía es una invitación al
conocimiento de la realidad y, consecuentemente, de la vida. En cada poema, en cada libro, hay una invitación a
vivir. Si es triste, porque te enseña a superar la tristeza; si no lo es, porque te
conduce a estados del alma que te permiten comprenderte y comprender a
los demás para poder seguir viviendo
sin rencor ni remordimientos.
–Dice Francisco Brines que “los poetas
escribimos para un lector individualizado”.
–No conozco el contexto en el que
Francisco Brines hace esa afirmación.
Si se refiere a que los poetas no escribimos para una minoría ni para la inmensa mayoría, estoy de acuerdo con
él. Yo escribo para mí, que soy el primer lector de mis poemas. Cuando escribo nada me ata o me limita; cuando
A
demás de estudioso de la literatura, Joaquín Benito de Lucas
(Talavera de la Reina, Toledo,
1934) es un poeta intimista y autobiográfico. Autor de una obra poética que
atesora diversidad temática y estética,
entre sus poemarios se encuentran libros como Materia de olvido (Premio Adonais 1967), Memorial del viento (Premio
Miguel Hernández 1976), La sombra ante
el espejo (Premio de Poesía Castilla-La
Mancha 1987), Álbum de familia (Premio
Tiflos de Poesía 1998), La mirada inocente
(Premio de Poesía Ciudad de Córdoba
Ricardo Molina 2003) y La escritura indeleble. La editorial Calambur acaba de
reunir, en dos volúmenes y con el título
de La experiencia de la memoria, toda su
obra poética, que supone una trayectoria de más de cincuenta años. El segundo volumen de la publicación incluye
seis poemas inéditos.
–Sería difícil encontrar un título que
expresase mejor cuál es la raíz de su
obra poética que La experiencia de la memoria, ¿no?
–Creo que sí, porque la memoria es el
gran almacén donde se guarda la información de todo lo que nos va sucediendo a lo largo de nuestra vida. Mi poesía
está basada, en parte, en la memoria,
de la que los recuerdos recuperan los
hechos que la memoria guarda como
experiencias imborrables.
–En el prólogo, Pedro J. de la Peña dice
que “la poesía de Benito de Lucas no es
tan fácil ni tan sencilla, ni se elabora
únicamente como un tránsito narrativo, como algún crítico ha afirmado, sino que sale de esa sencillez prosaica
con la frecuencia necesaria para que
veamos en él a un conocedor de los recursos de la galanura renacentista e incluso de la retórica barroca”.
–La facilidad y sencillez de mi poesía
están en consonancia con la fluidez del
pensamiento poético y el control que
sobre él ejerce el lenguaje. Y si se presenta al lector fácil y sencilla es porque
en su escritura se han superado las dificultades de expresión y la oscuridad
con que muchas veces se ofrecen los temas. Por eso la crítica también ha dicho
que en mi poesía subyace un férreo trabajo de construcción, una disciplinada
labor de poda.
–José Hierro decía lo siguiente: “Pureza:
he aquí una palabra clave para navegar
por la poesía de Joaquín Benito de Lucas”.
–Pureza, inocencia, ingenuidad. Palabras sinónimas que pueden confirmar
lo que dice José Hierro. El tema de la infancia ocupa un extenso lugar en mi
poesía. La mirada con que contemplo el
mundo es de pureza. Yo siempre me he
visto como un niño abandonado en el
oscuro mundo.
–Entre los diversos temas que ha tratado en su obra poética, ¿cuál diría que le
“La verdad es que uno se
encuentra actualmente
desbordado por las nuevas tendencias de los jóvenes poetas y por su variedad estilística”
El poeta Joaquín Benito de Lucas.
define mejor?
–En mi poesía hay tres temas principales: la infancia, el amor y la muerte.
Pienso que puede ser el tema de la infancia el que mejor me define porque
en él trato de recuperar el mundo doloroso y alegre, al mismo tiempo, del
niño que fui en la posguerra española.
Yo soy quien lo veo, lo contemplo, lo escucho, y él es quien escribe el poema
contándome lo que sintió y vivió en cada caso.
–Siempre le ha preocupado más el ritmo que la medida.
–Es cierto que, sobre todo, me dejo llevar por el ritmo de los versos. No obstante, soy muy cuidadoso con la medida. El fluir del ritmo en el poema hace
que a veces se rompa la medida versal,
pero siempre buscando un efecto de
contraste, bien emocional o de rompimiento. Mi idea del poema es que sus
versos discurran con la armonía de las
aguas del Tajo, aunque posiblemente
pueda darse algún remolino de vez en
cuando.
–¿Qué poetas han tenido mayor influencia sobre usted?
–Por mi condición de profesor de Literatura he leído y escrito sobre poetas de
diferentes épocas: la medieval, la renacentista, la romántica y la moderna. Cada una de ellas me ha dejado una enseñanza. De Gonzalo de Berceo he
aprendido el lenguaje sencillo y coloquial; de Garcilaso de la Vega, la melodía del verso; de Gustavo Adolfo Bécquer, la sinceridad; de Antonio Machado, la meditación; de Juan Ramón
Jiménez, el sentimiento. Añada a estos
doy por bueno lo escrito, nunca sé
quiénes serán mis lectores.
–¿Cómo ve a la nueva generación de
poetas españoles?
–La verdad es que uno se encuentra
desbordado por las nuevas tendencias
de los jóvenes poetas y por su variedad
estilística. Creo que la poesía joven goza de buena salud. Salud juvenil que
no está exenta, sin embargo, de ciertos
enfriamientos de carácter rítmico y de
alguna que otra indigestión superrealista.
–¿La locura de Alonso Quijano demuestra que los libros tienen algún tipo de
veneno?
–Algo debe de haber de eso, porque la
lectura, como decía Lope de Vega del
amor, es “beber veneno por licor suave”. Pero el veneno destilado en palabras es menos ponzoñoso que el que tenemos que tragar sin destilación ni belleza en la vida real. En última instancia, para ese veneno contamos con el
bálsamo de Fierabrás.
CYAN MAGENTA AMARILLO NEGRO
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Cuadernos del Sur DIARIO CÓRDOBA
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Sábado, 12 de junio del 2010
Cine
SE CUMPLEN AHORA CINCUENTA AÑOS DEL ESTRENO DE ‘AL
FINAL DE LA ESCAPADA’, UNA DE LAS PELÍCULAS MÁS RE-
DIARIO CÓRDOBA Cuadernos del Sur
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Sábado, 12 de junio del 2010
Cine
Una imagen de Jean-Paul Belmondo
en la película de Jean-Luc Godard ‘Al
final de la escapada’.
