49 Las zapatillas mágicas

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49 Las zapatillas mágicas
C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
LAS ZAPATILLAS
MÁGICAS
Fernando Olavarría Gabler
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Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.
© Fernando Olavarría Gabler.
C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
LAS ZAPATILLAS
MÁGICAS
Fernando Olavarría Gabler
C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
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S
e acercaba el quince de noviembre, el cumpleaños de Juanita,
y su papá, paseándose por una solitaria calle de Puerto Varas, divisó
en una vitrina de una vieja casa de madera, unas atractivas zapatillas
adornadas con brillantes lentejuelas de vivísimos colores.
En esa casa había un taller de pintura y a su vez se vendían
baratijas.
-Estas zapatillas deben ser mágicas -se dijo-. Se las regalaré a
Juanita en el día de su cumpleaños.
Entró en la tienda, las observó, decidió comprarlas y después
preguntó por el precio; esto sucede a menudo cuando los hombres
compran algo. Y como la dueña del negocio era una mujer artista y
sentimental, al saber que eran para Juanita, le hizo una rebaja en el
precio sin mediar ni por asomo un regateo.
Lo que la artista sentimental, dueña de la tienda, no sabía, era
que las zapatillas eran realmente mágicas y Juanita, tiempo después,
al sentirse muy cansada por trabajar tanto, triste por sentirse sola y
por estar los perros ladrando en la noche sin luna, sin motivo
aparente, decidió calzarse las zapatillas estando sentada en el borde
de su cama y ocurrió lo que tenía que ocurrir…
Cayó en un suave sopor y dentro de sus oídos, más bien en su
mente, oyó una deliciosa melodía. Se recostó sobre la cama y se
quedó, no dormida sino en un estado de “ensoñación”; algo así como
una hipnosis suave y placentera.
Sus dos hijos dormían plácidamente y la joven mamá se salió
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de su cuerpo y viajó por mundos ignotos y fantásticos, solamente
conocidos por ella y por el que escribe estas páginas.
Nadie sabe de ellos a excepción de los antiguos alquimistas
semintoxicados por los vapores de recónditas mixturas, inventadas
por ellos en busca de la felicidad absoluta que nunca encontraron.
Pero Juanita, la joven madre de treinta y tres años voló
vaporosa y atravesó la intranscendente maraña de tabiques y ruidos
y llegó al mundo que su padre le narraba cuando era niña y esto lo
relataremos en capítulos sucesivos, de la mejor manera posible.
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EL ÁRBOL
V
oló, voló, voló, pero no encontró el camino de vuelta. Era de
noche. Tampoco lo iba a encontrar a cualquiera hora del día...
Y después de revolotear un buen tiempo se posó en la copa de
un gran árbol que crecía solitario en un valle y se puso a descansar
para pasar la noche allí.
Llegaron a pernoctar bajo el viejo tronco, un pintor y un poeta
ciego de nacimiento. Los dos hablaban de la belleza de la vida y lo
que Dios les había dado. En esos instantes el pintor le trataba de
explicar al poeta, lo que significaba para él La Gran Armonía
Universal, reflejada en la bellísima combinación de los colores, y el
poeta lógicamente no entendía lo que se le explicaba y se entristecía
al no poder complacer a su amigo en la aceptación de lo que él
hablaba. Porque, triste es el expresar belleza y que no la capten a tu
alrededor.
El pintor estaba impaciente y -por qué no decirlo- molesto por
la incomprensión del ciego. Entonces el poeta habló de la Gran
Armonía de la Música, pero su compañero el pintor no lo escuchaba,
porque estaba sordo, dominado por la ira.
Ambos callaron.
Uno de ellos fijó su mirada hacia el horizonte, ya borrado por
la oscura noche.
Sobre sus frentes cayeron gotas de lluvia que se deslizaron por
las mejillas. Una gota se escurrió por la comisura de los labios del
poeta. Éste, al limpiarse la boca con el dorso de la mano, se dio
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cuenta de que la lluvia era salada y levantando el rostro le comentó a
su compañero la rara cualidad de esa inusitada lluvia. Entonces
comprendieron que lo que caía, no era lluvia, sino las lágrimas de
una mujer.
Era Juanita que estaba llorando y sus lágrimas habían tocado
el rostro de los dos hombres.
¿Por qué lloras mujer? -le preguntaron al descubrirla.
¿Por qué estás triste? ¿Qué pena te aflige el corazón?
Y ella respondió que no lloraba de pena sino de felicidad,
porque había podido ver y sentir la infinita belleza y bondad de Dios.
Estamos ciegos y sordos murmuraron cabizbajos los dos
hombres.
Estamos rodeados de ángeles y no somos capaces de verlos ni
oírlos, porque nos domina la ignorancia, la oscuridad y el silencio de
nosotros mismos.
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EL TIGRE
C
ógete de mi cola, dijo el tigre ¡y no te sueltes por ningún
motivo de ella!
Juanita, con mucho miedo, se agarró de la aterciopelada cola
del tigre y éste se introdujo en un agujero que cada vez era más
oscuro a medida que avanzaban, y la niña, sin poder caminar
erguida, caminaba agachada y después cayó de rodillas y
posteriormente se arrastró con el vientre en la tierra y la cabeza entre
los dos brazos, pero no soltaba la cola del felino el cual caminaba
silenciosamente sin detenerse.
-¡No te sueltes! -repetía-. Me duele la cola pero no me importa.
¡No te vayas a soltar porque sino eres una niña perdida!
Y así se arrastraron, no sé cuanto tiempo, pero fueron largas
horas; quizás medio día o un día entero.
Nadie lo sabía porque todo estaba oscuro. Curiosamente, a
Juanita no le dolía el vientre al ser arrastrada en esa forma. No se
desgarraba el vestido ni se hería los codos. Hasta que llegaron al
final del túnel y se encontraron ante un inmenso valle cubierto de
largo pasto y cruzado por numerosos ríos.
Arriba, la noche estaba oscura, sin luna, sin sol ni estrellas y la
niña tuvo dudas si lo que veía era realmente el cielo.
Se respiraba un aire fresco y puro y el silencio de la noche (una
extraña noche) sólo era interrumpido por el ruido del agua que
chocaba entre las piedras y rocas. Era un constante susurro, como un
misterioso y prolongado sollozo.
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El tigre ahora se lamía la punta de la cola y dirigió a Juanita una
dulce mirada.
-¿Te he lastimado?- preguntó la niña. Pero el tigre sonrió y le
dio un lengüetazo en la cabeza con su áspera lengua.
Juanita pensó que le habían pasado un papel de lija por los
cabellos y dio gracias mentalmente al tigre por no haberle pasado la
lengua por la mejilla.
-Sígueme- dijo el animal. Y echó a andar silenciosamente
hacia la profundidad del valle.
Tuvieron que atravesar dos ríos. La niña se subió al lomo del
felino y se aferró a su cuello.
Juanita no sabía que los tigres eran grandes nadadores y les
agradaba el agua.
Después de atravesar los dos ríos siguieron por un extenso
prado y a lo lejos la niña divisó unas misteriosas luces.
A medida que se acercaban, pudo constatar que las luces
provenían de un inmenso palacio rodeado de fantásticos jardines.
El palacio estaba iluminado, tenía las puertas abiertas y se veía
deshabitado.
El silencio era total.
El tigre y la niña entraron a una gran sala alumbrada por
inmensas lámparas de oro y cristales colgantes, recortados en forma
de largos rectángulos luminosos.
Al fondo de la sala había un trono y el tigre avanzó por una
larga alfombra roja hacia el trono y se echó sobre éste en un blando
cojín de terciopelo, también rojo.
Entonces bostezó dejando ver sus enormes colmillos y le dijo
a la niña:
Cuéntame un cuento.
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Juanita, sorprendida y algo atemorizada, no sabía qué decir y
nada le llegaba a la cabeza. Pero poco a poco se serenó y le vino a la
imaginación algo que tiempo atrás había pensado y sentándose a los
pies del trono comenzó el siguiente relato:
EL ANILLO DE
LOS CINCO DESEOS
H
abía una vez…
-¡No!- dijo el tigre-. No empieces así. ¿Por qué todos los
cuentos tienen que empezar de la misma manera? .Comienza de
nuevo.
-Érase una vez…
-¡Tampoco!
-Sucedió un día…
-¡No!
-Bueno, entonces, -dijo la niña ya molesta- ¿cómo quieres que
empiece?
-Así me gusta más. Sigue.
-Bueno, entonces, el soldado se internó por el camino del
bosque y en la oscuridad vio algo que brillaba. Se detuvo y se inclinó
para observar mejor. Era un anillo de oro.
Lo recogió y se lo puso. Le quedaba como anillo al dedo.
¿De qué otra manera le iba a quedar?, comentó el tigre.
-Pero antes de ponérselo en el dedo anular de su mano
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izquierda, trató de leer en su interior algo que estaba grabado y como
no veía bien, encendió un fósforo y leyó: “Dame una vuelta y pide lo
que quieras”.
Entonces el soldado pidió inmensas riquezas y un barril de
vino, el cual apareció al instante. Lo destapó y comenzó a beber
directamente del chorro que salía del agujero, hasta que quedó
completamente borracho.
Así estaba tendido junto al barril que seguía vaciándose,
cuando desde el fondo del sendero apareció una caravana de mulas
cargadas con pesados cofres. Detrás de la penúltima mula iba un
hombre a horcajadas, tendido sobre el cuello del animal y con los
brazos colgando. Era el único sobreviviente del asalto que había
sufrido esa caravana.
Los bandidos habían sido diezmados, pero el hombre estaba
muerto al igual que todos sus compañeros.
El soldado se levantó dificultosamente, se dio cuenta de lo que
estaba delante de él y recordando lo que le había pedido al anillo,
abrió uno de los cofres y se percató de que estaba repleto de monedas
de oro.
Dejó al hombre muerto tendido en el suelo y montándose en la
mula del difunto arreó lo animales, salió del bosque y se encaminó al
pueblo más cercano. Allí lo recibieron con recelo y luego la policía
lo apresó para juzgarlo por los crímenes que se habían cometido en
el asalto de la recua de mulas.
Imposible convencer a la justicia que él nada tenía que ver en
todos esos crímenes.
Fue juzgado y condenado a la horca.
Cuando lo preparaban para ejecutarlo, se le ocurrió darle una
vuelta al anillo y le pidió que lo llevara a mil leguas de donde estaba,
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y el anillo le concedió esto y se encontró en medio del océano,
gritando y dando manotazos desesperados para no ahogarse -porque
no sabía nadar- y cuando se estaba ahogando le dio una vuelta al
anillo y le pidió ser un poderoso rey de una rica nación y al instante
se vio en un consejo de ministros, los cuales le presentaban todos los
problemas del reino. Irritado con tantos datos que le desagradaban,
decidió ir a reposar a su habitación y cuando se recostaba en una real
cama, con los velos del palio subidos, apenas cerró los ojos lo
atacaron miles de mosquitos. Porque las ventanas estaban abiertas
y los velos no habían sido bajados.
Se defendió de los insectos, pero eso no era todo, detrás de los
cortinajes aparecieron unos conspiradores, puñal en mano, para
asesinarle. Como era un soldado diestro con la espada, se defendió
anulando a sus enemigos y estos huyeron por los pasillos.
Desesperado entonces por toda esta situación, decidió darle
vuelta al anillo y deseó estar en una verde llanura. La brisa era suave
y el pasto perfumado de flores pero empezó con grandes calofríos.
Los mosquitos le habían transmitido la malaria…
-Muy tedioso tu improvisado cuento -murmuró el tigre- y le
falta humor. Eso de encontrarse con una sortija en el bosque que le
concedería todo deseo ya está muy leído y contado.
Seguramente el soldado deseó mejorarse de su fiebre y pidió
encontrarse en el mismo lugar donde había encontrado el anillo, lo
arrojó allí y siguió su camino feliz, libre de tantos contratiempos y
desgracias que le había donado el famoso anillo.
-Si tú lo quieres, el cuento termina así- replicó la niña
bastantes molesta.
-¿Pero, no tienes algo más interesante que contarme?
-¿Qué deseas tigre? ¿Un cuento en que se te desprende la piel y
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aparece un príncipe encantado? ¿O algo parecido?
-No seas insolente- respondió el tigre.- Modera tu mal genio.
¿No te has dado cuenta de dónde estoy echado? No soy un tigre. Soy
el Rey de todo esto. Sígueme contando el cuento.
-Estoy cansada -dijo Juanita-. Me duelen los pies. Diciendo
esto se sacó las zapatillas, entonces ocurrió algo inusitado. Se
encontró en el borde de su cama, en su alcoba. Los dos hijos
pequeños dormían.
La ciudad también dormía.
¿Quién habrá sido ese tigre? -pensó-. Y ¿en qué mundo
extraño estaba yo, contándole un cuento a este tigre tan
disconforme?
Uno de los niños comenzó a lloriquear. Juanita tiernamente lo
hizo callar y el chiquitín siguió durmiendo.
Mañana había que trabajar. Juanita, dando un largo bostezo se
metió entre las sábanas.
Minutos después estaba dormida.
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e puso las zapatillas y se encontró dentro de una de ellas. Era
inmensa. Al tratar de salir levantó los brazos y no eran brazos, sino
un par de alas verdes con plumas armoniosamente dispuestas.
Hizo la prueba de batir esas alas y salió volando de la zapatilla.
Empezó a revolotear en círculos chocando contra las paredes
del dormitorio. Esto era placentero pero le daba susto chocar porque
la velocidad era grande y no controlaba bien los movimientos.
Entonces se dio cuenta de que se había transformado en un hermoso
pajarillo de alas verdes, con un lomo de plumas color rojo ladrillo y
la pechuga y la cola azul oscuro.
Era una bella pajarita, que salió volando por la ventana, y con
susto mezclado con una gran alegría se posó acezando sobre unos
alambres.
Desde allí divisó un nuevo mundo.
Se veían los techos de las casas entremezclados con los
árboles del barrio y las calles allá abajo.
La ciudad había cambiado de fisonomía al verla desde este
nuevo ángulo. Podría decirse que era más hermosa, porque Juanita
no se sentía canalizada entre veredas, rejas y cunetas. Ahora era libre
y lo expresó en voz alta con felicidad, pero en vez de palabras
salieron de su boca (que ya no era una boca sino un lindo piquito)
una gran cantidad de notas musicales. Eran delicados trinos y
gorjeos y quedó admirada de tanta belleza y armonía.
A lo lejos oyó unos trinos similares a los que había
recientemente emitido, pero ese canto lejano era más fuerte y
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armonioso que los trinos de ella, que resultaban más dulces y
modestos en comparación con los otros. Las zapatillas mágicas la
habían convertido en una hermosa pajarita y plena de gozo echó a
volar y se perdió de vista detrás de los árboles de un enorme jardín.
Voló de árbol en árbol durante toda la mañana, saboreando esta
nueva y gran experiencia. Se encontró con muchos amigos
pajarillos de numerosas especies y variados colores. Algunos más
grandes y otros más pequeños que ella. Hablaron infinidad de cosas,
la mayoría agradables: Sobre los diversos lugares para encontrar
comida y de las mejores ramas donde construir los nidos. De la
primavera. De cuántos hijos habían empollado la temporada que
pasó, etc.
También hablaron de cosas muy desagradables pero
importantes, como los jardines de las casas donde vivían gatos. Del
niño de la casa aquella que tenía una honda. Del halcón que habitaba
allá en el gran cerro, pero que una vez al día planeaba sobre la ciudad
para realizar un crimen necesario para alimentar a su familia.
Las palomas eran sus víctimas predilectas y los pajarillos, por
ser más pequeños, se libraban de esta horrorosa pesadilla, pero no
así de los gatos o del niño cazador.
Juanita, de tanto hablar tenía sed, entonces le dieron el dato de
una pequeña fuente en la que podía haber agua fresca de una llave
que goteaba constantemente.
Se fue volando y divisó desde arriba el prado donde estaba la
fuente y saltando de rama en rama se acercó cautelosa hacia ella.
Llegó hasta el borde y se dio cuenta de que no tenía manos para
echarse el agua a la boca, así que metió el piquito en el agua y
levantó la cabeza, porque constató que el agua no llegaba al
estómago si no hacía este movimiento, y en esa forma empezó a
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beber con inclinaciones y levantadas sucesivas del cuello, hasta que
sació la sed y echó a volar hacia las ramas de un damasco. Algunos
de los frutos estaban maduros. Juanita picoteó uno de ellos y su
carne era dulce y apetitosa.
Satisfecha, voló nuevamente. Voló largo rato hasta cansarse y
tuvo que aterrizar. Llegó a una línea férrea cerca de una estación.
El tren aún no pasaba y varias palomas buscaban algo sobre los
durmientes. Juanita voló hacia ellas, por curiosidad, para averiguar
qué es lo que buscaban. Una gruesa paloma de pecho blanco y alas
grises, de ojos y pico encarnado, la saludó mientras picoteaba entre
el ripio de los durmientes.
-Buenas días- saludó Juanita -¿Qué te llama la atención en este
lugar tan seco y con basura?
-Escarbo entre la hierba- respondió la paloma. Aparentemente
este lugar se ve feo y sucio, rodeado de pasto seco, pero si observas e
indagas con atención, encontrarás cosas bellas. Mira este trocito de
miga de pan ¿no es hermoso? Lo he encontrado entre estos maderos.
En realidad es un hallazgo valioso, contestó la pajarita.
No olvides esto -observó la paloma- este lugar es como los
seres humanos que llegan aquí a tomar el tren y comen y tiran los
papeles al suelo. Si tú escudriñas en su alma, encontrarás un
pequeño tesoro. Una hermosa miga de pan.
Es cuestión de buscarla en cada uno de ellos.
Todas las tardes llega una anciana y saca de un cartucho de
papel gran cantidad de migas y las echa al piso para que comamos.
Ella es un verdadero tesoro para nosotros y la queremos mucho.
Ven, come un pedacito de pan porque es demasiado para mí.
Juanita agradeció el ofrecimiento y le dio unos picotazos a la
miga. Estaba bastante seca pero sabrosa. Más allá encontraron unas
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semillas de pasto y la paloma y su amiga pajarita las engulleron con
agrado.
¡Agur! -dijo la paloma-. Tengo que reunirme con la bandada.
Esta es la hora en que volamos todas juntas por encima del barrio. Es
una antigua costumbre que no podemos dejar de hacer todos los
días.
-¿Puedo ir yo también?, preguntó Juanita.
-Lo siento pajarita- respondió la paloma. Esa es una ceremonia
privada en que solamente nosotras podemos estar. ¡Adiós!
¡Felicidades!
-¡Abur!, respondió Juanita y se quedó mirando el cielo, entre
los rieles de la línea del ferrocarril.
Las palomas se unieron en el aire y volaron en círculo. Eran
decenas de ellas. Pasaron sobre una iglesia y se perdieron de vista.
Juanita se sintió muy sola y decidió volar hacia unos árboles que
divisó allá lejos.
Mientras descansaba en una rama y pensaba cómo llegar hasta
su casa, porque estaba preocupada por sus hijos, sintió un violento
crujido de ramas y hojas a muy poca distancia de ella. Aterrorizada
echó a volar hacia otro árbol y al mirar hacia abajo divisó a un niño
que la estaba mirando y cargaba su honda con una piedra. Entonces
se dio cuenta de que había estado a punto de ser despedazada por la
piedra que había lanzado el niño.
Voló sin saber adónde, hasta que llegó a un gran ventanal. Allí
en el alféizar había un pájaro muerto, pero Juanita estaba tan agotada
por el esfuerzo físico y las intensas emociones que había recibido,
que no pudo seguir volando y se echó en la superficie de cemento
debajo del ventanal al lado del pájaro muerto.
Su corazón latía vertiginosamente y parecía que se le iba a
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salir. La pajarilla jadeaba con el pico entreabierto y las alas
extendidas, echada sobre el pavimento.
Después de un rato se serenó y se levantó en sus dos patitas. El
peligro había pasado y los latidos de su corazón se normalizaban.
De pronto el pájaro muerto movió sus pequeñas patas encogidas y
emitió un leve quejido.
¡Sí! ¡Estaba vivo! Tal vez mal herido.
La pajarita se acercó a él y escuchó sobre el plumaje de su
pechuga. El corazón latía. En un principio débilmente pero ahora
bastante fuerte.
El pajarito quiso ponerse de pie pero se tumbó hacia un lado.
Después de un corto tiempo se levantó como si hubiese
despertado de un profundo sueño. Juanita estaba feliz y lo reanimó
dándole unos cariñosos picotazos en la mejilla. El pajarillo estaba
asombrosamente recuperado y al darse cuenta de que la pajarilla lo
trataba de alentar, le agradeció esta atención con un pequeño gorjeo.
-¿Qué te ha pasado? ¿Por qué estabas como muerto? ¿Estás
herido?- preguntó Juanita.
-He sufrido un tremendo golpe- respondió el pajarito-. Poco a
poco me estoy recuperando.
-¿Acaso se accidentó tu familia? ¿Se ha roto el nido? ¿Ha
muerto tu esposa?
-Nada de eso -respondió el pájaro- aderezando las plumas de
la cola y de las alas.
El terrible golpe que he recibido fue en esta ventana. Casi me
rompí el cuello. Aún me duele bastante.
Venía volando y divisé las flores que hay en ese florero que
está sobre el piano, y sin darme cuenta de que había un cristal en la
ventana, choqué contra él y no supe más de mí hasta que te encontré
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a mi lado tratando de darme ánimo.
-¿De dónde saliste tú?
-Yo venía huyendo de un niño que me lanzó una piedra.
-¡Ah! Ese niño vive cerca de aquí. Hay que tener cuidado con
él, se cree un gran cazador y arremete contra nosotros. Menos mal
que no tiene buena puntería. La más de las veces la piedra pasa
zumbando a dos hojas de distancia de donde está uno parado en una
rama.
¿Sabes? Estoy totalmente repuesto y debo ir a buscar alimento
para mis polluelos. Mi esposa debe estar esperándome,
acompáñame al estero. Conozco un lugar donde hay unas lombrices
deliciosas.
Volaron los dos pajarillos y divisaron un largo trecho de arena
amarilla que atravesaba toda la ciudad.
Siguieron por el curso de la arena internándose hacia unos
valles cultivados.
A la sombra de unos arbustos se detuvieron a descansar.
-Queda poco- dijo el pajarillo. Y emprendieron nuevamente el
vuelo.
Pronto llegaron a un riachuelo donde crecían totoras y las
orillas estaban cubiertas con aromáticas hierbas. La ciudad había
quedado muy atrás.
Se respiraba un placentero ambiente de campo donde no se
escuchaban ruidos de industrias ni de automóviles. Era como estar
en tiempos pasados.
A lo lejos, unos caballos pastaban en uno potrero y el pasto
corto llegaba hasta la orilla del agua. En ese lugar había un remanso.
-¡Quivit! ¡Quivit! ¡Quivit! -saludaron las golondrinas- ¿no es
hermoso este lugar? ¡Y está lleno de mosquitos! ¡Nos hartamos de
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ellos! Estamos muy contentas.
¡Quivit! ¡Quivit! ¡Quivit!
¡Buenas tardes golondrinas! -saludó Juanita con un gorjeo, y
se quedó observando cómo cazaban los mosquitos con movimientos
rápidos y rasantes sobre la superficie del agua.
¡Qué lindas son!- Se dijo Juanita-. Con sus alas muy largas y
azules parecen estar vestidas en tenida de etiqueta.
Su amigo el pajarillo estaba en un terreno barroso escuchando
cómo caminaban las lombrices bajo tierra. De pronto daba un rápido
picotón, sacaba la lombriz y la engullía. Juanita se aproximó a él y le
preguntó de qué manera se las iba arreglar para llevárselas a sus
polluelos.
Las llevo dentro del buche, es el mejor bolsón, dijo el pajarillo,
y cuando llego al nido, mis hijos meten el pico en el mío y las sacan
de allí.
Es un buen modo de llevarlas -pensó Juanita- así no hay
peligro de que se caigan y además, los jugos del estómago de papá
las hacen más fáciles de digerir.
Se hace tarde -dijo el pajarillo-. Me voy. Las ranas han
empezado a cantar.
La ciudad, allá lejos, había comenzado a iluminarse. Entonces
la pajarilla echó a volar y a medida que volaba se iba transformando
en Juanita, pero a pesar de no tener alas ni cola ni plumas, no caía a
tierra. Se desplazaba por los aires como una imagen etérea, con los
brazos extendidos. Volaba a gran altura buscando la luz amarillenta
de la ciudad que se difundía en medio de la noche. Entonces se dio
cuenta de que alguien volaba junto a ella. En un comienzo se asustó,
pero casi al instante tuvo la sensación de que le estaban dando una
placentera emoción de protección y una gran felicidad. No quiso
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preguntarle quién era porque lo sabía perfectamente. Era su ángel de
la guarda.
-Quiero ir a casa. Mis pequeños hijos están solos y no sé como
llegar- dijo Juanita.
-No te preocupes -le respondió el ángel sin hablarle- vuela al
lado mío y yo te llevaré hacia ellos.
Y siguieron desplazándose por la noche hasta llegar a la gran
ciudad.
Cógete de mi mano -le ordenó el ángel- y partieron
vertiginosamente hacia abajo.