PRESENTATIVAS DE LA NOUVELLE VAGUE
Jóvenes y
rebeldes
Manuel Ariza Canales
M
edio siglo y el chico y la chica
permanecen tan modernos como siempre. O más aún. Michael Poiccard (Jean-Paul Belmondo) ha seguido pasándose el dedo por los labios en
espots publicitarios de bebidas chic con
apellido italiano o en fotogramas de culto
que llevan la firma de Quentin Tarantino.
Chulo, romántico y glamuroso como un
Humphrey Bogart flaco y eternamente
adolescente. Tan duro, tan frágil cuando
está con ella. Con Patricia Franchini (Jean
Seberg), la pin-up rubia que se cortó el pelo a lo garçon y colgó sus pompones y su
uniforme de animadora en los vestuarios
de un instituto del medio oeste americano
para mudarse a un apartamento parisino
donde resuenan los ecos de Faulkner y la
trompeta de Boris Vian.
Pero, quizás me esté precipitando y deba
pedir disculpas por este comienzo atropellado, dinámico, espontáneo..., este comienzo tan Nouvelle Vague. Quizás deba
recuperar el aliento, serenarme un poco y
volver a empezar...
ESCRIBIR CON LA CÁMARA
Diciendo, por ejemplo, que a finales de la
década de 1950 el séptimo arte se puso de
moda entre los jóvenes universitarios franceses, que hicieron del cine-club un lugar
de disfrute estético, reflexión intelectual y
debate. La periodista Françoise Giroud etiquetó a esta inquieta generación de cinéfilos como nouvelle vague (nueva ola), término que haría fortuna y sería aplicado al
puñado de cineastas que salió de entre
sus filas. Un grupo de críticos y entusiastas que, entre sesión y sesión de la Cinemateca del Barrio Latino, aparcó momentáneamente la máquina de escribir y
las páginas de Cahiers du Cinéma -mítica revista cofundada por André Bazin en 1951para poner en práctica su visión de lo que
podría e incluso debería ser el cine. Una
rebelión que intentaba superar el cine de
calidad francés, anclado en historias impregnadas de un costumbrismo poético y
en los rostros de Jean Gabin, Fernandel o
Bourvil. Reivindicando, no obstante, la
sensible sinceridad de Jean Renoir o el esteticismo tierno y decadente de Max
Ophüls; también amando y poniendo en
valor el cine americano, comprendiendo
y divulgando la auténtica dimensión
artística e intelectual de realizadores como Howard Hawks, John Ford, Orson We-
lles, Alfred Hitchcock o Samuel Fuller.
Cuando la vieja Europa había rebasado
el ecuador del siglo XX y comenzaban a
cicatrizar algunas heridas, ellos eran y se
sentían jóvenes, ávidos por explorar en
los sentimientos y las calles. No les bastaba con encontrar nuevas historias y contarlas de una manera visualmente diferente, el propio rodaje sería también distinto. Claro que este motín estético (también ético, a juicio de Jean-Luc Godard y
Eric Rohmer) no hubiese sido posible sin
unas cámaras mucho más asequibles y ligeras, o sin las nuevas emulsiones ultrasensibles que permitían salir con el equipo a la calle y rodar con luz natural. El
entusiasmo y la creatividad vendrían a
rellenar de manera fresca y espontánea
los huecos dejados por una escasa financiación que, vista desde esta perspectiva,
resultó ser una bendición liberadora.
Aunque la mayoría de estos jóvenes directores habían ejercido antes el oficio de
crítico, algunos particularmente eruditos
y puntillosos, o de guionista, a pesar de
No les bastaba con encontrar nuevas historias y
contarlas de una manera
visualmente diferente, el
propio rodaje sería también distinto
sumar a su condición de cinéfilos la de
lectores empedernidos, tanto de novelas
como de ensayos, que luego citan en sus
filmes, lo previamente escrito y planificado va a perder gran parte de su peso específico. Seguros de su bagaje y su valía,
considerarán al guión como un borrador
provisional que debe reescribirse durante
el propio rodaje, convertido así en el acto
de creación cinematográfica por excelencia. “Si el escritor escribe con una pluma
o un bolígrafo, el director escribe con la
cámara”; con esta concisa claridad, casi
de muestra de colegio, Alexandre Astruc
dejaba constancia de un hecho evidente:
el cine es un producto industrial, pero
también es una narración visual que lleva
la impronta creativa, la firma de su creador. A partir de la Nouvelle Vague el lla-
Este grupo de jóvenes directores reivindicó a finales de los 50 la sensible sinceridad de Jean Renoir o el
esteticismo tierno y decadente de Max Ophüls
mado cine de autor irá conformando una
corriente alternativa que ha derivado en
el cine independiente de las últimas décadas.
André Bazin estimaba que el realismo
forma parte de la esencia del hecho fílmico, y que por eso las películas más ontológicamente cinematográficas son las
más directas y sinceras, aquellas que menos manipulan la realidad, reduciendo al
mínimo los trucos de la sala de montaje.
Este filósofo del cine falleció a los cuarenta años, en 1958. Quien crea en la influencia que las almas pueden ejercer
desde el más allá podría encontrar en esta triste casualidad un motivo más para
alimentar sus esperanzas. Pues tan solo
unos meses después, el Festival de Cannes, en su edición de 1959, constituyó el
escaparate ideal para el lanzamiento del
movimiento del que Bazin había sido
principal teórico y valedor a través de la
edición de Cahiers du Cinéma, mítica revista que marcó un antes y un después en la
historia de la crítica cinematográfica.
Con sus primeros largometrajes, François
Truffaut, una de las plumas más habituales y afiladas de Cahiers, se alzaría con el
premio al mejor director por Los cuatrocientos golpes, y Alain Resnais desconcertó
y enamoró a partes iguales con su lírica y
reflexiva Hiroshima, mon amour.
ALGUNOS NOMBRES PROPIOS
Roberto Rossellini había sido el padrino
de boda de François Truffaut. Dato no tan
anecdótico, pues daba buena cuenta de
las influencias que habrían de converger
en Los cuatrocientos golpes, un filme más en
la línea del neorrealismo italiano y de
ciertas educaciones sentimentales del cine francés que de la auténtica ruptura
que van a provocar Resnais y, sobre todo,
Godard. Paradójicamente, Truffaut pasará rápidamente de ser el crítico más beligerante del grupo al cineasta más clásico y preocupado por mantener el difícil
equilibrio entre un cine personal (casi todas sus hermosas y profundas películas
destilan un aroma inconfundible) y la
búsqueda de un público amplio y rentable. No obstante, como señala Javier
Memba, “(...) con anterioridad a Los cuatrocientos golpes pocos niños de 12 años, como Antoine, confesaron en una película
haber tenido un fracaso amoroso con una
prostituta”. Antoine Doinel (Jean-Pierre
Léaud) encarna la conflictiva adolescencia del propio Truffaut, literalmente redimido por el cine del previsible destino de
un delincuente juvenil. Apenas ha envejecido el malestar de este pequeño desertor, como le llamó Luis Eduardo Aute,
con todo lo que le rodea, sus vanos y tibios intentos por integrarse (enciende
una vela delante de una foto de Balzac
para rogarle que le ayude a aprobar un
examen de literatura con humeantes y desastrosos resultados), el asco que le provoca el mundo de los supuestos adultos... Este rebelde sin causa, cuya naturalidad está
a años luz del sobreactuado James Dean,
sigue siendo el modelo de los protagonistas de filmes independientes tan notables
como El Bola (Achero Mañas, 2000), This is
England (Shane Meadows, 2006) o la reciente Fish Tank (Andrea Arnold, 2009).