Se encontró en su cama con los pies descalzos encima de la
alfombra y con las zapatillas de vistosas lentejuelas a su lado.
Juanita bostezó. Estaba muy cansada.
-Muchas gracias ángel por haberme guiado hasta mi casa.
-“Para eso estoy. Para ayudarte y protegerte” -oyó que le decía
una voz invisible.
Recostó su cabeza en la almohada y antes de quedarse
dormida recordó la oración que le había enseñado mamá cuando era
pequeñita.
Ángel de la guarda.
Dulce compañía.
No me desampares
ni de… noche
ni… de… día…
Juanita estaba durmiendo. En varias ocasiones se encontraría
nuevamente con su ángel y tendría más aventuras.
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UN VIAJE EXTRAORDINARIO
S
e acercaba la fecha de la luna llena y Juanita decidió calzarse
las zapatillas mágicas porque deseaba encontrarse con su ángel.
Y cuando las tenía puestas, el ángel estaba junto a ella,
sonriéndole.
-A dónde quieres ir- le preguntó.
-Muéstrame el cielo- respondió Juanita.
Y el ángel dejó de sonreír.
- Eso no es para ti aún -le dijo- pero podemos dar una vuelta
por ahí cerca.
Podemos invitar a Juan Pablo y a Alonso, tus hijitos, para que
no se queden solos en casa.
-¿Y cómo lo haremos?
Es muy fácil -dijo el ángel- llevamos consigo sus ángeles y
viajamos todos juntos por otros mundos de otras dimensiones que tú
jamás podrás imaginar.
Vamos. Partamos ya.
Y partieron los cuatro tomados de las manos.
Los niños reían y gritaban de contento.
Era un viaje maravilloso, a una velocidad indescriptible hacia
un lugar infinito.
El mundo terrenal era otro mundo. Un insignificante mundito
en comparación con el que estaban ahora.
Sentían una enorme felicidad y todo era una inmensa armonía
y belleza.
Lo que Juanita pudo analizar, mucho tiempo después,
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meditando en esa aventura, es que reinaba un gran AMOR, con
mayúsculas, que hacía sentir al que estaba allí, una sensación que
nunca o quizás muy pocas veces podría haber tenido efímeramente
en la Tierra un ser humano.
¿Ha tenido alguien la emoción que siente una madre cuando
ve que su pequeño hijo ha sanado de una grave o mortal
enfermedad? ¿O cuándo la esposa recibe a su esposo después de un
largo tiempo en la guerra y se creía que estaba desaparecido? ¿O el
santo que después de tantas privaciones encuentra a Dios? ¿O la
reconciliación en un abrazo del hijo con su padre?
Todas esas sensaciones juntas dicen muy poco para describir
lo que Juanita sentía y pensemos que solamente se estaban
acercando a lo no permitido aún.
¡Qué necios!, refleccionaba Juanita -los que desprecian todo
esto. Las malas acciones, cómo alejan a los seres humanos de lo que
estoy viviendo.
-Ven- dijo el ángel-. Te presentaré a otros seres que están con
nosotros y que tú aún no los ves.
Pasaron a otra dimensión donde Juanita percibió solamente
felicidad que se traducía a sus sentidos como una hermosa luz
blanca, muy brillante.
-Aquí, tus hijos pueden jugar con otros niños- dijo el ángel.están bien cuidados. Nada en absoluto les pasará.
Juanita se había trasladado a otra espacio, a otra etapa, y la
felicidad era ahora inconmensurable.
-¿Este es el cielo?- preguntó al ángel, en una exaltación
extrema de su afecto.
-No- dijo el ángel. No lo es. Solamente es una de las tantas
etapas que te permiten llegar a él, pero me está vedado llevarte más
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allá.
No ha llegado tu hora.
-Quisiera estar aquí para siempre y no volver, exclamó Juanita
en alta voz, y era tan grande su emoción que gritó y sollozó de
alegría.
Es tiempo de regresar -dijo el ángel- y en esos momentos
llegaron los niños, radiantes de luz y felicidad y abrazaron las
piernas de mamá.
Juanita, dulcemente los tomó en sus brazos y el ángel los guió
alejándolos de ese maravilloso lugar.
A medida que se acercaban a la Tierra sus pensamientos
permanecían en ese misterioso mundo y parecía que sus vidas
habían cambiado. Eran otros seres diferentes.
Se encontró en su dormitorio y el ángel estaba al lado suyo.
-Quiero ir nuevamente allá y no volver- balbuceó Juanita.
-Todo a su tiempo- respondió el ángel sonriendo, y
desapareció.
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
TRANCO POLANCO
CALZONCILLOS BLANCOS
A
tardecía.
El valle se veía hermoso.
Una luz amarillenta teñía los colores verdes de los prados y los
árboles, los hacía más intensos. Los grises y marrones se veían
rojizos.
En la orilla del sendero que conducía al pueblo, Juanita divisó
una piedra grande de color rosáceo, al llegar junto a ella, constató
que no era una roca como ella creía sino un niño vestido de blanco
que estaba sentado y acurrucado en el suelo.
Tenía la cabeza sobre las rodillas y se abrazaba las piernas. El
pobre estaba muy triste y sollozaba.
-¿Por qué estás llorando?- Le preguntó Juanita -. ¿Cómo te
llamas?
-Estoy triste porque no puedo responder a tu pregunta- dijo el
niño.
-¿Y por qué? -insistió Juanita extrañada.
-Porque nadie me ha puesto un nombre respondió el niño. Soy
el único niño en el mundo que no tiene nombre ¡Es algo terrible!
Nadie me llama o me dice haz esto o no hagas eso. Soy un
desconocido para la humanidad. Nada me piden. Ninguna cosa me
dan ¿Alguna vez has tenido la sensación de no ser alguien? ¿De no
ser nada? .Y el niño, después de mirar a Juanita con los ojos llenos de
lágrimas, hundió su rostro entre sus brazos y rodillas.
-No te aflijas- le consoló Juanita - Yo te pondré un nombre.
-Te llamarás… Te llamarás... ¡Ya sé!
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
Te llamarás: ... ¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!
-¡Qué lindo! ¡Me gusta ese nombre! Exclamó el niño radiante
de felicidad. Y levantándose de un salto corrió hacia Juanita y
abrazó sus caderas.
¡Tengo nombre!- gritó, y salió corriendo hacia el pueblo. Mas,
luego se detuvo y corriendo de vuelta llegó donde Juanita y se puso a
gritar y a saltar alrededor de ella y preguntó si deseaba ser su mamá,
porque él a nadie tenía en este mundo.
-¿Qué eres? ¿Un huerfanito?- preguntó Juanita, y como no
obtuvo respuesta le dijo:
Bueno. Yo seré tu mamá, pero tienes que obedecerme y
portarte bien.
-Así lo haré mamá -dijo el niño- y corrió hacia unas vacas que
estaban pastando por ahí cerca. Recogió unas piedras y se las lanzó
una tras otra golpeándoles el lomo.
-¡Tranco! ¿Qué estás haciendo? ¡Tranco Polanco! ¡Ven acá!
-Sí, mamá, allá voy, dijo el chico corriendo hacia ella.
-Tranco ¿Por qué lanzas piedras a esos animales?
-¿Acaso es feo mamá?
-No los molestes y ven conmigo. Vamos al pueblo a comer
algo. Se hace tarde y debes de tener hambre.
Partió Juanita con el niño, tomados de la mano; entraron al
pueblo y se sentaron donde había unas sillas y pequeñas mesas en la
acera de la calle principal. Estaban dispuestas allí para que los
parroquianos se sirvieran algo al aire libre.
Llegó el garzón y Juanita pidió dos tajadas de torta, té para ella
y un vaso de leche para el niño.
Cuando estaban comiendo las tortas, el niño, poniéndose de
pie sobre su silla, se inclinó sobre la mesa y escupió las dos tortas.
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
-¿Por qué haces eso?- Reaccionó indignada Juanita.
-Para que te dé asco mamá y no te puedas comer esa torta y así
yo me como los dos pedazos.
-Pero Tranco. ¿Nunca te han enseñado buenos modales?
-No mamá.
-¿No sabes, Tranquito Polanquito Calzoncillitos Blanquitos
que si quieres más torta no hay necesidad de escupir la de tu vecino
sino que debes pedirme más?
Cuando Juanita le decía esto, el niño la observaba con unos
ojos inocentes y una dulzura en su rostro que inspiraba gran ternura.
No parecía un niño, más bien daba la impresión que era un ángel.
Y en realidad era un ángel.
Juanita no sabía en absoluto que se había encontrado con un
pequeño ángel sin alas, y qué contratiempos iba a tener con él.
Algunos divertidos y otros no tanto.
En la mesa del lado se sentó una señora con otro niño. La
señora era chica y regordeta. Más bien parecía una gorda colegiala y
no una señora.
Se sentó costosamente en la silla y se acomodó.
El niño que la acompañaba era pequeño y pálido. Su piel era
amarillenta con tendencia a ser verdosa.
A Juanita le pareció que podía tener una enfermedad del
hígado, una hepatitis o algo parecido, pero la señora, al darse cuenta
de que observaban a su hijo, estableció una conversación con
Juanita y le respondió sin que ella le dijera nada, que su hijo era así,
de nacimiento, que había nacido con ese color; que ella era hija del
gnomo Naranja y que su pequeño hijo se llamaba Lima. Ellos
pertenecían a una antigua familia de gnomos.
-No sé si usted ha leído el cuento Tararí Tarará que escribió su
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
padre cuando era joven. En ese cuento aparece el gnomo Naranja,
abuelo de este niño- dijo la señora chica y regordeta.
Juanita la escuchaba con gran emoción. Nunca se hubiera
imaginado que estaba sentada tomando té al lado de una familia de
gnomos en la calle principal de un pueblo desconocido.
Dentro de su desorientación se atrevió a preguntarle al niño
-perdón, digo mal- a preguntarle al pequeño gnomo si iba al colegio.
No -respondió la señora; Lima es músico.
Ha organizado una orquesta junto a sus amigos. Cada uno toca
un instrumento y él los dirige pese a su corta edad.
Mi hijo es muy inteligente, demasiado inteligente. Yo diría, si
no fuera su mamá, que es un gnomo genio. Lo que es mucho decir,
tal como están las cosas en estos tiempos en que todo está
solucionado a costa de las computadoras.
Mientras las mamás conversaban, los niños, es decir el gnomo
y el angelito, se habían bajado de las sillas y jugaban debajo de las
mesas.
Juanita había caminado bastante y le dolía un pie y sacando el
talón de una de las zapatillas mágicas, dejó descansar los dedos al
retirar un poco el pie. Esto aprovechó Tranco, que en esos momentos
estaba debajo de la mesa, para agarrar la zapatilla suelta y correr con
el gnomo Lima por la calle hacia el final de ésta. Juanita sintió que se
le distorsionaban las imágenes. La calle se deformaba y las casas se
doblaban como si fueran de mantequilla caliente, desvaneciéndose
en parte.
La hija del gnomo Naranja le sonreía como si estuviera debajo
del agua pero no atinaba a llamar a los niños ni a hacer nada.
El suelo se ondulaba y tendía a desaparecer y Juanita,
tambaleándose y caminando algo coja con una sola zapatilla,
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
empezó a correr detrás de los niños. Éstos se perdían de vista al final
de la calle.
¡Tranco! ¡Tranco Polanco!
¡Ven acá!
¡Tranco Polanco Calzoncillos blancos!
¡Devuélveme la zapatilla!
¡Tranco! ¡Obedece a tu mamá!
Pero el angelito Tranco había desaparecido y Juanita, de muy
mal humor por tener que seguir a este niño desobediente, por no
haber pagado la cuenta del restaurante y porque el mundo físico
había cambiado alrededor de ella transformándose en un paisaje
inestable, inseguro, que no sabía si estaba allí o no estaba; decidió
seguir adelante aunque le costara, hasta el final de la calle, castigar
al niño desobediente y recuperar la zapatilla.
Llegó a un bosque de eucaliptos y se internó en él después de
abrir una verja de madera.
A lo lejos se escuchaban extraños sonidos y Juanita se
encaminó hacia donde provenían.
No era música ¿o sí era?. Era una música muy rara como si
hicieran girar un disco al revés. Eran ruidos desconocidos sin
ningún compás definido, que empezaban, se entremezclaban y
terminaban abruptamente, pero de vez en cuando se podía escuchar
algo de armonía. Parecía una obra de Shostakovich tocada al revés.
Llegó a un claro del bosque y allí se detuvo jadeando, con la boca
abierta por el cansancio y el asombro debido al espectáculo que
tenía frente a ella. Vio a una orquesta de gnomos que tocaban toda
clase de instrumentos. Ésta estaba dirigida por el amarillento
gnomo Lima, y detrás del director, a espaldas de él, estaba Tranco
Polanco Calzoncillos Blancos, dirigiendo también la orquesta con la
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
zapatilla en alto.