En películas como la ya citada Hiroshima,
mon amour o El año pasado en Marienbad
(1961), Alain Resnais nos sumerge en un
universo paralelo que construye con un
sentido exquisito de la ambientación,
unos guiones que por sí mismos son joyas literarias (el de Hiroshima, mon amour
lleva la firma de Marguerite Duras) y un
Los componentes de esta
generación pronto habrían
de separarse para seguir cada cual su propio camino
conocimiento tan depurado de las posibilidades de la técnica y el montaje que se
desvanecen en la invisible y elegante filigrana proustiana que nos conduce por
los misteriosos territorios de la memoria
y el corazón.
Jean-Luc Godard estrena en 1960 Al final
de la escapada (Á bout de soufflé), filme que
pone en escena los más arriesgados y novedosos presupuestos de la Nouvelle Va-
gue, constituyendo así la auténtica piedra
fundacional del movimiento. De él podría decirse que sus protagonistas y su argumento recuerdan vagamente al cine
negro más romántico y literario; pero eso
sería rozar apenas la naturaleza de esta
obra clave para el comienzo del cine moderno e independiente. Más acertado
sería afirmar que Godard reinventa el
lenguaje fílmico, dotando a su obra de un
tiempo propio, una especie de tiempo
mental donde las secuencias, al igual que
los pensamientos dentro de nuestro cerebro, se resisten a someterse a una continuidad lineal. “Una película ha de tener
planteamiento, nudo y desenlace, pero
no necesariamente en ese orden”.
Partiendo de un esbozo de guión, la
cámara y el montaje persiguen a Jean–
Paul Belmondo y Jean Seberg
mientras improvisan diálogos, gestos y caricias que confieren a las escenas de una
inédita sensación de vida.
Aunque lo de la improvisación también es relativo. Estando en la cama ella le
muestra una novela de William Faulkner, Las palmeras
salvajes. Él le pregunta si se
ha acostado con el tal Faulkner y ella le lee la última frase del libro: “Entre la pena y
la nada elijo la pena”. ¿Qué
elegiría él? La nada, porque
aunque no es mejor, sufrir es
una estupidez inútil, que
además implica un compromiso. Un diálogo de lo más
existencialista.
La carrera de Jacques Rivette se ha mantenido fiel a los
propósitos originales de la
Nouvelle Vague. Minoritario
vocacional, el excesivo metraje de sus películas y su constante experimentación le
han alejado durante décadas
de la agenda de los principales distribuidores. Tan sólo
en los años noventa conseguiría un relativo éxito comercial con títulos como La
bella mentirosa (1991) o Vete a
saber (2000).
Claude Chabrol fue el primero, y probablemente será
el último, dada su avanzada
edad y su capacidad para
conservar las ganas de hacer
cine y el interés de su público, de los jóvenes turcos en dirigir un largometraje. De 1958
data el estreno de El bello Sergio y desde entonces, hasta
Bellamy (2009), su filmografía
ha ido creciendo a buen ritmo al tiempo que mantenía
unos niveles de calidad envidiables. Confeso seguidor de
Alfred Hitchcock, utiliza la
intriga para bucear en la
mentalidad de la burguesía
francesa, diseccionar el matrimonio como institución,
la sexualidad como ámbito
de poder y sometimiento, la
familia...
El cine de Éric Rohmer, colaborador también de Cahiers
du Cinéma, se caracteriza por
su aparente sencillez. Dibuja
sus películas desde la convicción de que nada hay más
misterioso, hermoso y fascinante que las personas corrientes cuando se enamoran, luchan por
mantener la ilusión, alcanzan instantes
de lucidez, se cruzan con nosotros por las
aceras, los caminos o las playas... Su cine
no parece cine, sino vida cotidiana, y en
sus repartos abundan los actores no profesionales. “Yo no digo, muestro”.
La Nouvelle Vague como tal constituyó
un movimiento efímero. Los componentes de esta generación pronto habrían de
separarse para seguir cada cual su propio
camino y no faltaron quienes incluso pusieron en duda si alguna vez habían constituido un grupo. No obstante, su influencia ha sido enorme, incluso en el cine comercial, y desde luego resulta evidente en
la obra de directores como Jim Jarmusch,
Gus van Sant, Quentin Tarantino, Lars
von Trier, Wong Kar Wai...
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Sábado, 12 de junio del 2010
Cine
SE CUMPLEN AHORA CINCUENTA AÑOS DEL ESTRENO DE ‘AL
FINAL DE LA ESCAPADA’, UNA DE LAS PELÍCULAS MÁS RE-
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Cine
Una imagen de Jean-Paul Belmondo
en la película de Jean-Luc Godard ‘Al
final de la escapada’.
PRESENTATIVAS DE LA NOUVELLE VAGUE
Jóvenes y
rebeldes
Manuel Ariza Canales
M
edio siglo y el chico y la chica
permanecen tan modernos como siempre. O más aún. Michael Poiccard (Jean-Paul Belmondo) ha seguido pasándose el dedo por los labios en
espots publicitarios de bebidas chic con
apellido italiano o en fotogramas de culto
que llevan la firma de Quentin Tarantino.
Chulo, romántico y glamuroso como un
Humphrey Bogart flaco y eternamente
adolescente. Tan duro, tan frágil cuando
está con ella. Con Patricia Franchini (Jean
Seberg), la pin-up rubia que se cortó el pelo a lo garçon y colgó sus pompones y su
uniforme de animadora en los vestuarios
de un instituto del medio oeste americano
para mudarse a un apartamento parisino
donde resuenan los ecos de Faulkner y la
trompeta de Boris Vian.
Pero, quizás me esté precipitando y deba
pedir disculpas por este comienzo atropellado, dinámico, espontáneo..., este comienzo tan Nouvelle Vague. Quizás deba
recuperar el aliento, serenarme un poco y
volver a empezar...
ESCRIBIR CON LA CÁMARA
Diciendo, por ejemplo, que a finales de la
década de 1950 el séptimo arte se puso de
moda entre los jóvenes universitarios franceses, que hicieron del cine-club un lugar
de disfrute estético, reflexión intelectual y
debate. La periodista Françoise Giroud etiquetó a esta inquieta generación de cinéfilos como nouvelle vague (nueva ola), término que haría fortuna y sería aplicado al
puñado de cineastas que salió de entre
sus filas. Un grupo de críticos y entusiastas que, entre sesión y sesión de la Cinemateca del Barrio Latino, aparcó momentáneamente la máquina de escribir y
las páginas de Cahiers du Cinéma -mítica revista cofundada por André Bazin en 1951para poner en práctica su visión de lo que
podría e incluso debería ser el cine. Una
rebelión que intentaba superar el cine de
calidad francés, anclado en historias impregnadas de un costumbrismo poético y
en los rostros de Jean Gabin, Fernandel o
Bourvil. Reivindicando, no obstante, la
sensible sinceridad de Jean Renoir o el esteticismo tierno y decadente de Max
Ophüls; también amando y poniendo en
valor el cine americano, comprendiendo
y divulgando la auténtica dimensión
artística e intelectual de realizadores como Howard Hawks, John Ford, Orson We-
lles, Alfred Hitchcock o Samuel Fuller.
Cuando la vieja Europa había rebasado
el ecuador del siglo XX y comenzaban a
cicatrizar algunas heridas, ellos eran y se
sentían jóvenes, ávidos por explorar en
los sentimientos y las calles. No les bastaba con encontrar nuevas historias y contarlas de una manera visualmente diferente, el propio rodaje sería también distinto. Claro que este motín estético (también ético, a juicio de Jean-Luc Godard y
Eric Rohmer) no hubiese sido posible sin
unas cámaras mucho más asequibles y ligeras, o sin las nuevas emulsiones ultrasensibles que permitían salir con el equipo a la calle y rodar con luz natural. El
entusiasmo y la creatividad vendrían a
rellenar de manera fresca y espontánea
los huecos dejados por una escasa financiación que, vista desde esta perspectiva,
resultó ser una bendición liberadora.
Aunque la mayoría de estos jóvenes directores habían ejercido antes el oficio de
crítico, algunos particularmente eruditos
y puntillosos, o de guionista, a pesar de
No les bastaba con encontrar nuevas historias y
contarlas de una manera
visualmente diferente, el
propio rodaje sería también distinto
sumar a su condición de cinéfilos la de
lectores empedernidos, tanto de novelas
como de ensayos, que luego citan en sus
filmes, lo previamente escrito y planificado va a perder gran parte de su peso específico. Seguros de su bagaje y su valía,
considerarán al guión como un borrador
provisional que debe reescribirse durante
el propio rodaje, convertido así en el acto
de creación cinematográfica por excelencia. “Si el escritor escribe con una pluma
o un bolígrafo, el director escribe con la
cámara”; con esta concisa claridad, casi
de muestra de colegio, Alexandre Astruc
dejaba constancia de un hecho evidente:
el cine es un producto industrial, pero
también es una narración visual que lleva
la impronta creativa, la firma de su creador. A partir de la Nouvelle Vague el lla-
Este grupo de jóvenes directores reivindicó a finales de los 50 la sensible sinceridad de Jean Renoir o el
esteticismo tierno y decadente de Max Ophüls
mado cine de autor irá conformando una
corriente alternativa que ha derivado en
el cine independiente de las últimas décadas.
André Bazin estimaba que el realismo
forma parte de la esencia del hecho fílmico, y que por eso las películas más ontológicamente cinematográficas son las
más directas y sinceras, aquellas que menos manipulan la realidad, reduciendo al
mínimo los trucos de la sala de montaje.
Este filósofo del cine falleció a los cuarenta años, en 1958. Quien crea en la influencia que las almas pueden ejercer
desde el más allá podría encontrar en esta triste casualidad un motivo más para
alimentar sus esperanzas. Pues tan solo
unos meses después, el Festival de Cannes, en su edición de 1959, constituyó el
escaparate ideal para el lanzamiento del
movimiento del que Bazin había sido
principal teórico y valedor a través de la
edición de Cahiers du Cinéma, mítica revista que marcó un antes y un después en la
historia de la crítica cinematográfica.
Con sus primeros largometrajes, François
Truffaut, una de las plumas más habituales y afiladas de Cahiers, se alzaría con el
premio al mejor director por Los cuatrocientos golpes, y Alain Resnais desconcertó
y enamoró a partes iguales con su lírica y
reflexiva Hiroshima, mon amour.
ALGUNOS NOMBRES PROPIOS
Roberto Rossellini había sido el padrino
de boda de François Truffaut. Dato no tan
anecdótico, pues daba buena cuenta de
las influencias que habrían de converger
en Los cuatrocientos golpes, un filme más en
la línea del neorrealismo italiano y de
ciertas educaciones sentimentales del cine francés que de la auténtica ruptura
que van a provocar Resnais y, sobre todo,
Godard. Paradójicamente, Truffaut pasará rápidamente de ser el crítico más beligerante del grupo al cineasta más clásico y preocupado por mantener el difícil
equilibrio entre un cine personal (casi todas sus hermosas y profundas películas
destilan un aroma inconfundible) y la
búsqueda de un público amplio y rentable. No obstante, como señala Javier
Memba, “(...) con anterioridad a Los cuatrocientos golpes pocos niños de 12 años, como Antoine, confesaron en una película
haber tenido un fracaso amoroso con una
prostituta”. Antoine Doinel (Jean-Pierre
Léaud) encarna la conflictiva adolescencia del propio Truffaut, literalmente redimido por el cine del previsible destino de
un delincuente juvenil. Apenas ha envejecido el malestar de este pequeño desertor, como le llamó Luis Eduardo Aute,
con todo lo que le rodea, sus vanos y tibios intentos por integrarse (enciende
una vela delante de una foto de Balzac
para rogarle que le ayude a aprobar un
examen de literatura con humeantes y desastrosos resultados), el asco que le provoca el mundo de los supuestos adultos... Este rebelde sin causa, cuya naturalidad está
a años luz del sobreactuado James Dean,
sigue siendo el modelo de los protagonistas de filmes independientes tan notables
como El Bola (Achero Mañas, 2000), This is
England (Shane Meadows, 2006) o la reciente Fish Tank (Andrea Arnold, 2009).