La orquesta daba terribles desacordes y el gnomo Lima gritaba
y pateaba en el suelo, encolerizado, por los horribles sonidos que
salían de los instrumentos y Tranco reía a más no poder al sentir que
provocaba este caos.
Cuando vio a Juanita, gritó: ¡Mamá! ¡Qué fantástico es todo
esto! ¿No es maravilloso? ¡Escucha los sonidos que dirijo! ¡Es una
orquesta desorquestada! Los instrumentos de cuerda están en
desacuerdo ¡Es una música desacordada, asónica,
retroinstrumentada y despercutidaaaaaa! ¿La encuentras linda?
-¡Tranco! ¡Dame esa zapatilla!
-¡Mamá! Pero escucha…
-¡Tranco! Obedéceme, sino me voy a enojar.
En esos instantes el gnomo Lima, sentado en el suelo, lloraba
de rabia y los músicos se habían violentado. Cortaban las cuerdas,
golpeaban los instrumentos hasta romperlos y abollarlos y se daban
golpes y puñetes. A uno de ellos se le veía con una viola rota sobre su
cabeza y otro había lanzado un golpe de puño dentro de un corno y
no podía sacar la mano. Otro había metido un pie dentro de las
cuerdas del arpa, etc. Y así, todo aquello era un desorden que daba
risa.
Juanita, tapándose los oídos con ambas manos, se abalanzó
hacia Tranco. Le arrebató la zapatilla y se la calzó. Entonces le dio
un ataque de risa.
Se encontró en su dormitorio. Era domingo en la mañana. Los
niños se habían despertado y reclamaban el desayuno.
Alonso, el menor, estaba llorando. Había que cambiarle los
pañales y prepararle su mamadera. Juanita se acercó a él, lo besó y le
hizo cariño en el vientre.
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
El niño terminó de llorar y sonrió.
Entonces Juanita caminó con sus dedos sobre su barriguita y le
hizo cosquillas en el cuello.
¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!
Y el niño reía por las cosquillas y el cariño de mamá.
¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!
Alonso reía más y más y esperaba expectante a que la mamá
volviera a hacerle cosquillas.
¡Tranco Polanco Calzoncillos Blancos!...
Todos reían a más no poder y Juan Pablo quiso que a él
también le hicieran cosquillas.
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
NIÑOS
N
o había una sola nube en el cielo.
Juanita pasó por entre una multitud de niños y gente grande.
Todos estaban sonrientes.
Las niñas estaban vestidas de blanco y con una rama de flores,
también blancas, en la mano.
Había mamás y papás.
Un joven abrazaba a otro más viejo y le decía alborozado:
¡Qué gusto de verlo nuevamente!
-Me he puesto las zapatillas mágicas -pensó Juanita- y éstas
me han traído al cielo. Estoy rodeada de ángeles vestidos de blanco
con una hermosa corona de flores en la frente.
-Ese joven que abrazaba al hombre de más edad seguramente
ha muerto recientemente y saluda a su familia que ha venido a
recibirlo.
-No sabía que en el cielo hay calles y veredas con árboles, y
hasta una iglesia.
De pronto sonó la bocina de un tren. En esos momentos unos
hombres apuntaban con sus máquinas fotográficas a los ángeles.
Juanita se miró los pies. Tenía puestas unas sandalias celestes.
No calzaba las zapatillas mágicas. Entonces se dio cuenta de que
estaba atravesando un numeroso grupo de niñas vestidas con traje de
primera comunión, y los demás eran familiares que las
acompañaban.
Todos esperaban que se abrieran las puertas de la iglesia para
entrar e iniciar la ceremonia religiosa.
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
L A I M A G E N D E L A B R U J A E L E VA DA
A LA SÉPTIMA POTENCIA
U
n día de lluvia golpearon en la puerta.
Los niños se estaban bañando en la tina y Juanita le dijo a Rosa
que se encargara de ellos y fue a ver quién llamaba.
Era un pobre viejo que traía en una bolsa dos cachorros de
perro.
-Si no desea comprar uno de estos perros, deme algo de comerdijo el mendigo.
-Juanita fue a la cocina a buscar algún alimento para darle al
viejo y al volver a la puerta éste había desaparecido. En el umbral
gemía uno de los cachorros, de frío, de hambre y de desamparo.
Juanita lo cogió y cerró la puerta. El perro inspiraba ternura y
una gran lástima al mismo tiempo.
Le dio leche y lo acomodó en una caja de cartón que había en el
patio.
El cachorro lloró toda la noche porque se sentía solo y esto
fastidió a Juanita porque tuvo que levantarse varias veces para
abrigarlo y darle más leche en un platillo.
Días después el perro se había adaptado a su nuevo ambiente,
Juanita lo llevó al veterinario para que lo vacunara, le recetara
vitaminas, remedios contra las pulgas y parásitos intestinales, etc.
Su raza es única en el mundo -comentó sonriendo el
veterinario- porque probablemente es la mezcla de más de diez mil
razas de perros.
Juanita no se asombró por este comentario del profesional
porque sabía de dónde había obtenido el animal.
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
Pasaron los días y las semanas y el simpático perro, con su
pelaje de manchas de varios colores, retozaba con los niños y
ladraba a cada rato de alegría.
Llegó la etapa de la dentición y el perrito empezó a mascar
todo lo que encontraba delante de su nariz.
Juanita comenzó a preocuparse porque había roto unas medias
y ropa que había dejado Rosa a su alcance.
Dicen que los cachorros humanos se ponen irritables con la
salida de los dientes, pero los perritos ¡Oh! ¡Los perritos lo
destruyen todo! ¿Qué nombre le pondremos? Preguntó Juanita. Juan
Pablo dijo, le pondremos Turco; Alonso dijo, Pinino y Juanita
decidió ponerle Pepino.
Y Pepino siguió creciendo; tenía gran apetito, jugaba con los
niños y era la alegría de todos.
Una tarde, cuando Pepino jugaba en el patio con los niños, de
repente corrió veloz atravesando la cocina, subió la escalera y se
escondió bajo la cama de Juanita.
¿Qué encontró allí? Las zapatillas mágicas. Agarró una y bajó
con ella al comedor.
Los niños, creyendo que el perro había corrido hacia el
antejardín, abrieron la puerta para llamarlo. Mientras gritaban su
nombre, Pepino, con la zapatilla en el hocico fue donde ellos.
Juanita que venía llegando en esos momentos se encontró con esta
escena y amonestando al perrito para que soltara la zapatilla, se la
trató de sacar, pero el perro no quiso y dando un salto corrió por la
calle y al final de ésta se metió en otra casa que estaba con la puerta
de rejas abierta.
Rosa estaba en esos instantes con los niños, Juanita se
despreocupó de ellos y muy enojada fue tras Pepino para rescatar la
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
zapatilla y traer al perro de vuelta.
No solamente la puerta de la reja estaba abierta sino también la
de la entrada a la casa.
Juanita tocó el timbre, llamó, pero nadie contestó.
En el interior de la casa se oyó el ladrido del perro.
-Seguramente ha soltado mi zapatilla -se dijo Juanita- y está
ladrando para que lo vayan a buscar.
¡Pepino!… ¡Pepino!
¡Dónde estás perro bribón?
El perro ladró en el segundo piso de la casa. Juanita subió
cautelosamente la escalera y llamó. ¿Hay alguien aquí?
Silencio.
¿No hay nadie que viva en esta casa?
Silencio.
El perro comenzó a ladrar nuevamente pero ahora muy fuerte,
como si estuviera enojado.
En el segundo piso encontró un pasillo con dos puertas. Una de
ellas estaba entreabierta y Juanita se asomó porque de ahí venía el
ladrido.
Había una gran sala con una chimenea donde crepitaba el
fuego, a la luz de éste Juanita vio, sentada en una silla de balancín, a
una mujer vestida de negro que se estaba calzando su zapatilla. El
perrito ladraba enfurecido frente a ella porque le habían quitado su
juguete.
Juanita saludó y se excusó por haberse introducido en la casa
sin anunciar su presencia.
La vieja la miró con unos grandes y extraños ojos negros y
sonrió mientras se esforzaba con las dos manos de ajustarse la
zapatilla.
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
Entonces Juanita, carraspeando, y algo molesta, le expresó
que esa zapatilla era suya, que Pepino había salido con la zapatilla
por la calle y que ella etc., etc.
La vieja poniéndose de pies dio una gran carcajada y dándole
un puntapié al perro avanzó hacia la puerta, empujó a Juanita hacia
un lado y arrastrando los pies sobre el pasillo abrió otra puerta y
desapareció después de dar un portazo.
Juanita estaba perpleja. Permanecía sentada en el suelo
después del empujón y Pepino moviendo su cola fue a darle
lengüetazos de cariño en la mejilla.
¡Vamos Pepino! -Dijo Juanita- ; a rescatar la zapatilla que se ha
llevado esta veja ladrona.
Abrieron la puerta del pasillo pero en ella solamente
encontraron ropa vieja colgando de unos ganchos.
Me equivoqué -pensó Juanita-. Debe de ser esta otra puerta por
donde se arrancó la mujer.
Detrás de la otra puerta había una tosca escalera de madera y
Juanita con su perro bajaron por ella.
Se sentía una fresca brisa marina y una luz tenue que venía de
abajo, alumbraba los escalones.
Llegaron a una playa por donde corría un fuerte viento,
húmedo y salino.
¡Qué extraño es todo esto! Pensó Juanita.
¿Por dónde se fue la vieja?
Pepino olfateó la arena y partió corriendo por la orilla.
La playa estaba recortada por un larguísimo muro. Llegaron a
una caleta de pescadores y Juanita le preguntó a uno de ellos si había
visto a una mujer de negro con una zapatilla multicolor en uno de sus
pies.
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
El pescador se echó a reír ante la descripción tan original de
Juanita y le respondió que la única mujer de negro que él conocía era
la Bruja de la Imagen Elevada a la Séptima Potencia.
-Si tienes tanto interés en verla, yo podría llevarte a la isla
donde vive- dijo el pescador.
-Lo que me sucede- explicó Juanita- es que salí muy rápido de
mi casa y no tengo dinero.
-No importa- respondió el pescador. Mañana me pagarás.
Súbete a mi barca y remaré hacia donde debe de estar esa bruja.
Juanita con el perro en brazos se embarcó en el bote del
pescador y éste, remando con gran energía se alejó de la orilla.
El oleaje mar adentro era fuerte y Juanita hacía esfuerzos para
no marearse. Pepino, echado en el fondo del bote, completamente
mareado, estaba a punto de vomitar.
-No te aflijas- dijo el pescador al observar el pálido rostro de
Juanita-. Estamos llegando.
En efecto, rodeada de peligrosas rocas, donde hervía la
espuma de las olas, Juanita divisó una fortaleza de piedra.
El pescador sorteó hábilmente la corriente de las olas y
finalmente con la ayuda de la resaca encalló suavemente en una
hermosa playa.
-¡Te esperaré aquí hasta que vuelvas con la zapatilla! Le dijo el
botero.
Juanita saltó de la embarcación y después de ayudar a Pepino a
bajar a tierra, se encaminaron por un sendero que los conducía hacia
el castillo de piedra.
Juanita era valiente y algo porfiada. Cuando deseaba algo, no
titubeaba en sortear cualquier clase de dificultades para conseguirlo.
Así que, sin miedo alguno, llegó a los muros del castillo y entró a un
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
gran patio.
Había un silencio casi absoluto. Solamente se oía el silbido del
viento al pasar rozando sobre las altas murallas del castillo y el ruido
de las olas.
Juanita caminó por una galería de altas columnas que había al
costado del patio y llegó a un aposento solitario. Allí encontró una
gran puerta y la abrió, decidida a rescatar su zapatilla.
Llegó a una sala, y en el centro de ella estaba la bruja de pie,
esperándola .
-No te muevas Pepino- ordenó Juanita-. Déjame a mí este
asunto.
Avanzó hacia la bruja y le dijo secamente: ¡Entrégame lo que
es mío!
-¡Ah! ¿Sí? Dijo melosamente la bruja.
- Hijita mía. Estoy muy vieja. Sácamela tú del pie, lo antes
posible, esta zapatilla, me queda chica y me duelen terriblemente los
callos.
Juanita se inclinó para sacar la zapatilla y se encontró con
miles de brujas con zapatillas.
Eran miles que se perdían en el horizonte.
Las brujas reían a carcajadas y exclamaban ¿Cuál de ellas soy?
¡Adivina querida! ¡Ja, ja, ja!
Juanita se abalanzó ante la bruja más cercana pero sus manos
se resbalaron como si hubieran tocado un espejo.