En películas como la ya citada Hiroshima,
mon amour o El año pasado en Marienbad
(1961), Alain Resnais nos sumerge en un
universo paralelo que construye con un
sentido exquisito de la ambientación,
unos guiones que por sí mismos son joyas literarias (el de Hiroshima, mon amour
lleva la firma de Marguerite Duras) y un
Los componentes de esta
generación pronto habrían
de separarse para seguir cada cual su propio camino
conocimiento tan depurado de las posibilidades de la técnica y el montaje que se
desvanecen en la invisible y elegante filigrana proustiana que nos conduce por
los misteriosos territorios de la memoria
y el corazón.
Jean-Luc Godard estrena en 1960 Al final
de la escapada (Á bout de soufflé), filme que
pone en escena los más arriesgados y novedosos presupuestos de la Nouvelle Va-
gue, constituyendo así la auténtica piedra
fundacional del movimiento. De él podría decirse que sus protagonistas y su argumento recuerdan vagamente al cine
negro más romántico y literario; pero eso
sería rozar apenas la naturaleza de esta
obra clave para el comienzo del cine moderno e independiente. Más acertado
sería afirmar que Godard reinventa el
lenguaje fílmico, dotando a su obra de un
tiempo propio, una especie de tiempo
mental donde las secuencias, al igual que
los pensamientos dentro de nuestro cerebro, se resisten a someterse a una continuidad lineal. “Una película ha de tener
planteamiento, nudo y desenlace, pero
no necesariamente en ese orden”.
Partiendo de un esbozo de guión, la
cámara y el montaje persiguen a Jean–
Paul Belmondo y Jean Seberg
mientras improvisan diálogos, gestos y caricias que confieren a las escenas de una
inédita sensación de vida.
Aunque lo de la improvisación también es relativo. Estando en la cama ella le
muestra una novela de William Faulkner, Las palmeras
salvajes. Él le pregunta si se
ha acostado con el tal Faulkner y ella le lee la última frase del libro: “Entre la pena y
la nada elijo la pena”. ¿Qué
elegiría él? La nada, porque
aunque no es mejor, sufrir es
una estupidez inútil, que
además implica un compromiso. Un diálogo de lo más
existencialista.
La carrera de Jacques Rivette se ha mantenido fiel a los
propósitos originales de la
Nouvelle Vague. Minoritario
vocacional, el excesivo metraje de sus películas y su constante experimentación le
han alejado durante décadas
de la agenda de los principales distribuidores. Tan sólo
en los años noventa conseguiría un relativo éxito comercial con títulos como La
bella mentirosa (1991) o Vete a
saber (2000).
Claude Chabrol fue el primero, y probablemente será
el último, dada su avanzada
edad y su capacidad para
conservar las ganas de hacer
cine y el interés de su público, de los jóvenes turcos en dirigir un largometraje. De 1958
data el estreno de El bello Sergio y desde entonces, hasta
Bellamy (2009), su filmografía
ha ido creciendo a buen ritmo al tiempo que mantenía
unos niveles de calidad envidiables. Confeso seguidor de
Alfred Hitchcock, utiliza la
intriga para bucear en la
mentalidad de la burguesía
francesa, diseccionar el matrimonio como institución,
la sexualidad como ámbito
de poder y sometimiento, la
familia...
El cine de Éric Rohmer, colaborador también de Cahiers
du Cinéma, se caracteriza por
su aparente sencillez. Dibuja
sus películas desde la convicción de que nada hay más
misterioso, hermoso y fascinante que las personas corrientes cuando se enamoran, luchan por
mantener la ilusión, alcanzan instantes
de lucidez, se cruzan con nosotros por las
aceras, los caminos o las playas... Su cine
no parece cine, sino vida cotidiana, y en
sus repartos abundan los actores no profesionales. “Yo no digo, muestro”.
La Nouvelle Vague como tal constituyó
un movimiento efímero. Los componentes de esta generación pronto habrían de
separarse para seguir cada cual su propio
camino y no faltaron quienes incluso pusieron en duda si alguna vez habían constituido un grupo. No obstante, su influencia ha sido enorme, incluso en el cine comercial, y desde luego resulta evidente en
la obra de directores como Jim Jarmusch,
Gus van Sant, Quentin Tarantino, Lars
von Trier, Wong Kar Wai...
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Cuadernos del Sur DIARIO CÓRDOBA
6
Sábado, 12 de junio del 2010
Libros
‘Troppovero’,de
AndrésTrapiello
Retratosdefamilia
entrelavidayelcirco
Antonio Luis Ginés publica ‘El fantástico hombre bala’
Pedro M. Domene
E
Javier Redondo Jordán
N
o es frecuente descubrir escritores como Andrés Trapiello que proporcionen momentos de lectura tan placenteros y sosegados. Novelista, ensayista y poeta,
quizá la cima de su literatura la alcanza con
sus diarios, publicados por Pre-Textos bajo el
título genérico de Salón de pasos perdidos, de
los que Troppo vero es su decimosexta entrega.
En ellos, el autor retrata una rutina humilde,
la del escritor encerrado en su piso del centro de Madrid, trabajando incansable día tras
día volcado en sus escritos, hilvanando pensamientos y palabras que nacen entre las
sombras y el vacío de cuatro paredes blancas
y solitarias, tapizadas de libros viejos.
Lo extraordinario es que Trapiello esboza
esa vida cotidiana con un esmero sin ambages, cargado de un esplín tan doloroso como
balsámico para el lector, que siente que esa
existencia plomiza que se describe es como
la de uno, un reflejo fiel de nosotros mismos
aferrándonos al triste consuelo de no encontrarnos solos. A poco que se sea sensible a la
buena literatura, la lectura de estos diarios
no puede dejar a nadie indiferente, porque
la belleza se puede expresar con más adornos, pero no mucho mejor de como lo hace
Trapiello. Es la lírica de los tiempos muertos,
de los paseos por el bulevar, de esas horas interminables de los días en los que no pasa
gran cosa, días vacíos que en sí mismos no
son nada, pero que plasmados en el papel
unos seguidos de los otros van conformando
eso que él mismo llama vida, una novela en
marcha.
Y no tiene por qué hablar de grandes cosas
ni manejar conceptos complejos, pero su tono reflexivo, casi hipnotizador, y su estilo,
sencillo y sutil, afianzado en la contemplación, tejido en los silencios, posee esa rara capacidad de prestar atención al ruido del
mundo, de ver lo que normalmente escapa
al ojo distraído por el velo de lo mundano,
como quien entiende el lenguaje de los pájaros, y de separar sus frecuencias, modulándolas, amplificando las que nadie más escucha
hasta hacerlas audibles.