Era imposible atrapar a la vieja que se había multiplicado en
miles de miles de personajes iguales a ella.
Juanita se puso a meditar y le preguntó a su perro qué podrían
hacer.
El perrito se puso a ladrar y se oyeron miles de ladridos y la
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
niña vio con asombro que a su alrededor tenía a miles de perros
iguales a Pepino que ladraban al mismo tiempo.
-¡Esto es imposible de tolerar! Gimió Juanita. ¿Qué voy a
hacer?
Entonces se acordó que el pescador le había dicho que la bruja
se llamaba “de la imagen elevada a la séptima potencia” y no se le
ocurrió otra cosa que tenía que decir un conjuro para terminar con
toda esta enorme multiplicación de imágenes de brujas y perros.
-Significa -se dijo- que el perro y la bruja, o sea dos figuras se
han multiplicado siete veces cada siete veces. Lo que tengo que
hacer es… ¿Qué tengo que hacer? ¡Dios mío! ¡Se me ha olvidado!
Hace tiempo que salí del colegio.
A ver… Empecemos de nuevo. Si dos elevado a siete es este
número de brujas y perros que estoy viendo -se dijo en voz altatengo que dividirlos por siete, siete veces y veamos: ¡Divídanse por
siete! Gritó Juanita. Entonces las miles de brujas y perros
disminuyeron un poco.
Juanita captó que había encontrado la clave y gritó
sucesivamente seis veces que se dividieran por siete. Finalmente se
encontró con su perro y la bruja que la miraba furiosa y daba una
patada en el suelo. En esos instantes Juanita se arrojó al pie de la
bruja que tenía la zapatilla y se la sacó.
El efecto de la patada de la bruja fue que, la isla, el castillo, la
bruja, Juanita y Pepino nuevamente se multiplicaron por miles. Pero
las miles de Juanitas ya sabían el conjuro y todas gritaron al unísono
que se dividieran por siete.
Cada vez, quedaron menos Juanitas, perros y brujas hasta que
volvieron al estado natural y Juanita con la zapatilla en una mano y
Pepino detrás de sus talones corrieron hacia la playa, le gritaron al
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pescador que echara el bote al agua y se embarcaron en él.
-¡Rápido! Gritó, ¡Rápido! ¡Antes que nos convirtamos en
miles de botes flotando sobre el océano!
El pescador remó con energía, pero tranquilo.
-No te inquietes Juanita -le dijo-. La bruja pierde su poder
cuando sale de la isla.
Llegaron a la orilla y Juanita se despidió del pescador.
No te incomodes Juanita por el precio del viaje -señaló el
pescador-. Ha sido un paseo muy agradable el de acompañarte a la
isla.
Juanita caminó por la playa y subió por una escalinata hacia las
calles de la ciudad.
Cuando se dirigía a su casa, le vino a la mente la idea, que, el
pescador le había dicho su nombre. ¿Cómo lo sabía? .Lo que Juanita
no sabía era que, cuando se despidió del pescador, éste se había
esfumado con bote y todo.
Llegaron a la casa y los niños corrieron a recibirla.
Estaba empezando a preocuparme -dijo Rosa- porque ya han
pasado cinco minutos y no aparecía.
¿Cinco minutos? ¡Qué cosa más rara!
Al día siguiente, con dinero en la cartera, Juanita quiso ir a
cancelarle al pescador, pero no lo halló.
Por curiosidad pasó por delante de la casa deshabitada donde
se había encontrado con la bruja, pero ésta tampoco estaba allí,
donde debería de estar.
¿Y la zapatilla? Juanita la guardó junto con la otra, arriba muy
alto en el closet para que Pepino no la pudiera coger.
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
G E RVA S I O
H
an oído hablar de Pinocho? ¿De Copelia? ¿O del ballet
de Cascanueces?
Sucedió algo parecido en casa de Juanita, y en víspera de
Navidad.
El hijo mayor de Juanita, descubrió en el baúl de su mamá un
pequeño payaso marioneta.
El simpático muñeco bailó delante del niño, moviendo los pies
y los brazos mediante los hilos que manejaba la mamá con una cruz
de madera.
Juan Pablo estaba dichoso, y olvidándose de los hilos y de la
voz fingida de mamá, se arrodilló frente al muñeco para observarlo
mejor.
Después de un buen rato de diversión ya era hora de irse a la
cama y el niño quiso dormir con el bufoncito.
Mamá lo puso junto a la almohada pero con los hilos
escondidos para que el niño no se enredara mientras dormía.
Cuando mamá estaba en la cocina, lavando algunos platos y
otras cosas, Juan Pablo se levantó, y aprovechando la oportunidad
que Juanita había dejado las zapatillas debajo de la cama, se las puso
al muñeco para que caminara o bailara. Y así fue en efecto. El payaso
se transformó en un ser vivo que le habló al niño al igual que
Pinocho.
Juan Pablo se lo quedó observando en silencio. Para él no
había nada extraño en todo lo que estaba aconteciendo en esos
momentos.
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
-¿Qué regalo te traerá el viejo de Pascua? -preguntó el
muñeco.
-No sé.
-¿Te gustaría saber?
-Sí.
-Bien, acompáñame a la fábrica de juguetes del cielo.
Diciendo esto, el muñeco cogió con su mano enguantada la
mano del niño y ambos subieron al techo y volaron hacia el infinito
en un segundo.
El niño no sentía miedo. Al contrario, estaba pleno de felicidad
en este viaje misterioso.
Llegaron a un gran palacio de cristal de roca, donde miles de
enanitos, vestidos al igual que el viejo de Pascua; con trajes rojos,
amarillos y azules, trabajaban en el interior de centenares de
compartimientos haciendo cada uno la pieza de un juguete.
Se veían ejes, engranajes de bronce, cuerdas de acero,
plásticos y más plásticos de todos los colores, y más plásticos…
Pero lo que más divirtió al niño, fueron las salas de pintura
donde se les daba el último toque a los juguetes.
Había allí potes y tarros con innumerables combinaciones de
tintas y colores y los enanitos pintaban toda clase de juguetes que
puedas imaginar.
Juan Pablo admiró la destreza de estos enanos para combinar
los colores y la agilidad para adornar tantos juguetes.
Volaban por los aires y en fracciones de segundo coloreaban
todo.
Parecían picaflores. Juan Pablo no sabía y tampoco le
interesaba averiguar, cómo podían hacer todo este trabajo a una
velocidad vertiginosa como si se pasara una película con gran
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
rapidez.
El payaso reía al ver la cara de asombro del niño y en esos
instantes un enano pasó delante de ellos y ambos fueron pintados
quedando como dos nuevos y bellos juguetes.
Es hora de que regresemos -dijo Gervasio, el payasito recién
pintado.
Tu mamá va a subir de la cocina al dormitorio y no te va a
encontrar.
-No quiero irme- manifestó Juan Pablo-. Dime ¿dónde está el
viejo de Pascua?
-El viejo viene viajando en estos momentos y llegará en
algunos instantes más.
-Quiero conocerlo- expresó Juan Pablo.
-Es verdad- dijo Gervasio. Yo te ofrecí que podríamos ver lo
que te iban a regalar mañana. Espera. Se me ha ocurrido una idea.
Como aquí el tiempo se maneja de una manera diferente, podemos
detenerlo con una pincelada.
Diciendo esto, Gervasio le pidió un pincel a uno de los enanos
y haciendo un croquis de la mamá en el aire, la detuvo cuando subía
por la escalera. Pero como la mamá no podía quedarse así, estática,
mientras seguían sucediendo las cosas, el payaso, aprovechándose
del poder mágico del pincel, inmovilizó todo, incluso la Vía Láctea
en su lento girar.
Todo permaneció quieto. Los rayos luminosos de la Luna y el
Sol. La rotación de la Tierra y el trayecto de los cometas.
Todo, menos el quehacer de los enanos rojos, amarillos y
azules del gran palacio de cristal. Y en esos momentos se abrieron
las grandes puertas y entró ¿Sabes quién? ¡El trineo del viejo de
Pascua! Con sus renos galopando en el cielo azul, silencioso y
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quieto. Sonaban las campanillas de los arneses y resoplaban los
renos y el viejo haciendo restallar el látigo en el aire dio la señal para
que descendieran.
El trineo se detuvo frente al niño y el payaso. Ambos estaban
mudos de emoción.
Juan Pablo miraba al viejo con los ojos agrandados por el
asombro y al ver su cara sonriente y bonachona, no tuvo miedo y se
acercó a él para darle un beso de saludo.
El viejo lo abrazó y el niño sintió la suave barba blanca en su
cara.
-¿Qué deseas que te traiga mañana? -preguntó el viejo. Y el
niño contestó: Unos lápices de colores para pintarte, viejo de
Pascua.
-Así será- dijo el viejo. Ahora tengo mucho que hacer ya que
debo cargar el trineo con todos estos juguetes que ves alrededor.
Tendrás tu juguete, mi pequeño Juan Pablo y otros más que
pondré a los pies de tu cama ¿Deseas ir a verlos?
-¡Sí!- dijo el niño con entusiasmo.
-Muy bien. Te daré un beso en la frente y estarás en tu cama.
Diciendo esto, el viejo le dio el beso y el niño se quedó
dormido.
-Llévatelo Gervasio a su cama -ordenó el viejo- y no olvides
de sacarte las zapatillas mágicas y dejarlas debajo de la cama de
Juanita.
-Así lo haré -contestó el payaso- y voló en menos de una
fracción de segundo hasta la casa y la cama de Juan Pablo.
El tiempo había dejado de estar estático y Juanita subía la
escalera, los automóviles circulaban por las calles, los aviones ya no
estaban inmóviles suspendidos en el cielo y las estrellas ahora
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titilaban.
La Vía Láctea había empezado a girar nuevamente, como un
lento remolino de crema en la superficie de una tacita de café.
Juanita entró en puntillas y vio que su niño dormía
tranquilamente.
Dándole un beso se fue ella también a dormir; mañana era
Navidad.
Al día siguiente, el niño se despertó y se acordó del sueño que
había tenido en la noche. ¿Sería verdad?
A los pies de la cama estaba el payaso abrazado de una caja.
Era una inmensa caja de lápices de colores. Además había otros
juguetes: Un velero, una pelota, un pequeño camión y otras cosas
más.
-¡Mamá!- gritó Juan Pablo- ¡Ven a ver lo que me trajo el viejo
de Pascua!
La mamá llegó alegre y el niño gritaba y saltaba en la cama
pleno de felicidad.
-Pero Juan Pablo ¿por qué te pintaste la cara?
-Fue un enano el que me la pintó mamá. Cuando estuvimos en
el palacio de cristal donde se hacen los juguetes.
Mi niño. Estás entero pintado. Pero te vez muy bonito así,
pareces un verdadero muñequito -dijo Juanita asombrada- y ¡mira!
Pintaste a Gervasio también. ¿Qué lindos se ven los dos!
-No, mamá -insistió el niño- Gervasio y yo fuimos pintados
por un enano pintor de juguetes.
-¡Ah! ¿Sí?
-Sí. Y llegó el viejo de Pascua en un inmenso trineo tirado por
unos ciervos, tocando muchas campanitas y aterrizó frente a
nosotros y me preguntó qué deseaba de regalo, y yo le dije que
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quería esta caja de lápices.
-¡Qué grande y linda es! ¡Tantos lápices! Exclamó mamá.
Juanita estaba desconcertada. No sabía cómo había aparecido
esa valiosa caja y tampoco cómo habían sido pintados, el muñeco y
el niño en esa forma tan linda.
Esto debe ser algo mágico relacionado con las zapatillas,
pensó y las fue a buscar al cajón de la cómoda donde acostumbraba a
guardarlas.
Pero al no encontrarlas, se acordó de que la noche anterior se
las había puesto para ir al baño y a la vuelta las había dejado cerca de
la cama.
Se asomó debajo de la cama para sacarlas de allí y guardarlas
en la cómoda, pero se dio cuenta de que estaban muy pesadas.
-Con estas zapatillas uno puede tener cualquier sorpresa -se
dijo.
Al arrastrarlas hacia la alfombra vio que estaban repletas de
antiguas monedas de oro.
Esto debe ser una broma -pensó Juanita-. Deben ser esos
chocolates que imitan monedas de oro, y tomando una quiso sacarle
la cubierta dorada, pero no pudo porque eran de oro macizo.
Juanita, dichosa, vació sobre la alfombra las zapatillas y formó
un montón que relucía a la luz del dormitorio. Al chocar las monedas
hacían el característico ruido metálico.