Estaba en lo cierto aquel que decía que a un
escritor le basta con tener vista y oído. Ese es
el secreto de los poetas. Hay escritores a quienes la naturaleza no concedió esos talentos y
porfían por envolver sus textos en la farfolla
que conforma el ensordecedor ruido del
mundo, contribuyendo así a cubrir aún más
esas frecuencias amortiguadas y secretas, ultrasónicas, y con ellas a quienes son capaces,
como Trapiello, de descubrirlas, comprenderlas y contarlas.
n la narrativa breve existe, desde siempre, la posibilidad de
conseguir la primacía de la sugerencia, porque los cuentos operan
con un doble sentido, con esa cierta
ambigüedad que les otorga el lenguaje, con eso que podríamos denominar
intertexto; es decir, la alusión directa
e indirecta a situaciones previas y conocidas, singularidades extensibles
en este caso a los cuentos de Antonio
Luis Ginés (Iznájar, Córdoba, 1967),
capaz de preparar al lector para que,
una vez leídas las historias que contiene, El fantástico hombre bala (2010)
desarrolle algunas de sus intuiciones
sin que el propio autor se vea obligado a contarlo todo. Sus textos surgen
de ese elaborado proceso de una singular experimentación creadora que
bien puede surgir de lo cotidiano,
esa extraña cercanía que nos resulta
exultantemente real, pero donde se
supone que existe, paralelamente,
esa ambiciosa pretensión de encerrar con el lenguaje una permanente visión trascendente del mundo.
Antonio Luis Ginés nos permite
imaginar momentos deliciosos, esbozar un placentero paréntesis con
la lectura de su primera entrega narrativa, un volumen de cuentos de
una variada extensión, tras haber
entregado a la imprenta cuatro poemarios hasta el momento, Cuando
duermen los vecinos (1995), Rutas exteriores (1998), Animales perdidos (2005) y
Picados suaves sobre el agua (2009). Hesse afirmaba que no había que hacer
a este cómico mundo el honor de tomarlo en serio, y algo así se desprende de muchos de los relatos incluidos en El fantástico hombre bala, una
colección que su autor divide en dos
amplios apartados, Profesionales, que
reúne los primeros diez cuentos, y
Bajo la carpa, el resto, diecisiete más
que completan el libro. Una singularidad caracteriza a la mayoría de estas historias, algunas se centran en
obsesivas actitudes ante la vida, y el
narrador concluye muchas de ellas
con una ácida visión absurda de la
misma, además de un profundo sentido del humor y, tal vez por eso, sus
mejores relatos se sustentan con tipos extravagantes que, de alguna
manera, bajo la extensa carpa de un
circo y su mundo, se disponen a vivir una vida que, en este caso, sea
fundamento de una singular escritura. El talento de Antonio Luis Ginés
se muestra en el planteamiento de
las situaciones y en la agilidad de
muchos de sus diálogos. Sus mejores
relatos evocan situaciones disparatadas, como ocurre en Kamikaze, una
pasión amorosa de pretensiones in-
sospechadas, si no fuera porque sus
protagonistas están muy lejos de ese
furor juvenil; o el reto de una cita a
ciegas en La cicatriz, y ese final en La
última copa, la sorpresa, con la explicación de la protagonista que cierra
el relato y de alguna manera la sección que Antonio Luis Ginés titula
Profesionales. La concisión y, sobre todo, la plasticidad caracterizan a este
grupo de relatos, cuya brevedad en
algunos se acerca y asimila al microrrelato con sus acertadas posibilidades expresivas porque, entre otras
muchas similitudes, el género ofrece
una relación inversamente proporcional entre la extensión y la intensidad y, por supuesto, muestra el re-
porcionan algunos de estos relatos,
el contraste entre sus personajes, El
forzudo, La mujer pantera, El ilusionista,
Trapecista, la ironía y la agilidad verbal corroboran, de alguna manera,
el talento del escritor Antonio Luis
Ginés para desarrollar argumentos
policíacos, amorosos, políticos, eróticos, cotidianos, hechos en mitad de
un circo como la vida misma, mezclados con una atmósfera densa que
alterna con la perplejidad con que el
lector queda en muchos de estos
cuentos. En el mundo del narrador
cordobés domina lo exagerado, lo raro, en ocasiones, la falta de proporción que expresa a través de una prosa que se despliega, que resulta di-
El escritor
Antonio Luis
Ginés.
verso insospechado de lo que cualquiera pudiera aceptar como una
realidad.
En el siguiente bloque, Bajo la carpa,
las actividades de los protagonistas
contrastan con la vida cotidiana, resultan peripecias personales, seres
anónimos de unas no menos profesiones casi perdidas, en un hipotético circo Ringling: Domador, La mujer
barbuda, Mago, Contorsionista, un extraordinario El fantástico hombre bala,
donde mezcla la cruda realidad, una
obsesiva premonición, el adulterio,
con la fantasía con que singulariza a
este personaje instantes antes de ser
lanzado al vacío en mitad de la arena del circo. Muchos de los protagonistas de esta sección son individuos
solitarios, condenados a la incomunicación por su condición de vivir
unas profesiones extraordinarias o
fantásticas. El humor que nos pro-
recta, poco enfática y retórica como
corresponde a un buen relato. En suma, los cuentos de Antonio Luis
Ginés provocan una ruptura de la
realidad con la aparición de algunos
hechos extraordinarios porque su
mundo, aun siendo real, analiza el
desorden, la inconsistencia y el sinsentido de lo contemporáneo, provocando que el lector vea desde otro
ángulo.
La editorial El Páramo acierta con
su colección Relatacuentos, entrega
una estupenda edición ilustrada,
con mucho acierto, por Alicia
Gómez Molina, cuya aportación al
volumen del narrador cordobés
complementa un magnífico libro para disfrutar de una mejor lectura.
‘El fantástico hombre bala’. Autor: Antonio
Luis Ginés. Edita: El Páramo. Córdoba,
2010.
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DIARIO CÓRDOBA Cuadernos del Sur
7
Sábado, 12 de junio del 2010
Libros
Porcaminosdeagua
Clara Janés y su ‘Río hacia la nada’
E
Juana Castro
R
ío hacia la nada mantiene, como todos
los de Clara, pulso y medida del principio hasta el fin. Quizá, esta vez, por requerimiento del tema y porque la propia
autora se lo propuso, se ha contenido la emoción para que el propio texto transmita, también en expresión, contenido y forma, el estado contemplativo y de meditación por el que
transcurren los poemas. La primera sensación es la de estar leyendo algo muy cercano
a la prosa de María Zambrano, especialmente De la aurora, ese tiempo de confluencia entre la oscuridad y la luz, que Clara conoce
muy bien, pues acaba de reunir sus artículos
y estudios sobre la filósofa en el volumen Desde la sombra llameante (Siruela 2010). “La mano
que indica detente / invita a la pausa / previa
al amanecer”.