Le preguntó a sus padres, hermanos y amistades quién había
sido el autor de este maravilloso y exagerado regalo, mas, nadie
pudo darle una respuesta porque nada sabían, y entonces dado su
carácter bondadoso y romántico, tuvo la idea de dar este regalo de
Navidad a los pobres, y saliendo a la calle con una bolsa, repartió las
monedas a los más necesitados. Algunos lloraban de gozo porque
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hacía días que no probaban bocado. Otros no se daban cuenta de lo
que recibían, y así, todo lo que puedas imaginar. Esto no me
pertenece, pensaba Juanita. Es un regalo para ustedes. Alguien lo ha
dejado debajo de mi cama para que yo lo distribuya en este día.
Después de repartir todas las monedas, se volvió a pie a su casa
porque se había olvidado de llevar dinero para movilizarse. Llegó
cansada pero feliz.
Y al entrar al dormitorio percibió que las zapatillas brillaban
más que lo habitual en la oscuridad. Más bien brillaba el interior de
ellas, porque había tres grandes diamantes como garbanzos. Junto a
las zapatillas había un sobre con una blanca tarjeta. Ésta decía:
“Porque has dado todas las monedas de oro a los pobres el día
de mi cumpleaños, tendrás como recompensa estas partículas del
cielo.
Bella Juanita
Que seas muy feliz.
P.D.: Tu hijo será un gran pintor. Espero que me dedique
algunas de sus obras.”
La tarjeta no estaba firmada, pero al final, a la derecha, estaba
dibujado un niño Jesús sobre unos pañales y rodeado de la Santísima
Virgen y San José, en un pesebre.
Esa mañana Juan Pablo estaba pintando en un bloc de dibujo
con sus lápices de colores.
Entró Juanita y observó lo que pintaba.
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-Es el viejo de Pascua mamá- dijo el niño.
-Mamá.
-¿Sí?
-¿Qué se celebra hoy?
-Es el cumpleaños del niño Jesús.
-¿Y el viejito de Pascua?
-El viejo de Pascua se pone muy contento porque ha nacido el
niño Dios y viaja por el mundo repartiendo juguetes a los niños. Así
expresa su felicidad dándoles regalos a todos los niños en este día.
-¿Es cierto que el viejo de Pascua detiene el tiempo cuando
reparte los regalos?
-Así es hijo. Sino, no podría repartir los juguetes a tantos niños
que hay en la Tierra…
El niño se quedó pensativo mientras dibujaba y balbuceó, yo
lo detendré en este dibujo para que esté siempre conmigo.
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L'ENFANT TERRIBLE
J
uanita había trabajado desde la mañana hasta la noche.
Necesitaba reponerse.
Le dolían los pies. Estaba sola en la casa.
Sus hijos habían salido y estaban donde unos amigos para
estudiar los exámenes de fin de año.
Ya estaban por entrar en la universidad y les iba bastante bien
en sus estudios.
Quisiera caminar por el hilo del tiempo -pensó Juanita-. Ser
nuevamente una niña y gozar, gozar de la vida y de la naturaleza que
me rodeaba cuando era pequeña.
Recordó cuando salía de paseo con su mamá, y todos sus
hermanos, para darle tranquilidad a su papá porque estaba con
jaqueca. En aquella época ella no sabía lo que era una jaqueca, pero
su padre, que era médico, sí que sabía y tenía que trabajar
escondiendo su dolor ante los enfermos con una sonrisa o con una
cara apacible; razonar qué es lo que tenía el paciente y prescribir
medicamentos.
Deseó estar en las orillas del río Aconcagua y, sin saber por qué
se calzó las zapatillas mágicas que estaban sobre la alfombra, y
sucedió lo que tenía que suceder.
Las orillas estaban sosegadas y silenciosas.
Detrás de los totorales una tagua llamaba a su pareja.
Atardecía.
Todo era tranquilidad y paz.
De pronto se oyó un ruido de remos que provenían de un brazo
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del río. Apareció un bote. Un niño venía remando y se dirigía hacia
la orilla donde estaba Juanita. Entonces la niña le hizo señas para
que la llevara al desembarcadero que estaba al otro lado, en la orilla
opuesta, cerca de la desembocadura.
Cuando Juanita saltó dentro del bote y pisó sobre la tabla del
asiento de popa, el niño equilibró el bote con los remos y luego la
miró con una expresión en sus ojos que denotaban felicidad a pesar
de que su cara era seria, más bien triste.
-¿Cómo te llamas? -preguntó Juanita.
-Tú lo sabes- respondió el niño.
-No. No sé.
-Entonces no tiene importancia. Ponme el primer nombre que
se te ocurra.
Mientras Juanita pensaba en la multitud de nombres que le
vinieron en esos instantes a la cabeza, el niño remaba y observaba
distraídamente el paisaje.
-¿Qué andabas haciendo en el río?-preguntó la niña.
-Estaba pescando camarones.
-¿Pescaste alguno?
-No. Ninguno. ¿De que te ríes?
-De que no hayas pescado ninguno.
-No me importa. Lo pasé muy bien.
El niño continuaba remando y el compás rítmico de los remos
hacía sonar agudamente a una cuerda que amarraba el remo al tolete.
-¿Te gustaría visitar mi casa?- dijo el niño.
-Sí.
-Allá -en mi casa- tengo una gran pajarera con catitas
australianas. Son de varios colores.
-Ven- ordenó el niño -bájate del bote y vamos al paradero.
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-¿Paradero? ¿Qué es eso?
-Ya lo verás.
Los niños caminaron por un sendero rodeado con grandes
arbustos y llegaron a una avenida con plátanos orientales.
Había una vereda hecha de baldosas y la calle estaba
pavimentada con piedras cinceladas como cubos, dispuestas una al
lado de la otra. Entre la vereda y el pavimento había un trecho de
tierra por donde pasaba una línea, que no era de ferrocarril sino de
tranvías.
Allí, adonde llegaron los dos niños, había una plataforma larga
de concreto.
-Este es el paradero- dijo el niño-. Aquí esperaremos que pase
el tranvía.
Apareció allá lejos, donde se juntaban los plátanos orientales.
Venía balanceándose con el trole conectado en su extremo por
una rueda metálica que giraba bajo un cable reluciente de cobre.
Recién entonces Juanita se dio cuenta de que el cable pasaba
por encima de sus cabezas, y que estaba sostenido por otros cables
que llegaban a unos postes de hierro pintados de verde oscuro.
El tranvía, de color amarillo, tenía un letrero blanco con el
número 34 pintado negro.
Se detuvo el tranvía y se abrieron unas puertas replegándose
hacia los costados. Subieron los niños y el compañero de Juanita
sacó dos monedas del bolsillo y se las dio a un hombre uniformado
de gris que tenía una gorra parecida a la de los militares. Éste le dio
dos boletos.
-¿Quién es este señor? -preguntó Juanita.
-Es el cobrador
-¿Y el que va adelante?
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-Es el conductor.
-¿Cuánto vale el pasaje?
-Veinte centavos -respondió el niño.
-¿Centavos? No los conozco. Yo conozco los escudos.
-¿Escudos? Replicó el niño. Estos son centavos de peso.
Las puertas se habían cerrado y el tranvía comenzó su marcha.
Entre los pasajeros, además de los adultos, había numerosos
colegiales que vestían uniformes y “jockey” puestos en la cabeza.
Todos iban con camisa y corbata y una vistosa insignia de género
estaba pegada en el bolsillo alto de cada chaqueta.
-Pasemos hacia la plataforma delantera donde está el
maquinista- insistió el niño. Juanita, que se había sentado en uno de
los asientos del carro, se levantó y siguió a su compañero hacia la
parte de adelante.
Allí estaba sentado, en un piso semejante a los pisos de los
bares, el conductor de la máquina. Al frente tenía una manivela que
la hacia girar lentamente hacia la derecha y esto le daba más
velocidad al tranvía.
Después de un recorrido de dos a tres cuadras, movía hacia la
izquierda la palanca y le daba vueltas a una rueda de hierro dispuesta
a su derecha en posición vertical. Era el freno.
Después de varios giros apresurados a la rueda, el carro
disminuyó su velocidad hasta detenerse. El maquinista abrió las
puertas mediante una pequeña palanca metálica que funcionaba con
aire comprimido. Ésta hacía un ruido característico, como un
resoplido, cuando se abrían las puertas hacia los costados. Luego
una campanilla tocada por el cobrador anunció que los pasajeros
habían subido. El maquinista cerró las puertas.
La rueda vertical del freno la hizo girar al revés y la manivela
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que impulsaba velocidad la hizo rotar lentamente hacia la derecha y
el tranvía empezó a desplazarse cada vez más rápido hasta llegar al
próximo paradero.
-Aquí tenemos que bajarnos- dijo el niño y apretó el botón
negro de un timbre metálico que sobresalía de una barra de acero
vertical.
El tranvía se detuvo y se bajaron los dos niños junto con otros
pasajeros.
-¡Qué lindo es este coche! Dijo Juanita.
-No es un coche- corrigió el niño. Se llama tranvía, pero
nosotros le decimos carro.
Yo tomo todos los días el carro para ir al colegio.
Apúrate; tenemos que llegar luego porque tengo que hacer
muchas cosas.
-¿Las tareas?
-No. Tengo que cazar gorriones y tocar en el autopiano.
-¿Tienes un piano?
-No. Un autopiano.
-¿Es un auto con un piano?
-¡No! Es un piano que tiene rollos de papel. Tú empujas los
pedales y las teclas del piano se mueven solas como si un fantasma
las estuviera tocando.
Llegaron a una casa de un piso con un frondoso jardín. El niño
abrió la puerta de hierro e invitó a la niña a entrar, pero no entraron a
la casa sino que se dirigieron a través del jardín por un sendero de
cemento, hacia el fondo, donde había un bosquecillo de eucaliptos.
Allí, el niño hizo callar a Juanita y sigilosamente sacó una
honda del bolsillo de su chaqueta y recogió una piedra del suelo.
Cargó la honda y apuntó.
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En el bosquecillo se escuchaba un chillido ensordecedor de
numerosos gorriones que habían llegado para pasar la noche allí.
El Sol se había escondido detrás de los tejados y el cielo estaba
teñido difusamente de un suave color rosa.
Salió disparada la piedra pero no dio en el blanco. Sólo se oyó
un golpe seco contra una de las ramas y de inmediato salió volando
una bandada de pajarillos que se perdió sobre los techos de las casas.
-¿Por qué haces eso? Preguntó la niña. No deberías matarlos.
-No los mato- respondió el niño. Siempre paso a media cuarta
del gorrión que le apunto.
-Ven. Súbete por esta muralla, recorramos el techo de la casa.
-Este debe ser el niño que casi me hizo pedazos con la piedra
que me lanzó con su honda cuando yo estaba convertida en una
pajarita- pensó Juanita.
-¡Ven! Llamó el niño. ¡No tengas miedo! Yo te ayudaré.
Juanita lo siguió vacilante y fue ayudada por el niño en las
subidas más difíciles. Crujían las tejas de greda con el peso de los
cuerpos de ambos aventureros que gateaban en cuatro patas hasta
llegar a la parte más alta del techo.
El espectáculo era grandioso.
Al fondo, la cordillera de los Andes. En esos momentos la luna
llena ascendía lentamente sobre las cumbres nevadas.
La noche no había llegado aún y los niños cansados por la
escalada, se sentaron en el filo del tejado a contemplar este hermoso
panorama.
Los faldeos de la cordillera no se veían poblados y llegaban
suavemente hasta un poco más allá de donde estaban los niños.
Entonces el niño, sin mirarla murmuró unas palabras y Juanita
escuchó algo que nunca iba a olvidar, porque eran palabras
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demasiado sabias para que salieran de la boca de un mozalbete de
unos diez años de edad.
-El tiempo no es como tú crees- dijo.
No es como una cuerda por la cual te equilibras, desplazándote
para adelante y para atrás.
El tiempo es como uno de esos vastos potreros que están frente
a nosotros y que están separados por cercas de alambre.
Cada tiempo tiene su territorio y está “junto” a otro tiempo.
Están todos ahí. Desde aquí los puedes observar.
Si tú quieres pasar de un tiempo a otro, debes de atravesar el
cerco de alambre. A veces es difícil. Es doloroso…
Volvamos.
Va a llegar la noche y no conviene bajar a oscuras.
Los niños deshicieron el camino y llegaron nuevamente al
bosquecillo de eucaliptos. Los gorriones habían regresado pero
ahora permanecían callados.
-Quiero conocer tu autopiano - dijo Juanita.
¿Hay alguien en la casa?
-No. No creo que haya alguien.
-¿Siempre pasas solo? ¿No tienes padres?
-Sí. Tengo un papá y una mamá, y un hermano. Pero siempre
paso solo… Ven. Entra.
El niño guió a la niña por un gran escritorio y luego pasaron a
un salón donde estaba un piano vertical. El niño sacó un rollo del
autopiano, lo desenrolló en el suelo y lo enrolló al revés. Luego, lo
colocó en un nicho que había en el centro del piano y abriendo una
tapa que existía por encima de los pedales, sacó otros pedales más
grandes y los empezó a empujar alternativamente. El piano empezó
a tocar. Las teclas se hundían como si unas manos invisibles las
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tocaran. Y la música ¡Qué música! ¡Era horrible!
Eso no era música. Era un sin fin de notas descompasadas.
Pero llegó un corto instante en que se oyó una melodía deliciosa.
Bellísima.
-Esta música es inventada por mí, dijo el niño, en voz alta para
hacerse oír.
-Tu y yo somos los únicos en el mundo que hemos escuchado
esta melodía.
-Déjame tocarla- pidió Juanita, y el niño bajándose del asiento
le cedió el lugar.
La niña pedaleaba pero la melodía armoniosa había
desaparecido y nuevamente se oían las notas desconcertantes.
-Esto me recuerda -pensó Juanita- a la orquesta del gnomo
Lima cuando Tranco lo hacía rabiar con la zapatilla mágica.
De pronto se oyó un ruido de ruedas metálicas que venían
corriendo sobre el reluciente piso encerado. Era el niño, que ahora
con patines de ruedas, llegaba a gran velocidad cerca de Juanita y se
perdía de vista pasando a otra habitación.
Al parecer, el niño hacía el recorrido por todas las habitaciones
de la casa que se conectaban entre ellas con las puertas abiertas.
Al pasar nuevamente junto a Juanita, que estaba tocando el
autopiano, ésta le gritó: ¡Oye! ¿Tú mamá no se enoja si rayas el piso
con las ruedas de los patines?
-¡Esa es la ópera de Fausto de Gounod!- respondió el niño.
¡Estás tocando el aria de Mefistófeles al revés!
Juanita quiso preguntarle otra cosa, pero el niño había
desaparecido nuevamente. Solamente se veían las huellas de las
ruedas en el encerado.
Cuando apareció otra vez, se detuvo al lado de ella con una
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frenada que lo hizo girar sobre sí mismo y le preguntó a la niña.
-¿Quieres conocer mis soldados? ¡Tengo mil! Y están todos,
no en cajas, sino formados en un estante en mi dormitorio.
La niña quiso contestarle pero el niño ya se había lanzado a
patinar y había desaparecido nuevamente.
Después de un corto rato, apareció en la sala de atrás y le
comunicó a Juanita que en su laboratorio de química, estaba
fabricando hidrógeno.
-¿Deseas conocer mi laboratorio?
-Ven. Y tomando de la mano a la niña empezó a patinar y
Juanita tuvo que correr tras él. Saltó por una puerta al jardín y
avanzó dificultosamente con sus patines por un sendero de cemento
hasta el bosquecillo. Ahí había un garaje y detrás de éste, una
habitación con muebles viejos. El niño abrió la puerta y le mostró su
laboratorio.
Sobre un mesón de madera había unos frascos de vidrio, tubos
de ensayo, una probeta y un mechero.
-Es muy simple- explicó el niño. Echas estas monedas de
cobre en ácido clorhídrico y se desprende hidrógeno que lo recibes
en esta campana donde burbujea este tubo debajo del agua.
¿Quieres presenciar el experimento?
-Bueno. Dijo Juanita con cierta indiferencia.
El niño sacó de un estante, una botella con un líquido
amarillento. En la etiqueta de la botella estaba dibujada una calavera
con dos tibias cruzadas.
-Debe de ser un terrible veneno- pensó Juanita.
El niño vació parte del contenido de la botella en la probeta,
después echó unas monedas de cobre y tapó la probeta.
Las monedas empezaron a hervir dentro del ácido y salió un
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humo espeso y rojizo que ascendió por el tubo de vidrio. A los pocos
segundos el tubo debajo de la campana burbujeaba debajo del agua y
el gas se acumulaba.
-Eso que ves es hidrógeno- dijo el niño. Es el combustible que
voy a usar en mi cohete para el viaje a la Luna.
Aquí están los dibujos del cohete que voy a emplear en este
viaje.
Tengo aún que inventar el motor. Fíjate que la nave no tiene
hélices sino un tubo en la cola y las alas son pequeñas y pegadas a lo
largo del fuselaje.
-Tengo hambre- dijo la niña. Me aburren todos estos
experimentos. ¿Tienes algo de comer?
-Sí- dijo el niño. Acabo de cocinar una cola de congrio que me
dio Carmela, la cocinera ¿Te gustaría comerla con hojas de
cardenales?
-¿Una cola? ¿Y tiene carne?
-No. Es la pura aleta.
-¡Que asco! Exclamó Juanita, enojada. ¿No puedes darme una
tajada de torta?
-¿Torta? Llegan docenas de tortas y ramos de flores,
solamente para el día de San Juan.
-¿Y cuándo es ese día? Preguntó interesada Juanita.
-No lo sé- contestó el niño con indiferencia.
Vamos a comprobar que esto es hidrógeno. Le pondremos
fuego.
¡Ya sé!- Dijo Juanita- que nombre te pondré.
Te pondré Fernando. Así se llama mi hermano y mi papá.
El niño la miró sonriente y le dijo, mientras encendía un
fósforo y lo acercaba al gas.
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-Juanita: ¿No te habías dado cuenta? Yo soy tu papá…
En esos instantes se oyó una explosión y saltaron lejos los
tubos. Juanita se encontró sentada en su cama con las zapatillas
mágicas. Sonreía, mientras se sacaba las zapatillas.
-Este papá ¡Qué cosas hacía cuando era niño!
Qué entretenido estuvo todo aquello, en la casa del tiempo…
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J
uanita había caminado por la playa solitaria, un día al
atardecer. Se había encontrado con un pequeño trozo de
vidrio de botella. Éste estaba pulido por el roce de la arena y sus
suaves bordes y sus caras eran las de un vidrio esmerilado. El trozo
de vidrio había perdido su transparencia y parecía una vieja gema,
una antigua piedra preciosa de quizás qué remotas épocas.
La recogió y la echó al bolsillo de su vestido.
Cuando llegó a casa, se acordó de que no había preparado la
comida para sus hijos.
-Les haré una sopa- pensó, y como hacía calor, se sacó la blusa
y se puso un delantal que tenía para cocinar. Pero al sacarse la blusa,
se cayó el trozo de vidrio pulido y se metió dentro de una zapatilla
mágica, Juanita al tratar de extraerlo de allí, se encontró caminando
por un desierto de arena, con las zapatillas mágicas puestas y la
gema en la mano.
El cielo se veía con una suave tonalidad azul celeste. La media
luna se divisaba tenuemente allá lejos y una luminosa estrella se
desplazaba lentamente atravesando la bóveda del firmamento.
Muy lejos, Juanita divisó tres puntos oscuros que avanzaban
por el desierto, se aproximaban e iban a pasar cerca de ella. Eran tres
camellos que marchaban con su armonioso balanceo a través del
océano de arena gris. En ellos montaban tres jinetes. Iban
silenciosos observando el cielo.
Juanita estaba fascinada con esta escena porque pensó que
estos viajeros del desierto podían ser algo semejante a lo que fueron
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los Reyes Magos, y esa luz que veía en el cielo, podría ser la estrella
misteriosa venida del Oriente.
Pero no eran jinetes o viajeros parecidos a los Reyes Magos.
¡Eran los Reyes Magos!
Iban con sus camellos cargados con oro, incienso y mirra,
regalos cuyo destino era un pesebre en un pueblito de pastores
llamado Bethlehem. Lugar del pan.
Juanita corrió hacia ellos cuando pasaban cerca y les preguntó
si podrían sacarla de allí.
-No podemos, niña querida- respondió uno de ellos. Pero no te
aflijas. Tú tienes un curioso y mágico talismán que veo en tu mano.
Tiene misteriosos poderes. Póntelo entre tu dedo gordo y el segundo
dedo de tu pié derecho y saldrás de este desierto en el acto. Nosotros
tenemos que seguir nuestra ruta de ofrenda y destino hacia algo
sagrado que aún tenemos que descubrir. No podemos desviarnos en
nuestro camino.
Juanita siguió el consejo de los magos y sacándose una
zapatilla mágica introdujo el trozo de vidrio esmerilado entre los dos
dedos y en ese instante se encontró frente a la Esfinge en Egipto.
Estaba entre dos dedos de una de las patas de la Esfinge. Allí había
una abertura hacia un oscuro pasadizo.
La noche era de un color azul oscuro y la estrella de Oriente ya
no estaba en el cielo.
Por una avenida, adornada con palmeras en ambos lados,
venía una procesión.
Estaba formada por sacerdotes de alto rango, guerreros,
músicos, esclavos y otras personas que Juanita no pudo distinguir en
la oscuridad.
Los músicos tocaban instrumentos de bronce similares a
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trompetas, también instrumentos de cuerdas parecidos a las liras o
arpas y tambores que marcaban el compás.
La procesión, portando estandartes y grandes abanicos, se
dirigía al lugar donde estaba Juanita y ésta, con mucho susto, corrió
a esconderse detrás de una palmera al término de la avenida.
El gentío se detuvo a los pies de la Esfinge y clavando los
estandartes en el suelo, empezaron a quemar incienso y otras hierbas
aromáticas en unos cubiles de cobre.
Luego, tres sacerdotes entraron por el pasillo que había
descubierto Juanita. Iban acompañados por esclavos que
iluminaban toda la escena con antorchas.
Juanita estaba tan fascinada con este espectáculo, que no se
dio cuenta de que era observada. Era un soldado que estaba a su lado.
Están entrando al interior de la pirámide por un pasillo secreto que
recién se había abierto cuando tú lo descubriste- dijo el soldado.
-¿Qué hacen allí dentro? Preguntó Juanita, turbada por la
emoción y el miedo de saberse descubierta.
Allí practican ritos secretos que son la máxima sabiduría del
Reino. Nadie los ha presenciado y si lo han hecho, guardan el
secreto con la muerte.
Se dice que se salen de su cuerpo y una de sus almas viaja por
el espacio eterno y es capaz de presenciar cómo la sombra de la
Tierra se proyecta sobre el dios Anubis, el dios de los muertos.
-Pero, ¿cómo salen de su cuerpo? Preguntó Juanita.
Es un secreto que no te puedo revelar porque lo desconozco.
Sólo podría decirte que eligen una de las tantas almas que están
superpuestas en nuestros cuerpos.
Niña. Me has caído simpática ¿Cómo llegaste hasta aquí
burlando a todos los guardias? ¿De dónde vienes?
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-Llegué poniéndome esta gema entre los dedos del pié.
-Pues, ponte pronto la gema donde mismo, porque mi
obligación es no prenderte sino matarte de inmediato por haber
presenciado los inicios secretos del rito de la máxima sabiduría.
Juanita se dio cuenta de que estaba en un gran peligro y
presurosa metió la piedra entre el segundo y tercer dedo.
El soldado en esos momentos levantaba la espada…
Se encontró frente a un muro de piedra por donde
desembocaban varios túneles que terminaban en una reja al llegar al
muro.
Le pareció estar en una cancha de un gran estadio repleto de
público, que vociferaba constantemente.
Juanita constató que la cancha no estaba cubierta de pasto,
estaba con arena.
Se abrió la reja de uno de los túneles y apareció un grupo de
hombres, mujeres y niños que vestían túnicas y cantaban con gran
fervor religioso. Sus rostros y sus cuerpos, así como sus actitudes,
reflejaban una gran santidad.
A Juanita le impactó el contraste de este grupo de gente que
cantaba himnos, en relación al rugido de las tribunas y galerías del
estadio.
Entonces se dio cuenta de que estaba en la pista del Coliseo de
Roma y la gente que estaba allí eran cristianos que iban a ser
sacrificados.
Ya se había levantado una de las rejas y aparecieron unas fieras
hambrientas. Lo más probable es que estaban siete días sin comer,
para prepararlas para el festín.
Una mamá que portaba un niño en brazos le habló a Juanita y
le dijo: Este no es tu destino hija querida ¡debes salir de aquí! Piensa
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en tus hijos. Entonces vino el ángel de Juanita y cogiéndola de una
mano se la llevó lejos de esa horrorosa escena.
Juanita despertó de esta visión y temblorosa se puso la gema
entre el tercer y cuarto ortejo…
Se encontró en el fondo de una gran quebrada. Ésta estaba
cubierta de cadáveres y heridos. Desde los bordes, allá arriba,
disparaban soldados enemigos.
El batallón de abajo se defendía disparando hacia las alturas.
El abanderado estaba herido de muerte y también el comandante del
regimiento. Ambos agonizaban.
La escena era terrible y Juanita no era capaz de soportarla.
Deseaba correr hacia diferentes lugares y socorrer a los heridos,
vendarle sus heridas, darles agua, en fin, cualquier cosa.