La vuelta al agua primigenia y su entrar en
la luz, ir de una orilla a otra, pero todo desde
el lecho del río, en su resonancia inicial y en
el sonido primordial, la sílaba sagrada OM,
origen y principio de todos los mantras, sonido del que emergen los demás sonidos, tanto
de la música como del lenguaje. Conforme
nos adentramos en los poemas, elementos y
ritos de vida y muerte evocan un paisaje, el
de India, y un modo de concentración-meditación, el del hinduismo y el budismo, y recordamos también los Diarios indios (2005) de
Chantal Maillard, aunque aquí, Janés haya
prescindido de toda referencia explícita, tanto geográfica como religiosa, consiguiendo
un decir adelgazado, con hilos y resquicios
que como vasos comunicantes establecen conexiones entre lo material y lo onírico, entre
la naturaleza y el origen del ser y la palabra.
Pero el libro de Clara Janés no necesita que
sus lectores estén familiarizados con la meditación budista, porque un primer nivel de
lectura ya es enriquecedor, y afortunadamente presenta otros diferentes niveles más o
menos profundos, que entroncan con saberes
de la filosofía y la existencia.
Movimiento/inmovilidad, sueño, reflexión,
materia, pozo, escalinata...: tiempo. El pozo
es la caverna, pero en ese pozo no hay agua,
sino ideas y fecundo silencio. “Tú eres la lisa
superficie / de la inmovilidad / donde las huellas resbalan, /caen en el primordial silencio”.
Amor y
Una mujer
feminidad plural
uillermo Aguirre (Bilbao,
1984) acaba de estrenarse
como escritor con Electrónica para Clara, obra ganadora
del XV Premio Lengua de Trapo
de Novela. Estructurada en
capítulos muy breves, dicha novela se desarrolla en una ciudad
perturbadora: en un Madrid convertido en un archipiélago formado por numerosas islas, en el
que “las calles giran en direcciones extrañas y desaparecen en el
mar”. Se trata de un marco espa-
‘Ver a una mujer’. Autora: Annemarie Scharzenbach. Edita:
Minúscula. Barcelona, 2010.
‘Electrónica para
clara’. Autor: Guillermo Aguirre. Edita: Lengua de
Trapo. Madrid,
2010.
estética no solo de cuanto se dice,
sino cómo se ha de decir; y la valentía implícita de esta toma de
postura acerca del amor por parte de una mujer si tenemos en
cuenta los tiempos a que nos referimos, primer tercio del siglo XX,
tan poco propicios a la democracia de determinadas libertades individuales. “Ya le he dicho lo peligroso que es hacer caso omiso del
juicio que merece a la sociedad
esta mujer y transgredir las barreras de una moral que tiene su
razón de ser en tanto que garante
de un orden tan necesario como
estricto”, leemos en uno de los
pasajes de este libro. Pero Annemarie y la señora Bernstein, al final, harán patente su vínculo
amoroso, y la moral social se verá
renovada por su arriesgada y libre decisión. Una lectura didáctica y por ello provechosa.
cial que aparta a la obra del realismo y que le da un matiz estético original. La obra cuenta la
existencia de un grupo de amigos, que transcurre entre fiestas
y desorden, pero esta es sobre todo una novela de amor. El personaje sobre el que gira casi toda
la acción es Clara Vargas Añejo,
que está en tratamiento médico
porque ha dejado de hablar a
causa de la muerte de su marido. La imagen de Clara surge a
partir de varias fuentes: la principal es el narrador (está enamorado de ella y de forma reiterada
dice: “Amor o Clara, tanto da”),
pero no es la única. Esa imagen
resulta no ser nítida: Clara es
una mujer plural, un misterio,
casi un espejismo. El tono sugerente y las incógnitas que rodean a Clara mantienen la atención del lector.
Ricardo Martínez
Roberto Ruiz de Huydobro
Clara Janés.
El lenguaje transmite calma y transmite sabiduría tras de su aparente simplicidad, con un
rito mantenido de versos cortos y poemas
breves sin título, numerados para distinguirlos, pues aunque tienen unidad por sí mismos también el poemario puede considerarse
como un solo poema largo compuesto de
fragmentaciones poemáticas. El n° 30 describe los fuegos en la oscuridad de la noche y a
la orilla del río, para terminar con unos versos que por sí solos justificarían todo el libro,
en lo que pretende expresar el milagro -ya imposible- del amor: “y el amor se esconde / bajo
la cansada piel, / porque sólo esa oscuridad /
le espera, / y no hay repliegue / en la memoria
/ que resucite los días, / y a sí mismo se dice: /
mantente ajeno, en calma, / que nunca, nunca, nunca / volverás a andar sobre las aguas”.
Poesía y libro éste que aspiran a la permanencia desde la filosofía de la quietud y la palabra, visión cosmogónica de la existencia que
en los poemas finales parece remitir a un
concepto panteísta y que
evoluciona desde los versos
de Jorge Manrique (“Nuestras vidas son los ríos / que
van a dar a la mar / que es
el morir”) hasta la religiosidad oriental donde el ser se
realiza en el abandono-contemplación, “un no saber
que espera la luz / desde la
mansedumbre”.
‘Río hacia la nada’. Autora: Clara Janés. Edita: Plaza
Janés. Barcelona, 2010.
G
sta joven suiza de familia
adinerada ha querido dejar en este texto, breve e
intenso a la vez, una realidad y,
sobre todo, una sugerencia más o
menos velada. La realidad es la
presencia inexcusable del amor
en las relaciones humanas. La sugerencia es la homosexualidad femenina como elección y comportamiento. De ahí la relevancia de
este libro que tiene un meditado
discurrir y un lenguaje elegido,
como adscrito a una valoración
¿Qué amiga común?
Luis García
“A
Luis Barga.
quel verano de 1974, la brisa soplaba a
espaldas de Miguel empujándole a vivir rápido, y creer que para divertirse
solo se necesitaba un mínimo de bienestar y un
máximo de libertad”. Lo he dicho muchas veces.
Hay comienzos de novelas que por sí solas justifican la obra en su conjunto: esta es una de ellas.
Nuestra amiga común es la ópera prima del periodista Luis Barga, detalle insignificante, aunque reseñable por cuanto cabe esperar del autor una
fructífera carrera literaria.
Narra la historia de un autodestructivo triángulo
en el Madrid de la pre-transición, en 1974, entre
Verónica, atrapada en la droga, y sus dos amantes,
el débil Miguel, estudiante y locamente enamorado de Verónica, y Polo, propietario de diversos locales de moda de lo que después se daría en llamar la
movida madrileña. Un triángulo que se repetiría
por todas las ciudades de España a lomos del caba-
llo mientras toda una generación lentamente se
iba quedando por el camino.
Esta es la historia de Verónica, Polo y Miguel, pero podría ser la de cualquier otro grupo en cualquier otro lugar. Podría ser la de cualquier otro
triángulo atrapado por la misma amiga, por la heroína, porque a buen seguro todos tenemos una
historia muy parecida que contar.
El final siempre es el mismo, la muerte acecha, y
lo que hay que agradecer al autor es que haya sabido retratar toda una generación (perdida en
muchos casos) lejos de convencionalismos políticos. Para eso ya están otros autores. Y es que a diferencia del cine (Saura, José Antonio de La Loma...) no abunda la literatura social que nos narre
cómo era la vida real de aquellos años. Una vida
que no entendía de política, tan sólo de heroína.
De vivir al día. Deprisa, deprisa.
‘Nuestra amiga común’. Autor: Luis Barga. Edita: Amargord. Madrid, 2010.
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CUADERNOS
DEL SUR
Desbordanteimaginación
Ángel Olgoso reúne sus relatos en un libro necesario
☛ TRAZOS
Arte popular
Fernando Gómez Luna
De cómo el cine ha pa-
Antonio Garrido
J
osé Hernández es un artista extraordinario que me interesa desde hace mucho tiempo. Su mundo es el de los monstruos que crea la
razón de Goya o los de la sinrazón,
tanto da, porque el poder de esos seres deformes, de esos medio-humanos
que, agazapados, nos esperan en las
esquinas de la mente para asaltarnos
sin piedad, es insuperable en su medido ejercicio del terror, en su implacable lógica del espanto.
Las mayores correspondencias del
universo de Hernández las he encontrado en la prosa de Ángel Olgoso y al
revés. Olgoso ha publicado Los líquenes
del sueño, un libro necesario. He hecho un ejercicio que me ha deparado
un gran placer. Ver obras de Hernández mientras leía textos del granadino, háganlo los aficionados a las anomalías, a las fantasías al límite, a la
seducción de los espacios llenos de
criaturas imposibles, a las amenazas,
a las calles mojadas en las que puedes ser asaltado en cualquier momento, a los excrementos, al insomnio, a la piel que se resquebraja, a un
cuento como Franz y los ornitorrincos,
donde las correspondencias a las que
me refiero son perfectas.
Franz sale a la calle, estamos en una
ciudad tan bella como Salzburgo, el
portero le sacó la lengua al salir, le
extrañó en un personaje tan severo y
se fijó en el apéndice. La lengua estaba llena de protuberancias y no
podía tenerla dentro de la boca. Este
mentira y dejar al lector en territorio de nadie.
es el primer índice de que la vida ha
El volumen
El volumen recoge relatos desde 1980 hasta
cambiado en la ciudad de los arzobis1995, quince años y múltiples registros como
pos-príncipes. Franz describe a una
recoge
corresponde a un periodo tan dilatado de
fauna hernandiana en su paseo. Los lutiempo. La extensión de los textos es variable,
gares son los de siempre pero las genrelatos desde
son interesantes por su novedad los supercortes que toman café, que se cruzan,
tos que se escribieron cuando aún no era moque compran, que se mueven, son
1980 hasta
da. El libro los reúne en seis grupos en los que
una galería de espantos. Esta es una
encontramos ejemplos de diversas estructuras.
de las claves de Olgoso, mantener en
1995, con
Así en La diligencia del abismo una serie de perparalelo lo normal con lo excepciosonajes: un rico comerciante acostumbrado a
nal en una convivencia que, como
múltiples
engañar, dos beatas solteronas, tres borrachos
aquí, es otra vez normalidad. Lo sinbrutos, el elegante teniente Dudíntsev, un pegular es de ida y vuelta y los códigos
registros
riodista y su amigo poeta, se suben por separase reproducen desde otra perspectido en una diligencia de ruedas amarillas y cava. Al final del cuento, Franz sufre
ballos veloces que los debe llevar a su destino;
una caída y en su fémur encontrará
su peculiaridad, el rasgo que lo une a los nuevos habi- sin embargo, la diligencia se lanza a una carrera hacia
un bosque de hayas que conduce a una loma detrás de la
tantes de la ciudad de Mozart.
Muy pocos escritores poseen una imaginación tan rica que desaparece el carruaje. Al final, la sorpresa.
En Los mil cerezos de Yoshitsune el leñador Tanabe tiene
y tan singular que vaya unida a un estilo de una calidad
más que notable. Ya sabemos, hace mucho, que no exis- una curiosidad que no puede reprimir y que le puede
te el fondo y la forma, todo es forma; pues bien, su escri- dar problemas; en un momento, al final, encuentra una
tura es la forma perfecta para ese nuevo mundo que “cuña diminuta, roja y redondeada como una frutilla”,
crea y en el que nos admiramos de la belleza de la prosa, Tanabe la tocó y... Es imposible que el lector pueda prede su admirable capacidad para seducir, para crear una ver el resultado de este movimiento. La capacidad de sorarquitectura desde el detalle aparentemente nimio, para prender y de extrañar la acción es una cualidad muy
romper los límites entre la posible verdad y la posible destacable, así como el lirismo de la prosa.
sado de ser un arte popular a un fenómeno
crepuscular podrían
hablar hoy directores
como Jean-Luc Godard, cuya película Al
final de la escapada destaca Manuel Ariza Canales en el excelente artículo sobre la
Nouvelle Vague que firma esta semana
en Cuadernos. Hace 50 años que Europa
le estaba ganando la partida a los grandes estudios hollywoodienses con filmes de bajo presupuesto, narrativas y
temáticas novedosas, equipos técnicos
avanzados que permitían ir de la idea a
la realización sin pasar por los filtros de
producción que menguan el potencial
creativo. La eclosión de una cierta forma de entender las imágenes en movimiento, deudora del gurú Roberto Rossellini, acercaban al espectador a una
nueva dimensión cinematográfica que
rebajaba la épica del gran relato del cine clásico a través de un tamiz realista
vinculado a los cambios que se estaban
produciendo en el mundo durante los
años 60. Se citaba en esos metros de celuloide a Honoré de Balzac o William
Faulkner, y se apuntalaban en ocasiones con los resortes que habían hecho
del cine un arte popular. Hoy el estancamiento social es evidente y triunfa el artificio pasajero de las tres dimensiones,
una maniobra del mercado que poco
tiene que ver con lo artístico. Que lo industrial sea masivo no tiene mérito,
pues es su condición para existir. La virtud se halla en la capacidad del arte para acaparar la atención y trascender con
autenticidad. La Nouvelle Vague, y el
resto de cines europeos que proliferaron en paralelo, lograban conjugar esa
riqueza cultural con el entretenimiento. Qué poco hemos avanzado.

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