Un oficial había tomado la bandera del camarada ya muerto, y
marchaba ahora junto con los pocos sobrevivientes en medio de la
balacera.
Al pasar al lado de Juanita, le gritó, para hacerse oír entre los
estampidos de la fusilería y los gemidos de los heridos: ¡Niña! ¡Sal
de aquí! ¡No debes de estar en este lugar!
¿Era su ángel nuevamente?
Juanita comprendió el mensaje de este héroe y colocándose la
gema entre el cuarto y quinto dedo del pie, se encontró en su casa,
sentada en una silla frente a su cama.
En esos momentos los hijos subieron corriendo la escalera,
entraron al dormitorio y le preguntaron.
-¡Mamá! ¿Qué nos tienes de comer?
-Les tengo sopa.
-¿Cómo se llama esa sopa?
-Se llama: La sopa de mamá
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-¿La sopa de mamá? ¿Cómo está hecha?
-Está hecha de muchas cosas importantes.
Le he puesto:
Ofrenda y destino hacia algo sagrado,
Sabiduría,
Santidad y…
Heroísmo.
-¡Qué verduras más raras mamá!
-¿De dónde las has sacado?
-Las he sacado de mi corazón…
-Traigan los platos. La sopa está lista.
-¡Mamá! ¡Es la sopa más rica que nos has dado!
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U N R E G A L O PA R A L A A B U E L A
J
uanita era una bella anciana.
Sus hijos y sus nietos habían llegado a saludarla y a estar
con ella un rato, esa noche, en las vísperas de Año Nuevo. Después
se fueron a festejar el nuevo año que llegaba.
Sola. Sentada en un sillón, meditó sobre la vida y el tiempo;
como meditan los viejos, recordando el pasado.
Pensó en tantos momentos felices y también en los
sufrimientos.
¿Qué había sido más?
La felicidad se añora con agrado. El sufrimiento se olvida o se
desvalora. O es tan lejano ya, que se recuerda con un ligero dejo de
tristeza placentera.
Rememoró cuando era adolescente y había sido elegida reina
de la primavera en Viña del Mar.
Vivió emocionalmente el instante en que fue elegida en el
Teatro Municipal ¡Y su coronación!
También recordó cuando la familia veraneaba en el lago y su
papá le contaba cuentos para entretenerla.
Ambos viajaban por mundos fantásticos inspirados en las
páginas de las Mil y Una Noches y en los cuentos de Christian
Andersen. Hasta que ella se quedaba dormida.
Le vino a la mente cuando sacó el primer premio nacional de
pintura infantil auspiciado por La Armada.
Cómo la entrevistaran junto a personajes importantes en esa
época ¡Qué orgullosos estaban sus padres y sus abuelos!
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C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
La abuela tenía un perro ovejero alemán llamado Kaiser, el
cual estaba tan feliz como los abuelos.
Ella jugaba con ese perro hermoso y bueno.
Ambos se querían. Era una vida plena de éxito y felicidad…
De pronto, sonó el timbre de la calle. Alguien llamaba. ¿Sería
un familiar? No. Era un encomendero que traía un paquete. Quizás
un regalo atrasado de Navidad.
Juanita lo recibió y volvió a sentarse en su sillón, cerca del
árbol de Pascua.
Mientras rompía el hermoso papel de Navidad que envolvía el
paquete, recordó cuando había cumplido treinta y tres años y su
padre le había regalado unas zapatillas compradas en Puerto Varas.
Eran lindísimas, todas ellas cubiertas con lentejuelas multicolores.
¿Qué sería de ellas? Un día habían desaparecido y nunca más
las volvió a ver. Eran mágicas.
Quizás -pensó- volvieron al mundo de donde habían salido…
En el interior del paquete había otro papel de seda que cubría algo
blando, y al desenvolverlo se encontró que sus manos tenían ¡Las
zapatillas mágicas! ¡Era increíble! Maravilloso…
A Juanita se le llenó el alma de gozo y con profunda emoción,
las puso en sus mejillas.
Luego, sin preocuparse por los papeles de regalo que estaban
dispersos sobre la alfombra, se sacó, no sin cierta dificultad, sus
zapatos y se calzó las zapatillas mágicas.
Se relajó en el sillón y cerró los ojos con gran placer.
La soledad y la vejez se habían esfumado.
Escuchó una melodía que venía desde la calle. Eran los
compases de una marcha. Una banda de músicos se aproximaba e
iba a pasar frente a su casa. Juanita se levantó y se asomó para ver
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
este inesperado espectáculo.
A través de los visillos, observó cómo avanzaban los
numerosos músicos luciendo sus llamativos uniformes.
-Estos son los “marchados musiqueros”. Es así como los
llamábamos con mis hermanos cuando éramos niños- pensó Juanita.
Brillaban los bronces, y el bombo y los platillos hacían vibrar los
vidrios de las ventanas y las lágrimas de la lámpara de cristal.
Tocaban la marcha Erika, y en esos momentos, cuando
pasaban frente a la casa, Juanita se sintió levantada en el aire como si
un ser invisible la hubiese tomado en brazos y se paseara con ella en
el salón de la casa al compás de la marcha.
Juanita suspendida en el aire, volaba de un lado a otro de la
habitación al ritmo de la marcha y al compás de grandes zancadas
semejantes a las de su padre. Era maravilloso y placentero. Se sentía
protegida y rodeada de una gran energía que venía de la música y de
su alrededor. Entonces sintió sueño y lentamente se quedó dormida.
Poco a poco su cuerpo bajó con suavidad y descansó en el sillón.
La banda se alejaba. Dejó de tocar y desapareció en la
oscuridad de la noche. En esos instantes se prendieron las luces del
salón y los farolillos del árbol de Pascua brillaron, brillaron cada vez
más y Juanita despertó sobresaltada. La invadía una gran alegría y
rodeándola con esta intensa luminosidad estaban sus hermanos, sus
padres, sus abuelos, sus sobrinos, sus tíos, cuñados y cuñadas.
El tío Ricardo le decía, con su voz alegre de siempre ¡Vamos
Juanita, despierta, no seas floja! ¡Es hora de divertirnos! Y
cogiéndose todos de las manos formaron una larga fila y al compás
de una vivísima música bailable que se oía bastante fuerte, iniciaron
una carrera por toda la casa.
Juanita era la última y todos reían y gritaban a más no poder.
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La polca seguía oyéndose y provenía de la banda de músicos
que habían llegado a la casa. Éstos se repartían por grupos en
distintos aposentos. Los gritos y las risas estaban en su apogeo.
Algunos se habían caído y otros mayores, algo cansados, tiraban
chaya y lanzaban serpentinas a los que pasaban cerca. Todo era una
felicidad sin límites y de pronto la fila humana con Juanita al final,
salió por una ventana y voló sobre el mar. En esos momentos había
una gigantesca lluvia de fuegos artificiales.
Allí estuvieron, suspendidos en el aire contemplando todo
esto, tomados de las manos y extasiados de tanta luminosidad y
colorido.
El espectáculo había terminado y las sirenas de los barcos
despedían al año viejo ya pasado y saludaban al que llegaba.
Nos vamos con el pasado, le dijeron algunos de los familiares
a Juanita. Los demás tenían que volver a sus hogares.
Llévanos tú, Juanita, ya que puedes flotar con tus zapatillas
mágicas.
Poco a poco empezaron a irse sus abuelos, sus padres y
algunos otros, y Juanita se quedó con el resto que ya dormían,
flotando en el aire, tomados de la mano.
Suavemente, Juanita traccionó la mano del que estaba más
cerca y todos la siguieron en un agradable y silencioso movimiento
ondulante.
Volaron por encima de la ciudad y cada uno llegó a su hogar sin
hacer ruido alguno.
Amanecía. Juanita entró por la ventana abierta del salón. Su
cuerpo grácil de veinte años no sentía frío, a pesar de estar cubierto
por un delgado vestido de seda.
Entró en el salón y se posó lentamente en el sillón.
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L A S Z A PAT I L L A S M Á G I C A S
El reloj dio las ocho de la mañana.
Alguien conversaba en la puerta de calle. Era una de sus nietas
que llegaba de una fiesta.
Se oyó el ruido de una llave que entraba en la cerradura y la
puerta fue abierta sigilosamente.
La nieta andaba en puntillas con los zapatos en la mano, para
no hacer ruido que pudiese despertar a la abuela.
Con gran sorpresa se encontró con Juanita en el salón.
-¡Abuela! Todavía estás en pie.
¿Y esas zapatillas? ¡Qué lindas son!
-Alguien me las trajo de regalo- respondió Juanita.
-¿Te quedan bien?
-Sí, muy cómodas.
-¿Te has aburrido mucho abuela?
-No. De ninguna manera. Hasta he bailado polca y twist.
-¡Qué divertido abuela! ¿Quién te echó chaya en el pelo?
-Unos familiares que vinieron a visitarme cuando tú ya te
habías ido.
-¡Qué gracioso abuela!
-Bien. Es hora de dormir.
La abuela se levantó y tomada del brazo por su nieta fue
llevada al dormitorio.
-Buenos días abuela.
-Buenos días, nieta querida. Que duermas bien.
La abuela se acostó en su cama y dejó frente a ella, encima de
la cómoda, a las zapatillas mágicas.
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Al poco rato la anciana dormía profundamente.
Y las zapatillas mágicas, que estaban sobre la cómoda, fueron
haciéndose cada vez más tenues, hasta desaparecer completamente.
Para siempre.
Fin
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Otros títulos en esta colección
01 El sol con imagen de cacahuete
02 El valle de los elfos de Tolkien
03 El palacio
04 El mago del amanecer y el atardecer
05 Dionysia
06 El columpio
07 La trapecista del circo pobre
08 El ascensor
09 La montaña rusa
10 La foresta encantada
11 El Mágico
12 Eugenia la Fata
13 Arte y belleza de alma
14 Ocho patas
15 Esculapis
16 El reino de los espíritus niños
17 El día en que el señor diablo cambio el atardecer por el amanecer
18 El mimetista críptico
19 El monedero, el paraguas y las gafas mágicas de don Estenio
20 La puerta entreabierta
21 La alegría de vivir
22 Los ángeles de Tongoy
23 La perla del cielo
24 El cisne
25 La princesa Mixtura
26 El ángel y el gato
27 El invernadero de la tía Elsira
28 El dragón
29 Navegando en el Fritz
30 La mano de Dios
31 Virosis
32 El rey Coco
33 La Posada del Camahueto
34 La finaíta
35 La gruta de los ángeles
36 La quebrada mágica
37 El ojo del ángel en el pino y la vieja cocina
38 La pompa de jabón
39 El monje
40 Magda Utopia
41 El juglar
42 El sillón
43 El gorro de lana del hada Melinka
44 Las hojas de oro
45 Alegro Vivache
46 El hada Zudelinda, la de los zapatos blancos
47 Belinda y las multicolores aves del árbol del destino
48 Dos puentes entre tres islas
49 Las zapatillas mágicas
50 El brujo arriba del tejado y las telas de una cebolla
51 Pituco y el Palacio del tiempo
C U E N T O S PA R A E N T R E T E N E R E L A L M A
52 Neogénesis
53 Una luz entre las raíces
54 Recóndita armonía
55 Roxana y los gansos azules
56 El aerolito
57 Uldarico
58 Citólisis
59 El pozo
60 El sapo
61 Extraño aterrizaje
62 La nube
63 Landrú
64 Los habitantes de la tierra
65 Alfa, Beta y Gama
66 Angélica
67 Angélica II
68 El geniecillo Din
69 El pajarillo
70 La gallina y el cisne de cuello negro
71 El baúl de la tía Chepa
72 Chatarra espacial
73 Pasado, presente y futuro mezclados en una historia policroma
dentro de un frasco de gomina
74 Esperamos sus órdenes General
75 Los zapatos de Fortunata
76 El organillero, la caja mágica y los poemas de Li Po
77 El barrio de los artistas
78 La lámpara de la bisabuela
79 Las hadas del papel del cuarto verde
80 El Etéreo
81 El vendedor de tarjetas de navidad
82 El congreso de totems
83 Historia de un sapo de cuatro ojos
84 La rosa blanca
85 Las piedras preciosas
86 El mensaje de Moisés
87 La bicicleta
88 El maravilloso viaje de Ferdinando
89 La prisión transparente
90 El espárrago de oro de Rigoberto Alvarado
91 El insectario
92 La gruta de la suprema armonía
93 El Castillo del Desván Inclinado
94 El Teatro
95 Las galletas de ocho puntas
96 La prisión de Nina
97 Una clase de Anatomía
98 Consuelo
99 Purezza
100 La Bruja del Mediodía
101 Un soldado a la aventura
Fernando Olavarría G.
LAS ZAPATILLAS MÁGICAS
Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 37100. Chile.
© Fernando Olavarría Gabler.

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